"Ser hijo de"

Aunque el día del padre es una fecha comercial, impuesta por el capitalismo, sacude profundo en el corazón de este papá, que debe demostrar a cada minuto qué lugar ocupa en esta sociedad.

Por Gabriela Mansilla*

Matías* vive con su hijo Nicolás de 16 años en un barrio  humilde del conurbano de Buenos Aires. Alquilan una casita pequeña que para los dos alcanza y sobra. Nicolás hace las tareas de la escuela como cualquier otro chico  de su edad, pero nunca se sintió cómo allí. Quizás éste sea un año mas tranquilo para él.

Matías y Nicolás siempre siempre despiertan la curiosidad de todo  el barrio; cada vez que salen los miran con desconfianza. Los vecinos suelen susurrar a sus espaldas, y a veces esas miradas les infunden miedo, les genera impotencia y agachan la cabeza más de una vez, y no por vergüenza sino por resignación o por sentirse cansados.

Ser el hijo de Matías fue difícil desde siempre. Nico tuvo que llevar la carga de las miradas desde niño y un desprecio que nunca entendió. Esas que te lastiman el cuerpo y no te dan lugar a defenderte. La violencia de un mundo adulto que, ciego por prejuicios, condena la infancia de un inocente sin dejarle respirar; como si fuese un insulto su existencia.

Padre e hijo se han mudado varias veces, porque algunos lugares se vuelven peligrosos para los dos. Huir para salvarse y volver a empezar.

Incomodidad desde la escuela

Cuando Nico era más pequeño, la escuela se encargó de instalarle incomodidad y la vergüenza la cargó en la mochila que aplastó sus ganas de aprender: padeció el morbo e interrogatorio de las docentes por no responder a ese mandato de «familia modelo». Necesitó muchas veces tener una mamá que fuera  a buscarlo para tapar las burlas y violencias que siembra la ignorancia. Esa que despierta una familia de dos varones solos.

-Donde está tu mamá Nicolás?

– No tengo mamá, tengo papá.

-¿Murió? ¿Como se llamaba?

– Nunca existió

Matías siempre se ocupó de tapar esas ausencias. Intentó hacer todo, estuvo atento a la educación de su hijo, se dedicó a trabajar, a hacerle la comida y las tareas de la casa.

Nicolas creció en lo que la sociedad patriarcal llama: hogar disfuncional.

La razón de que en ese hogar no hubiera una mamá es porque fue Matías quien gestó a Nicolás en su vientre.

Un papá que nació con vulva y que nunca se identificó con el género que le asignaron al nacer por sus genitales. Autopercibe su género masculino desde que tiene  recuerdo.

Matías es una masculinidad trans.

Hoy tiene  42 años, y recuerda que cuando tenía  cinco se ponía  las corbatas y camisas de su padre, y expresó como pudo  quién era sin lograr  que nadie lo escuchara.

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Su familia quizás hubiera sido quien le salvara la vida, pero  eligieron saltear ese derecho y negar la realidad. Mirar, pero para otro lugar.

Alrededor de los 16 años ya pudo nombrarse como Matías, pero ya había perdido casi todo, la soledad nunca está sola, siempre viene con tristeza además de mucho miedo. Ni siquiera pudo terminar sus estudios. Fue expulsado del colegio de monjas de muy pequeño por no ser como las otras niñas, por no querer usar el jumper, por insistir con ir al baño de varones y no ser lo suficientemente señorita.

Le metieron hasta en la piel el mensaje que hoy en día habita en las aulas de las escuelas: los niños tienen pene y las nenas tienen vulva. Creyéndose un monstruo, un ser indeseable y desviado, despreció el cuerpo que no era «normal» para esta sociedad.

Creció con él la soledad y el desamparo que su propia familia devolvió cada vez que buscó consuelo, y resistió cada rincón violento que intentó corregir su desviada rebeldía.

Y cuando menos lo esperaba, vivió una de las tantas violencias correctivas que sufren algunos varones trans, que le arrebató en un instante la última  gota de dignidad que tenía.

Su hijo nació nueve meses después, cuando el tenía  27 años. Le costó llevar la panza. Esos días fueron tan difíciles de atravesar como de olvidar.

No hubo  un medico/a que respetara su identidad.  No había leyes ni capacidad para escuchar.

Y lloró desolado, masticó vergüenza, se lastimó las manos de tanto golpear puertas, y se aferró a ese hilo de luz que su hijo despertaba en él. Su vientre acunó la revolución que este mundo necesitaba ver. Y se parió a sí mismo junto a su bebé. También nació un padre que resultó tener valor para enfrentarlo todo, pero  esta vez de a dos.

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Resistir y estar de pie frente a toda esta adversidad fue sinónimo de lucha  y también necesidad, pero  no hubiera sido posible ni siquiera vivir un segundo sin esa capacidad de amar, la que tiene Matias, la que muchas personas no tendrán jamás.

Aunque el día del padre es una fecha comercial, impuesta por el capitalismo, sacude profundo en el corazón de este papá, que debe demostrar a cada minuto qué lugar ocupa en esta sociedad.

El patriarcado se encargó de mostrarle cómo se debe ser un hombre, el machismo fue un ejemplo que Matías no replicó, con el que tuvo que batallar y aún se deben enfrentar cotidianamente.

Su cuerpo no está hormonado, esa fue su decisión. Cada  persona debe responder a su propio  deseo y construirse libremente. Sin tener modelos ni estereotipos que no todos quieren repetir.  Y de eso también se trata, de saberse y ser diversamente libre.

Para Matías ser papá es gestar amor, es tener en los brazos tanta libertad para abrazar y enseñar, contener y poder transformarlo todo  para el bienestar de su hijo, no es tener una gran barba y muy gruesa la voz para encajar en un sistema que oprime sin dar respiro; eso también lo aprendió.

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Ser papá es perder el egoísmo y estar dispuesto a amar más allá de lo que creemos significa amar. Es ser ejemplo de valentía. De responsabilidad. Poder alzar  los brazos aunque no se pueda más de la desilusión.

Ser padre es tener la capacidad de reinventarse todos los días, es sacar fuerzas desde el centro del dolor y convertirla en alas que se llevarán la tristeza que la sociedad le pone a su hijo en los ojos todos los días.

Ser papá es dar vida, y que esa vida también se pueda gestar en el cuerpo de un varón trans. Feliz día del padre, Matías.

*Gabriela Mansilla es activista y mamá de Luana, la primera niña trans en obtener su nuevo documento de identidad en Argentina. Es fundadora de la organización Infancias Libres.

*Matias Veneziani es secretario y coordinador del grupo de adolescentes trans travestis de la Asociacion Civil Infancias Libres.

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