Elizabeth Duval: «Para las personas trans ha habido una gran carencia de referentes»

Además de escritora, es una referente LGBTQ+ desde sus 14 años y una voz crítica y lúcida de los movimientos identitarios.

9 de diciembre de 2022
Verónica Stewart
Edición: Ana Fornaro

A sus 22 años, Elizabeth Duval ha publicado un ensayo (Después de lo trans, 2021), un poemario (Excepción, 2020) y dos novelas (Reina, 2020 y Madrid será la tumba, 2021). La escritora española es la invitada internacional del Festival de Arte Queer. Además, es columnista y colaboradora en la TV de su país. Es una referente LGBTQ+ desde sus 14 años.

Desde que es famosa, Elizabeth Duval es Elizabeth Duval. A sus 13 años decidió salir del clóset como trans y fue a partir de los 14 que, distintos textos y apariciones mediáticas mediante, se convirtió en la referente LGBTQ+ que es hoy en España y en el mundo. Y aún así, el morbo es más fuerte. Duval le contará a Presentes que cuando busca su nombre en Google, salen varias sugerencias y una de ellas es “Elizabeth Duval antes”. No existe registro mediático de su vida pre-transición, y basta conversar un rato con ella para darse cuenta del poco sentido que tendría eso. Y es que Elizabeth Duval habla con la claridad y la certeza de quien siempre ha sabido quien es. Sabe que es una referente trans, pero también sabe que es mucho más que eso. Al fin y al cabo, a sus 13 años también empezó a escribir, y ese hallazgo también acabaría por atravesar su identidad. Sabe que la respuesta a la pregunta de quién es contiene multitudes, y hablará desde las decenas de filósofos y autores que la han acompañado en su joven pero prolífica trayectoria. Nos dirá: sí, soy trans, pero también soy todas estas cosas.

¿Cómo empezaste a escribir?

– Creo que la primera vez que escribí algo de escritura creativa debió ser en el colegio cuando tenía 12 o 13 años y nos pidieron que hiciéramos un poema tipo oda a la primavera. Luego por una cuestión generacional mi primera experiencia prosística o narrativa fue con fanfics de Harry Potter.

¿Cuándo te diste cuenta de que era eso lo que querías hacer?

– Cuanto más lo hacía, más me daba cuenta de que quería dedicarme profesionalmente a eso. Creo que no tuve tanto contacto con la figura del escritor o la escritora hasta mucho más tarde. No comprendía que eso podía ser una profesión o un trabajo. Para mí en ese momento los libros surgían un poco de la nada, por generación espontánea. Creo que se hizo más consciente con 14 o 15 años.

Empezaste a escribir muy de joven y te convertiste en una referente.

– Sí, y hay una especie de responsabilidad que te toca en la posición de referente, en torno a lo que haces, lo que dices, la imagen que transmites, que es complicada. No es una responsabilidad fácil. Le das vueltas y lo piensas todo. Intento que no me coarte, que no sea una especie de obstáculo o de bloqueo. Tampoco hago nada específico para ser reconocida. Si bien en redes sociales hay una sobredimensión del odio y comentarios negativos luego la gente en la vida real es absolutamente encantadora y muestra muchísimo amor y admiración; a veces es hasta extraño y quiero decir “por favor no me des tanto masaje a mi ego que me siento hasta incómoda.”

Hablás de tu responsabilidad como referente trans pero también de tu deseo de poder hablar desde otros lugares. ¿Cómo manejás el equilibrio entre esas dos cosas?

– Me siento mucho más cómoda con la calificación de activista. El activista, más allá de la figura marketizable de marca personal, tiene que tener un compromiso político, organizativo, cotidiano con aquello que se presupone que es su causa. Tiene que estar haciendo algo más allá de la aparición mediática. Tampoco puedo hacer nada con la figura de referente pues es algo que se te impone o se te da desde afuera, no que tú escojas. No se está escogiendo y escriba lo que escriba voy a seguir ocupando esa posición para mucha gente. Es complicadísimo pero me gusta más como apelación.

¿Vos sentís que vos tuviste referentes o modelos?

– Siempre he sido muy poco de venerar ídolos o referentes. Para las personas trans ha habido una gran carencia de referentes a lo largo del tiempo. Creo que dentro de la escritura o del campo literario, muchas veces mis referentes han sido más referentes lésbicos que referentes trans. He sentido muchísima más admiración e identificación con lo que podría hacer una Susan Sontag que con una figura dentro de lo trans, de los medios en general. Pero específicamente trans me cuesta encontrarlos de alguna manera. Por ejemplo, en España toda la atención que se le ha mostrado a la Veneno pero hay una distancia tan grande con su historia que no podría del todo.

Esa es otra de las cosas que decías en el ensayo, que es medio absurdo poner en una misma bolsa a un montón de gente con experiencias tan distintas.

– ¡Claro! En relación con Valeria Vegas, se la coloca con la Veneno como si fuera comparables sus experiencias cuando existen todos estos recovecos truculentos en la historia de la Veneno, con muchísima más violencia, muchísimo más dolor que experimenta.

¿Te parece que ahora hay más figuras que puedan hacer de referencia?

– Creo que sí y una relativa diversidad en relación con dónde están o de qué se están ocupando esas figuras. Sí que se ha abierto un poco el espectro de los modelos. También es importante que podamos dedicarnos a otra cosa que no sea lo trans. Que se puede escribir creativa y teóricamente sobre temas que no son lo trans. En mi caso también poder analizar políticas en la televisión española que no tengan nada que ver con lo trans.

En relación a la política en España, ¿cómo ves ahora la Ley Trans?

– La Ley está bien pero se ha generado un debate en torno a ella demasiado grande e intenso para lo que realmente hace la ley. Me parece que la regulación en la facilidad del cambio en los documentos administrativos del nombre y la mención de sexo es importante y ayuda a muchísima gente y sin embargo hay una distancia y una brecha muy grande entre lo que esa ley hace o quiere hacer (todavía no está aprobada) y lo que se dice de ella. En España todas las cuestiones que tienen que ver con hormonación, cirugía y tratamiento médico están reguladas por las autonomías porque las competencias de sanidad y educación están transferidas a las comunidades autónomas. La Ley estatal no puede modificar eso y sin embargo lo parece porque estamos hablando de un debate que tiene que ver con cirugías y hormonación. La Ley no hace tanto más allá de cambiar los documentos y es una cosa que más allá de los trámites administrativos tiene una importancia relativa. No es como para que una ex presidenta como Carmen Calvo diga que eso va a poner en cuestión la identidad de los 47 millones de españoles. Es un papel, no hay que establecer un culto de que las leyes pueden modificar casi como si fuera una metafísica los cimientos de la realidad en sí misma.

¿Es muy grande la distancia entre lo que está pretendiendo este nuevo marco legal y lo que sucede a nivel social en España?

– En 2018 era menor esa distancia. Ahora, el debate tiene que ver con una lucha política intestina entre partidos de izquierda porque el partido socialsta no acepta que otro partido, Podemos, tenga el Ministerio de Igualdad. Se ha aprovechado para provocar un conflicto que se ha inflado tanto y se ha reverberado tanto en los medios que ahora el clima mediático, político o social es mucho más hostil de lo que era hace un tiempo. Lo realmente triste es que hace seis años en España el Partido Popular, la derecha, podía firmar una Ley Trans. Ahora no, pero porque se han ido recategorizando esas posturas conforme el debate ha ocupado una especie de centro mediático. Hay que hacer una autocrítica por parte de la izquierda de cómo se ha defendido la ley. Se ha defendido la ley con argumentos muy básicos y sencillos. Se ha dicho, por ejemplo, que hay que defender la ley porque los derechos trans son derechos humanos. Me parece que esa apelación es super abstracta, en un contexto de derechos humanos que encima ni siquiera es que son particularmente respetados en muchas circunstancias y que además sirve para apelar a quienes ya están convencidos de que los derechos trans son derechos humanos, pero no genera ningún tipo de empatía que creo que sí es posible generar en un rango más amplio de la población. Creo que un error ha sido que comunicativamente se ha hablado más en términos de una lucha.

Quizás de forma más combativa que empática.

– Claro, quizás en un momento en el que había que intentar ser más empática que combativa porque sino acababas retrocediendo en tu posición poco a poco. Creo que ese repliegue genera cada vez un nicho más pequeñito y exige unos grados de pureza y de aceptación cada vez más grandes. Se vuelve muy peligroso. A largo plazo un repliegue muy grande condena a la irrelevancia porque al final nunca nadie es lo suficientemente puro.

¿Cómo te resultó el proceso de escribir tu novela, “Madrid será la tumba”?

– Fue bastante divertido. Me interesaba tratar ciertos temas, en este caso extrema derecha, pero de tal forma que no hubiera una especie de aseveración, de moralina externa al texto que yo pudiera imponer sino que en todo caso la moral estuviera presente en los mecanismos narrativos propios de la novela. Que fuera del lector y no mío, de cómo se lee e interpreta. No se trata de una novela equidistante o que diga que los dos extremos son iguales pero no lo ves porque el narrador lo declare sino porque los sucesos que acontecen y los mecanismos de la narración hacen imposible esa lectura. La novela conduce de una manera muy concreta. Me encerré un mes para escribirla y me dejé ser mentalmente colonizada por el facismo y eso estuvo divertido. Pienso en la frase de Foucault que habla del facista que todos llevamos dentro; es cuestión de darle rienda suelta para que no aparezca en otros sitios. La escritura permite una suerte de expurgarse de las malas pasiones.

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