Camila Sosa Villada: “La escritura no es terapéutica, la herida sigue ahí”

“Mi primer acto oficial de travestismo no fue salir a la calle vestida de mujer con todas las de la ley. Mi primer acto de travestismo fue a través de la escritura”, escribe la autora. Hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados el texto se expande con voracidad de planta caníbal, que se atreve a decir, a pensar. Incluso, a callar.

Por Ivana Romero Fotos: Guillermo Albrieu Llinás Camila Sosa Villada quemó muchos de sus cuentos de adolescencia en un calefón a leña. Pero hace poco se dio cuenta de que uno de esos textos, escrito en tinta roja, había sobrevivido. Ahí hablaba de su papá, que cuando se recuperaba de sus borracheras le enseñaba a trazar los números y letras. De su madre, tan joven y hermosa, viviendo con Camila (que por entonces era varón) en una casa en medio del monte, enseñándole a leer. También contaba de la noche en que la madre encendió una vela a la Virgen del Valle y se fue con su hijito al bar y al volver, todo era incendio. De cómo Camila se refugió en casa de una vecina con su perrito. De cómo se abrazó al perrito, que se hizo pis en las sábanas pero no importaba, porque era su compañero en medio del naufragio. Los editores de DocumentA –un espacio destinado a las artes escénicas en Córdoba que también impulsa proyectos editoriales– querían poner en diálogo tres libros autobiográficos en torno a la escritura: Cómo me hice viernes, de Juan Forn, La partida fantasma, de Leonardo Sanhueza y uno de Sosa Villada. Esas hojas chamuscadas les tocaron el corazón. Y le dijeron que siguiera, que tenía el germen de una gran historia. De ahí surge El viaje inútil, un texto confesional, hermoso y duro como una joya florecida en el barro.

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“Mi primer acto oficial de travestismo no fue salir a la calle vestida de mujer con todas las de la ley. Mi primer acto de travestismo fue a través de la escritura”, escribe la autora. Hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados el texto se expande con voracidad de planta caníbal, que se atreve a decir, a pensar. Incluso, a callar. – Los editores querían un libro sobre escritura y yo no sabía por dónde empezar. Pero retomé ese asunto de mi papá y mi mamá, de cómo me dieron las palabras y cómo así yo pude aferrarme a la escritura”, afirma Camila, un domingo al mediodía, mientras pide otro croissant. Ella vive en Córdoba pero, tras participar en el ciclo de lectura Carne Argentina, se quedó un par de días más en Buenos Aires. “Estoy parando en lo de un amigo francés que me dijo ‘Camila, ve al barrr donde hacen cosas rrgealmente frangcesas. Es un amor”, dice la escritora en un bar de San Telmo, envuelta en un abrigo azul, sus gafas oscuras sobre la mesa.

Ser travesti, una postura más política que narcisista

“Lo primero que escribo en mi vida es mi nombre de varón. Estoy sentada en la falda de mi papá, tengo una caja de lápices de colores y un cuaderno Gloria. Mi papá toma mi puño y me enseña a usar el lápiz. Redobla la apuesta y me enseña a escribir mi nombre”, evoca Camila en su libro. Puesta pensar sobre el asunto, ahora, dirá que “con eso del nombre de varón estoy relajada”. – Decirlo o no decirlo… creo que no pasa por ahí. A ver, el travestismo no tiene sólo que ver con el género. No es sólo sentirse mujer o vestirse de un modo determinado. Además yo no sé lo que siente una mujer porque no lo soy. Al menos, no en términos binarios. Lohana tenía una frase que decía ‘si una travesti viene y me dice que quiere ser policía, deja de ser travesti’. Entonces tiene que ver con eso, con una postura más política que narcisista”, afirma. Camila pide otro té y se toma el trabajo de desarrollar aún más la idea. – El travestismo no es algo que te pasa solamente en el yo. Se puede ser travesti sin haberse puesto una pollera jamás en la vida. Tengo amigas mujeres cis que me parecen más travestis que muchas travestis. El travestismo puede ser de otra índole: de renuncia al patriarcado y de ataque al patriarcado. A mí eso me pasó con la escritura antes que con nada- agrega. Además de escritora, Camila es actriz, dramaturga, poeta, estudiante de Psicología, entre otras cosas. Y en su primer libro de poemas La novia de Sandro (editado por Caballo Negro en 2015), justamente hay un verso que dice: “Elaborar un plan de ataque y resistencia / descansar, dormir un año seguido / despertar y encontrar esta lista ya resuelta”. Entre la resistencia, la renuncia y el ataque, se teje una urdimbre explosiva que ha sostenido la palabra y el corazón de Camila, ambos muy resistentes y batalladores.

«Primero la escritura, luego la tristeza»

Nació en La Falda en 1982. Se fue con su familia a Córdoba. “Mi papá había hecho saltar la banca en el casino y se había comprado una casa en Los Sauces, en el medio del monte que había sido de la familia de María Paula Albarracín. Tenía una amante, entonces nos iba llevando a lugares cada vez más lejos y nos dejaba. Después, por ahí, nos volvía a buscar”, cuenta. El viaje inútil se nutre de esa tristeza surgida del abandono que Camila comprendió como marca de familia. “Yo digo, primero la escritura, luego la tristeza. Y es una victoria sobre ese designio de mi familia que nunca aceptó su pobreza: yo primero supe escribir y luego aprendí a estar triste”, escribe. Pero la tristeza es apenas la punta del iceberg de su texto. A pesar del mutismo familiar, sus padres se mandaban cartas de amor. Alguna vez, la madre las quemó como Camila quemó más tarde sus cuentos, como cerró su blog La novia de Sandro por temor a que los escritores respetables supieran que ella se había dedicado a la prostitución. Algún lector devoto guardó esos posts y se los mandó. No le fue tan bien con su primera novela de juventud, donde ella (aún él) se enamoraba del profesor de gimnasia. Una amiga le mostró el texto a las autoridades escolares y su vida hizo pum. “A la larga, esa piba me hizo un favor porque a partir de entonces no tuve que explicar más nada”, dice Camila ahora. Pero la traición dolió.
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El viaje inútil explora la soledad de quien escribe y en ese tránsito, reinventa su identidad. También, el alejamiento de sus padres que, de todos modos, le dieron un regalo esencial: el amor por los libros y la escritura. A partir de ahí, Camila se arma a sí misma a través de la narrativa, la poesía (“un poema es un animal muy difícil de cazar”, asegura) y la dramaturgia. “Tuve que inventarme mis propios papeles porque nadie había pensado en roles para travestis como yo”, explica. También se refiere en el libro a su santa trilogía: Wislawa Szymborska y su ternura en medio del dolor, Marguerite Duras y su obstinada excavación en los mismos recuerdos, Carson McCullers y sus personajes tan raros como deliciosos, a los que borra de un plumazo cuando quiere. Incluso, Sosa Villada cuestiona la idea de que la escritura cure: “No, la escritura no es terapéutica. La herida siempre sigue ahí”, advierte. El deseo de escribir, sin embargo, la encontró desde temprano en estado de gozosa fertilidad. “Soy una hembra viable para incubarlo, pone sus huevos y los cargo dentro de mí como una madre”, dice en su libro. Algunas cosas de ese vínculo pueden ser dichas, otras no. En esa tensión, Camila transita su propio viaje, de una inutilidad imprescindible para lxs lectorxs hambrientos de palabras honestas, chispazos fulgurantes que se abren camino en medio del monte salvaje.]]>

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