La televisión argentina no quiere flechazos trans
La activista travesti Violeta Alegre reflexiona sobre cómo las personas travestis y trans, a pesar de los derechos ganados, siguen siendo excluidas de los espacios masivos.
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BUENOS AIRES, Argentina. La semana pasada se supo públicamente que el periodista Franco Torchia había sido despedido del programa diario “Flechazo, amor oculto”, emitido por el canal 9, un show de citas para encontrar pareja.
Pero ¿qué tipo de “amor” pretenden reproducir y sostener los programas de tv? ¿Aun sigue ocurriendo que en los medios se oculten y discutan expresiones afectivas de personas que no respondan a lo heterocis?
Torchia dejó de aparecer en el programa y unos días después leemos en su Twitter que fue por oponerse a decisiones discriminatorias.
“Para quienes me preguntan, Canal 9 me echó del programa #Flechazo. Sus autoridades sostienen una política discriminatoria según la cual el ciclo sólo une parejas cisheterosexuales”.
Por insistencia de Torchia uno de los programas tenía como participantes a feminidades trans. Pero esa emisión no fue puesta al aire en su momento sino “cajoneada” (como le suele ocurrir a nuestras demandas) por unos meses. Luego de mucho reclamar, el programa se mostró.
¿Cuándo fue emitido? El 30 de noviembre, día que jugaría Argentina-Polonia. Frente a la previa mundialista el programa tuvo nula visibilidad.
¿Intencionalmente se continúa invisibilizando a los vínculos y las expresiones sexo-genéricas que no respondan a la demanda hegemónica? No es menor el detalle que, posteriormente al subir el capítulo a YouTube, en esa emisión en particular, en la previsualización del video sea el único que no se ven los rostros de lxs participantes, sino a sus conductores.
Por culpa de “la gente”
En la mayoría de los casos, hacer visibles nuestras existencias en cualquier expresión que nos otorgue ciudadanía -que no son ni mas ni menos que Derechos Humanos- sigue siendo un campo de batalla. Las excusas suelen ser confusas. Nos encontramos en diferentes espacios con personas “buena onda” que nos dicen que está “todo bien” con las disidencias pero, cuando nos dan espacios, terminamos en espacios de subordinación. La ética inclusiva tiene sus límites.
Los límites, los que suelen argumentar las personas que nos dejan afuera, suele ser “la gente”: una masa informe de la sociedad que supuestamente no esta preparada para ver lo que se sabe y que prefiere seguir hablando con eufemismos.
Con las personas del colectivo trans siempre estuvo presente el ocultamiento en muchos aspectos. En lo laboral tuvimos que pelear un cupo que nos garantice el derecho al trabajo y que aun sigue siendo una lucha constante, no solo la inserción sino la permanencia, ni hablar en el reconocimiento de nuestras identidades y “tratos dignos”.
El plano afectivo, expresar nuestros besos, abrazos y caricias aun sigue teniendo relación directa con eso “que no debe ser visto” ni en los medios de comunicación, ni en las plazas, en ningún espacio publico. “Porque hay niños”, dicen. Y en ello se subestima y limita la capacidad de crecer en el mundo tal y como es: diverso.
¿Vale la pena ocupar estos espacios?
La pregunta a la que me remite este tipo de acciones discriminatorias es: ¿vale la pena intentar ocupar esos espacios? En muchos casos ocuparlos significa dar batallas culturales con productoras, con jefxs, con compañerxs, con instituciones que tienen políticas que se rigen por un sistema de rating, que no son otra cosa que “ventas” de bienes o servicios. Un capitalismo del que no podemos fugarnos. Si nos ponemos una venda en los ojos seguimos siendo cómplices de esos dispositivos de violencias.
Entonces ¿vale la pena? Y la respuesta es, al menos para mí: ¡sí!
Porque nuestras vidas están colmadas de historias colectivas que fueron batallas para que continuemos defendiendo. Porque abandonar la lucha es retroceder en nuestro derecho que están ganados, no ortogados por “buena onda. Luchas que muchas veces se nos confunden y parecen ajenas, pero siempre en algún punto nos van a elegir para ser blanco de discriminación. Como le esta pasando hoy a Franco, como le paso a esa compañera a quien su jefa le dijo: “Acá no es problema que vos seas trans, pero venite a trabajar lo mas femenina posible y vestite normal”.
El amor como motor de cambio
El motor del cambio es el amor, nos decía nuestra querida Lohana Berkins. Y ese amor en muchos casos es una batalla contra el odio, que nos sigue cercenando expresiones y existencias. No queremos un futuro sin poder expresarnos, sin poder aparecer en medios de comunicación y que vean nuestros amores, porque eso se traduce en poder sentarnos con nuestros afectos y abrazarnos en una plaza sin que pasen y nos insulten o nos tiren con lago. No queremos ese futuro para las infancias, ni para nadie, y para ello debemos unificar ese “está todo bien con las diversidades” con prácticas coherentes sino seguirá siendo una mentira.
Acompañamos y agradecemos a Franco Torchia porque a pesar del momento difícil que atraviesa en esta situación, que no solo es laboral, abre camino para desactivar hipocresías y nos permite reflexionar sobre ello.
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