David Gudiño: “La cara de indio sigue siendo expulsada de los medios y de lo sexoafectivo”
Se hizo conocido mundialmente en 2022 con su cortometraje “Argentina no es blanca”, que llegó el festival de Cannes pero desde muy joven incursiona en el arte. Conocer el trabajo de “Identidad Marrón” le cambió la vida y su visión política y artística.

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Cuando David Gudiño tenía seis años, su familia estaba en crisis. A su padre lo habían despedido en 1992 de Gas del Estado, en el momento en que el gobierno privatizó la empresa pública. Pasaron de ser de clase media a no tener para comer. Su padre viajó a Buenos Aires para conseguir otro trabajo y él se quedó con su madre en Tartagal, Salta. En medio de la angustia que atravesaban, David se planteó entretener a su familia.
“Ya de muy chico empiezo a hacer esquemas (coreografías de quermeses). Juntaba a los vecinitos de mi cuadra en mi casa y bailábamos. Lo hacía desde el deseo de que haya gente en casa porque la veía a mi mamá llorar. Me acuerdo que ella compraba el jugo Tang que yo le pedía y un paquete de galletitas y picadillo y con eso invitábamos a la gente. Desde ese momento que no suelto la idea de actuar, de entretener”, compartió conmovido, durante una conversación con Presentes.
Al poco tiempo fue a vivir junto a su familia a Río Grande, en Tierra del Fuego, a la otra punta del país. Empezó a hacer teatro, a incursionar en el arte político y a hacer giras con el grupo que integraba. Actuó y dirigió obras. 25 Inviernos y Las del sur fueron seleccionadas para representar a Tierra del Fuego en la Fiesta Nacional del Teatro 2019 y 2021. Estudió actuación y arteterapia en la Universidad Nacional de las Artes. Pero también es profesor de Biología. “Mi viejo me confesó que hicieron todo lo posible para que yo no me dedique al arte. Me hizo firmar un papel diciendo que yo iba a ir a la escuela técnica, medio en chiste. Nunca me lo prohibieron, pero tampoco me dijeron qué lindo, hijo”, compartió.


Su camino artístico lo hizo sin referentes que se parecieran a él. Sus rasgos “de indio” lo avergonzaron desde que era muy joven.
“Una vez yo estaba poniendo azúcar al té y el jefe de mi papá me dijo ‘no le pongas tanta azúcar porque nunca vas a ser blanco’. Tenía 7 años. Desde chiquito tuve mucha vergüenza: de ser pobre, no ser lindo, ser marica, mi pelo… le pedía a Dios que me dejara pelado. Crecí sin referentes. Eso imposibilita soñar: si no hay nadie que se parezca a vos es muy difícil”, explicó.
La llegada a identidad marrón
Esta percepción de sí mismo continuó hasta el 2020, cuando conoció a Identidad Marrón, un colectivo que debate el racismo estructural en América latina y busca respuestas. “Yo pensaba que era un negro, un mestizo, un morocho, un trigueño. Cuando conocí Identidad Marrón, la palabra ‘marrón’ me organizó mi vida, mi identidad y mi obra”, contó.
Desde este lugar se posicionó para pensar el arte. En 2020 escribió el monólogo Marrón, con el que obtuvo el Premio del Público y Mejor Monólogo NOA en el Festival Vos&Voz. Luego, su obra Blizzard fue elegida para ser representada y filmada en el Teatro Nacional Cervantes, en el marco del Concurso Nuestro Teatro.
En paralelo, David es un asiduo creador de contenido político y humorístico en plataformas sociales. Su cortometraje #ArgentinaNoEsBlanca participó del Festival de Cannes 2022 en el concurso #TikTokShortFilm y fue ganador de la última edición de la Maratón Audiovisual SAGAI. Llegó a tener más de 20 millones de visualizaciones.
Obras en cartel
Actualmente participa en dos obras. Escribió y es el protagonista de El David marrón, dirigida por Laura Fernández. Por esta interpretación resultó ganador del premio Trinidad Guevara en la categoría Revelación Masculina. Un David, argentino y marrón, le habla al David de Miguel Ángel hecho pedazos sobre su querido Juan, un daddy de piel blanca y rubio, mientras se crea un triángulo amoroso interracial y se cuestiona las nociones de belleza desde el humor. Las funciones son los jueves a las 22 en Dumont 4040.
También actúa, junto a María Laura Alemán y Vero Gerez, en Ha muerto un puto, con guión y dirección de Gustavo Tarrío. En ella, tres voces tejen una alianza y una sinergia impecable para invocar la memoria del escritor argentino, profesor de filosofía, ensayista y traductor Carlos Correas. Perseguido y censurado fue llevado a un abismo de angustia y autodestrucción por escribir un texto “obsceno”. La obra recupera con justicia a una persona que debió pagar el precio de tener una voz propia. Este sábado y domingo son las últimas funciones de este ciclo en Arthaus Central.


– En tu última obra hablás sobre el amor y el racismo. ¿Cómo se juega este vínculo?
Hace muchos años estaba con un chico, me dejó y me lo crucé hace poco. Estaba con su novio, que era un chico racializado pero no era argentino. Me hizo pensar en que hay una expulsión de las personas con rasgos andinos indígenas: pasa en las redes, en las apps de citas, donde es más difícil matchear.
Haciendo link con la obra de Carlos Correas (Ha muerto un puto), él hablaba de que el cabecita negra es un valor erótico nacional. Y es cierto, es un sujeto prohibido del amor: Yo sí levantaba en las teteras, en un bosque, pero después no me llevaban a cenar con su familia. Hay algo de que la cara de indio sigue siendo expulsada de los medios y quizás de los lazos sexoafectivos más amorosos.
– ¿Cómo ves que se expresa el racismo en relación al deseo, a lo erótico?
Yo pierdo seguidores cada vez que subo una foto mía en cuero mostrando mi panza y pectorales. Pierdo alrededor de 100 seguidores cada vez que me sensualizo. Hay un lugar que a mí me gustaría mucho conquistar que es el de lo sensual, lo erótico y sexual, desde el placer de las personas indígenas. Estoy en esa búsqueda. No veo que se diga «qué hermoso marrón» o «qué marronazo».
– El humor en la obra y en los contenidos de tus redes sociales le dan cierto aire a estos temas, que son complejos.
¡Si! Porque si no, es un panfleto. Para mí el público argentino entiende muy bien desde la idea del humor, la risa «reflexiva». No me gusta tanto el concepto de “reflexiva”, pero sí la idea de reírse para entender algo de por qué me río de eso. No reproduce el racismo, la violencia, sino que me permite acercarme empáticamente a un concepto.
– ¿Qué valor le encontrás al humor y al arte en contextos de ataque a la diversidad?
Como dice Nietzsche, a la violencia se la desarticula con el humor. Todo lo que hago en redes y con El David marrón es tratar de desarticular la violencia del gobierno.
También es un trabajo y me preocupa que no puedan pagar las entradas, entonces hacemos muchas promos, invitamos. El teatro tiene ese lugar de la invitación porque quiero que todo el mundo venga aunque no tenga la plata para pagar. Si no la tiene que me mande un mensaje y lo invitamos. Es un momento muy difícil. En este momento es un privilegio poder estar trabajando y actuando en dos obras.
– ¿Cómo ves la articulación entre el activismo LGBTIQ+ y el antirracista?
Yo me puse muy feliz con que en las asambleas antifascistas se haya decidido que la marcha del 1° de febrero sea antirracista. Había personas de varios colectivos, las compañeras trans travestis y conurbanes pidiendo que sea antirracista para responder a los dichos del presidente de «somos superiores en lo estético». Me parece que fue un paso. El movimiento de la diversidad está muy atravesado por la belleza hegemónica. Las personas marrones e indígenas tenemos algo desde lo diverso para aportar.
-¿Hablás con tu familia sobre el activismo que llevás adelante?
¡Mi viejo dice que es marrón! Se ha peleado con gente que le dice ‘¿Qué es eso del marrón?’. A él le re ayudó. Incluso me contó un montón de cosas racistas que le han pasado en su vida. A toda la familia nos ha ayudado mucho entendernos marrones. Saber que muchas de las cosas que nos pasaban era por nuestro color de piel.
-En un momento te avergonzaba… ¿hoy qué pensás sobre tus rasgos?
Hoy es un placer, es un regalo mi cara, mi nariz andina. Es una suerte que en la tómbola de genes me haya tocado este color, esta cara y este pelo. Me emociona mucho. ¿Por qué no me dijeron antes que estaba bueno? Me compro una ruana de Purmamarca y me queda divina. Es todo un descubrimiento, un literal volver a nacer. Lo vivo con mucha alegría y es gracias al colectivo Identidad Marrón.
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