La B no es muda: las personas bisexuales existimos

La bisexualidad sigue siendo una orientación invisible en términos de representatividad, tanto en medios de comunicación, como en el activismo. En el día contra el LGBTIOdio, es importante reconocer esa forma de discriminación.

Por Alexandra Hernández, desde Lima Foto: Ariel Gutraich Casi ningún activista LGBTI se atrevería a decir que la bisexualidad no existe, que unx finalmente “elige” un género, o que es una etapa de confusión. En el mundo del activismo LGBTI me siento por lo general cómodx y libre para enunciarme como bisexual sin que se me mire raro o se cuestione la validez de mi orientación. Casi ningún activista se atrevería a decirlo, pero muchos preferirían no salir con bisexuales. Consideran que son promiscuos y les molesta que nuestra visibilidad gane protagonismo en espacios LGBTI. Algunxs no van tan lejos, pero nunca se acuerdan de mencionarnos y siempre asumen en el otro una orientación homosexual u heterosexual. A pesar de que son conscientes de que la sexualidad es fluida y que las siglas LGBTI tienen una B en el medio. Lxs activistas luchamos por el reconocimiento de nuestras distintas identidades y, como tal, sería incoherente que el activismo por la diversidad sexual negara la validez o cuestionara una orientación sexual, por más complicada de entender que sea. Sin embargo, la bisexualidad sigue siendo una orientación invisible en términos de representatividad, tanto en medios de comunicación, como en el activismo. En el día contra el LGBTIOdio, es importante reconocer esa forma de discriminación que es particular dentro del activismo gay: la bifobia (BiOdio).

«Eres bisexual»: cómo asumí la etiqueta

La bisexualidad es una orientación que se caracteriza por la fluidez de las atracciones hacía más de un género. Por lo tanto, como lucha política no se caracteriza por la reivindicación de una identidad ligada a una práctica sexual particular, sino por el reconocimiento de la sexualidad como una entidad dinámica, fluida y no estática, con discursos identitarios múltiples. Una persona bisexual podría estar consciente de su atracción a múltiples géneros desde su adolescencia temprana. O podría reconocerlo a edad avanzada, básicamente porque su orientación sexual le permite desenvolver sus atracciones y afectos en cualquier espacio. Sin embargo, la ausencia de representatividad bisexual en los medios y los prejuicios asociados a dicha identidad hacen aún más complicado que una persona se identifique como bisexual, incrementando la brecha entre asumirse como heterosexual/homosexual y bisexual. Si me hubieran preguntado a los 18 años cómo me identificaba, hubiera respondido “heterosexual”, porque no conocía que podía ser bisexual. A los 20 años una amiga mía me preguntó por mis atracciones. Le conté que me gustaban las mujeres también, a pesar de que me sentía cómoda en mi interacción afectiva con hombres. “Eres bisexual”, me dijo. Desde ese momento asumí la etiqueta… y todos los prejuicios que vienen con ella. Cuando empecé en activismo pensé que me libraría de los prejuicios, que encontraría aceptación inmediata. Y la encontré. Pero la discriminación no siempre es evidente y directa. En el activismo la bisexualidad no encuentra mucho arraigo debido a que las posturas políticas se construyen en reivindicación de una identidad no heterosexual, rechazando prácticas que perpetúan la heteronormatividad. Al tener capacidad de sentir atracción afectiva y sexual hacia personas de otro sexo, las personas (y lxs activistas) bisexuales muchas veces son vistos como el caballo de Troya de la heterosexualidad infiltrándose en el activismo. Esto refuerza la idea de que la heteronormatividad está circunscripta solo a prácticas heterosexuales, cuando en realidad puede replicarse también en espacios y prácticas homosexuales (asunción de roles, estereotipos de género, etc.). Hay personas bisexuales que se niegan a utilizar la etiqueta “bisexual” una vez que están con una persona (del mismo o de otro sexo) porque consideran que no es necesario, evidenciando bifobia internalizada, es decir, el propio prejuicio sobre ser bisexual y la necesidad de “elegir un bando”. No se le puede obligar a una persona a asumir una identidad. Y mucho menos si en su propia experiencia considera que se desenvuelve conductualmente como homosexual o como heterosexual por la persona con la que está o la mayoría de personas por las que suele sentir atracción. Pero es importante reconocer si esta invisibilización se produce a la luz de prejuicios asociados con esta identidad.

¿Privilegio bisexual?

Cuando una persona bisexual tiene una relación visible con una persona del sexo opuesto “gana privilegios”. No es percibida como bisexual, sino como heterosexual, y no tiene la experiencia social de discriminación sobre su relación de pareja. Este tipo de enfoque niega la estabilidad de la atracción bisexual como eje principal del núcleo de esta identidad: de la misma manera que una lesbiana no deja de sentir atracción por las mujeres a pesar de estar en una relación monógama con otra mujer, una persona bisexual no deja de sentir atracción sexual y romántica por personas independientemente de su género a pesar de estar en una relación monógama con otra persona. Negarle el espacio a las personas bisexuales en el activismo o su visibilidad solo porque en el momento actual (o siempre) tienen relaciones, actividad sexual o preferencia por un solo género niega la esencia de su propia orientación. Esta presión por elegir un bando, la interiorizamos las propias personas bisexuales. Y muchas veces elegimos borrar esta parte importante de nuestra identidad, en vez de fomentar la discusión en relación al dinamismo de la sexualidad. Demandas políticas y bisexualidad Los activismos proponen posiciones políticas desde una identidad sexual para hacerle frente a las hegemonías sobre el género y la orientación sexual. El anunciarse como transgénero o gay es una forma de plantarse frente la heteronormatividad, y con base a esa experiencia exigir políticas públicas que nos permitan tener una vida digna. Las demandas del activismo bisexual coincidirían con las demandas del activismo lésbico o gay: leyes contra la discriminación al estar con una persona de nuestro mismo sexo o de género no hegemónico, poder acceder a figuras legales de protección de parejas o familia y tener acceso a programas de educación sexual integral donde podamos reconocer la existencia de las atracciones por personas de nuestro mismo género o sexo. Sin embargo, muchas de las demandas del activismo bisexual no solo pasan por la obtención o regularización de los derechos, sino que tienen una intención educativa y reformativa más amplia que toca transversalmente a toda la sociedad. La bisexualidad es la orientación sexual que reta el binarismo en la orientación sexual. Porque propone que las atracciones y afectos son dinámicos, y que pueden cambiar con el tiempo o ser establemente fluidos. Es una orientación que cuestiona muchas de las asunciones sobre la sexualidad que han servido, tanto para reafirmar el binarismo de género (solo existen hombre y mujer y son complementarios) como para reafirmar la homosexualidad como una característica fija y estable en el tiempo. La idea de que existimos en un espectro propone que la heterosexualidad y la homosexualidad son extremos minoritarios. Y que la mayoría de nosotrxs tenemos atracciones ubicadas en un continuum de bisexualidad, con tendencias, preferencias y adaptaciones a nuestro entorno. Algo que se ajusta más a algunas evidencias y estadísticas actuales sobre orientación sexual. Por ejemplo, las que revelan que casi el 100 % de personas jóvenes LGB se identifican como bisexuales (en el Reino Unido), ganándole espacio no solo a la homosexualidad, sino a la heterosexualidad, debido a que la visibilidad bisexual es cada vez mayor. Sin embargo, en espacios latinoamericanos, todavía muchos activismos LGBTI prefieren no darle plataformas a la bisexualidad por miedo a que la visibilidad de sus identidades se disipe y el camino que han logrado pierda espacio. Lxs activistas bisexuales reconocemos la importancia de la reivindicación de las etiquetas “gay” y “lesbiana”. Pero resulta necesario abogar por nuestra orientación sexual porque la experiencia es cualitativamente diferente a las de otras identidades sexuales. Incluso, la bisexualidad y pansexualidad están aún más invisibilizadas en las personas transgénero, dónde se asume la heterosexualidad como norma, y la fluidez en la orientación sexual no se comprende, incluso en espacios activistas. En muchos casos, el activismo trans es relegado al espacio de la lucha por la identidad y se invisibiliza su sexualidad, preferencias y prácticas sexuales. Muchos activistas trans son también homosexuales y bisexuales, pero se les excluye de espacios LGB porque el discurso sobre la sexualidad está centrado en personas LGB cisgénero. Estas situaciones hacen imperante el debate y discusión sobre qué formas de activismo tienen discursos que invisibilizan la vivencia de, quizás, un gran porcentaje de las población LGBTI. Admitir que, siendo lesbiana, una podría sentir atracción por algún hombre o masculinidad, no borra la identidad lésbica, pero sí fomenta una comprensión mayor sobre cómo funciona la sexualidad. La etiqueta identitaria que utilizamos depende de nosotres, y puede tener una motivación política importante. Pero es aún más importante reconocer que más allá de la etiqueta política, construimos sexualidades y las expresamos de formas más dinámicas de la que nos hacen creer. Imponernos roles es también una forma de establecer una hegemonía.  ]]>

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