La Legislatura de Buenos Aires declaró al ciclo radial «No se puede vivir del amor» de interés para la Comunicación

“No se puede vivir del amor es una fuerza colectiva declinada en miles de combates cotidianos" dijo Franco Torchia, conductor de este ciclo emblemático de la diversidad, al recibir la distinción en la Legislatura. Compartimos sus palabras.

2 de noviembre de 2022
Franco Torchia
Gentileza Dirección General de Prensa y Difusión de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires
Edición: María Eugenia Ludueña

CIUDAD DE BUENOS AIRES, Argentina. El programa de radio «No se puede vivir del amor”, conducido por Franco Torchia desde hace más de 10 años en la radio pública de la Ciudad de Buenos Aires, fue declarado por la Legislatura «de Interés para la Comunicación Social y la Cultura».

Desde Presentes celebramos el reconocimiento a este espacio emblemático de la diversidad, donde semanalmente participamos con un panorama de noticias de la diversidad en América Latina. Y compartimos las palabras pronunciadas por Franco Torchia ayer en el acto donde recibió la distinción.

No se puede vivir del amor, el programa de radio que encabezo desde hace una década, recibe este valiosísimo reconocimiento. Al tomarlo, pienso en cuán multitudinaria es siempre una individualidad; cuán imperceptibles pueden ser las tribunas de cada nombre propio; cuán facetadas e incapturables son las personalidades que activan cambios.

 Del maremagnum de individualidades multitudinarias, del corazón de un nombre propio tan identificable como masivo, quiero destacar en mi formación y deformación como comunicador al frente de “No se puede vivir del amor” por la radio pública de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el saber hacer y el saber deshacerse de la experiencia travesti-trans.

Mucho más que diez años de radio

Franco Torchia, ayer al recibir la distinción en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

De estos diez años de emisiones, fue a partir de la profundización en las existencias ultraviolentadas de travestis y personas trans que este ciclo que hoy el Poder Legislativo porteño destaca, adquirió un carácter definitivo: el temperamento furioso inherente a las subjetividades que en palabras de la filósofa argentina María Lugones son “liminales”, permanecen en la entrada y resisten la expulsión, confinadas al umbral de los espacios y hacedoras, allí, de sentidos oblicuos.

Es esta lección travesti-trans, dispersa en manuales sin tapa ni firma única, la que hacia el comienzo de este programa de radio marcó su tono. Fueron las personas trans y las travestis -aunque no solamente- las que acudieron a él en busca de trabajo formal, sí; de protección social, también. Pero sobre todo, en busca de un altoparlante. En el umbral destemplado y sub-republicano que habitan, ellas transformaron esta emisión en un bramido con antena poderosa y dial infinito. A quienes hacemos “No se puede vivir del amor”, las personas trans y las travestis nos enseñaron a pensar, a sentir y a expandir los límites de lo audible a buena parte de la región y el continente. Si este programa es conocido -como lo es- en Hispanoamérica, hoy prefiero decir que es en virtud de ellas, que lo supieron propio y lo convirtieron en vozarrón.

  ¿Por qué ellas, ante todo y sobre todos? Acudo a ellas para sintetizar en su nombre, el nombre propio multitudinario que cité antes. Ellas son todas y cada una de las identidades que se reconocen transitorias e insurgentes, como las del maricón al que su padre hubiera preferido “machazo”, como la lesbiana a la que todavía violan para transformar en “mujer”. En resumen, ellas son quienes aún se espera que no sobrevivan. 

No hay una identidad definitiva

No hay una orientación sexual estática. No hay fijeza ni existe un solo carnet. Hay, sí, injusticia desatada y plenamente vigente. Hubo, sí, una democracia que recién llegó en 2012 para las travestis y trans, como siempre apunta la activista María Belén Correa. Y hay, como sostiene otra filósofa argentina descomunal, Diana Maffía, derechos humanos plebiscitados, puestos a prueba como humanos y como derechos. Los derechos humanos no se plebiscitan y ninguna persona es plebiscitable. Las personas LGBTIQ+ no somos personas hasta nuevo aviso, o hasta que logre demostrarse. 

 Del conjunto de vidas plebiscitadas, vidas amputadas que encuentran en nuestro trabajo al aire una amplificación del dolor, recuerdo ahora la medianoche en la que Praxedes Candelmo Correa llegó al estudio con su título de enfermera y su promedio altísimo. Sobreviviente de una violación tan privada como pública -la que durante su infancia perpetró contra ella el técnico de fútbol masculino Héctor “El Bambino Veira”- Candelmo estaba sin trabajo y sin justicia. Veira, en cambio, seguía contando anécdotas rentadas por la TV. Hoy, Praxedes es enfermera en el Hospital Argerich y hoy Praxedes llegó con sus reclamos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Eso es “No se puede vivir del amor”, esa es la lección travesti-trans. Yo soy discípulo de su dictado. Tomé nota y empecé a reconocerme en esos itinerarios vitales. “No se puede vivir del amor” es una fuerza colectiva declinada en miles de combates cotidianos.

Otra medianoche, ví entrar a Diana Zurco, a quien habíamos invitado por ser la primera locutora trans recibida en el país. Diana estaba buscando trabajo y Diana encontró así trabajo en LaOnceDiez. Diana, hoy, conduce además el noticiero central de la Televisión Pública Argentina. Esa es la lección travesti-trans y esto es “No se puede vivir del amor”: una fuerza colectiva declinada en miles de combates cotidianos.

Periodismo de escenas sublevadas

A lo largo de estos diez años, por lo menos una medianoche de cada uno de estos diez años, Gabriel Gersbasch visitó el ciclo y recapituló el crimen homoodiante contra su novio, Octavio Romero, que tras anunciar en 2011 en la Prefectura Naval Argentina, donde trabajaba, que se iba a casar, apareció asesinado en Costanera Norte. En el Río de la Plata, sí. En la mismísima jurisdicción de la Prefectura.

No hubo un solo año en que nuestro programa no dedique numerosas horas a exigirle al Poder Judicial y al Estado la administración de justicia primordial en torno a una causa sepultada. Hoy, once años después, el Estado argentino asumió su responsabilidad ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Octavio y Gaby serán por fin protagonistas de un repertorio de acciones simbólicas reparatorias. Esto es “No se puede vivir del amor”: una fuerza colectiva declinada en miles de combates cotidianos.

Despidos por vivir con VIH, faltantes de medicación antirretroviral, ataques homoodiantes, bifobia desatada, travesticidios y transfemicidios cada vez, toda vez. El lesboodio palpitante y a la orden de cada día. La tortura oficiliazada a la que el sistema médico sigue sometiendo a las personas intersex. Los grados alarmantes de violencia institucional; la incesante represión policial, los abusos sexuales en las infancias y en las adolescencias, como los que por primera vez contó en el programa Rufino Varela y animó así a muchas víctimas de sacerdotes del colegio Cardenal Newman. Esto es “No se puede vivir del amor”: una fuerza colectiva declinada en miles de combates cotidianos.

 Claro que no solo es mortuoria nuestra materia prima periodística. Han sido estos años, años de cobertura sobre el ocio, la socialización, la nocturnidad, los parrandeos, las estéticas, la música y una producción cultural desbordante.  No se podía vivir sin escenas propias y esas escenas sublevadas que vimos crecer considerablemente este tiempo son nuestra agenda. Nuestro periodismo de investigación también fue y es un periodismo que investiga las imágenes, los sonidos, las letras, la indumentaria y las pistas más o menos indelebles que dejan los alaridos lanzados en pos de una contra-normalidad.

Armar a pesar del desarme

Si hay algo que estructura las vidas de las personas LGBTIQ+ es que, en general, todavía hoy no se espera que sobrevivamos tal cual somos. En todo caso, sí que lo hagamos siendo diferentes. A menudo, la impugnación familiar -vivimos en un país, en una ciudad, en una región en la que la familia puede ser todavía una institución del Estado homofóbica completamente impune- la impugnación, entonces, hacia nuestros modos e identidad dejó de ser no existir y pasó a ser “existir, sí, pero diferentes a cómo existimos”.

Esa es la “anomalía” y es en ese contexto que no dejan de llamarme positivamente la atención los miles de emprendimientos deportivos, comerciales, turísticos, artísticos, de indumentaria, de cooperativismo, de fiestas y de apoyo y cuidado que las personas a las que todavía hoy las familias, las escuelas, las iglesias, los amigos y los medios de comunicación tradicionales les sugieren que podrían ser diferentes, arman. Armar a pesar del desarme. Cuando la sugerencia, la injuria, el mensaje más o menos explícito no es dejar de ser sino ser diferentes, y a pesar de él, las personas resisten, hay un dolor poderoso y una deserción reconstitutiva. A diario, quienes desde la política, el periodismo, la educación, la salud y el espacio público esperan que seamos diferentes, ven pasar nuestros artefactos. Lo que somos capaces de hacer con lo que siguen haciendo de nosotres. 

En el medio: las vidas

En el medio, las vidas. Las vidas de quienes toman el aire y nos cuentan sus recorridos. Vidas porteñas, federales, continentales. Todas las vidas de gays, lesbianas, bisexuales, intersexuales, no binarios, travestis, asexuales y trans. El desacato corporal y las contiendas contra el gordoodio, el capacitismo y la violencia racial. Las contiendas contra el hambre. Los amores imposibles, las bodas, los secretos. Si hay un núcleo al que vuelvo veloz cada vez que puedo, es al de la mera narración de una vida de una persona LGBTIQ+. No hay nada más vigoroso, ilustrativo y sobrenatural que la vida de una persona instada a ser “diferente” siendo como es.  Esto es “No se puede vivir del amor”: una fuerza colectiva declinada en miles de combates cotidianos.

Desde el día cero, el programa ubicó a la memoria, a la voluntad de hacer memoria, desarchivar documentos y elevar el volumen de les referentes del pasado disidente, en la cima de sus objetivos. En esta década, el programa construyó un archivo que propongo conservar como fuente básica. Si esta audición es en efecto una política pública, su archivo tiene un valor que considero desproporcionado, casi intangible. De borraduras, omisiones y supuesta insignificancia están hechas nuestras vidas. Invito al poder político a revertir esa constante histórica y conservar nuestras conversaciones, momentos e intercambios. Propongo hacer historia con nuestras historias. 

Las voces intelectuales y activistas que desembarcaron y desembarcan en  “No se puede vivir amor” -algunas pocas, reunidas en el libro que el ciclo editó en 2019, Orgullo y barullo merecen un agradecimiento especial de mi parte. Con una admiración de alumno ideal, cada intelectual y cada activista que acude al ciclo trastorna mis ideas y logra excitarme. Confieso que le he dado cierre a algunas entrevistas con llanto en mi cara y renovada ansiedad. 

El mundo llama “diversidad sexual” a su lisura forzada. El mundo es rugoso y es diverso siempre. No hay personas lisas y lo real y asombrosamente uniforme es la crueldad. ¿Que revierte, también, esa crueldad? Entre otras implicancias, declarar nuestro ciclo de Interés para la Comunicación Social significa que interesamos. Y si nuestras vidas entonces interesan, ojalá interese cada vez más nuestro periodismo, tan minorizado, tan desplazado del centro de los temarios y las incumbencias. Y tan desplazado de los apoyos financieros. 

Comunicación y derechos humanos

El periodismo especializado en diversidad sexual es -por si hace falta subrayarlo- un periodismo especializado en derechos humanos. No obstante, frente al periodismo de la política partidaria, frente al periodismo de la economía y al del fútbol masculino, termina arrinconado, como si se tratara de una manifestación pública menor. Minoritaria, indiscutiblemente minoritaria, es la creencia de que los intereses públicos son el valor del dólar, el internismo político-partidario y los goles de un clásico local o de un mundial que -de paso- celebra este año la grandilocuencia de un Estado que legalmente persigue, sanciona y arresta a personas LGBTIQ+ como el Estado de Qatar. 

A cada uno de los columnistas, operadores y operadoras, locutores y locutores que nos han acompañado todo este tiempo y nos acompañan hoy, ¡¡¡gracias!!! Visten aún más nuestra labor y siempre demostraron estar muy al tanto, sensiblemente al tanto de nuestros fines. ¡¡¡Infinitas gracias Agencia Presentes, Maru Ludueña, Ana Fornaro y equipo por  robustecer nuestro espacio con vuestra columna  desde hace más de 5 años!!!

   Hijo directo de inmigrante italiano, fugado a sus doce años de un posguerra impiadosa y hambreadora, creo que de pequeño quise estabilizar la lengua paterna, mezcolanza de dialecto calabrés y castellano ensenadense; y ya que a mi padre, en esta tierra, le había tocado un hijo así de torcido, maricón a pesar de su flequillo y su chomba deportiva, empecé a hablar solo con un grabador roto y un micrófono sin volumen. Muchos años más tarde, pude entender que la imperfección de su habla y la deformidad de su escritura, son tan imperfectas, tan deformes, tan disparatadas y encantadoramente anormales como nuestras existencias, la de todes les que amenazamos así a la industria clasificadora.

  Quiero reconocer, con este reconocimiento encima, al lenguaje. De chico me decían “Charlatán”, creo que porque hacía trampa con las palabras. Las usaba demasiado. Formo parte de un sector de la población a la que el lenguaje no le alcanza. 

 Ninguna palabra nos podrá atrapar. 

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