Cecilia Gentili: un libro de cartas y una vida de película
Tras la muerte de la actriz y activista trans por los derechos migrantes de personas LGBTI+, la editorial Caja Negra publica el libro Faltas. "Cartas a todas las personas de mi pueblo que no me violaron". En él, Gentili rememora su infancia queer en un pueblo argentino
Compartir
Corría la década del 70 en Gálvez, una localidad al centro-sur de la provincia de Santa Fe. Era diciembre y, como cada fin de ciclo, los colegios debían preparar una obra de teatro navideña. En la Argentina de los edictos policiales y la desaparición forzada de personas, un niño de apenas seis años soñaba con interpretar a la Virgen María, pero sabía que no sería fácil. Lo habían llamado desde la dirección del colegio para decirle “tenés pene y eso te convierte en niño”.
Supo entonces que debería idear estrategias para torcer las leyes que lo oprimían. Su primer engaño fue hacia su maestra. Con tono de inmolación, dijo que él interpretaría a uno de los Reyes Magos, ya que nadie más quería hacerlo. Y el día del acto llegó con una capa larga, llena de purpurina, similar a los vestidos lujosísimos que usaría muchos años más tarde, cuando interpretara a Miss Orlando en la serie norteamericana POSE. Aquel día, en ese niño de seis años, Cecilia Gentili asomó por primera vez y nunca más se iría.
Muchos años tendrían que pasar para que Cecilia pudiera radicarse en Nueva York, convertirse en una reconocida activista trans por los derechos de las personas migrantes y LGBTI+, y ser la actriz que siempre había deseado. Murió inesperadamente en febrero de este año, poco después de su cumpleaños, mientras la editorial Caja Negra se encontraba en el trabajo de edición de su libro Faltas. Cartas a todas las personas de mi pueblo que no me violaron, publicado en inglés en 2022 y ganador de un premio Stonewall Book de no ficción. Al momento de su muerte tenía 52 años y una vida de película.
Más de 250 personas acudieron a la vigilia virtual que se hizo en su nombre, en donde cada participante contó una anécdota junto a ella, y se realizó un funeral jubiloso en Catedral St. Patrick en Nueva York, donde cantó Billy Porter. Porque si algo logró Cecilia a lo largo de su vida, que apenas y cabe en los años que vivió, fue reunir multitudes díscolas: migrantes, trabajadoras sexuales, trans y travestis, transformers, maricas. Y supo armar, con ellxs, sus propias familias.
“Amigas en la miseria”
Cecilia no veía la hora de irse de Gálvez. Cuando terminó el colegio, se mudó a Rosario para estudiar composición musical. Ahí se reencontró con Norma Ambrosini, una vieja conocida de su pueblo e hija de una amiga de su madre. Con ella pasaría sus años universitarios y le confesaría su amor por un hombre diciéndole “me enamoré del hermano de mi novia”. A ambas las unía la pasión por las artes y los malos recuerdos de Gálvez. Sabían lo que era pasar hambre, hacer malabares con la comida, no poder pagar un transporte al trabajo. Ambas, también, migrarían hacia Estados Unidos en el año 2000 en busca de mejor suerte. Y allí se separarían. Norma quedaría asentada en California y Cecilia pasaría por San Francisco antes de terminar en Nueva York.
Cecilia comenzó su nueva vida como trabajadora sexual y luchando contra sus adicciones. Luego entró en rehabilitación y obtuvo su ciudadanía. “Es cierto que Ceci fue adicta, que realizó trabajos fuera de la ley, pero eso también le salvó la vida. Fue en uno de sus encierros penitenciarios que la psicóloga o psiquiatra del ingreso le dijo que no podía enviarla a una cárcel de mujeres ni de varones. Que no tenía documentación y ningún lugar al que ir. Y le puso una tobillera y la mandó nuevamente a su casa”, cuenta Norma Ambrosini sobre aquellos años.
A partir de ese momento, liberada de la agresión que sufría en cada uno de esos encierros y sin posibilidad de escape, Cecilia tuvo que reflexionar sobre su identidad, sobre su vida en Estados Unidos, sobre quién deseaba ser. “Y ahí empieza su historia de resiliencia”, explica Norma. De ahí en más, buscó hasta encontrar la vida que deseaba. Fue parte de una organización especializada en el cuidado del VIH/SIDA LGBTI+, fundó Transgender Equity Consulting y Apicha, y desarrolló su carrera artística hasta protagonizar la famosa serie POSE y llevar al teatro un unipersonal titulado Red Ink.
Memorias trans sobre una infancia queer
Ya instalada en Nueva York, con un buen porvenir y una comunidad enorme apoyándola, Cecilia se animó a escarbar su pasado y escribir las memorias sobre su infancia queer en el pueblo santafesino. Memorias duras, cargadas de abuso, cuyas marcas la acompañaron toda su vida. Así es como surge su libro Faltas, como una serie de cartas que buscan contar los secretos, exponer los traumas, acusar y redimir, enseñar y seducir.
El libro reúne epístolas destinadas a sus abusadores pero, también, al entramado de personas que contribuyeron a esos abusos con su silencio. “Yo creo que el motivo que la llevó a escribir estas cartas era totalmente íntimo, creo que se las escribió a ella misma y no esperaba respuesta”, reflexiona Ambrosini, quien tras la muerte de Cecilia fue contactada por Caja Negra para acompañar la edición del libro. “Yo quería ser testigo de que su palabra estuviera en el libro. Esa era mi misión”.
¿Es un libro escrito para Gálvez? ¿Busca venganza? ¿Quiere llegar a los oídos del pueblo? “No lo sabremos”, contesta Norma. “A ella le encantaba incomodar y quiso poner incómoda a un montón de gente. Incluso a mí, cuando la editorial me pregunta si debemos presentar el libro en Gálvez o no, cuando yo me fui de ahí antes que Ceci y, como ella, nunca volví. Si me preguntas, creo que este libro fue algo terapéutico, de ahí salió su obra Red Ink, y lo escribió para cerrar una historia”.
“La idea de que el amor duele es una mierda absoluta”
Las dedicatorias de los libros son pistas: indicios que guían al lector. Faltas. Cartas a todas las personas de mi pueblo que no me violaron abre su corazón con una dedicatoria a Peter, la pareja que acompañó durante sus últimos diez años a Cecilia. Allí le agradece por ofrecerle su amor durante todo ese tiempo, por reafirmarlo cada día, y por demostrarle “que la idea de que el amor duele es una mierda absoluta”. Quizás la tesis que acompaña, subrepticiamente, todo este libro. Una verdad que debió aprender a fuerza de dolor.
De todas las cartas que componen este libro (a la hija de su abusador, al pibe que la cogía pero no la besaba, a la madre que prefirió las apariencias, a la partera del pueblo), hay sólo dos que resaltan por su luminosidad. Una es la carta a su abuela, que era indígena y la única persona que la hacía sentir a salvo. Durante un encuentro con ella, se probó una peluca y le dijo “esto es lo que quiero ser”. Su abuela le contestó que así estaba perfecta. Otra es la carta a Juan Pablo, quien también había sido abusado sistemáticamente por el mismo hombre que abusó de ella. Fue la primera persona a quien pudo contarle su sufrimiento y con quien, también, pudo compartirlo. Ponerlo en palabras para sacarlo de sí.
“El libro podría haber sido contado sin esa carta, pero es un respiro. Había un acompañante en esa denuncia, y aunque él no hubiera dicho nada si Ceci no se lo pedía, entendió que era un momento bisagra para ella y le dio el ok para que esto se publicara”, cuenta Norma. En esa carta, Ceci escribe: “Son cartas muy serias, que me hicieron ver mi vida como algo demasiado sombrío y tremendo. Entonces pensé en escribirte a vos, y no pude evitar ponerme a escarbar este placer, como si solamente fuera tu nombre el que me trajera algo de felicidad. Me cuesta pensar en vos sin una sonrisa en la cara”.
Eran jóvenes y, por entonces, las únicas maricas del pueblo. Quizás solo por eso, su primer acercamiento fue sexual para darse cuenta, muy pronto, de que sus cuerpos se repelían. Entonces forjaron una gran amistad que Cecilia recordaría a lo largo de su vida. “Este libro es una historia vieja en su vida y fue un cierre para ella. Es parte de su militancia, de su legado, del intento de que otras personas no pasen por eso. No conocí su proceso de escritura, lo leí ya publicado en inglés, y le dije que era un libro donde tuve que entrar y salir muchas veces. Me hacía llorar y reír”, dice Norma.
Últimos años y legado de Cecilia Gentili
Para Norma, uno de los principales problemas de Cecilia era no poder decir que no a nada. “En sus últimos años, ella estaba extremadamente ocupada, queriendo hacerlo todo, deseando ganarle al tiempo que sospechaba que había pedido. Ahí entré yo a editar este trabajo para que no se perdieran las expresiones de nuestra infancia en Gálvez. Yo creo que esa vida ocupada, ese no decir a nada que no, fue la que la llevó a trastabillar al final de su vida”.
Faltas circulaba como una manifiesto en la comunidad latina en norteamérica y Cecilia ya escribía su segundo libro de la mano de Valentino, el hijo de Norma. Ellos jamás la vieron consumir drogas, no formaron parte de sus etapas oscuras, porque Cecilia no lo permitía. Se alejaba de ellos y los protegía de ese entorno.
Por eso Norma la recuerda como siempre, como si no hubiera pasado el tiempo. En su recuerdo aún caminan del brazo por las avenidas Nueva York, liberadas y felices, cuchicheando, o se encuentran en su living viendo los Premios Oscar, en una escena familiar, junto a sus hijos que la veían como lo que era para ellos: su tía que soñaba con ser Rita Hayworth, Anne Hathaway o Zendaya.
Somos Presentes
Apostamos a un periodismo capaz de adentrarse en los territorios y la investigación exhaustiva, aliado a nuevas tecnologías y formatos narrativos. Queremos que lxs protagonistas, sus historias y sus luchas, estén presentes.
APOYANOS
SEGUINOS
Notas relacionadas
Estamos Presentes
Esta y otras historias no suelen estar en la agenda mediática. Entre todes podemos hacerlas presentes.