El doble estigma de ser afro y LGBT en El Salvador: la historia de Carlos Lara

A Carlos le exigieron que se cortara el pelo y no hiciera visible su homosexualidad en el instituto donde daba clases de inglés.

Carlos Lara comenzó a trabajar como profesor de inglés en el Instituto Nacional de San Antonio Silva, un cantón ubicado en San Miguel, en el oriente de El Salvador, en 2016. Era primera vez que trabajaba en esta escuela, que queda en el lugar de donde es originario. Lara hablaba abiertamente sobre su homosexualidad y ese enero, cuando iniciaron las clases, usó el pelo corto, pero se lo dejó crecer y sus rizos quedaron visibles. El director del instituto le puso dos condiciones para renovar su contrato. Una era que se cortara el pelo y otra que dejara de hablar sobre su orientación sexual.

Él no aceptó las condiciones. Al no contar con una justificación válida para renovar el contrato, confrontó al director con la Ley de la Carrera Docente y la Constitución. Pero prefirió no denunciar el caso en el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología (MINEDUCYT).

Lara se reconoce como afrodescendiente en un país que invisibiliza a las minorías. La población afro en El Salvador es un tema que no se aborda en ningún plan de estudios de las escuelas o universidades, y que recientemente la academia ha comenzado a investigar.

Carlos Lara se dedica ahora a ilustrar la diversidad sexual y la población afrodescendiente.

Empezar a reconocerse

Hubo un tiempo en el que el joven reprimió su gusto por el pelo largo y rizado. Lo usó corto y se lo alisó. Se sentía incómodo con su color de piel moreno y con sus ojos negros.

La abuela paterna de Lara es la que tiene el pelo rizado y su mismo color de piel. Con su papá y otras tías, maternas y paternas, comparten el color de piel. Las visitas a casa de la abuela paterna no eran tan constantes como las visitas que hacían a la abuela materna.

En casa, escuchaba burlas sobre la piel negra y el pelo rizado que predominaban en la familia. “Las ideas de racismo y supremacía también pasan en la familia. Hacen que uno rechace a ciertos parientes y ame o tenga respeto u obediencias a otros”, reflexiona.

A esta discriminación hacia aquellxs que étnicamente son diferentes, lxs disidentes sexuales en El Salvador también enfrentan constantes ataques LGBTIQ+ odiantes o despidos injustificados de su trabajo por su identidad. No tienen ninguna garantía de protección estatal en el actual gobierno de Nayib Bukele.

La discriminación en el hogar

Para 2017, la relación de Lara con sus padres no estaba bien. Ellxs sabían que su hijo es gay, pero no lo aceptaban. Entonces él viajó a Tela, una ciudad del caribe hondureño. Iba por una semana y se quedó por cinco meses.

En Honduras conoció a su pareja, un activista, y decidió no volver a dar clases en escuelas, sino dedicarse de lleno a la pintura. Pintaba desde pequeño, pero ese año se alejó de pintar escenas de la cotidianidad salvadoreña para reflejar en su arte el LGBTIQ+ odio.

Al volver a El Salvador, la vida cambió. Sus padres, con quienes visitaba casi todos los días la iglesia católica, lo expulsaron de casa. Su padre lo golpeó en dos ocasiones y en una de ellas le lesionó fuertemente la quijada.

Mientras estaba en el proceso de asumirse como un hombre gay y se desprendía obligado de su familia, Lara comenzó a interesarse por sus orígenes. Entonces conoció a Marielba Herrera, una antropóloga afrosalvadoreña, en una ponencia sobre afrodescendencia que ella dio en el Teatro Nacional de San Miguel.

Ilustración de Carlos Lara.

Hacia el origen

Herrera recuerda el día que conoció a Lara. Vio que, entre lxs asistentxs, había un chico con rasgos afros, que tocaba tambores, hablaba portugués y que vestía una camisa africana. Y pensó inmediatamente que se trataba de un afrodescendiente.

Tras su ponencia, Lara se le acercó y le planteó que posiblemente él también fuera afrodescendiente. “Te toca a vos investigar si sos o no”, le encomendó Herrera.

A sus 28 años y ante la falta de un registro familiar sobre su descendencia afro, la información de la que parte Lara para afirmarse como tal, además de sus rasgos físicos y los de su familia, es que en San Antonio Silva hubo producción de añil y allí posiblemente trabajaron africanxs.

Ilustración: Carlos Lara

Afrodescendencia y racismo en El Salvador

Durante la colonia, explica la antropóloga Herrera, miles de africanxs esclavizaxs llegaron a El Salvador y establecieron vínculos con otras personas. Eso permitió que la población afrodescendiente creciera.

Su llegada fue parte de una política de repoblación del territorio que ocurrió en toda América Latina ante la muerte de indígenas por diferentes causas. La corona española pretendía seguir creciendo económicamente con el trabajo que los africanxs realizaban en estas tierras.

Yohalmo Cabrera, un exdiputado del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el único partido de izquierdas, es también afrodescendiente y un profesor de Estudios Sociales ya jubilado. Él ha realizado investigaciones sobre la afrodescendencia salvadoreña. Sostiene que, desde mediados de 1500 y por 300 años más, cuando El Salvador fue productor de añil, muchxs africanxs vinieron esclavizadxs a trabajar en las haciendas añileras.

Marielba Herrera hace referencia a un documento de 1807, elaborado por Antonio Basilio Gutiérrez Ulloa, quien fue intendente de San Salvador a finales de la colonia. Allí se indica que para entonces el país contaba con “enorme” descendencia de africanxs.

En 1933, agrega, el general Maximiliano Hernández Martínez decretó la Ley de Migración, la cual prohibía la entrada de africanos, chinos y otras razas, como consecuencia de una política eugenésica tomada por países de la región en un contexto de guerra mundial.

Con la ley se pretendía empezar a “limpiar” a las sociedades y hacer creer que lxs latinoamericanxs provenían de una “raza superior”. Pero no se expulsó a lxs afrodescendientes de El Salvador. Hay documentos que sustentan que al país podían entrar personas de otros lugares si justificaban que llegaban a trabajar, como el caso de los afros que trabajaron en ferrocarriles.

Un racismo con historia y sin registro

La antropóloga afirma que el racismo que hay en el país centroamericano viene desde la colonia.

“La gente dice que no, que aquí no somos racistas, que respetamos a todo el mundo. No es cierto, nada que ver. Somos un país altamente racista. Cuando viene alguien afro al país es una sorpresa, la gente hasta gira para verlo, porque les parece un ser exótico”, menciona Herrera.

Señala que actualmente, sin la ley del martinato (del período gobernado por Martínez), aún hay restricciones migratorias para las personas afros.

Ejemplifica un caso salvadoreño de discriminación racial. En 2018, una delegación de personas del Congo, en África, había sido invitada oficialmente a un festival de cultura, pero del grupo de 30, solo tres pudieron ingresar al país.

En el censo de Población y Vivienda de 2007, el último censo realizado en el país y que arrojó que había 7 millones de habitantes, 7,441 respondieron que se autoreconocían como negrxs.

Sin embargo, Herrera cuestiona que la pregunta para obtener ese dato fue muy abierta y mal planteada. Se limitaba a conocer si las personas eran “negrxs de raza”. Faltó enumerar un listado de indicadores, como preguntar si en la familia había un ancestro negro o africano o si las personas habían nacido en un territorio con prácticas culturales afros.

Las investigaciones sobre afrodescendencia salvadoreña las inició en la última década el historiador Pedro Escalante Arce y a partir de sus hallazgos las han continuados otrxs académicxs. Herrera, la presidenta de la Red de Estudios Afrocentroamericanos, se ha especializado en investigar religiosidad popular.

Ella destaca que hay presencia de población afro en todo el país, en algunos lugares más visibles que en otros, como el caso de San Alejo, un pueblo del departamento de La Unión, cercano a San Antonio Silva, el cantón donde nació y creció Lara.

Más violencia por ser negro y gay

En El Salvador, la situación del color de piel marca territorios y puestos de trabajo, apunta Amaral Arévalo, investigador del Centro Latinoamericano en Sexualidad y Derechos Humanos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

Lara, el joven migueleño, además de autoreconocerse como afrodescendiente, es gay. Eso lleva a ser más discriminado en un país racista y LGBTIQ+ odiante, donde no hay leyes ni políticas públicas a favor de las disidencias sexuales.

Para explicar la interseccionalidad, Arévalo recurre a la académica estadounidense Kimberlé Crenshaw. quien indica que la interseccionalidad no es la suma de características negativas, pero existen marcadores, como en este caso, la afrodescendencia y la sexualidad, que confluyen y actúan negativamente, lo que genera menos posibilidades de una adecuada inserción social. 

“Esa situación de interseccionalidad te va mostrar que sos más vulnerable a sufrir más situaciones de violencia en tu cuerpo, en tu identidad, como tal, por tener esos marcadores que interaccionan en vos. Van aumentando esos rasgos de violencia”, dice el investigador.

Uno de los trabajos de Arévalo es la historia de Rosaura Pereira, una chica trans hondureña que llegó El Salvador y vivió entre San Miguel y La Unión, dos departamentos rodeados de playas en el oriente del país.

De ella encontró registros en una crónica publicada en 1937. Fue originaria de Tela y, a juicio del investigador, se trata del primer caso de migración forzada por sexualidad en Centroamérica, ya que no hay otra razón que le lleve a suponer que ella haya abandonado Honduras para trabajar de lavandera o cocinera, cuando pudo haberlo hecho en su país natal.

En las imágenes que Arévalo obtuvo sobre Pereira se le observa con características afrodescendientes. Su caso, dice, es una contraposición entre el Pacífico heterosexual normado y el Atlántico negro “anormal” del otro lado de Centroamérica.

A medida que la sociedad salvadoreña se desarrolla, agrega, niega también la posibilidad de la diversidad étnica y sexual.

Violencia estructural

Ana Yency Lemus es directora y fundadora de la organización Afrodescendientes Organizados Salvadoreños (AFROOS), y también es la secretaria general de la Organización Negra Centroamericana. Es originaria del municipio de Atiquizaya, en Ahuachapán, al otro extremo de San Antonio Silvia, donde nació Lara. 

En 2011, a través del antropólogo Wolfgang Effenberger, Lemus se enteró de que era descendiente afro y se organizó con otro grupo de jóvenes de Atiquizaya con el objetivo de descubrir sus raíces.

Hace tres años conformaron AFROOS y su principal objetivo es que la Constitución les reconozca como afrodescendientes. El Salvador es el único país centroamericano que aún no les ha reconocido constitucionalmente, señala Lemus, y por lo tanto no tiene ninguna apuesta en políticas públicas para ellxs.

La organización cuenta 20 miembros de todo el país, a ella pertenece Lara, quien es el subdirector. En este grupo hay personas que han relatado los diferentes hechos de discriminación sufridos por ser afrodescendientes, como el caso de chicas que se bañaron con lejía o cal para intentar emblanquecer su piel. Una de ellas incluso prefería portar vestimenta indígena para que la reconocieran como indígena y no como una mujer afro.

“Venimos de procesos de racismo estructural. De una nublada educación por lo colonialista, donde solo vemos lo indígena, ladino o europeo”, sostiene la antropóloga Herrera.

El racismo en la academia

De tal forma que el racismo también está en la academia. Herrera dice que conoce a colegas que, pese a contar con teorías decolonialistas o de género. prefieren seguir negando a la población afro y su cultura en El Salvador.

Mientras que, desde las instancias como el Ministerio de Cultura, no hay una apuesta por abordar el tema afuera del folklorismo. Tampoco el MINEDUCYT lo aborda responsablemente. Lo que desemboca en más racismo, incluso, en las escuelas.

Cabrera, el exdiputado del FMLN, también pertenece a AFROOS. En 2017 logró reunir 10 firmas de diputadxs de su partido para presentar una iniciativa de ley y reformar el artículo 63 de la Constitución.

La propuesta nació en el grupo de jóvenes organizado por Ana Yency Lemus y en 2019 trascendió a la Comisión de Legislación y Puntos Constitucionales de la Asamblea Legislativa, donde fue difícil que obtuviera los votos para ser discutida en el pleno.

“El Estado salvadoreño es un estado negacionista. Hay una política de Estado de desconocer, de invisibilizar a la población afrosalvadoreña”, señala Cabrera, quien a sus 64 años se reclama a sí mismo de haber descubierto hasta el 2000 su afrodescendencia.

La antropóloga Herrera cuestiona el reconocimiento constitucional de los pueblos afros, porque dice que todavía falta que la misma población afrodescendiente conozca su territorio. Teme que después de que el reconocimiento sea logrado no haya mayor apuesta para trabajar con ellos, como ocurrió tras el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas.

En la búsqueda por sus raíces afrodescendientes, Carlos Lara comenzó a estudiar Antropología.

La lucha de Lara en sus pinturas

A partir de su autoreconocimiento como hombre afrodescendiente y gay, las pinturas de Lara han cambiado de temáticas. Ahora dibuja y pinta rostros afros y también piezas que reflejen los elementos de la herencia africana en El Salvador.

Antes recuerda que hacía una serie de cómics con personas de pelo liso, pero ahora lxs personajes tienen el pelo rizado y su piel distintos tonos de colores. “Busco que la pintura sea referente para niñas, niños, toda la población que ha pasado por lo que pasé. No es solo pintar a la población afrodescendiente para representarla, sino también para dar fuerza”, concluye Lara.

El año pasado, Lara inició la carrera de Antropología en la Universidad de El Salvador, la única universidad con esta carrera. Herrera rescata la importancia de que haya afrodescendientes estudiando humanidades, porque al final, dice, el conocimiento que generarán será de ellxs para ellxs.

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