Una biblioteca lesbofeminista de Lima es refugio para niñeces y LGBT+

Desde marzo de 2020 funciona una biblioteca para niñes en el Centro Histórico de Lima: zona de trabajo sexual, microcomercialización de drogas, bares clandestinos, urinario público y ring de box.

¿Cómo hacer una biblioteca punk en medio del caos? Sí, tenemos una biblioteca para niñxs en el Centro Histórico de Lima, exactamente en el Jirón Contumazá, zona de trabajo sexual, microcomercialización de drogas, bares clandestinos, urinario público y ring de box. Cuando llegamos, todo era inaudito. Habíamos escuchado decenas de frases clichés que pretendían describir este tipo de lugares: tierra de nadie, selva de cemento.

Los “nadies” vivían aquí, como en tantas callejuelas de Lima abandonadas a su suerte. Y a su suerte también estaban les niñes, con un año escolar perdido y con otro por perder, desayunando, almorzando y cenando violencia. Fue justamente esta violencia la que nos convenció de que algo teníamos que hacer. Como lesbianas feministas, no podíamos quedarnos de brazos cruzados mientras les niñes se perdían en la indiferencia del Estado peruano, incapaz de protegerles, cuidarles y amarles.

A la biblioteca le pusimos «Miguelina Acosta», en homenaje a la abogada y activista feminista, porque feminismo es lo que suele faltar en estos barrios, aunque mujeres fuertes hay de sobra. Ellas se organizan para alimentar a sus hijes todos los días, para enfrentarse al hombre que las violenta y no les da ni un centavo, al cliente que cree que porque les paga una miseria ya puede tratarlas como a basura, y a la policía, que las expulsa a ellas en lugar de expulsar a los proxenetas, a los borrachos, a los vendedores de droga, a sus compradores habituales y a los que usan las calles como baños.

Una resistencia entre el desamparo

Llegó a estar tan grave el barrio, que incluso se drogaban en la puerta de nuestra casa, hasta que a dos mujeres se les ocurrió agarrarse a palazos, una vecina las grabó y se transmitió a nivel nacional. De pronto Jr. Contumazá era famoso, aunque la pelea que se vio en todo el Perú no era entre dos trabajadoras sexuales, como decían los noticieros, era entre una mujer que quería ver a su hijo y la madrastra que no quería que eso suceda.

Al final no importa por qué se pelean las mujeres, el brazo fuerte de la ley buscó poner orden como cada cinco años un nuevo alcalde lo intenta. Esta vez fue más estructurado, botaron a todas las trabajadoras sexuales, a la calle peatonal le plantaron cinco tallos casi muertos que en algún futuro podrán ser árboles, pusieron una caseta de serenazgo en donde habita la ausencia y unas cámaras de seguridad para vigilar cada paso de les vecines.

Ahí descubrieron que en medio del caos había una biblioteca, pequeñita y colorida, y se sorprendieron de que algo así existiera en un barrio tan peligroso, como si fuera imposible, como si no tuviera sentido. Pero para nosotras tenía todo el sentido del mundo. Llevábamos medio año trabajando en el barrio, abriendo la biblioteca y llenándola de libros, para enterarnos de que les niñes no sabían leer, enseñándoles a leer para enterarnos de que casi ni comían, preparando desayunos para enterarnos de que no les iban a matricular al colegio porque no tenían computadoras ni internet, convirtiendo la biblioteca en una escuelita para que puedan hacer sus clases, haciendo talleres de arte para que puedan pintar y soñar con ser artistas, fotógrafes, directores de cine, escritores. Arrancándoles de un presente violento y un futuro incierto.

“¡Que vivan los gays”!

Y les hemos escuchado hablar libremente de la diversidad sexual, reconocerse como tales, reconocer a sus madres como lesbianas, a sus tíos como gays, a les amigues de la familia como trans. Una vez un tipo intentó que las niñas no hicieran arengas a favor de les LGTBIQ, y una madre le dijo que no fuera homofóbico, que su hermano era gay, que vaya a dar opiniones donde les importe, porque en el barrio no era bienvenido.

Otra vez, con cierto temor, conmemoramos el Día contra los Crímenes de Odio, por la matanza de trans y gays en la selva peruana, y cuando la policía parecía que venía a echarnos de la calle una madre me quitó el micrófono y gritó: “Señores policías, por qué mejor no van a atrapar a delincuentes y dejan de molestar aquí que nuestros niñxs están felices y ¡que viva la diversidad sexual! ¡Que vivan las lesbianas! ¡Que vivan los gays!”. A nosotras no nos quedó más que decir “¡hurra!” a cada cosa que decía.

Infancias entre diversidad

Hemos visto con orgullo decir a un niño que tiene una mamá lesbiana “como sus profesoras”. A una niña decir que cada vez que le dicen “machona”, ella responde “sí, con orgullo”. Que cuando se tratan de ofender entre ellos como “maricones”, luego se acuerdan de nosotras, se apenan y vienen corriendo a contarnos lo que han sentido.

Hemos visto con ternura cómo alistaban sus pancartas y sus mejores vestimentas para ir a la Marcha del Orgullo con nosotras, y cómo sus padres decidieron acompañarles y fuimos felices caminando y arengando así estuviéramos al final. Hemos acompañado la pena de una adolescente que le dijo a su amiga si quería ser su novia y esta le dejó de hablar y cambió de horario, pero en el largo transitar de su camino como lesbiana ella ya no está sola, nos tiene a nosotras.

Hemos visto con pena también cómo un padre decidió que su hija ya no volviera a la biblioteca, una niña en la que me reconocí de pequeña, con el mismo estilo, la misma seriedad y el mismo desamparo en la mirada que tenía yo de saber quién era y no poder serlo. Ella sabe que aquí estamos, que la esperamos.

Elles, que ven a sus madres padecer y a sus padres desaparecer, nos enseñan todos los días de amor, generosidad y resistencia en un mundo en donde el machismo, la desigualdad y la indiferencia intentan aniquilar sus sueños. “Miss, ¿por qué no cobran? Algo tienen que ganar por su tiempo”, me decían, mientras pegábamos el cartel de “se enseña a leer y escribir gratis” en la puerta. “Cómo que no ganamos”, les respondí, “ganamos una persona más amable con ustedes, un barrio menos violento, una sociedad menos manipulable. Ganamos todxs cuando un niñx, adolescente o adultx aprende a leer y escribir. Ganamos cuando hay más personas que enseñan a leer y escribir a otras”.

La educación es un acto de justicia y esa justicia se hace realidad cada día en una biblioteca color arcoíris de un barrio ya no tan gris del centro de Lima. 

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