Lesbofobia o cómo demostrar que estás equivocada

La violencia contra las lesbianas, la lesbofobia, toma formas distintas, pero sus huellas son innegables. De la violencia directa a la invisibilidad, las lesbianas se enfrentan a una de las normas sociales más arraigadas: la heterosexualidad.

Por Andrea Momoitio / Pikara Magazine. Ilustración: Señora Milton

Hay una pregunta absurda que se les hace a todas las criaturas y evidencia hasta qué punto la heterosexualidad es la norma dominante: “¿Ya te has echado novio?”, nos preguntan a muchas niñas cuando, ni siquiera, sabemos bien qué significa tener algo y, mucho menos, novio. Para las mujeres, enamorarte de un hombre es destino. No solo enamorarte, claro: enamorarte, establecer una relación monógama y estable con él; tener criaturas, envejecer juntos. Muchas niñas sueñan todavía hoy con casarse. Es evidente que la lucha feminista ya está recogiendo muchos frutos, pero el campo que se ha sembrado es de tantas hectáreas, que aún queda mucho por recolectar.

Desde la educación formal a los espacios de socialización más informales, en todos los ámbitos de nuestra vida, se presupone que las personas sentimos un deseo erótico hacia personas del sexo opuesto. El cine, la televisión, la literatura, la música, la pintura… todas las expresiones artísticas recogen esa pauta de comportamiento; así lo desean nuestras familias, así lo suponen nuestras amigas y nuestros amigos; así lo creemos nosotras mismas sin dedicarle mucho tiempo a preguntarnos por qué. Un día, sin embargo, las dudas te asaltan ante el espejo: “Creo que me gustan las mujeres”, piensas y, acto seguido, niegas con la cabeza. Las fases de autoaceptación del lesbianismo son complejas, como siempre ocurre cuando alguien se sabe a punto de romper con una norma social establecida con tanta fuerza.

En algunos territorios, el proceso puede reducirse a un tiempo de incertidumbre (generalmente, la adolescencia) que culmina con la famosa salida del armario, ese momento en el que cuentas en tu entorno que eres lesbiana. Esa salida del armario, en muchos países es el paso previo a la cárcel o la muerte. El proceso no es sencillo nunca. Cada una de nuestras experiencias lésbicas saca a relucir la fuerza de la heterosexualidad en nuestras culturas como sistema de organización social, político y económico. El mundo se organiza en torno a la idea de familia y pocas cosas tienen tanto arraigo como la idea tradicional de la misma: mamá, papá y criaturas. El lesbianismo, de alguna manera, pone en jaque este sistema y se encuentra, de frente, con una forma de violencia específica: la lesbofobia.

Aviso: la palabra lesbofobia no está en el diccionario

Desde la SAL Feminista, un colectivo que trabaja contra el machismo y la lesbofobia, entienden la heterosexualidad como “un régimen político que construye sujetos opresores y sujetos oprimidos. Es el engranaje que hace funcionar el capitalismo y el patriarcado a partir de las instituciones y del Estado. La lesbofobia actuaría en este contexto para forzar a las mujeres a cumplir la norma de género y esa es la diferente respecto a la violencia que sufren las mujeres heterosexuales”.

La lesbofobia es una “forma de expresión y práctica patriarcal que nace de la doble opresión como mujeres y como lesbianas. Las lesbianas somos un objetivo claro para la violencia machista: somos mujeres y, además, no cumplimos con la función que se nos asignó socialmente”. No somos esa otra mitad que complementa al varón; ni esas que asumen la carga reproductiva, las que aportan hijos e hijas para que reproduzcan el mismo orden patriarcal en el futuro. En esta línea, Monique Wittig, autora lesbiana francesa de referencia para el movimiento lesbofeminista, lo explicaba así: “¿Qué es la mujer? Pánico, zafarrancho general de la defensa activa. Francamente es un problema que no tienen las lesbianas, por un cambio de perspectiva, y sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres porque (el concepto de mujer) no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son (somos) mujeres”. La idea del lesbianismo como elemento disruptivo del sistema heteropatriarcal está muy presente en el pensamiento lesbofeminista, una corriente del feminismo que pone el foco en el deseo y la existencia lésbica como estrategia política contra el sistema establecido.

Cambiar de aires

Ana no ha oído hablar nunca del sistema heteropatriarcal, ni entiende bien qué significa eso de que las lesbianas no somos mujeres. Dice que tampoco sabría cómo explicar qué es la lesbofobia y se escuda: “Creo que he tenido buena suerte. Dentro de lo que cabe”. Llama buena suerte a estar años sin hablar con su madre, a haber dejado su pueblo para poder vivir con su compañera, a tener que aguantar comentarios despectivos de sus compañeros de trabajo, en un sector muy masculinizado. No sabe definir la lesbofobia, pero la violencia que ha sufrido brota por todo su cuerpo. “Mi madre me dijo unas barbaridad que prefiero ni contarte –sigue–, así que decidí marcharme a Madrid”, cuenta. Allí descubrió Chueca e hizo sus primeras amigas lesbianas: “¡Menuda época!”, dice con cara picante.

–¿Sexilio? No sé a qué te refieres.
–Algunas autoras utilizan ese término para explicar los procesos migratorios, generalmente de pueblos o ciudades más pequeñas a otras más grandes, que vivimos muchas lesbianas.
–Yo me marché de mi pueblo porque quería vivir en paz.
–A eso se refieren, sí.

El colectivo catalán SAL Feminista insiste en algo: “No entendemos la lesbofobia como algo individual”. Tiene un carácter sistémico que se puede articular porque lo heterosexual, más allá de una orientación sexual, es un régimen político: “La lesbofobia aparece cuando mostramos nuestra autonomía a la mirada y existencia del hombre heterosexual”, aseguran. Explican también que la lesbofobia se articula a través de diferentes elementos: la hipersexualización lésbica o la desexualización total de las relaciones lésbicas; la infantilización, la negación, la invisibilización y la intersección con otras muestras de odio como el racismo, la gordofobia o el capacitismo, entre otras. Además, “los hombres heterosexuales despliegan cierta camaradería con las lesbianas cuando toman conciencia de que no pueden acceder sexualmente a nosotras y optan por querer integrarnos en sus dinámicas y formas misóginas de socialización y cosificación hacia otras mujeres, asumiendo que nos relacionamos igual que ellos”.

Saioa Albizuri es terarapetura Gestalt y lesbiana. Entiende bien de qué hablamos cuando hablamos de lesbofobia. Ella, como muchas autoras, distingue entre dos tipos de lesbofobia: la externa y la interna. En el primer caso, nos referimos a la violencia que recibimos las lesbianas del exterior y que toma infinidad de formas: dificultades en el acceso al empleo, violencia física, sexual, violencia verbal…; la lesbofobia interna es aquella que nos generamos nosotras mismas: “Es mucho más catastrófico; fruto de habernos tragado un juicio moral. Es enfado, miedo, culpa, vergüenza. Es un conflicto interno entre lo que eres y lo que deberías ser, que afecta directamente a nuestra capacidad de querernos a nosotras mismas, al autoestima”. No es fácil asumir que has elegido el camino que nadie había pensado para ti, que tu decisión y tu libertad atenta, por ejemplo, contra los valores que te han inculcado en tu familia o que te alejará de tus amistades.

“Es importante analizar –asegura Albizuri– de quién recibes la violencia porque no es lo mismo que un desconocido te diga por la calle ‘bollera de mierda’ a que te lo diga alguien de tu familia. Una persona desconocida no tiene la misma capacidad de hacerte daño que sí tienen figuras significativas en ciertas etapas de tu vida. De pequeñas, no tenemos tantos recursos. Es una vivencia de no aceptación, de no sentirnos merecedoras de amor. Tenemos que conseguir vomitar esa violencia que un día atrapamos”. El activismo juega un papel importante ahí: “Hay tribu defendiendo”.

La pluma

El discurso más extendido resuelve que las lesbianas sufrimos una doble discriminación por el hecho de ser mujeres y por tener una orientación sexual distinta a la heterosexual. La realidad, sin embargo, siempre resulta más compleja. Aplicar la perspectiva interseccional al análisis nos arroja algo más de luz. La interseccionalidad es una mirada que propone analizar cómo los diferentes ejes de opresión se mezclan entre sí creando realidades complejas que van más allá de una suma. Algunas lesbianas, por ejemplo, son mujeres trans. No podemos decir, simplemente, que en ese caso se sume simplemente una tercera discriminación sino que las mujeres trans lesbianas encarnan múltiples violencias que pueden, además, verse agravadas por su situación administrativa o por su clase social.

Un elemento de discriminación que está también muy presente en la vida de muchas lesbianas es la plumofobia: el rechazo social a lo que conocemos como ‘pluma’. Entendemos por ‘pluma’ esos elementos, que pueden ser físicos o pueden ser formas de expresarse, que hacen visible la homosexualidad de alguien. Las lesbianas que tienen pluma cuentan con más dificultades para ser aceptadas socialmente hoy. Es un elemento que hace visible el lesbianismo. Es un elemento que genera violencia, sí, pero también una estrategia de supervivencia. La pluma nos hace más visibles ante los agresores, sí, pero también ante otras lesbianas.

La búsqueda de espacios entre iguales, lo que llamamos informalmente ‘el ambiente’, ha sido una de las estrategias de resistencia históricas más importantes, que ha ido adaptándose a las nuevas formas de relacionarnos que tenemos hoy. De los bares de Chueca a las aplicaciones para ligar, muchas lesbianas buscamos la manera de encontrarnos con otras que tienen experiencias similares a las nuestras para seguir resistiendo. Mejor, claro, juntas.

Espejismo de la igualdad

En el Estado español, los avances en materia de diversidad sexual y de género son innegables aunque las instituciones y los colectivos atienden a diario a personas LGTBQI+ que siguen precisando de apoyo. La aprobación de medidas legislativas contra la discriminación así como la equiparación de derechos civiles con las personas heterosexuales han sido algunos los de los éxitos que celebra el activismo. Estos avances, especialmente el derecho al matrimonio, han provocado que la sociedad, poco a poco, acepte con más facilidad que hay otras formas de amar. Ahí está, por otro lado, una de las trampas más complejas que enfrentamos hoy. El amor, el matrimonio y la creación de una familia son elementos que, de alguna manera, disipan algunas formas de violencia aunque, claro, provocan otras.

Los mensajes institucionales insisten en que amar nunca puede ser algo malo, pero el lesbianismo, al menos la apuesta política del lesbofeminismo, pretende transgredir el amor. Las lesbianas feministas pretendemos amar, sí, pero hacerlo de una manera distinta, vivir diferente, consolidar nuevas estructuras, sociales y políticas que abracen y pongan en valor la diversidad, que contribuyan a la destrucción de un sistema, el heteropatriarcado, en el que no queremos hueco.

Este artículo fue publicado originalmente en Pikara Magazine. Para saber más sobre nuestra alianza, clic acá.

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