Quiénes fueron les pioneres en hablar del trabajo doméstico como "trabajo invisible"
"Desde la Cuba revolucionaria Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin", un ensayo de Mabel Belucci y Emmanuel Them
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He disfrutado con la lectura y reflexión sobre esta obra de Mabel
Bellucci y Emmanuel Theumer en torno al pensamiento feministamarxista
de Isabel Larguía y John Dumoulin, por muchas razones.
Indudablemente por reconocer en sus páginas la vocación de Mabel
de rescatar, en forma vital y sugerente, la memoria de los aportes
teóricos y las luchas feministas de América Latina, a la que ahora se
une Emmanuel. Por ofrecernos el retorno del pensamiento de Isabel
y John como un acto de justicia intelectual a una obra precursora en
los inicios de la teoría feminista de América Latina. Es más, ha sido
emocionante porque lo hacen desde una peculiar recuperación de los
diferentes entresijos de la memoria histórica de una época de gran significado que para mi generación y otras venideras tuvo la revolución
cubana. Nos ofrece también otras dimensiones de la vida de Isabel que
no eran conocidas. Pionera en evidenciar la problemática del trabajo
doméstico, pero también pionera y audaz en otros campos: cineasta,
historiadora, filosofa marxista leninista, guerrillera de la revolución e
internacionalista en sus conexiones (Guinea Bissau, Nicaragua).
Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de
Isabel Larguía y John Dumoulin nos ofrece las cualidades humanas de
ambos personajes: Ella, alborotada, brillante, audaz, él, sensato, austero,
criterioso, con una masculinidad no machista. Una dupla complementaria. A la vez, este libro nos demuestra cómo algunos aspectos
de la vida personal de Isabel también hacen eco de lo que fueron
muchas de las experiencias que llevaron a las mujeres a desarrollar su
“instinto” feminista: la presencia de otras cercanas, activas y emancipadas,
generalmente del entorno familiar que ya habían ganado una
cuota de libertad. En Isabel fue su tía, Susana Larguía, fundadora en
1936, de la histórica Unión de Mujeres de Argentina (UMA). En mi
caso, fueron las dos hermanas de mi madre que llegaron desde otra región
del país a estudiar a Lima. También el fogueo de discriminación
y exclusión que atravesó en Francia, cuando por ser mujer estuvo a
punto de perder su ingreso como estudiante a la academia de cine y
otras discriminaciones vividas en Cuba.
Este libro construye una historia que contiene muchas historias,
no solo del proceso cubano sino también diversas perspectivas de ese
período en América Latina. Las entrevistas a tantos personajes que
estuvieron alrededor de la vida de Isabel, uno de ellos el que fuera su
esposo, John Dumoulin, hace que la memoria se comience a poblar
de datos, recursos, procesos vividos en esos mismos años. La construcción
ambivalente de un movimiento, el feminista, los temas claves
que recién comenzábamos a pensar, a imaginar y a descubrir. Cuba
también fue parte, a través de la Federación de Mujeres Cubanas
(FMC), inicialmente en las preparatorias de las Conferencias Regionales
organizadas por la CEPAL, y a posteriori, en la participación
de algunos de los Encuentros Feministas Latinocaribeños. Se negoció
con la Federación para introducir propuestas de avanzada en los
documentos oficiales de las Conferencias donde ésta era delegación
oficial. Sin embargo, la última voz era la de su presidenta Vilma Espin.
Fue justo en la Conferencia Regional preparatoria a la III Conferencia
Mundial de la Mujer (1985), a realizarse en Nairobi y organizada
en Cuba, donde tuve el privilegio de conocer a Isabel Larguía,
como bien se recoge en este libro. De ella aprendí que la revolución
feminista era la revolución más importante del siglo XX. Pero, como
subrayaba, es también la revolución más larga.
El trabajo doméstico ha sido, y es, una cuestión central en las
reflexiones de la teoría feminista porque es sustento de la división sexual
del trabajo y su existencia no reconocida devalúa la condición de
las trabajadoras. Esta premisa, aún incipiente, dio un salto cualitativo
con la obra Por un feminismo científico de Isabel Larguía y John
Dumoulin a fines de los 60. Fueron adelantados por el lugar geopolítico,
un país socialista en América Latina. Y como señala Mabel y
Emmanuel, desde Cuba trataron de responder al bache teórico que el
marxismo arrastraba con las mujeres. En suma, es una obra que no
surgió en el Norte y fue original si consideramos que los aportes de las feministas italianas, Mariarosa Dalla Costa y Silvia Federici, fueron
posteriores.
Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra
de Isabel Larguía y John Dumoulin es una obra escrita por Bellucci y
Theumer pero narrada junto a muchas personalidades históricas. Es
un gusto leerlos, porque es también una vuelta en el tiempo, en la memoria
de nuestros primeros descubrimientos, en todo lo que, a pesar
de las dificultades, logramos avanzar. Este libro nos ofrece también
luces sobre el incipiente entorno feminista que se estaba formando
en América Latina. Isabel estaba en conexión con las feministas más
reflexivas y teóricas de ese período: Teresita de Barbieri, la histórica
revista Fem de México, las también históricas Elena Urrutia, Tutuna
Mercado y Alaide Foppa. Asimismo, su pertenencia a Mujeres por un
Desarrollo Alternativo para una Nueva Era (DAWN, por sus siglas en
inglés) orientada a analizar y denunciar los efectos que el capitalismo
neoliberal, colonial y patriarcal inciden sobre las vidas de las mujeres.
Participé en los inicios de DAWN y fue valioso contar con Isabel, Gita
Sen de la India y Zita Montes de Oca, respetada y querida por muchas,
también argentina. De esta forma, Bellucci y Theumer recuperan la
memoria de los inicios feministas en la región, siendo pioneros en
producción analítica, en publicaciones, en organización los feminismos
argentinos y mexicanos.
Ambos autores consideran que el ensayo de Larguía-Dumoulin
es el primer intento de despatriarcalizar el marxismo pero también
de problematizar el feminismo desde una mirada anticapitalista. Precisamente, desde Cuba ofrecieron un impecable análisis del significado
económico y político del trabajo doméstico de las mujeres al instaurar,
por vez primera, el término teórico de “trabajo invisible” para
aludir a la reproducción de la fuerza de trabajo que ellas plasman en
la esfera hogareña y que es considerado no trabajo. Sin salirse del esquema
marxista, afirmaban claramente que el socialismo –la sociedad
sin clases, que augura el socialismo – no sería posible sin resolver la
contradicción entre trabajo doméstico y remunerado. Entendían que
esta lucha por dar su valor económico y su contribución a la plusvalía,
acercaba las contiendas de las mujeres a las de la clase obrera (aunque
esa clase obrera tardó mucho, y aun tarda, en reconocer ese valor del
trabajo reproductivo de las mismas). Cuba fue su campo de análisis y de experiencia vivida. Buscaron deshilvanar las contradicciones y digresiones alrededor de la mujer trabajadora y la revolución. Una revolución que hicieron suya, al mismo tiempo que orientaban sus análisis hacia la modificación de lo que veían como los aspectos patriarcales del proceso: romper con el biologismo, con el paternalismo, seguir considerando la clase como el principal motor de la historia. Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin dilucida cómo este ensayo abrió el campo de batallas feministas con su acertada crítica a los estereotipos sexistas e inferiorizantes. Comprometidos
con la revolución, elaboraron un pensamiento crítico en relación a las
políticas laborales hacia las mujeres, señalando los rezagos patriarcales
en el transcurso transformador que colocaba la misma. Para Isabel
y John, las diferencias entre la construcción del socialismo y lo que
sucedía en el capitalismo era clara: un sistema que mantenía incuestionada
la doble jornada de trabajo y la invisibilización de su valía
económica no podía darse también en la Cuba socialista. Y si bien celebraban
sus avances en otorgar derechos civiles, políticos, e incluso
sexuales, alertaban que estas conquistas no habían abierto espacios
para un cuestionamiento de la supremacía viril y heteropatriarcal,
tanto en lo público como en lo privado. Estas tensiones no eran solo
de la isla. Se expresaba claramente en las corrientes de izquierda y sus
partidos y la relación de reconocimiento de las agendas feministas en
América Latina. Y eso tiene larga historia en la región. Las feministas
de mi generación veníamos, mayoritariamente, de la experiencia militante
dentro de los partidos políticos de izquierda. Nuestras primeras
luchas trataron de mantener ese vínculo, sin embargo, las mentalidades
y estructuras de las izquierdas latinoamericanas no tuvieron ni
lucidez ni flexibilidad para democratizar su mirada y conectarse con
este nuevo sujeto político. Solo a modo de anécdota: en Perú, mientras
salimos a defender la causa de los y las trabajadoras, de los maestros y
maestras en huelga, de los campesinos que bajaban de los andes hacia
Lima, exigiendo ser oídos por el gobierno de turno, éramos calificadas
como feministas audaces, libertarias, dentro de los cánones clásicos
de las izquierda. El día que salimos por el aborto llegamos muchas
menos a la movilización. Fuimos brutalmente agredidas, ninguno de
los militantes “sensibles” nos acompañó y al día siguiente en el diario
Marka, en esa época bajo la dirección de las izquierdas (luego sería
capturado por Sendero Luminoso) salió un artículo firmado por el
poeta Paco Bendezú titulado: “Las feministas son flores sin regar… es
decir, no teníamos hombre que nos riegue!”
Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de
Isabel Larguía y John Dumoulin cuenta cómo la innegable relación de
Isabel y John con el feminismo adquirió diversos énfasis en diferentes
momentos. Ella se distanció de propuestas de los feminismos norteamericanos y europeos. Al incipiente movimiento feminista en América
Latina, en Argentina y México, lo medían aparentemente con parámetros
del feminismo blanco del norte. No obstante, para esa época
surgió en Estados Unidos el movimiento feminista negro confrontando un feminismo que pensaba en sus propios términos generalizando
a todas las mujeres. En Inglaterra hubo también feministas marxistas
como Kate Young, quien sí tuvo influencia al menos en los feminismos
peruanos en sus inicios. La Federación de Mujeres Cubanas no era
feminista y no tenía buena opinión sobre el feminismo latinoamericano.
Consideraban sospechosa la producción intelectual de Isabel y
John justamente por considerarla una obra feminista. Como señalan
Mabel y Emmanuel, a pesar que la dupla proponía la construcción
de una nueva moral para enfrentar la dimensión genérico-sexual de
la discriminación de las mujeres y su impacto en la vida cotidiana,
la heterosexualidad obligatoria quedó incuestionada cerrando así las
puertas a la sexualidad no reproductiva. En breve, era el peso del “clima”
patriarcal de las izquierdas cubanas y latinoamericanas.
Es cierto que dentro de las reflexiones marxistas feministas de
ese período, la cuestión del trabajo doméstico tenía que ser central.
Por eso, Larguía y Dumoulin fueron, de lejos, pioneros, en América
Latina y más allá. Se desarrollaron rápidamente perspectivas similares,
con muchos bemoles, pero apuntando al reconocimiento del valor
de la esfera de la reproducción para el funcionamiento de la fuerza
de trabajo y el capital. Es posible que muchas de estas perspectivas
no hayan leído esta investigación. Pero quizá muchas más sí. Mabel
y Emmanuel dan una a información fundamental: en la mayoría de
artículos posteriores sobre el trabajo doméstico, con argumentos similares,
no hay mención, salvo contadas excepciones, al ensayo de la
dupla. Es cierto que esta contribución fue marginal por las propias
tensiones entre feminismo y marxismo. Pero su apropiación, sin referencias,
también hoy puede explicarse por lo que Silvia Rivera Cusicansqui
califica como “extractivismo epistémico”. Bellucci y Theumer
lo colocan también como “privilegio epistémico del norte global”.
Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de
Isabel Larguía y John Dumoulin merece ser leído y profundizado en
todas las dimensiones que ofrece a la aún compleja y difícil relación
entre los feminismos latinoamericanos y las izquierdas de la región.
Estas últimas no siempre dispuestas – aunque hay valiosas excepciones-
a la democratización y ampliación de su horizonte con las múltiples
y potentes formas en que los movimientos sociales y, en especial,
los movimientos feministas, están tratando de subvertir el orden patriarcal,
la lucha contra el capitalismo y la colonialidad. Seguiremos
impulsando el escándalo de la transgresión feminista.
Virginia (Gina) Vargas
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