«En Paraguay, la salud para las travestis es clandestina»
Paraguay carece de leyes de identidad de género, y estas terapias tampoco se ofrecen en el sistema de salud, por lo que cree que el alcance de la reclasificación de la OMS será todavía más limitado en este país, donde el acceso a la salud de travestis y trans enfrenta muchas barreras.
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Por María Sanz, desde Asunción
Alejandra Grange, travesti, psicóloga comunitaria e integrante de la organización Transitar, que aglutina a identidades trans y no binarias en Paraguay, ve con escepticismo la decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de reubicar la transexualidad en su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), para dejar de considerarla un trastorno mental. “No creo que en sí sea un avance, porque aún no existe educación al respecto”, explicó en una entrevista con Presentes.
En algunos países, travestis y trans necesitan un diagnóstico de un trastorno como la llamada “disforia de género” para cambiar su nombre o su sexo en los documentos. También puede ser un requisito para acceder a tratamientos hormonales, o las llamadas “cirugías de reasignación”.
Alejandra recuerda que Paraguay carece de leyes de identidad de género, y estas terapias tampoco se ofrecen en el sistema de salud, por lo que cree que el alcance de la reclasificación de la OMS será todavía más limitado en este país, donde el acceso a la salud de travestis y trans enfrenta muchas barreras.
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Alejandra tiene 28 años y acaba de terminar la carrera de psicología comunitaria. Se recibió con una tesis sobre los efectos psicosociales del trabajo sexual para travestis y trans. Pero en la facultad tuvo que enfrentarse a que, desde los manuales de estudio hasta lxs docentes, pasando por muchxs compañerxs, la consideraran enferma, o se refirieran a ella en masculino, sin aceptar su identidad transfemenina, y menos aún su identidad como travesti, que ella reivindica como una forma de disidencia de los patrones de género binario.
“Para el discurso médico, travesti es un hombre que se viste de mujer como fetiche. Pero vamos a entender de dónde sale también esto. Surge en el contexto latinoamericano, y para nuestras reivindicaciones, para nuestras luchas, travesti es una forma de decir que yo no soy hombre, ni mujer tampoco: yo soy travesti, yo soy esta persona, esta es la construcción de mi identidad. Yo no tengo que pasar por una intervención quirúrgica para encajar otra vez en este modelo binario. No tengo que pasar como una mujer, para que ahí sí me acepten, y tenga mi realización y mi final feliz del cuento sea pasar desapercibida. La sociedad necesita que nosotras también pasemos desapercibidas porque si no vamos a estar afuera exigiendo y tratando de desestabilizar sus estructuras”, dice la activista.
Lo que dice la OMS
La OMS anunció el pasado 18 de junio una nueva versión de esta clasificación (ICD-11, en sus siglas en inglés), en la que la transexualidad queda eliminada del listado de trastornos mentales. Sin embargo, aparece la figura de la “incongruencia de género”, que se define como “una marcada y persistente incongruencia entre el género que experimenta unx individux, y su sexo asignado”.
La OMS ubica esta “incongruencia de género” como una “condición relacionada con la salud sexual”, y considera que se manifiesta en rasgos como “un profundo disgusto o incomodidad con las características sexuales primarias o secundarias”, un “fuerte deseo de liberarse” de algunas de estas características, y un “fuerte deseo de tener las características sexuales primarias o secundarias del sexo experimentado”.
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La organización reconoce ahora que “hay claras evidencias de que la transexualidad no es un trastorno mental” y que “clasificarla como tal puede causar un enorme estigma para las personas transgénero”. Sin embargo, justifica la decisión de mantener a la transexualidad dentro del listado de enfermedades, debido a que “permanecen significativas necesidades de atención sanitaria que pueden satisfacerse mejor si esta condición está codificada en el CIE”. El órgano afirma además que, aunque “es crucial escuchar las voces de las personas afectadas por incongruencia de género”, la decisión de mover la transexualidad al apartado de salud sexual se tomó en base a evidencias científicas.
Alejandra, junto con sus compañerxs de Transitar, observa con cautela la postura de la OMS. Cree que, aunque se trata de una decisión tomada por un órgano compuesto en su mayoría por personas cisgénero, en posiciones de poder académico y desconectadas de la realidad de la diversidad de género, es también el resultado de las luchas del activismo travesti y trans durante décadas.
Entre clandestinidad, desconocimiento y estigma
“En Paraguay, la salud para las travestis es clandestina”, dice Alejandra. Cuenta cómo, si una trans quiere iniciar una terapia hormonal, debe localizar una farmacia donde acepten inyectarle anticonceptivos, o aprender a inyectárselos ella misma. Y, por supuesto, correr con todos los gastos del tratamiento. No hay control ni seguimiento médico, no hay Unidades de Identidad de Género en los hospitales, y tampoco especialistas en este tipo de terapias en Paraguay.
Algunas organizaciones han impulsado servicios de salud pública amigables con travestis y trans. Pero, por lo general, cuando acuden a un centro de salud, lxs suelen recibir el estigma y la patologización. “Los servicios de salud acá no te tratan como una enferma mental, pero tienen un estigma hacia trans y travestis. Si vos te vas a un centro de salud, es porque tenés VIH, y te dicen directamente SIDA. Una vez, yo quería irme para consultar, y me mandaron donde se hacían los test de VIH. Otra vez fui para odontología, y cuando entré, la odontóloga me dijo que tenía miedo, y no sabía cómo me iba a poder tratar. Me pidió disculpas, y dijo que no me iban a atender. Tenés que bancar un servicio privado, porque si pagas sí te atienden, pero en el público no”, recuerda Alejandra.
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Si la consulta es en el área de salud mental, con psicólogxs o psiquiatras, Alejandra dice que solo existe un discurso hacia trans y travestis. “Tienen una mirada patologizante. Enseguida te dicen: “Estás enferma y tenemos la cura, tenemos la forma de lidiar”, y ya te dan medicamentos. O, en el peor de los casos, podés toparte con una persona que sea psicóloga o psiquiatra, que esté metida en una religión, y te dan estas terapias de conversión, de supuesto cambio”, explica.
Pese a los debates y reclasificaciones, el apartado 18 de los principios de Yogyakarta, que pretenden orientar la legislación internacional sobre derechos humanos con respecto a la orientación sexual y la identidad de género, expresa que “con independencia de cualquier clasificación que afirme lo contrario, la orientación sexual y la identidad de género de una persona no son, en sí mismas, condiciones médicas y no deberán ser tratadas, curadas o suprimidas”. Sin embargo, estos principios no son vinculantes para los Estados.
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