Machorras en comunidad: cómo es ser una butch latina

Cuatro historias de lesbianas machorras que se reúnen cada semana para armar comunidad de afectos, compartir archivos, sanar heridas y tramar fugas a la opresión: ¿cómo es ser una butch en América Latina?

25 de abril de 2024
Por: Enie, Malibé, Faizt y Bala. Producción: Milena Pafundi Fotos: Rojo Génesis
Edición: María Eugenia Ludueña

Cuando tenemos que resguardarnos de la crueldad de un mundo construimos un refugio.

Sara Ahmed

A temprana edad, aprendimos que las palabras machorra, marimacha, manflora, bucha son categorías que suelen ser usadas como injurias contra quienes las encarnamos, produciendo vergüenza y escarnio público para los cuerpos leidos como mujeres y que desobedecemos el mandato heterosexual. 

Somos un grupo de machorras latinas que desde hace dos años nos reunimos cada semana para escribir, leer, discutir y tramar fugas a los distintos sistemas de opresión que vivimos sobre temas vitales para nuestra existencia. 

Somos Enie, Mali, Faizt y Bala. Nos celebramos vivas y construimos una comunidad entre rabiosa y tierna para decirnos con un lenguaje que nos permita hacernos desde nuestras propias autorías un lugar en el mundo.

Insistimos en sostenernos, esta comunidad de marimachas, del sur global, fronterizas y racializadas. Decidimos hacer el primer encuentro marimacho/butch/bucha con sede en la ciudad de México. Celebramos así nuestro aniversario de actividades como una comunidad de lesbianas masculinas construyendo un espacio de acompañamiento y sostenimiento de pares

¿Qué preguntas, vivencias nos han acercado?

Escrituras sobre el tiempo travesti de nuestras infancias, ejercicios de memoria de las palabras que nos dan sentido, genealogías buchas, fabulaciones manfloras y experiencias eróticas que nos permiten agarrarnos a la vida. Las heridas de la rareza y la expulsión de lugares suponen de cuidado y placer son algunos de los temas que abordamos constantemente en las reuniones a través de plataforma de conexión digital.

Novelas como “Stone butch blues” de Leslie Feinberg que nos ha permitido abordar memorias sobre alianzas con las mujeres trans, porque compartimos ese lugar liminal de las que para la sociedad “ni hombres ni mujeres”. Tras reencender la memoria recordamos un continuo deseo  machorro de abrazar la diversidad, y reconocer lo permeable entre lo marimacho y lo trans masculino en una conversación de cuerpos que va y viene sin fin. Cuentos de infancias camionas de autoras sudakas como La Rae del Cerro o de autoras afrocaribeñas como Yolanda Pizarro nos han dado claves para el encuentro.

Con qué brazos, cuerpos se suavizan las palabras que hirieron. Cómo conocimos la herida y más importante aún cuáles son nuestras memorias dulces de esta desobediencia:

Faizt, 32 años, CDMX

Feitz

Constantemente escuché la palabra machorra durante mi infancia. Muchos niños me la decían al someterlos en una pelea o al aparentar no tenerles miedo. Sentía coraje al escuchar esa palabra, sin embargo, quedaba únicamente como un juego entre niñxs. En 5to año dejó de ser solo un juego, cuando la maestra me gritó enfrente del salón “¿Acaso no te das cuenta que pareces machorra?”.

Lxs niñxs guardaron silencio al escuchar esa gran verdad, inevitables lágrimas de machorra resbalaron sobre mis mejillas. Me descubrieron. Confirmé a través de la voz de un adulto que efectivamente era una machorra. Sentí vergüenza de quién era. Crecí con ese dolor de infancia, y al ver a otras machorras sentía rechazo al reflejarme en ellas (algo muy común entre machorras). Hasta ahora entendí que la pena que me invadía me acorazaba impidiendo amar y vulnerarme con otras machorras.

Tuve la dicha de conocer a una serie de machorritas y aventurarme  a su tierno y salvaje mundo, lamernos nuestras heridas y hablar de todo el amor que tenemos para dar. También de aquel amor que nos ha costado pedir pero merecemos recibir, de romper nuestras corazas y celebrar nuestra existencia, porque estamos en contra del pronóstico de la sociedad a envejecer y morir solas.

Somos butchas, machorras, marimachas, manfloras acompañándonos y reapropiándonos de estas palabras que en un momento nos lastimaron. Ahora tienen el poder de bombardear de amor lo que antes fue territorio de miedo y soledad.   

Enie, 37, Puerto Rico

Enie

¡Mejor Puta que Bucha! ¡Pa´ pata, puta! 

Con estas frases crecemos las lesbianas en Puerto Rico. Asentimos, nos reímos y validamos las palabras de nuestras amigas, sus madres y tías. Fingimos que nos divierte por encajar, por pertenecer, por ser Bucha respetuosa, por falta de fuerzas para enfrentarse a la ignorancia hetero, blanca, perfecta. Aceptamos ser Buchas mientras el diccionario nos define como mujer con alto contenido de testosterona que actúa y viste como hombre; que usualmente le gusta lamer vaginas. Ej. ¡Jodía Bucha! Aceptamos ser Patas sin saber por qué o quién engendró ese eufemismo cargado de decepción, de donde nace otra frase célebre puertorriqueña ¡Salió pato!, la cual decimos entre risas cuando en una fiesta un petardo no explota por defectuoso.

De esta forma nos quiebran el espíritu, nos vemos reflejadas unas en las otras y eso nos asusta. El terror de enfrentarse al espejo y vernos rotas nos aleja.

El archivo oncuentrosbutch que surge de nuestr es una desobediencia a los significados heteronormativos, es retomar palabras que nos pertenecen y definirlas, es irnos en contra de que las Butches no mezclan, es poder ser Bucha, Pata, Manflora, Marimacha, Dyke y  Cachapera juntas. Hemos creado una comunidad donde compartimos libros, escritos, vulnerabilidades y sueños; siendo uno de los míos cumplidos con el 1.er  encuentro en la Ciudad de México. Siempre nos soñé juntas, sin prejuicio, sin miedos; que nuestros reflejos nos hicieran más fuertes. 

Malibé, 27 años, Baja California, México

Dyke es una palabra que se usa para señalar y enjuiciar a las mujeres lesbianas masculinas, hasta su reciente reapropiación y resignificación por las mismas lesbianas. Actualmente se puede utilizar para distinguir a aquellas mujeres que han logrado zafarse del deber ser femenino heterosexual. 

Crecí en un municipio playero en el extremo norte de México, lleno de gringos, surfos y spring breakers. No era raro ver algún grupo de hombres blancos excéntricos tomando en la playa a unas cuadras de mi casa, pero no recuerdo haber escuchado nada sobre mujeres lesbianas hasta mucho después. A  los 18 años paseaba por la playa con mi novia y su hermana cuando pasaron dos vatos que hablaban inglés y nos dijeron “dykes” al pasarnos por un costado, estábamos solas en la playa y seguimos caminando. Me sorprendió muchísimo, creo que la única vez que había escuchado  esa palabra  fue cuando intenté ver la serie The L word, no me parecía insultante, pero sabía que algunas personas la usaban con odio. No sabía que lo que pasaba en la tele podía pasar en la vida real, a mi.

Las lesbianas machorras, dykes, tortas, masculinas no usamos estas categorías como insultos, más bien como una manera de identificarnos con otras. El archivo butch ha sido guía y soporte para esta baby dyke en necesidad de una comunidad lésbica en la cual poder verse.  Reunirnos virtualmente por este año ha sido una experiencia amorosa, terapéutica, de mucha admiración y constante entendimiento de la otra. 

Bala, 37 años, La Paz Baja California Sur/ Querétaro

Rojo

La primera vez que madre dijo la palabra lesbiana se refirió a los peces pericos por su cambio de sexo, porque cuando el macho muere, la hembra dominante se convierte en el macho del harén. Luego Tana, mi nana ranchera, de manos grandes y brazos fuertes, cabello corto, calaba el cigarro como un dragón. Yo pensaba que su marido le copiaba la fuerza y los pantalones de mezclilla pero que ella se veía siempre más guapa, los otros niños le decían marimacha. A mi me gustaba verla bajar mangos de las matas de su patio o cargar a su imagen de Sanjuditas de 20 kilos para limpiarle su santuario, hacer tortillas de harina para 15 niñes con esas manos que también sabían dar consuelo cuando mamá no llegaba. 

Aunque atesoro las genealogía arrecife, de rancho y norteñas de profundas raíces,también esas palabras manflora, marimacha, machorra, me llenaron de verguenza y autodesprecio. Jugar futbol, correr sin playera, corretear a las niñas, trepar árboles, el desánimo por los vestidos, el pelo agarrado con una colita bajita, Simba, los super campeones, Tuxedo Mask, las artes marciales, no llorar, las luchitas, ser el power ranger verde fueron semánticas manfloras y por las que muchas veces me quisieron quitar la rareza a golpes o castigos. Recuerdo, yo niña también, mi abuela Adelina un día me dijo que yo era como ella, inquieta y desobediente, que por andar de manflora trepando árboles le salió una alita, y me la mostró, un hueso asomado en su espalda. Muchos años después, con el impulso de hacer rituales donde encontrarme, vino a mi una imagen preciosa para acomodar en mi cuerpo esa palabra  que me llenaba de miedo y vergüenza, manflora, man-flower, ese día me puse flores en las ingles y en mi pelo corto, me celebré y me recibí como una manflora del semidesierto, con el viento en el rostro y con la voz mi abuela y mi nana en la espalda.

Nombramos “archivo butch” a un voladero de memorias y acuerpamiento de temblores para vivir vidas alegres, sabrosas y valientes.

Somos Presentes

Apostamos a un periodismo capaz de adentrarse en los territorios y la investigación exhaustiva, aliado a nuevas tecnologías y formatos narrativos. Queremos que lxs protagonistas, sus historias y sus luchas, estén presentes.

APOYANOS

Apoyanos

SEGUINOS

Estamos Presentes

Esta y otras historias no suelen estar en la agenda mediática. Entre todes podemos hacerlas presentes.

COMPARTIR