Unidas para cuidar el bosque, fabrican árboles navideños y previenen incendios
Mujeres Unidas para la Conservación de los Bosques cuentan cómo cuidan los árboles del Cofre de Perote y los transforman en pinos navideños.
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VERACRUZ, México. El momento en que el tintineo navideño empieza a sonar fuerte, para las sesenta integrantes de Mujeres Unidas para la Conservación de sus Bosques es la temporada más especial del año. Para ellas la Navidad significa cuidar el bosque, trabajar en equipo y obtener ingresos para sus familias. Se han convertido en artesanas a partir de lo que el bosque les da. A cambio, el bosque recibe de ellas una oportunidad de vivir y ellas, recursos económicos para afrontar la supervivencia.
Lo primero que deben hacer, dice Lucía Valdez Cruz, es salir al bosque de oyamel –abeto nativo que crece en las montañas de la zona central y también en el sur de Mexico–, para podar la parte inferior de los árboles. Con las ramas que obtienen, regresan a sus casas a formar coronas y arbolitos navideños. Las personas los comprarán para adornar sus hogares en las fiestas y darle ese olor característico del pino, sin dañar el medio ambiente.
Las Mujeres Unidas para la Conservación de sus Bosques se conformaron con la ayuda de una maestra de la Universidad Veracruzana. Arrancaron en el 2007 en la localidad El Conejo en Perote, un sitio considerado de muy alta vulnerabilidad. Las 1044 personas que según el Instituto Nacional de Geografía habitan en El Conejo, están ligadas al bosque de oyamel que forma parte del Cofre de Perote o (Nauhcampatépetl del náhuatl cerro de cuatro lados) y que desde 1937 es un Parque Nacional (abarca varios municipios), protegido oficialmente por los mecanismos mexicanos.
La Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas reporta que allí habitan 551 especiales de flora y fauna silvestre. Y allí nacen cuatro cuencas hidrográficas con lo que se convierte en un generador de agua muy importante.
De trabajadoras del hogar a guardianas del bosque
Lucía Valdez cuenta que ella y la mayoría de quienes integran el grupo, eran trabajadoras del hogar, por eso cuando la invitaron al proyecto quiso saber de qué se trataba. “Éramos amas de casa, no nos ocupábamos en otra cosa. En el 2007 empezó a venir la universidad. Nos empezaron a dar clases de cómo sembrar verdura o eso y ya después llegó una maestra (la investigadora María del Rosario Pineda López). Y empezó a ver las necesidades del pueblo. Que a qué nos dedicábamos y todo y pues (nos dijo) que ustedes necesitan una ayuda y vamos a ver en qué forma”, narra Lucía a Presentes.
Fue la maestra quien les dio la guía. Y con su trabajo y persistencia, las mujeres de El Conejo la hicieron realidad. Blanca Itzela se ríe al recordarlo. Confiesa que no creía que fuera a cierto que podían lograr un proyecto como el que han hecho, pero quiso confiar. Junto a sus compañeras estuvo armando los primeros materiales navideños del año y sosteniendo entre sus manos una de las ramas más gruesas, que debe trabajar para hacer el pinito que están construyendo.
En aquel 2007, primero debían que obtener permisos, dice Pineda López, porque el Parque Nacional no permite recolectar o utilizar ningún recurso natural. Por eso se acercaron a las instancias oficiales a buscar apoyos. El apoyo llegó como parte del Programa de Conservación para el Desarrollo Sostenible (Procodes). Brinda un apoyo económico para promover la conservación de los ecosistemas debido a que la zona natural protegida tiene un gran problema: los incendios. Según la Conanp se deben a las quemas agropecuarias de pastizales, al uso de fuego para cacería furtiva y a rencillas por límites mal delimitados.
Por poner un ejemplo de la gravedad: Conanp señala que en 1998 un incendio afectó más de 3 mil hectáreas de las 11 mil 530 que abarca el área. Desde ese año comenzaron a podar los pinos de 23 hectáreas. Lo hacen dos metros hacia abajo en los meses de junio y noviembre, a cambio de un recurso económico que se reparte entre las integrantes del grupo.
Cómo trabajan contra la quema de árboles
Lucía Valdez cuenta que los dos metros son la zona donde se secan las ramas y cuando el fuego se acerca, tienen más posibilidades de arder. Así el fuego se extiende poco a poco abarcando más y más árboles, a mitad del bosque, sin que nadie lo vea hasta que la afectación es mayor. Al quitar esa parte, explica, se hace una especie de protección natural para que el siguiente árbol no tome el fuego, ni el siguiente, ni el siguiente, evitando así la propagación de los incendios.
“Al bosque lo tenemos que cuidar y por eso hacemos estas cosas, para que no le quite uno la vida a los árboles. Si tiramos el bosque no va a haber agua para los niños, (…) Con esta poda se poda la rama que se le puede secar a los árboles. Entonces ya cuando hay un incendio no se quema el árbol, porque de abajo está podado y evita que la rama arda”, dice Alba Martinez. Junto a ella juguetea su niña de cuatro años, quien a veces le pide ir al ‘monte’ a jugar.
Alba es ama de casa y comenzó en el grupo cuando Lucía le pidió ayuda para armar algunas piezas que le tocaban a ella. Con el tiempo se integró y ahora recibe parte del recurso de las ventas. Al otro lado de la videollamada, Alba trabaja sobre una base triangular en la que va trenzando las ramitas mientras intenta que parezca un pinito. El proceso puede tardar cerca de hora y media, si no se equivoca, porque al hacerlo la forma se pierde y ella debe volver a iniciar.
La pandemia afectó las ventas pero no las ganas
Los últimos dos años no han sido sencillos: ellas cuentan que el gobierno federal no entregó los recursos para realizar las podas. Dicen que no les dieron razones aunque les permiten seguir haciéndolas y recolectar los insumos que necesitan para las coronas, pinitos y otras artesanías.
Además, la pandemia les pegó fuerte. No se pueden poner en los puntos de venta que habían ido consiguiendo. Aunque la maestra de la UV les ayuda con pedidos en línea, no son las mismas cantidades.
“Poca la venta porque antes que no estaba esto del Covid, nos mandaban a pedir hartas y no había ningún problema. Pero ahorita sí, porque no sale la gente y no tenemos ni mercados para ir a vender”, dice Blanca Itzela. Ella bromea: si le pidieran muchos no importaría qué tan lastimadas quedaran sus manos, mientras intenta mostrar a la cámara las pequeñas cortadas y ampollas que quedan tras horas y horas de manipular las ramas de oyamel.
En la zona hay pocas oportunidades de empleo. Se trata de un sitio donde la actividad predominante es el cultivo de papa. A eso se dedican las parejas de la mayoría de ellas, pero el pago no da para cubrir los gastos del hogar. Menos aún para alcanzar independencia económica.
Impacto y expansión
La maestra de la Universidad Veracruzana señaló en el periódico universitario, que uno de los mayores aportes que ha dado el proyecto ha sido el impacto en las mujeres. Según comparte, ahora tienen mayor libertad para expresarse, confianza en sí mismas y recursos económicos.
“Con esto entra un poquito de recurso hacia nuestras familia. Pues aquí no tenemos recurso de nada y nada más se siembra papa pero luego no está buen de precio. Con esto gracias a dios nos ayudamos un poquito, aunque sea cada año”, dice Lucía. Se están expandiendo y ahora hacen cestería que buscarán vender en todas las temporadas para tener un poco de dinero.
Sus compañeras muestran a la cámara una corona ya decorada. Le pusieron moñitos, piñas del oyamel y flores, mientras terminan el primer arbolito. Quieren que quienes compren se lleven una mezcla de producto artesanal y natural mientras apoyan la conservación del bosque.
CONTACTO: https://m.facebook.com/tianguisagroecologicodexalapa/
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