Ni chico ni chica, una novela sobre el devenir adolescente y queer en la argentina de los 90
Con precisión y sensibilidad, el debut literario de Belén Mentasti nos transporta a la intimidad de una adolescente que desafía las normas de género y se pregunta por su identidad.
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“El doctor Pirrelli, así se llamaba, me palpó las tetas incipientes. No me había asustado hasta que estuve ahí, en el hueco de silencio que generó después de tocarme hasta que dictaminó: es casi normal”. Esta escena del libro Ni chico ni chica, el último lanzamiento de la editorial Rosa Iceberg, podría resumir el tono de la primera novela de Belén Mentasti.
Se trata de una historia iniciática en donde Malena, una protagonista que transcurre su adolescencia a fines de los años 90, descubre casi todo por primera vez: fuma un primer cigarrillo, se enamora de una profesora, se separa de un mejor amigo, se fuga de su casa, se viste de varón, es arrastrada por su madre a una cita ginecológica. Y descubre que, para los ojos de la medicina tradicional, ella es «casi normal».
Y es que Malena, con apenas dieciséis años, pareciera entender lo que Néstor Perlongher decía hasta el cansancio: no hay ser y no ser, hay devenir. “Ella no está disconforme con su variación sexual, está bien con eso, pero es la sociedad, desde la voz de este ginecólogo que se presenta como una especie de ‘villano’, quien la juzga”, explica la autora.
Belén Mentasti tiene 33 años y dice haber descubierto la literatura hace relativamente poco. A contrarreloj de su arribo tardío al mundo de las letras, las premiaciones recibidas ya son muchas: su relato “Un re amague” fue seleccionado por la Bienal de Arte Joven y recibió una Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes para escribir Ni chico ni chica. Se formó en talleres de escritura junto a Gabriela Cabezón Cámara y Romina Paula, editó esta obra junto a Marina Yuszczuk. Además, Belén se formó en dramaturgia en talleres dictados por Mauricio Kartún e Ignacio Apolo. En 2018 estrenó la obra Si fueras varón, ¿gustarías de mí? en Microteatro. En 2019 dirigió y escribió un cortometraje llamado Algo Tenía que fue seleccionado en diversos festivales, tales como el FIDBA, el FICCE, el Gaze Festival (Irlanda) y el Lustsreifen Film Festival (Suiza).
Escribir desde la diversidad en un mundo binario
No es tarea fácil construir un universo adolescente con crudeza y ternura, sin juzgarlo ni romantizarlo. La idea de este proyecto de Belén Mentasti surgió en el taller de la escritora Gabriela Cabezón Cámara y todas sus dudas pasaron por allí. Durante todo un año, un grupo de mujeres -y otros tantos gatos y perros- se reunía en su casa en San Telmo para leer y compartir una visión diferente del mundo.
“Cuando llevé la idea para esta novela, Gabi me dijo ‘vos andá para adelante’. Yo no sabía dónde era ese adelante, pero ella confiaba en mí, y esa intuición me sirvió un montón”, cuenta la autora. Luego vino la pandemia, el taller pasó a ser virtual, los grupos cambiaron, y así conoció a la escritora y docente Lía Chara. “Ella me enseñó a nombrar menos, a tensionar lo que se dice y lo que se devela, que es algo que hace de manera sensacional”.
En todos esos encuentros literarios, y junto a maestras y compañeras, Belén abrió la pregunta sobre el lenguaje inclusivo en la literatura. Algo suyo quería escribir esta historia desde una lengua no binaria, que fuera fiel a lo que piensa en la actualidad, pero finalmente abandonó la idea. El lenguaje inclusivo no era una opción para esta novela que, ante todo, debía reflejar la realidad de aquella época. La decisión fue tal que, en el libro, enfatiza en masculino como un lenguaje excluyente: a través de la interpelación a “los amigos”, “los compañeros” y “los estudiantes” refleja un universo que solo visibiliza la existencia de las cismasculinidades.
“Hacia principios de los 2000 la cultura binaria era muy fuerte. La ambigüedad, el no definirse como femenina o masculino, era algo que incomodaba mucho. En este libro me interesa explorar cómo se habla desde alguien que habita esa incomodidad”, explica Belén.
El aula y la literatura, territorios para las disputas LGBTIA+
Cuando era chica, Belén siempre estaba al borde de la expulsión del colegio. Se portaba mal, pero intuía que había un motivo detrás de esa incomodidad. Le molestaba la institución, el silencio sobre ciertas cosas, los límites impuestos. “Las infancias tienen algo muy genuino y yo no estaba cómoda con esas reglas. Mi colegio era supuestamente ateo, pero nos hacían ir a retiros espirituales, y no entendía bien por qué. A los 10 años ya estaba del orto con el mundo y nadie me explicaba nada, así que me portaba mal para que me echaran y llegaba al límite de las faltas”.
Y entonces, en una clase sobre la reproducción de las flores, una profesora de biología explica algo sobre los nenúfares. “Son plantas que tienen los órganos masculinos (estambres) y femeninos (pistilo) en la misma flor”. Una adolescente, en el aula, queda flasheada. “El personaje de la profesora Caferata está inspirado en una profesora mía del colegio. Era la típica lesbiana, aunque en esa época no se hablara de eso y fuera algo que no se nombrara. Se vestía con una camisa abrochada hasta el último botón, pantalones anchos, era totalmente masculina, y aunque fuera desde el silencio, imponía respeto. En esa época, su sola presencia decía mucho”.
Yahoo respuestas
“Esta cosa que yo tenía con mi profesora, que era cierto misterio que no podía terminar de entender lo que me pasaba a mí con mi sexualidad, me generaba mucha curiosidad. Y la literatura me trajo algunas respuestas y mundos posibles”. Así es como surgió el personaje de la Caferata, la profesora de biología como metáfora: “Abajo escribió la palabra anomalía. Después, dos puntos: son flores invertidas. Ese día supe que los higos no eran frutas sino flores que crecían para adentro y que los higos macho no eran comestibles, pero que los hembra sí”.
El personaje de Malena, entonces, se mete en un cyber y busca en Yahoo respuestas “no me viene, qué pasa, por qué tengo esta anormalidad” porque necesita respuestas. Y, en un movimiento similar al de su protagonista, confiesa que la literatura fue el refugio donde muchas veces buscó respuestas. “Creo que a veces, estas otras formas de nombrar, como la escritura, tienen que ver con explicarle cosas a los entornos, o en mi caso, a mi familia. Nadie está obligado a hacerlo, nadie tiene que explicarle nada a sus familiares, pero cuando salí del clóset como lesbiana, a mí me preguntaron muchas cosas, me hicieron cuestionamientos, y estas son posibles respuestas”, explica Belén. Más adelante descubriría que los libros no responden, pero sí abren mundos posibles. “Y en esos mundos, a veces, las cosas pueden estar un poco mejor”.
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