¿Por qué las personas trans no hablamos de las violencias en nuestros vínculos?
A partir del transfemicidio de su compañera de militancia y amiga Alejandra Ironici en manos de su pareja, la periodista Vicky Stéfano escribe sobre la invisibilización de la violencia vincular en las personas trans.
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¿Por qué no conocemos el nombre de los chongos de nuestras amigas? ¿Por qué cada vez que hablamos sobre nuestras relaciones lo hacemos desde el chiste sin poder llegar más allá de una visión exagerada sobre nuestros encuentros sexuales? Necesitamos en lo inmediato empezar a hablar de las alertas y preguntarnos por qué no denunciamos.
Aunque cada año se publican, a partir de datos de las organizaciones y de los observatorios de violencias de género las cifras del horror de los feminicidios, las mujeres trans en particular, y la población trans en general, seguimos sin contar con estadísticas oficiales acerca de los crímenes que nos arrebatan la vida.
Estamos lejos aún de poder entonces problematizar al menos cuantitativamente que sucede con esa realidad. Aunque cualitativamente también.
En el abordaje integral de las realidades trans parece que nunca alcanza cuanto afinemos la mirada. Mientras seguimos luchando por el acceso a derechos fundamentales como el empleo, la educación y la salud, nos olvidamos de un punto concreto y fundamental.
La búsqueda permanente
Hay algo que empezamos a tener en claro más recientemente: este derrotero empieza en nuestras niñeces.
Según la activista travesti Marlene Wayar, las personas trans somos expulsadas de nuestros entornos familiares – el marco inicial de nuestros apegos- entre los 8 y los 14 años.
¿Qué tipo de subjetividad se desarrolla sobre el ostracismo, la expulsión y los primeros discursos de odio? ¿Qué pasa cuando son replicados en primera instancia por quienes dicen amarnos y cargan con la responsabilidad de cuidarnos?
Sólo una, una dónde entendemos que el amor y el cuidado solapan cuotas de violencia y odio. Una dónde internalizamos que todos los afectos que nos brinden van de primera mano a invalidar nuestra identidad, acostumbrándonos a la idea de aceptar violencias implícitas en todas nuestras relaciones.
Es entonces que se afianza la concepción de que sos válide de ser amade sólo de una manera, en la clandestinidad. Las familias que nos expulsan nos convierten netamente en víctimas perfectas.
La clandestinidad
El escarnio social que vivimos rara vez toca a las personas que se relacionan con nosotros y nosotras, porque es válido decir que las violencias son en unos y en otras. No solamente las feminidades trans atravesamos violencias en nuestros vínculos.
La misma trama de invalidación es igual de recurrente en las relaciones que implican a transmasculinidades y personas cis. Todo el espectro trans se ve expuesto a estas violencias porque nuestros puntos de partida son muy similares.
Y hay un cóctel por lo menos digno de ser analizado en lo que respecta a la socialización femenina inicial a la que se ven expuestos los varones trans durante los primeros años de su vida.
Es concretamente a ese no lugar al que nos empuja el cercenamiento institucional que vivimos en todas las etapas de nuestra socialización dionde se da forma definitiva a formas de apego que van a buscar de cointinuo sembrar lazos de afecto aún en los lugares mas violentos e invalidantes, sopesando la reafirmación identitaria y la validez social de mostrar que podemos ser amades, aún a costa de las violencias de eso que la gente cis llama amor.
Representaciones
¿Qué pasa con el universo de las representaciones? La respuesta ahí tampoco es complicada. La criminalidad es uno de los rasgos fundamentales que se atribuyen a las personas trans. Es bajo esta perspectiva que nuestras posibilidades filiatorias se reducen a un gris inicialmente emparentado con el desconocimiento y por último con la peligrosidad.
¿Conocemos acaso representaciones trans-afectivas que trasciendan al morbo social y que sirvan como proyección para las nuevas generaciones? La respuesta es simple. No.
En esa ausencia objetiva y sustantiva se siembran socialmente todas las condiciones necesarias para promover y ratificar el odio hacia nuestras existencias, nuestros cuerpos y nuestras identidades como única opción filiatoria.
Y allí es que denunciar lo único parecido al amor que recibiste se vuelve impensable, porque no existen representaciones con las cuales cotejar que eso que te dan aunque parece amor, no lo es. Pero ¿con qué herramientas se renuncia al único ápice de afecto que te constituye en calidad de validez humana como digno de recibir amor?
La transacción afectiva
Por otra parte el modelo formativo subjetivo del trabajo sexual también es un factor operante que no podemos ignorar. ¿Es acaso casual que mientras el 90% de nuestra población continúa recurriendo a la prostitución como fuente para su supervivencia nuestra forma de vincularnos con otros y con otras cobre estrictos sentidos bancarios y transaccionales?
Hay otro extractivismo del que no hablamos por la verguenza que nos provoca que es que sostenemos económicamente a buena parte de nuestras parejas, porque entendemos que el cariño debe compensarse en moneda.
Hay algo de la configuración del pensamiento prostituyente que nos configura el intercambio de dinero por servicios asignandole ademas un peso financiero a nuestros vinculos y que se fija de manera permanente en nuestra subjetividad, pues como sujetos per se de cuestionable deseabilidad nos sentimos en rol de compensar en rentas el hecho de ser querides.
Amando en campo enemigo
Es entonces que caemos en cuenta de que estamos buscando una reafirmación identitaria con base en vínculos afectivos. Buscamos caricias en manos que nos castigan.
Hay algo del cuerpo trans que pone en tensión todo el devenir subjetivo de las personas cis. Elles ven en nosotres el límite último de todo aquello que le dijeron que era el fin inalterable de sus existencias, base de la subjetividad cis y heterosexual.
Somos la prueba fehaciente de que todo sobre lo que crearon y acumulan poder es en definitiva un hecho ficcional, y es allí donde emprenden la búsqueda descarnada por arrancarnos la existencia, cuando no mezclandolo con un irrefrenable deseo por ser nosotres, por poseernos.
¿Pero cómo revertimos esta cuenta? No queda otra, y no hay salida rápida. EL ultimo bastión de supervivencia de este sistema está en su columna vertebral: la educación.
Hay que reeditar las bases formativas desde el inicio para aprender a diferenciar afecto de aquello que son ficciones, para aprender a ver críticamente los vínculos, para diferenciar con herramientas concretas eso que es amor y aquello que es violencia.
Renovar los pactos
Tenemos que desarmar los sinsentidos culturales en los que nos inscribimos socialmente y renovar los rituales de emparejamiento y filiación. Reconfigurar los mapas de lo deseante y lo deseable. Desbaratar el esquema de subalternidades y redistribuir el capital social afectivo.
Necesitamos como población trans sentarnos a pensar vías de escape de este sistema asesino y encontrar espacios donde replantearnos las carencias emocionales que nos motorizan, tomando plena conciencia de que estamos pidiendo amor en medio de una guerra contra nuestros cuerpos.
Hay que reeducar a toda la población cis y heterosexual desde nuestras matrices. Para que aprendan a no desentenderse de sus crianzas por la diferencia. Para que cesen de generar instituciones expulsivas, para que dejen de empujarnos a la desesperación por el afecto y el cuidado. Van a tener que ceder el poder, antes de que nos obliguen a arrebatárselos. Así y sólo así dejaremos de asistir a muertes anunciadas.
Supongo que frente a tanta desesperanza y desolación sólo nos queda dejar de regalar nuestros preciosos y vulnerables amores a quienes no saben más que de daño y odio, y amarnos entre nosotros, como defensa, como venganza.
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