¿El trabajo cambia a las personas trans y travestis o ellas cambian al trabajo?
¿El trabajo cambia a las personas travestis o las travestis cambian al trabajo? Victoria Stéfano cuenta en primera persona el sentido, los desafíos y la potencia de la inclusión laboral travesti trans, desde su rol en El Molino Fábrica Cultural (Santa Fe, Argentina).
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«¿Qué mierda me voy a poner?» fue lo primero que se me cruzó por la cabeza el 25 de febrero, cuando empecé a trabajar en uno de los espacios culturales de mi provincia. Nada menos que El Molino Fábrica Cultural, una de las joyitas de la corona del Ministerio de Cultura de Santa Fe. Me habían convocado dos días antes. Desde la coordinación de ‘El Moli’ habían pensado en mí para coordinar al equipo pedagógico que acompaña la trayectoria de les residentes culturales. Es decir, una travesti coordinando un equipo de coordinadores. Todo lo que es travestismo y confusión.
Los primeros días fueron pésimos. No conocía a mi equipo, no tenía un espacio de trabajo propio todavía y mucho menos entendía en profundidad mi tarea. Qué carajo estaba haciendo yo ahí, con un montón de gente cis, haciendo cosas de gente cis. Calma travesti, pronto lo iba a entender.
En el marco de nuestro ministerio las residencias son la columna vertebral de los espacios culturales. Les residentes son jóvenes de entre 18 y 25 años que cursan un trayecto anual en esos espacios culturales, recibiendo al público desde una apuesta que entremezcla la concepción de espacio público, valores culturales y lazos sociales con la institucionalidad como medio para el encuentro.
Todo es tan sincrónicamente travesti que esta residencia recibió al que -espero- sea el primer pibe trans artista de muchos que atraviesen no solo la cultura, sino todo el arco estatal. Porque el travestaje me salvó la vida, cambió al Molino, y el travestaje va a cambiar al mundo.
Eso también me ayudó a entender la especificidad, ya no de mi saber hacer sino del poder hacer. Y es que hay una sensibilidad en el hacer y en el acompañar que las desgajadas manos travas podemos empuñar como nadie más. Y eso es encontrar lo estructurante: la misión. Término evangelista si los hay.
Sin caer en lo pedagógico del sufrimiento y ese rollo, sí pienso que serán las marcas del dolor y la expulsión que nos hacen particularmente contemplatives respecto de las necesidades de otres, lo que nos hace travajadoras y travajadores excepcionales en lo que a relaciones humanas respecta. Y en ello encontré mi aporte a ese espacio.
Sólo puedo imaginarme la revolución áulica que arman docentes trans, lo carnavalescos que deben ser los consultorios de mediques travestos y lo argumentativamente descomunal que debe ser la defensa de une abogade trave. Ahí todas las mariconas, les tortilleres y les transtravestos iban y van a encontrarse con una referencia visual y empática de las posibilidades del ser, alguien que puede al fin entender.
Queda mucho por conversar respecto de cómo nos encontramos con la empleabilidad y las estructuras del cistema, contracara de qué pasa con el después del cupo.
¿Qué trabajo nos reconocen y nos reconoce?
Cuando hablamos de lo laboral, siempre me resuena esto de que cuando todo es trabajo nada es trabajo. La prostitución es trabajo, el trabajo comunitario es trabajo, la militancia es trabajo, cuidar es trabajo. Pero ¿qué trabajo nos pagan?. En términos travestológicos: ¿qué trabajo nos reconocen y nos reconoce?
Empezar a chambear en el Estado no es lo mismo que la esquina. Hay un tránsito entre chupar pija y sentarse en una computadora a hacer una planificación pedagógica por burbujas cursando una pandemia que es, como mínimo, traumático.
¿Pero qué herramientas se disponen para acompañar ese tránsito? ¿Quiénes las están pensando? La verdad es que esas herramientas aun no existen, queda todo por pensar. Y les exijo, exigimos, pensarlas con nosotres.
Porque en este descubrirme travajadora me encuentro con otras travas y otres trans que también transitan su primer empleo. El pibe con el que salgo, que también es travesto, me convida su propio tránsito trabajando con otra trans y todo ese goce. Y me comenta que ella le pregunta, así como inauguralmente, qué fue lo primero que sintió cuando le dijeron que le iban a dar trabajo.
Yo ahora no puedo evitar preguntar a todes les trans y travas en este plan: vos, ¿cómo te sentís con esto? Claro que las primeras respuestas siempre oscilan en torno a la felicidad. Pero todas llegan a un punto común que me parece superador; el reconocimiento.
Y es que las condiciones laborales de las personas trans empleadas, que debemos remarcar no son las mejores pese a los cupos laborales aprobados y en implementación, por sobre todas las cosas se significan en los términos del reconocimiento de que somos simplemente útiles. Esos cuerpos descartados, violentados, violados, corrompidos, por primera vez son valorados y reconocidos por el arquetipo de la mapaternidad en términos políticos: el Estado.
Somos les hijes pródigues, expulsades de nuestros hogares, en un derrotero de supervivencia desesperada y arrasadora, ahora abrazades de una vez y para siempre en el tibio y confortante brazo del reconocimiento de nuestra valía humana, tan puesta en cuestión.
Y eso siento cada vez que alguien mira mi barbijo bordado con la frase «Ministerio de Cultura Santa Fe Provincia». Ya no soy solo la anécdota y el chiste turbio del putito. Soy una trabajadora del ministerio de Cultura. Allí soy útil, allí no soy peligrosa, allí estoy siendo reconocida, estoy siendo.
Desde la planilla de registro de entradas y salidas con mi nombre, hasta el día en que me armaron mi propio escritorio con una computadora para mi uso exclusivo. No imagino cómo será el día que firme mi contrato. Solo sé: no quiero nunca más menos que esto, para mi ni para nadie.
Hasta que el trabajo sea garantía
Renata es una amiga que también empezó a trabajar hace poco, en el marco de la Municipalidad de Santa Fe. En nuestras larguísimas charlas, siempre llegamos a ese punto en el que entendemos que sus estructuras son suyas, no nuestras. Que para ser nuestras hay que romper varias cosas.
Que la lógica de supervivencia grupal y estratégicamente horizontal que hemos tejido, dejando en los horizontes a aquellas que establecen el diálogo y las pujas con la cisexualidad, se choca de repente con las estructuras jerárquicas de las instituciones del Estado, con el aparato laboral y con los acuerdos colectivos de trabajo.
De repente estamos solas y solos en contacto con un orden que jamás nos pensó como una posibilidad. Y es que tampoco el empleo es la panacea, porque el régimen heterocisexual lo ha malogrado todo, y el trabajo no es la excepción. Sepan que estamos aquí también como primeras emisarias y emisarios de la travestidad, yendo a emputecer y travestizar sus edificios, oficinas y barbijos. Porque nunca seremos elles, siempre seremos nosotres inmiscuides entre elles, arteramente y para cuando puedan notarlo, haberles travestido sus ministerios, sus gremios, y sus lógicas laborales. Exactamente hasta que el trabajo sea garantía y no un sueño, precisamente hasta allí, hasta nada menos que la victoria.
Victoria Stéfano integra Periódicas, Comunicación Feminista desde el litoral.
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