Mariana Komiseroff: “No quiero escribir manifiestos pero me interesa cómo la política influye en los hogares”
Un pequeño submundo queer en medio de la burocracia y sordidez estatal del Congreso argentino: así se escenifica su nueva novela, “La enfermedad de la noche”
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Quién sabe por qué la noche. Quizás por ser el tiempo de la monstruosidad, de la posibilidad de una vida queer y disidente. Quizás por sus secretos, por su infinita elasticidad, por su sombras afiladas. “Yo no maté a Diego. Fui cómplice. No me siento culpable. No me arrepiento”. Así comienza “La enfermedad de la noche” (Random House, 2023), la última novela de Mariana Komiseroff, un thriller que transcurre en uno de los puntos neurálgicos de Capital Federal: el Congreso de la Nación. Pero, a contrapelo del mundo, esta historia se desarrolla cuando el sol baja, las puertas del recinto cierran y adentro conviven fuerzas de seguridad y fantasmas.
“Me gusta borronear las líneas entre la ficción y la realidad, que no se sepa si soy yo o el personaje, que no se sepa si soy capaz de ser cómplice de un asesinato o no. Son cosas que yo misma me pregunto”. Narradora y autora, por momentos, se confunden. La primera, la narradora, es enviada a trabajar de noche como si de un castigo se tratara. Su tarea, como la de muchas feminidades, es el cuidado: cuida el Congreso, cuida a su hermano, que sufre diabetes, y cuida a Jorge, su compañero trans. También la otra, la autora, trabajó como fuerza de seguridad en el Congreso de la Nación, llegó a ser planta permanente, vivió las noches rodeada de fantasmas y sufrió en carne propia el insomnio, su enfermedad crónica.
«Los psicólogos son ahora lo que antes los curas»
Si la seguridad es un trabajo ligado a la cismasculinidad, la narradora, quien constantemente se pregunta qué le falta para ser la “lesbiana ortodoxa” que nunca llega a ser, y Jorge, un personaje lesbiano que transiciona de género a lo largo de la novela, vienen a desbaratar los binarismos. “No quiero escribir manifiestos, no me interesa ese tipo de literatura, pero sí me interesa pensar cómo la política influye de manera cotidiana hacia adentro de los hogares y orquestando nuestras vidas. Me interesa que los personajes sean contradictorios, que tengan distintas capas, ver qué hacen, qué les pasa y qué decisiones toman en su cotidianidad”. Tal vez la noche es nada y las conjeturas sobre ella nada y los seres que la viven nada, escribe Pizarnik. Y quizás, por eso mismo, la noche es el escenario propicio para que suceda todo.
Mariana Komiseroff (1984) nació en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires, y casi toda su literatura transcurre entre lo subjetivo y lo social, entre el conurbano bonaerense y la ciudad de Buenos Aires. Publicó los libros “Fósforos mojados” (Suburbano Ediciones, 2013), “De este lado del charco” (Conejos, 2015), “Una nena muy blanca” (Emecé, 2019) y “Györ. Cronograma de una ausencia” (Patronus, 2021). Creció en una villa, recibió una educación católica que pronto olvidó y tuvo un hijo a sus quince años. En una nota publicada en Mundos Íntimos de Clarín en 2015, Komiseroff escribió: “Victoria, una de mis psicólogas, dijo que no era casual que me embarazara luego del debut diabético de mi hermano, de 11, que se estaba llevando toda la atención. Los psicólogos son ahora lo que antes los curas: te liberan de responsabilidades tremendas o te implantan culpa donde antes solo había coincidencia”.
Devenir abortera y la actualización de los debates feministas
El insomnio es distinto cuando es compartido. Gran parte de “La enfermedad de la noche” transcurre puertas adentro del Congreso de la Nación mientras, afuera, medio millón de personas se movilizaban por un aborto legal en Argentina. Las escenas refieren al año 2018, cuando la ley pasó la barrera de Diputados pero encontró su resistencia final en Senadores. El aborto es un tema transversal en toda la vida de Komiseroff y estaba convencida de que ese debía ser el contexto de esta historia que tiene como epicentro al Congreso. “Tengo una relación con el aborto, primero como usuaria del aborto clandestino, después como socorrista, y finalmente como militante. Ese es mi devenir abortera”.
Pero desde 2018 hasta ahora, mucha agua ha pasado sobre el puente. A pesar de su convicción, tuvo que discutir con una agente literaria para convencerla de que debía ser esa ley y no otra la que actuara como contexto de la novela. “Lo hablé con Cristian Godoy y Tomás Downey, que son quienes revisan todo lo que publico y viceversa. Tomás estuvo de acuerdo con la agente, pero Cristian observó que escribo sobre el aborto desde mi primera publicación y que sería injusto que ahora, que hay una oleada de escritoras y escritores hablando de eso, yo no pueda hacerlo”.
Ese debate lo ganó Komiseroff, aunque siente que muchos otros se perdieron en el camino. “Últimamente, estoy pensando que las feministas nos equivocamos en muchos aspectos. Uno de ellos es el de pensar un sujeto político con características masculinas asociado al poder, con discursos masculinizantes. Es decir, existe cierta idea de que nos empoderamos por el lado de lo masculino. Yo me reconozco dentro de un movimiento que decía “pija violadora a la licuadora”, pero hoy pienso que ese discurso dejó fuera a muchas personas que no querían salir a dar muerte al macho, y que además fue puro bla bla. No matamos a ningún macho. Y la pistola que se gatilla, finalmente, gatilla a la cabeza de Cristina, no a la de Milei”.
“Las tortas se dividen en dos: las reinas y las llevabolsos”
Entre las páginas de la novela, una teoría emerge: según Jorge, el mundo se divide en dos tipos de lesbianas: las reinas y las llevabolsos. “La reina no puede saber qué necesita porque la llevabolso las satisface desde antes de que la reina pueda siquiera pensarlas. (…) Y las llevabolsos confundimos nuestras necesidades con la de la reina”, dice Jorge. La narradora pide derecho a réplica para quejarse: “Ah, re binario todo”, contesta.
En el prólogo de De este lado del charco, Ana Fornaro escribe sobre la literatura de Komiseroff: “La oralidad invade y le marca el ritmo a la narración. No es casual que la autora se dedique también al teatro: hay un oído fino”. Ese oído es el que plasma en la literatura algunos discursos del sentido común de nuestro tiempo, dando lugar a la irrupción del humor. “Yo soy cínica y eso se traslada a mi escritura”, asegura la autora. Y va más allá: “Yo quiero escuchar cómo hablan mis personajes, cuáles son sus muletillas. Tengo insomnio, así que por las noches pienso todo el tiempo en el personaje. Qué le dieron de comer por primera vez, su carta astral, y cómo habitan y hablan este mundo”.
Jorge es un personaje que podría gustarle a todo el mundo y que, al mismo tiempo, “es medio sorete”, dice Komiseroff. Un personaje contradictorio, sin etiquetas, que cuenta una situación particular a partir de su propia experiencia y de su manera de habitar el mundo.
“Es muy violento, también, que a ciertas lesbianas las traten de varón, por ejemplo, cuando entran a un baño de mujeres. O tuve un compañero trans sobre el cual había mucha invasión sobre ese cuerpo, algo que ocurría mucho antes de que transicionara. Era muy joven, así que yo tenía una sensación maternal y me volvía loca cada vez que eso pasaba, pero después de que transicionó los varones pusieron distancia, una suerte de respeto. No sé si hubiese pasado lo mismo si un compañero transicionaba a una mujer trans. En este sentido es que digo que no supimos defender a las feminidades como sí lo hacen las travas. Pero las feministas no”.
«Tenemos que garantizar que nos dejen vivir»
Cuando Komiseroff comenzó a circular su novela entre amigxs escritorxs, lo primero que le dijeron fue que el personaje de Jorge representaba la violencia queer. “Pero yo estoy enamoradísima de Jorge. Es un Frankenstein de mis novias y de mis novios varones trans”, asegura. El debate sobre violencia entre lesbianas, por ejemplo, es un debate que, para la autora, aún nos debemos.
“Me pasaron cosas re heavys y he perdido amigas feministas porque cuando la violencia es entre un varón cis y una mujer es evidente a quién hay que aislar, pero cuando es una violencia dentro de la comunidad, la respuesta parece ser otra. Incluso yo muchas veces no supe cómo actuar ante situaciones de violencia que sufrían amigas mías en sus vínculos disidentes. Amigas feministas. Ahora que parece que va a gobernar la derecha, estamos mucho más lejos de darnos ese debate. Primero tenemos que garantizar que nos dejen vivir”.
“La enfermedad de la noche” es una novela que se mete adentro de las entrañas del Estado para dejar al descubierto las insuficiencias de su aparato burocrático. Y lo hace desde una crítica a la salud pública. Hay, en los personajes, una búsqueda de un trabajo estatal en planta permanente, una idea de garantizar el laburo para toda la vida. Además de Jorge y de los compañeros varones cis con quienes debe pasar las noches, la narradora también debe cuidar a su hermano, quien sufre diabetes.
«El sistema burocrático genera un agotamiento»
“Determinadas enfermedades crónicas tienen sus leyes particulares. El Estado o la prepaga tiene que garantizar el 100% de la medicación para la persona diabética como las tiras reactivas y los aparatos de control, las lancetas. Eso es ley en Argentina hace un montón de años. Ahora está la ley de salud mental pero la medicación no entra. Sin embargo, sigue siendo difícil el acceso, aunque tengas el diagnóstico de irreversibilidad, y a esto se suma lo de constantemente ir a demostrar que estás enfermo/a, que tenés que volver a llevar los papeles, o que te hacen mal la receta. El sistema burocrático genera un agotamiento. Es parte del trabajo de cuidado invisibilizado que hacemos las mujeres, y es muy agotador”, explica.
Komiseroff se apura en señalar que no está de acuerdo con el achicamiento del Estado y que festeja estas leyes, pero que eso no garantiza el acceso a la salud. Para la autora, se trata de un trabajo aparte: además de trabajar para sobrevivir, debes trabajar para acompañar a una persona enferma o para conseguir su medicación.
“También quería mostrar cierta feminización de la enfermedad, porque los varones enfermos son feminizados o aniñados, y quería que el personaje del hermano fuera así. De hecho, en uno de los primeros capítulos, hay un tipo que se lo rapta en bici y la característica del personaje es que tenía el pelo largo, es decir que una lectura puede ser que el tipo lo confunde con una niña, y después, cuando lo recuperan, el padre se lo corta. El corte de pelo como un castigo”.
Entre la realidad y la ficción: los libros como guarida
El primer capítulo de “La enfermedad de la noche” enumera algunas pérdidas que sufre la narradora cuando se muda de Buenos Aires a La Pampa: la casa de sus viejos, el sillón arañado por los gatos, las bibliotecas, el basural de la esquina. También pierde a Jorge, la ansiedad y el insomnio. Ahora, Mariana Komiseroff se despierta todos los días en Toay, la ciudad que vio nacer a la poeta Olga Orozco. En octubre del año pasado, junto a su esposa Pilmaiquén, abrieron una librería-bar llamada Tinta y Tiempo, en donde además de vender libros organizan clubes de lectura y dan talleres literarios. A pesar de las similitudes, su personaje le lleva la delantera porque, a diferencia de ella, Komiseroff todavía no pudo deshacerse del insomnio.
“Las pérdidas que enumero en la novela son polémicas. No perdí una casa maravillosa sino una casa que se venía abajo, los perros viviendo afuera en un barrio muy pobre, y gané mucha tranquilidad, confianza en mi vida, el saber que hice un recorrido profesional con la literatura y que no necesito estar atada a un trabajo formal”, confiesa.
Los ritmos de La Pampa y de su nuevo trabajo ayudan mucho a su insomnio. “Es mi ritmo biológico, si duermo tarde es lógico que me levante tarde, y en Buenos Aires me castigaba mucho por esas cosas”. También sus vínculos se transformaron: “Yo creía que era amiga de todo el mundo, salía y me tomaba un vino con gente a la que me encontraba muy seguido, pero cuando me enfermé resultó que no era amiga de todo el mundo. Acá tengo menos amigos, pero son vínculos más firmes”.
«Las leyes se hacen en función de lo que sucede en CABA»
Las ficciones de Komiseroff nos advierten sobre ciertos testimonios domésticos, de época. “Vivencié situaciones terribles en el Congreso y eso me terminó de cagar la salud mental. No hubo ningún asesinato, pero sí hubo casos de pedofilia, aunque no mientras yo trabajaba, y hasta el día de hoy sigue habiendo mucha violencia de género”. Durante los años que duró la pandemia, Komiseroff iba y venía de La Pampa, donde vive su compañera, y cuando volvía a Buenos Aires se sentía mal. “Fue en marzo de 2021 que me estabilicé, quise recuperar mi vida en Buenos Aires. Estuve un mes, me anoté en el gimnasio, volví a trabajar, y todo fue un esfuerzo descomunal. El primero de marzo era la apertura de sesiones en el Congreso, tenía que estar ahí a las 8 am, y no pude. No pude hacerlo más”.
En Toay entendió, también, el verdadero significado de la federalización. “Aquí, el debate sobre el conurbano y CABA se actualiza. Para la gente de acá soy porteña y haber nacido en Don Torcuato no me brinda ninguna distinción. La federalización, que yo enunciaba para ser políticamente correcta, toma otro significado ahora que estoy lejos de Capital”. Alejarse da perspectiva y salta a la vista lo evidente: las leyes se hacen en función de lo que sucede en CABA, las coberturas mediáticas resaltan la militancia porteña, los problemas son los problemas de Capital. “Como si solo pudieran contarse nuestras luchas desde Buenos Aires”.
“La enfermedad de la noche” es el resultado de cinco años de escritura. Cinco años de convivir con conflictos internos hasta que pudo plasmarlo en la literatura y dejarlos ahí. “Es egoísmo puro”, asegura. “Lo hago por mí y solo por mí. No creo que la literatura vaya a salvar a nadie. Como mucho, dará un rato de ocio a alguien más”.
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