Apostamos a un periodismo capaz de adentrarse en los territorios y la investigación exhaustiva, aliado a nuevas tecnologías y formatos narrativos. Queremos que lxs protagonistas, sus historias y sus luchas, estén presentes.
Tiene 31 años y es la primera patinadora trans aceptada por la Confederación Argentina de Patín Carrera y la tercera deportista compitiendo en categoría femenina. Hoy busca visibilizar la lucha trans en San Pedro, donde nació y creció.
Por Paula BistagninoFotos: álbum personal de Alexa Pettone
Tenía 8 años cuando su mamá le puso delante un par de patines y cambió su vida para siempre. Hasta ese momento, su infancia había sido de juegos de nena en casa y a escondidas de su padre. “Mi mamá me presentó los patines y yo sentí que me estaba dando una oportunidad de ser feliz”, dice ahora Alexa Pettone, la primera patinadora trans aceptada por la Confederación Argentina de Patín Carrera.
Alexa tiene 31 años, nació, creció y vive en la ciudad de San Pedro, provincia de Buenos Aires. Hija de una pareja que la tuvo cuando eran muy jóvenes. La segunda de cinco hermanxs –dos mujeres y dos varones, cuando era chica su padre trabajaba del campo y se iba durante varios días, y su madre se dedicaba a criarlxs. No había cumplido cuatro años cuando “avisó” a sus padres: ella no era el niño que ellos creían. Había ido a un jardín maternal privado en el que todxs usaban un mismo delantal sin diferenciación por géneros y la pasaron al jardín de infantes público, donde las nenas usaban rosa y los varones, celeste. “No me lo pudieron poner. Lloré y grité tanto que no hubo manera. Y la única que encontraron fue ponerme uno que no era ni rosa ni celeste, sino azul oscuro. Esa fue mi primera manifestación”, se ríe ahora.
-Yo digo que tuve una infancia trans y tuve el abrazo, aunque no hice la transición completa. No me animé a hacer esos cambios por fuera, pero yo era una niña. Porque a pesar de que mi papá me reprimió, o intentó reprimirme, porque fue al que más le costó y le sigue costando, estaba mi mamá, que me abrazó en los juegos y en casa. Mi mamá me permitía todo. Me compraba muñecas, o un cuaderno rosa o lo que se me antojara. Y cuando venía papá, escondíamos todo para que no se enterara. Así transcurrió toda mi infancia hasta que apareció el tema de mi vida: el patinaje.
-¿Qué cambió el patinaje respecto de los otros juegos?
-Era algo que me gustaba y que podía hacer afuera de mi casa, sin esconderme. Ese mismo año yo había hecho fútbol… Bueno, iba a la canchita a una cuadra a acompañar a los amigos del barrio, porque yo no jugaba. Pero los patines era algo que mi papá me permitía y que me hacía sentir nena. Y eso me cambió la infancia. Y la vida: porque fui feliz. Así empecé a patinar en el club Paraná de San Telmo. Y durante varios años fui libre de ser feliz.
-¿En qué momento esa libertad dejó de alcanzar?
-A los 12 o 13 años llegó el fin. Fui feliz patinando hasta ese momento, pero en la pre-adolescencia empezás a ver todo de otra forma. Y ahí es cuando dije: no. Yo ya competía, pero no me identificaba la categoría. No lo quería hacer más de esa manera. No quería más ponerme en la línea de largada con otros nenes. La única opción era abandonar. Y fue un dolor enorme porque era perder un derecho, chocarme con una realidad siendo tan chica. Y no porque yo no quisiera, sino porque la sociedad no me lo permitía. Fue mi primera desilusión grande. Me alejé de las carreras pero no me alejé de los patines.
-¿Cómo fue la transición?
–Una vez que terminé el secundario, había cumplido lo formal, y ahí dije: listo, y me empecé a dejar llevar. Y a darme esa libertad de ser quien yo era. Y fue muy lento todo, pero con pasos súper firme. Meses tras meses fui cambiando y construyendo esta mujer que soy hoy. Y no fue difícil, porque yo tenía libertad. Si bien vivo en una sociedad muy conservadora, no sufrí discriminación. En la escuela tuve la libertad de ser quien era, tuve compañeros excelentes. Nunca sufrí violencia. Así que no fui expulsada. Egresé en una escuela pública, una escuela técnica.
-¿Cuánto sabías del activismo y de la lucha por la Ley de Identidad de Género?
-Acá en San Pedro el activismo nunca fue fuerte y las pocas trans que conocí eran mayores y habían tenido vidas terribles, en la calle. No tenía quién me dijera es por acá o por allá. Así que me encontraba siendo una adolescente, con todo lo que eso implica, pero sin saber si ser o no ser. Había una lucha ahí. Era una lucha contra mí misma. Y otra vez fue el patín el que me salvó.
Vivir como Alexa, competir como Alexa, militar como trans
Después de la sanción de la Ley de Identidad de Género, una publicación de una competencia de patín amateur y el impulso de un amigo que le insistió hicieron que llamara a los organizadores para ver si podía participar. Le dijeron que sí: “Te vamos a respetar como lo que sos. Como una mujer”, le dijo Juan Cruz Araldi, patinador de la selección argentina y organizador de ese torneo.
Era 2014, salió campeona, y esa fue la puerta para desde ahí ir por más: se tomó un tiempo y decidió probar en la Confederación Argentina de Patín. Habló con el presidente, Esteban González. Él le dijo que se iba de vacaciones y que, un mes después, cuando volviera, le escribía. Ella creyó que estaba esquivando la respuesta, pero lo hizo. “Me llamó al mes y me dijo que habían hablado mi tema y que sí. Que me buscara un club y listo. Yo no lo podía creer”. Desde hace un año y medio compite en el club Cermun de José C. Paz, donde la entrena la multicampeona Andrea González, la mejor de la historia del patín carrera argentino y sudamericano.
-¿Cómo te recibió el mundo del patín?
-El viaje a la primera competencia del Torneo Metropolitano de la Confederación, en Escobar, fue el viaje más largo de mi vida. Fui con todo mis miedos en la mochila, porque es un ambiente bravo, hay gente que grita e insulta. Y sin embargo, todo el entorno y la familia del patín porque hasta el día de hoy que corro muchísimas carreras, lo único que recibí fue amor y palabras de aliento y abrazos.
-¿Cómo decidiste cambiar tu DNI y qué significó?
-Si bien siempre me sentí una chica trans yo no me animaba. Había pasado la adolescencia con el pelo largo, y todos me llamaban Alex. Me vestía como mujer ya desde los 15. Y bueno, después con la ley, acudí a un amigo concejal que me ayudó con el documento y me lo hice dos años después de que salió. Lo pensé algunos días igual, porque si bien yo ya era mujer, hacer el DNI era fuerte. Fue un momento hermoso: salí de ahí sintiéndome libre de verdad por primera vez. Me sentía legal, me sentía aliviada, me sentía real también. Era quien yo sentía que era. Fue el ala que me faltaba para poder volar.
-¿Qué te impulsó a empezar a militar y a trabajar por la visibilidad?
-Siento que fui una afortunada, por todo el abrazo que yo tuve siendo una chica trans en un pueblo muy conservador. Y la vida me sorprendió porque me fueron permitiendo ser mucho más de lo que creía que me iban a permitir. Y yo sé que esto es un privilegio para mi colectivo y me doy cuenta porque cuando muchas personas me preguntan, esperan que tenga una historia tremenda. Quizá lo más difícil fue el vínculo con mi papá, que aún vivo con él, pero que todavía no lo acepta del todo. Le cuesta. No puede. Para él, si bien yo soy Alexa y así me visto, para él siempre voy a ser su hijo. Pero igual soy una afortunada que pudo construirse y armarse una vida con un trabajo (es profesora de Entrenamiento Funcional con su hermana en un gimnasio y da clases de patín a chicxs). Fue quizá un poco egoísta porque me concentré en armarme mi vida. Y ahora que me siento mucho más segura quiero trabajar por el colectivo. Después de todo el recorrido que hice yo para poder ser yo, muchos años después, fui conociendo a otras personas trans y fue surgiendo.
En el último #8M fui a la marcha con mi mamá. Se me acercaron mujeres a felicitarme, me invitaron a llevar la abandera y después a unas charlas de mujeres. Y me propusieron de alguna manera ser portavoz de esta lucha. Y un poco me fui para atrás pero después lo pensé y sentí que por qué no podía humildemente ayudar a otrxs. ¿Por qué no dar ese abrazo tan necesario? ¿Por qué no aportar mi historia y mi experiencia? Y eso fue creciendo muy rápido y ahora estoy feliz de ser parte de esto que está pasando, que es un cambio social enorme. En este camino, con los chicos de la Casa Cultural Canaletas de San Pedro surgió lo de hacer un mural acá en San Pedro (ver foto). Ellos no son del colectivo pero tienen conciencia y ganas. A partir de esto también decidimos hacer una Marcha del Orgullo acá, que nunca se hizo.
-Una semana después de hacerlo, vandalizaron el mural con agresiones hacia vos. ¿Se sabe quiénes fueron?
-Sí, en mí no causó enojo ni bronca sino preocupación. Porque en los 31 años que tengo, como te decía, nunca me atacaron ni discriminaron, al menos no directamente. Y lo tomé como un primer ataque. Porque además el mensaje fue claro: fue muy transfóbico porque taparon a la nena y los dibujos que hicieron (un pene e insultos para violentar la identidad de género de Alexa). Fueron contra la causa. Y por eso también decidimos dejarlos unos días y no taparlos de inmediato, para dar otro mensaje: esa resistencia a estos derechos. Y después lo restauramos, y quedó mucho más lindo. Además de que participaron muchos más chicos y tuvo mucha mayor repercusión en los medios y en las redes sociales, donde la gente se expresó en contra de los agresores, aunque no sabemos quiénes son ni porqué lo hicieron. Así que, adelante con una sonrisa y a seguir peleando. Y si lo vuelven a rayar, iremos de vuelta a pintar.]]>
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