Entrevista a Julieta Sverdlick: Cómo escribir una novela lésbica en pandemia

Entrevista a Julieta Sverdlick, autora de Cuando quieras podés destruirme (Metrópolis, 2024). La novela narra el despertar amoroso entre dos chicas. Sobre la potencia de las representaciones, cuerpos e identidades.

“La escuela ya no era un espacio en el que tenía que sobrevivir y pasar el tiempo. Ese edificio se había vuelto mi océano y yo, casi sin darme cuenta, había dejado de patalear y tragar agua. Lapicera en mano y con mil palabras brotando, finalmente había aprendido a nadar”, escribe Julieta Sverdlick -actriz, cantante, escritora- en Cuando quieras podés destruirme (Metrópolis, 2024), su primera novela. Una vida -dos- enfrentada a una realidad desafiante, a la que la autora dirige con maestría poética y revela una historia de amor desterrando la idea del amor romántico como salvador. Esta voz narrativa es poderosa, su propia salvación y ninguna otra. 

El despertar amoroso, sexual, entre dos chicas, cuerpos que se encuentran y desencuentran; acaso un desafío impensado que la vida apura a batallar. Una historia profunda en la pluma de Sverdlick que, como esa lapicera de la protagonista de Cuando quieras… , la arrastra a las aguas más profundas del yo.

― El título del libro es toda una declaración: “Cuando quieras podés destruirme”.

― Fue todo un gran trabajo. Y en primera instancia el texto, que en realidad fue en el taller, quedó archivado en un cajón virtual. En un momento, mi papá me mandó un concurso que premiaba proyectos en proceso. Fue la posibilidad de repensar esto. Tuve un encuentro con Karina, mi profesora de toda la vida y después también busqué a Luz (Santomauro, su editora). Y de esos textos que había, el que dice cuando quieras podés destruirme ya existía. A ella le gustaba como título. No me terminaba de convencer. Le llevé los textos. Ella me dijo que veía dos posibilidades para este libro y yo pensé “qué libro”. “Fuimos llegando a la conclusión de que la relación era el eje, interrumpida por estos recuerdos de infancia que iban a mostrar cómo se había formado eso que se caía. El primer capítulo terminó siendo el derrumbe. Me preguntaba desde dónde se destruye, si de un lugar positivo para construir otra cosa. Si se destruye desde un lugar de tirar toda la mierda. También hay algo como entregarse al amor, abrirse a la posibilidad de que pasen estas cosas, hasta dónde eso es amor, hasta dónde no. Ir tratando de resignificar esa frase. Y fue surgiendo en distintos capítulos, esto de que la protagonista se preguntara quién está destruyendo a quién. 

 «Las cosas que uno logra decirle a los demás no las escucha para uno mismo«

― Trabajás mucho a lo largo de toda la narrativa dos cuestiones que van de la mano: la identidad y el cuerpo. Hoy las identidades se definen por la sexualidad.

― La identidad sexual recorre el libro y es el eje. Lo que tiene que ver con el cuerpo fue algo que agregué. Las dos cosas se veían muy distintas hace veinte años a ahora. Habiendo tenido yo un encuentro caótico con mi identidad sexual en el momento de la adolescencia, me obligó a enfrentarme y tomar posición. Elegir qué historia me quería contar y qué historia quería tomar como verdadera. Construir la mía propia. Me apropié de esa narrativa, logré sentirme cómoda y defenderla. Aunque todo lo que es imagen corporal no lo tengo resuelto para nada. Es como una lucha interna y externa más reciente, es incómodo porque está mucho menos resuelto. Hay cosas que no logro cambiar en mi pensamiento, si bien, viste, uno es mucho más benevolente con los otros que con uno mismo. Las cosas que uno logra decirle a los demás no las escucha para uno mismo. Con esta temática no sabía si meterme o no porque no sé hasta dónde estoy lista, ni cuánto tengo para decir. Termina siendo una línea protagonista del personaje, porque tiene que ver también con la incomodidad con uno mismo, cómo uno se para ante los otros, y cómo afecta ese afuera. 

― Es un libro juvenil. ¿Es un libro juvenil?

― En cuanto a la categoría editorial, me parece está buenísimo para adolescencias. Puede ser un reflejo o un lugar donde identificarse, en un proceso que quizás están atravesando o a punto de atravesar; pero no lo escribí pensando en eso. Y me parece que se puede leer desde la adultez y encontrar otras cosas. Por otro lado, tampoco me quiero hacer responsable, no por evitar la responsabilidad, sino de ponerme en un lugar altísimo. Sí sé que si a mí me hubiese llegado un libro así en mi adolescencia, mi vida probablemente hubiese sido distinta. Porque la representación hace que las cosas sean distintas, porque como cuento en el libro también, yo no tenía ningún tipo de referente de chicas que estuvieran con chicas, y hasta entrada a la adolescencia, supe que fuese una posibilidad

Escribir un libro en pandemia

― Sos actriz, cantante, escritora de ficción, ¿podemos agregar dramaturga? 

― Intento incursionar en la escritura teatral y todavía no termino de hacerlo, apenas poniendo un poco los pies en la orilla. Mi camino con las letras empezó hace mucho. Comencé a escribir desde chica, inventaba cuentos. No los escribía. Ahora sí se puede pero cuando era chiquita no existía. Decía “si pudiera dictarle a una máquina, tendría un montón de cuentos escritos”. Después, en la secundaria, escribí poesía e hice un taller literario durante mucho tiempo. Estaba obsesionada con el taller, iba dos o tres veces por semana… Más allá de eso, siempre quise ser actriz pero en mi familia es muy valorada la labor intelectual. Estudié Letras un año y medio o dos, y un día no volví más. Me escapé de Puan a una clase de teatro, dejé el taller, tuve un impasse con la literatura. Parece que toda esa situación de solo tener que sentarme a leer me llevó a no agarrar un libro durante cuatro años. Me fui a otro lado, me puse a estudiar música, teatro y fui a la Escuela de Música Contemporánea. Esa pulsión por escribir me iba como tocando el hombro de vez en cuando. Y poco a poco me fui haciendo amiga y me reencontré con la literatura de mi vida.

Julieta Sverdlick también es actriz y cantante. Caramelos para el viaje, la obra donde actúa.

― De ahí a tu primer libro, un paso.

― Sí, y justo durante la pandemia. Estábamos muy aburridos y encerrados. Yo estaba en Arkansas, porque la vida es rara. Pasé toda la pandemia, un año viviendo en Arkansas. 

― Contanos eso.

― En 2015 fui a Nueva York a estudiar teatro musical. Al principio fui ocho meses, como, para vivir esa experiencia. Dije, bueno, voy al primer año para probarlo. Tenía veintiséis años. A la semana de estar dije “Quiero vivir aquí”. Me quedé para terminar el conservatorio esos dos años y luego lo que me permitía la visa en ese momento. Quise sacar otra pero era un lío. Tuve que volver un par de años a Argentina hasta que volví a solicitarla y estuvo bien. En medio conocí a quien ahora es mi esposa. A los dos o tres meses me tuve que ir, sí o sí, no tenía papeles. Estuvimos tres meses de novias en persona, y luego dos años y medio fuera. Cosas muy lésbicas y gente loca, la verdad. (Risas)

Pude conseguir la visa y regresar (a Estados Unidos) en marzo del 2020. Llegué una semana antes de que cerraran todo. Había empezado a trabajar, pero de repente no pude hacer nada más. Además, tenía una visa artística que solo me permitía trabajar en cosas relacionadas con el teatro y era imposible: no había teatro.

― ¿Cómo fueron esos días?

― Estuvimos las dos quince días encerradas en un departamento pequeño en Nueva York. Una de las dos iba a morir a manos de la otra, no sé cuál, pero iba a pasar. (Risas) Me dijo “Vamos a Arkansas, a casa de mis padres”. Yo los había visto una vez, como amiga, le dije “¿Estás loca?”. A los tres días fui yo la que dijo “Vámonos a Arkansas”. Fue una salvación irnos, estar en una casa con verde alrededor. Podíamos salir, caminar. Ahí, en un momento de aburrimiento, me puse a escribir de nuevo. Un poquito más de ese vínculo que siempre había estado ahí, presente, apareciendo. Y me enganché. No estaba intentando escribir un libro. No recuerdo con quién estaba hablando, le decía que siempre tuve la sensación de que no recordaba nada de cuando era pequeña, tenía muy pocos recuerdos. Hice un ejercicio y dije, voy a intentar escribir mi primer recuerdo, para ver qué hay detrás. Y eso fue lo primero que escribí, que después terminó en este libro.

― Es interesante porque siendo una persona de teatro, tiene que haber ahí una introspección muy psicoanalítica, de rigor. 

― Mis padres… Mis padres no podían hacerlo de otra manera. Son psicoanalistas lacanianos, sí.

― Y este primer recuerdo, ¿qué fue? 

― En realidad, terminó siendo un capítulo. Habla de cómo era mi familia, de ir atrás con los recuerdos, se fue depurando y fue creciendo a lo largo del libro. Escribí tratando de recordar y ponerme en los ojos de esa niña. Hay un capítulo donde relato cuando me di cuenta de que cinco minutos eran tiempo. Como que contenían algo. Así empecé a escribir. Hice un taller literario a la distancia con Karina Macció, también muy de pandemia, un par de meses, llevé algunos de estos textos y me dijeron: ¿qué pasa si este personaje, esta nena, crece? ¿Qué escribirías? ¿Qué momentos contarías? Ahí me impulsaron a saltar, yo estaba en la niñez tratando de ir en orden y ahí me animaron a agarrar a este personaje, o a mí, quién sabe, y moverlo en el tiempo.

― La voz narrativa es muy fuerte. No solo está en una primera persona, la cual siempre está acompañando, sino que tiene mucha poesía. ¿Cómo te alejaste y miraste la perspectiva?

― En un principio no lo decidí mucho. Fue esto de “a ver qué sale”. Y sí, siempre sentí esa voz, una voz que es muy mía. Lo que más me interesaba en esos primeros recuerdos era transmitir lo más claramente posible la visión de esa niña,describir estas sensaciones, cositas chiquitas que eran gigantes para ella en ese momento. Surgió desde ahí. Hablo mucho de la sensación en la panza, creo que siento las cosas desde ahí. Fue creciendo hasta el planteo del nudo: qué es lo que quería contar. Llegó esta escena de la salida del closet (expresión que no me agrada pero no encuentro otra). Lo que más me interesaba no era necesariamente el dramatismo de la salida del closet o de las reacciones, sino cómo esta nena que había creído que tenía que ser perfecta, o que creía en la moralina de no mentir, cómo de repente algo empieza a tambalear y a caer porque si para ver a la persona que amo tengo que mentir ¿Está mal? Lo que más me interesaba era eso, esa misma voz y ese núcleo de reflexión del personaje. 

Julieta en Arkansas, durante la pandemia.

«Tenemos lucha para rato»

― Hablemos del lesbianismo.

― De chica conocí a una mujer que venía a casa con su amiga. Era una conocida de mis padres. Esta generación de adultos que yo tenía alrededor decían “viene Fulanita con la amiga”. No lo hacían desde la maldad o desde la homofobia. Pero qué mensaje le queda a una niña que desde siempre, hasta los catorce o quince, le dicen la amiga, la amiga, pero entonces te das cuenta que no, que estuvieron diciendo amiga durante catorce años. Y por qué, por qué de tal se dice el novio, la novia, que yo, y esta es la amiga. Entonces hay algo que no se puede decir. Y eso ya es un mensaje en sí. Entiendo que esa generación estaba tratando de ocultar, pero algo daba la sensación que era mejor no decir. Eso también es un mensaje que uno incorpora, sin palabras. Y traté mucho en el libro en retratar que cada uno estaba haciendo lo mejor que podía hacer con lo que tenía, desde el amor; nadie intentó hacer nada malo, y de hecho se fue transformando. Eso es: lo que no se nombra no existe.

― ¿Y hoy?

― Hoy hay más representación, a la fuerza muchas veces y aunque los padres no quieran, pero el niño lo ve igual. Cuando Disney pone dos mamás durante 30 segundos en una peli, salta todo el mundo a quejarse, pero Disney lo tiene que poner, aunque le llevó un rato largo hacerlo y nunca es el personaje principal. Esperemos diez años más. Creo que el concepto de libertad de expresión puede es frágil “si no me gusta, yo puedo decir que no me gusta”. No, no podés, no podés opinar sobre los derechos de los demás. Podés opinar sobre el color de los zapatos, si querés, pero no podés opinar sobre los derechos, no es lo mismo. Por suerte, en muchos ámbitos se están hablando estas cosas, se están abriendo. Pero también tengo un mensaje de una chica de unos veinte años, preguntándome si existía el libro en PDF porque no puede entrar libros de la comunidad LGBT a su casa. Entonces, tenemos lucha para rato.

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