“Sueño de mariposas”: una red de contención para lesbianas en la vejez
“Sueños de mariposas” nació en 2017 como un espacio intergeneracional para visibilizar la realidad de la vejez lesbiana. Pero es también, dicen sus fundadoras, una reivindicación política.
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Por Paula Bistagnino
Foto: Gra Ramírez
Un espacio de vida en la vejez lésbica. De eso se trata “Sueños de mariposas”, un proyecto que aún no tiene lugar físico pero que ya funciona: “Somos un espacio intergeneracional para visibilizar las diversas realidades de lesbianas mayores, en situaciones de vulnerabilidad económica, social y afectiva”, define Alicia Caf, una jubilada de 67 años que fue la que inició esta construcción colectiva mientras buscaba resolver una angustia personal.
Fue en marzo de 2017: Alicia hizo una publicación en un grupo cerrado de Facebook (Transfeministas Cooperando). Era un pedido personal y a la vez una convocatoria a unirse y trabajar “por la necesidad de vivienda de las lesbianas adultas mayores”.
“Fue increíble la respuesta. Me llegaron un montón de mensajes. Tantos que sentí que tenía que hacer algo con ese debate, de tanta empatía, que había surgido a raíz de la publicación y decidí armar un grupo aparte. Yo ya tenía en mente la idea del lesbiátrico y ya la había hablado con otras compañeras, como Clodet García ( directora de teatro y activista feminista)”, explica ahora, rodeada de dos compañeras que hoy son parte de Sueños de mariposas: Julieta Lopinto y Lilian Unzaín.
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Julieta tiene 23 años y era militante de la Asamblea Lésbica Permanente (ALP), el primer espacio al que se acercó Alicia. “Cuando la escuché hablar a Alicia, enseguida me sentí interpelada por lo que contaba: la violencia en la vejez en general y encima la disidencia. Y yo, aún estando muy lejos en edad, sentí que era un tema. Y la realidad es que ahí había otros debates y nadie la estaba escuchando”, dice. A su lado, Lilian cuenta que tiene 53 años y que llegó porque escuchó hablar de ellas y hacía tiempo que buscaba un lugar de pertenencia: “Cuando supe de ellas, sentí que estaban hablando de algo que a mí me está pasando. Cuando las escuché hablar de la soledad, de la vejez en soledad, me sentí identificada: es algo que nos atraviesa a todas las lesbianas mayores. No había red cuando nosotras crecimos… ¿Feminismo? Ni siquiera usábamos la palabra lesbianas. Éramos mujeres homosexuales… Y marimachos. Nada de orgullo entonces”, dice. Y cuenta que en los 80 había tenía una militancia en la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), cuando se organizó la primera comisión de mujeres, pero no había perdurado.
El exilio lésbico
Europa en el mejor de los casos. Lejos del pueblo y de la ciudad natal en la mayoría. Muy pocas en comunidad. “No había posibilidad de vivir una vida libre como lesbiana. No existía eso. Nos teníamos que ir sí o sí”, dice Alicia, que estuvo casi tres décadas en Suiza, siempre ilegal, y hasta tuvo que vivir en la calle. Volvió en 2014: “Fue muy raro volver, porque tuve que aprender a vivir de alguna manera. Estuve mucho afuera y estaba sola. Me fui sola y volví sola”.
Esa soledad no fue elegida. “Es una soledad histórica: la mayoría de las lesbianas mayores salieron del clóset a los 40 ó 50 años, después de haber vivido reprimidas. Y eso hace que la mayoría, porque siempre se sintieron solas, busque una salida individual: resolver sus propias cosas, su historia, su vida, sus problemas”, explica. Y agrega: “La cuestión generacional también afecta en este punto: las lesbianas de mi edad no tuvimos la libertad mínima. Es más: yo había vuelto a Argentina una vez por poco tiempo pero me volví a Europa. Yo allá podía vivir lo que acá no podía. Allá descubrí mi lesbianismo”.
Lilian no se exilió. Pero también vivió en soledad su lesbianismo. “Y llegamos a viejas solas: no tenemos hijos, con suerte sobrinos. Por eso necesitamos una red de contención”, dice la mujer que vivió donde pudo en todos estos años: desde casas tomadas hasta en un taller de cerámica al que asistía. Ahora está haciendo su casa en La Matera, San Francisco Solano. “Lo que hay que lograr, aunque no se llegue al lesbiátrico, es tender redes: juntarnos, ayudarnos, contenernos. No sé cómo se hace pero tenemos que ir llegando a esas mujeres solas en su casa, ya mayores, que no pueden acercarse. Somos un montón más que las que estamos acá. Creo que es nuestra responsabilidad”, dice.
Las historias son infinitas y muchas veces cargadas de violencia. Dice Alicia: “Desde mujeres encerradas en su familia en geriátricos para quitarles la herencia a directamente expulsadas a la calle. También en pisquiátricos. Queremos llegar a esas mujeres que por ser lesbianas fueron maltratadas y marginadas por sus familias y por la sociedad”.
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Pero no sólo eso, agrega Julieta: “Está toda la parte más compleja de las necesidad materiales que enfrenta la vejez. Y eso lo queremos abordar. Pero también queremos visibilizar y hablar del deseo de la vejez disidente. Porque está esta idea de que los cuerpos viejos no son sexuados. Y no es así”, dice la más joven del grupo, que en el último Encuentro Nacional de Mujeres, en Trelew, participó del taller de vejez y leyó el documento de Sueños de mariposas.
Julieta explica cómo sigue el proyecto: “Hasta que lleguemos a juntar para la casa intergeneracional, como primer paso hacia el lesbiátrico, estamos haciendo lo que podemos para visibilizar el tema”. Así que ahora tienen una agenda periódica de cine-debate y otras actividades culturales, pero además cada año hacen una fiesta: este 27 de diciembre será la tercera.
También apoyan, debaten y ayudan a visibilizar otros debates y causas: “Desde el caso de Higui hasta la situación de las mujeres lesbianas en las cárceles, estamos para visibilizar las problemáticas y violencias que sufrimos. De parte del Estado, de parte de la sociedad, todos los días, donde sea”, amplía Alicia.
“Ser lesbianas es una identidad política que desafía al régimen heteronormativo”
Ser lesbiana no es sólo una orientación sexual. Ser lesbiana es una identidad política. Y eso está plasmado en el documento fundacional de Sueños de mariposas: “La histórica discriminación sufrida por las disidencias sexuales debido a nuestra orientación sexual antipatriarcal, contra la heteronorma religiosa y machista. Consideramos que ser lesbianas es una identidad política que desafía al régimen heteronormativo”.
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El objetivo es una casa. O muchas casas. Las imaginan así: “Un espacio de abrigo y contención para romper con la situación de desamparo provocada por largos años de marginalización en nuestras familias, hospitales o/e instituciones geriátricas. Un lugar donde mantener nuestros vínculos afectivos; un hogar que a su vez incluya talleres culturales, consultorías médicas y jurídicas, terapia ocupacional, biblioteca jornadas sobre la historia del movimiento lesbofeminista; un refugio para prevenir los encierros en geriátricos que no respetan las diversidades sexuales, donde reinan los abusos, desprecios y malos tratos simplemente por ser mayores desvalidas”.
Para eso, explica Alicia, están creando estrategias grupales, horizontales y sustentables que permitan generar soluciones reales y solidarias para las lesbianas mayores: “Porque en la realidad de la ancianidad se ve agravada por los escasos recursos económicos y la falta de respeto a nuestras identidades en los servicios de salud que nos condena al aislamiento, la soledad o el abandono”.
Y concluye: “Una casa para lesbianas que piensan, que transforman, que interpelan, que crean, que aprenden y enseñan. Que aman y desean. Por nosotrxs y por lxs que vendrán”.
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