La Navidad de las travas y trans: relato de un abrazo
Viviana González, egresada del Bachillerato popular trans Mocha Celis y estudiante de literatura, escribe este relato sobre la Navidad de las travas.
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Señorita, señorita despiértese por favor; le decía el doctor del hospital a la Yuli, mientras le presionaba levemente el hombro derecho. Ella hacía minutos se había quedado profundamente dormida en una silla, en sala de internación al lado de la cama de la Nancy. En sus oídos sonaban los temas de Madonna; ella misma los había grabado en el cassette. La música pasaba como por un puente del auricular blanco que prendía de su walkman rojo. El abrupto despertar le hizo entrar en un estado reiterado de alerta.
– Necesitamos pasar a su amiga a terapia intensiva para mantenerla monitoreada continuó el doctor.
–¿Pasó algo?– preguntó la Yuli.
–Su estado de salud se agravó, respondió él–. Le sugiero que usted vaya a su casa a descansar. Los pacientes de terapia sólo son atendidos por médicos, y ya no hay mucho que usted pueda hacer
–¿Pero ella va estar bien?–interrumpió la Yuli mientras intentaba terminar de despertarse refregándose el puño sobre uno de sus ojos.
El doctor le explicó que, dado al alto grado de infección que venía sufriendo durante semanas la paciente, había derivado en un diagnóstico de septicemia. Y le anticipó que los pronósticos no eran para nada alentadores. Así vez le recomendó que no se retirara sin dejarles un número de teléfono para mantenerse comunicados. Terminó de decir esto último y se fue.
Generalmente, este tipo de consecuencias son provocadas por antiguas aplicaciones de silicona líquida.
Tanto la Yuli como las otras compañeras de Nancy conocían muy bien estas patologías, muy comunes en las travas. Este tipo de dolencias físicas, las travas más aguerridas, las tienen lo suficientemente entrenadas para poder sobrellevarlas.
Con la noticia de la poca salud de la Nancy, la Yuli quedaba quebrada y conmovida. Así como pasa el viento por las memorias de la Yuli, así pasaban los recuerdos. Así como van años en el tiempo, así su compañera de rutas se estaba yendo.
Yuli miró fijamente a la cara de Nancy y atravesando el cristal caliente y húmedo de sus propias lágrimas, dejó que su mirada agonizara sobre los ojos convalecientes de la Nancy. Los ojos de la Nancy decían mucho sin pronunciar ni una sola palabra. Fue entonces cuando Yuli, quien sí podía hablar, pronunció las únicas palabras que gambeteaban y huían de una inaceptable despedida.
–No llores amiga– dijo la Yuli–. Todo va a salir bien. Tragaba saliva mientras lo decía.
–Hoy ya es 24 de diciembre, ¿sabías? –continuó–. Es cierto que no es lo mismo cuando una no está, aunque la noche se llene de fuegos artificiales, seguramente entre las chicas de la zona va haber mucho silencio. Todas te vamos a extrañar, pero quédate tranquila que si esta noche pinta algo de escabio, vamos a brindar y lo primero que vamos a pedir es por tu pronta recuperación.
La Yuli intentaba con su frágil optimismo darle esperanzas a quien ya las había perdido.
–Ahora me tengo que ir– dijo la Yuli. El doctor dijo que te van a cambiar de habitación para darte una mejor atención. Parece que en este lugar los doctores tienen mejor onda que los otros hospitales que recorrimos.
La Yuli lo decía mientras forzadamente procuraba sonreír para ocultar tanta zozobra.
–Te aseguro que mañana me tenés acá sin falta y les voy a decir a las chicas que vengan también conmigo. Ellas hace días que te quieren visitar. Les voy decir que vengan sin miedos. Y les voy a contar que acá a las travas nos tratan bien, como personas de verdad. Se van aponer contentas cuando les cuente que acá no existe desamparo ni desamor . Por fin dimos con un buen lugar donde se preocupan por nosotras. De seguro que después todas van a querer venir atenderse en este hospital.
Sonreía entre sollozos estado de congoja; emociones lo suficientemente fuertes, de esas que aprietan como un nudo en la garganta.
La Yuli respiró profundo y con una gran bocanada de aire que llevó hasta sus pulmones, retomó.
–Ahora me voy para el hotel, ¿sabés?. Necesito pegarme un baño y cambiarme para ir a trabajar. Bueno, eso si logro entrar sin cruzarme a Eva, la encargada. Hace varios días me viene corriendo por la plata de alquiler de la habitación y vos sabes cómo es. Solo Dios sabe que yo le quiero pagar, pero no puedo juntar la puta plata. Y cada día se agranda más la cuenta. Viste cómo es esto. Los fines de año, siempre es la misma mierda, nunca hay un peso, la mayoría de los clientes, por lo menos los que tienen plata, son justamente los que se van con sus familias de vacaciones y la zona termina por ser un desierto. Los chongos que se quedan a dar vueltas son los mismos garroneros de siempre. Viste cómo es el teje, solo van a buscar cocó y a alguna de las chicas que se cope de onda. Y nosotras de llevar plata pa’ la casa ni hablar.
La Yuli no paraba de hablar
La opacidad de la mirada perdida de la Nancy; aunque parecía no entender, asemejaba viajar lentamente por cada una de las palabras que hilaba la Yuli. A ella los nervios la llevaban a tropezar entre sus propias palabras , aunque por dentro peregrinaban las lágrimas resignadas, aceptando la más cruel y dura realidad.
La Yuli tocó su cartera y de allí extrajo una estampita del sagrado corazón de Jesús. Se apoyó suavemente sobre la cama y se acostó al lado de su amiga con el simple propósito de tomarla de la mano y abrazarla. Un sinónimo: estoy aquí con vos y no te dejo ir. Así permaneció un largo tiempo hasta que finalmente, en ese infinito abrazo, la Nancy cerró sus ojos hasta nunca más. Mientras en sus oídos se llevaba las últimas palabras que escuchó de la Yuli, las de despedida.
– No preguntes por qué , pero aunque estemos un poco tristes, toma mi mano que yo voy a sostener la tuya hasta que vos estés lista para soltarla.
No pasaron más que unos pocos minutos hasta que la Nancy comenzó a perder la fuerza en su mano –la Yuli ahogada en la pena de ese final infinito terminó por despedirla diciendo: “Tranquila compañera que yo voy a estar bien. vete en paz y descansa. Ve a cielo amiga mía. Ve con Dios y vive por fin, por mí, por vos y por todas las que quedamos; una muy y feliz navidad.
En ocasiones para las travas, los abrazos de despedidas, dejan heridas tan profundas que ni miles de Navidades son capaces de cicatrizar.
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