Contra el homonacionalismo: solidaridad con Palestina

"Nunca dejaremos que nuestra historia y nuestro Orgullo sirvan para justificar el sufrimiento de otros", escribe Raúl Caporal. A propósito de Palestina y desde la experiencia de Casa Frida con personas LGBTIQ refugiadas.

CIUDAD DE MÉXICO. En 2007, la académica Jasbir K. Puar introdujo el concepto de homonacionalismo (acrónimo de homosexualidad y nacionalismo) en su libro Terrorist Assemblages: Homonationalism in QueerTimes. Lo usaba para explicar cómo algunos Estados integran de manera parcial a ciertos sectores de la comunidad LGBTIQ+ dentro de un proyecto nacional. Lo hacen presentándose como prueba de modernidad y democracia, frente a “otros” pueblos supuestamente “atrasados”, bárbaros o incompatibles con la diversidad sexual y de género.

Este mecanismo no es inocente: convierte nuestras identidades en herramientas para legitimar políticas racistas, militaristas y coloniales. Bajo esta lógica, se nos dice: “Eres bienvenido en la nación. Siempre y cuando adoptes sus enemigos como los tuyos”. Es un trato condicionado, que transforma nuestras luchas en propaganda. Y nos obliga a elegir entre nuestra propia dignidad o la solidaridad con otros pueblos oprimidos.

Si miramos con atención, el homo-nacionalismo no se limita al caso de Israel y Palestina, donde se ha utilizado el discurso de los derechos LGBTIQ+ para encubrir la violencia de la ocupación y el apartheid bajo la estrategia del pinkwashing. También en México lo vemos operar. En ambos países se nos repite la narrativa de que “ya hemos avanzado mucho” y que ahora nuestra tarea es cuidar ese supuesto progreso manteniendo la lealtad al proyecto nacional.

Se nos empuja a pensar que nuestra seguridad depende de reproducir fronteras, de desconfiar del extranjero, del migrante o del refugiado, incluso cuando esa persona también es LGBTIQ+ y huye precisamente de la violencia que conocemos en experiencia propia.

El ejemplo más claro de este uso lo vimos recientemente durante el mes del Orgullo. Israel, a través de sus representaciones diplomáticas en varios países, invitó a activistas LGBTIQ+ del mundo a visitar Tel Aviv y participar en la marcha. El objetivo era mostrar, mediante el prestigio y los capitales sociales de estas personas, que Israel es un Estado “amigable con la diversidad sexual”, buscando legitimarse así como bastión de democracia y libertad en la región arabe. En ésa ocasión no resultó su hazaña propagandística, pues ese día una gran ofensiva de Irán obligó a suspender actividades y mantener en estado de alerta a la población local y devolver a sus invitados a casa.

También se nos tachó de indeseables

En México, esta lógica ha servido para desanimar a nuestra propia comunidad de solidarizarse con personas LGBTIQ+ refugiadas. Se nos siembra la idea de que son “aprovechados”, que “no vienen a sumar”, o que “traen consigo culturas homofóbicas”. Ese discurso busca hacernos olvidar que también a nosotres, en nuestra historia, se nos tachó de amenaza para la nación, de infiltrados, de indeseables. Es el mismo prejuicio con otro disfraz, incluso hoy aún son pocas las organizaciones que incluyen la defensa explícita de las personas LGBTIQ migrantes y desplazadas como parte de sus agendas. ¿Por qué?

El homo-nacionalismo no solo es una teoría: es una práctica concreta que amenaza con robarnos algo fundamental. Nos arrebata la empatía, nos aísla, nos convence de que la liberación es un asunto individual de “ganar derechos” en lugar de una tarea colectiva de construir comunidades seguras para todas las personas. Al hacerlo, erosiona la raíz misma de lo que ha sido nuestra fuerza: la solidaridad.

Nuestro Orgullo no fue un regalo del poder

Como población y comunidad LGBTIQ+ sabemos que nuestra historia dibujada de Orgullo no fue jamás un regalo del poder. Fue el resultado de organizarnos, de desobedecer, de tender la mano a quien más lo necesitaba. Nada de lo que hoy celebramos habría sido posible si hubiéramos aceptado la condición de callar frente a la violencia del Estado o si hubiéramos renunciado a la solidaridad entre nosotres. Por eso, afirmo: Nuestro Orgullo nunca será usado como bandera para justificar guerras, ocupaciones ni bloqueos. Nuestra bandera multicolor jamás podrá ondear sobre el sufrimiento y los escombros de otros pueblos.

Lo digo también desde la experiencia concreta. En Casa Frida, el refugio LGBTIQ+ que fundamos en 2020, hemos recibido a personas desplazadas internas, migrantes y refugiadas que llegan huyendo de violencias insoportables. Hemos escuchado sus historias de miedo, de exilio, de desarraigo. Y también hemos visto cómo, cuando se encuentran con solidaridad y cuidado, esas mismas personas recuperan su dignidad y su fuerza, dinamizando y contribuyendo a nuestra nación.

Otra forma de relacionarnos es posible

Casa Frida es la prueba de que otra forma de relacionarnos es posible: que lejos de cerrarnos en fronteras o reproducir narrativas de exclusión, podemos tejer comunidad desde el reconocimiento y la empatía.

Cuando defiendo la vida del pueblo palestino, no lo hago a pesar de ser gay o activista LGBTIQ+: lo hago precisamente porque lo soy. Porque mi identidad y mi historia me han enseñado a no aceptar narrativas que convierten el miedo en excusa para justificar violencia. Porque sé que nadie es libre si no lo somos todes.

Nuestro Orgullo está hecho de memoria, resistencia y ternura radical. Y no hay mayor traición a ese Orgullo que permitir que sea utilizado para legitimar guerras. Hoy, frente al dolor de Palestina y frente al dolor de cada persona LGBTIQ+ que se ve forzada a huir de su hogar, quiero reafirmarlo: Nunca dejaremos que nuestra historia y nuestro Orgullo sirvan para justificar el sufrimiento de otros. Nuestro Orgullo es, y siempre será, sinónimo de solidaridad y de libertad compartida.

Raúl Caporal es presidente de Consejo para Casa Frida. Abogado y consultor en DDHH y protección a Defensores DDHH

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