Mayores LGBT+ cuentan cómo viven la pandemia en América Latina
Testimonios de adultxs mayores LGBT+ y los desafíos de sobrevivir a la pandemia.
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Por: Pilar Salazar, Airam Fernández, Vero Ferrari, Alejandra Zani, Paula Rosales, Juliana Quintana y Vero Stewart
Foto de portada: Paula Rosales
Desde que vivimos con la pandemia de coronavirus, uno de los sectores poblacionales más invisibilizados, ninguneados y abandonados en todo el mundo tomó el centro de la escena. Las personas que superan los 65 años, les «adultxs mayores», «les viejes», pasaron a ser ignorados a una masa llamada «grupo de riesgo». De repente quedaba en evidencia que la mayoría viven solxs; en geriátricos; u ocupando una suerte de pie de página de la vida familiar. Según los diagnósticos de la Covid-19 eran las primeras personas que iban a morir de la enfermedad, las más vulnerables. Esto hizo, por ejemplo, que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), emitiera una recomendación para proteger la integridad de estas personas. Muchas de ellas están desempleadas, o no tienen acceso a una jubilación o a prestaciones sociales. La fragilidad económica se combinó con un refuerzo de la discriminación en algunos países que, para protegerles del virus, les aisló aún más, como el caso de Suecia.
Ser personas mayores de 65 años ya implica una serie de discriminaciones. Cuando esto se cruza con una orientación sexual o identidad de género no hegemónicas, las vulneraciones de derechos se multiplican.
Ser adulto mayor y ser LGBT+ implica resistencias específicas, entre ellas, haber tenido que armar redes por fuera de los sistemas tradicionales. Haber quedado por fuera de las familias nucleares. Que algunos Estados no reconozcan legalmente a sus parejas y demás injusticias que son moneda común en muchos países del mundo y en particular de América Latina.
A su vez, la diversidad es muy grande dentro de la propia comunidad LGBT+ y no es lo mismo una persona trans mayor de 60 años (una verdadera sobreviviente, cuando la esperanza de vida en América Latina es de 35 años) que una personas cis de esa edad. Pensando en elles, y en sus cuarentenas, compartimos algunos testimonios acerca de cómo están viviendo estos tiempos y qué enseñanzas pueden dejarnos sus trayectorias vitales y de lucha.
«Ser trans y mayor requiere un temple extra»
Jolie Totò Ryzanek Voldan es guatemalteca transgénero, bisexual y feminista de 69 años. Se dedica a la escritura, además de a la defensa de los derechos humanos de la diversidad sexual. Es fundadora junto a otra compañera del primer grupo de personas organizadas bisexuales en Guatemala llamado “Bi Guate”, que se reúnen para visibilizar a esta parte de la población LGBTIQ+.
Jolie habla de una terrible y deshumanizada discriminación a la población LGBTIQ+ en Guatemala, algo que se se magnifica al ser personas adultas mayores. Al ser consideradas “población de riesgo”, se les ha limitado la locomoción. trabajo
«Toda persona trans tiene problemas para vivir en estas sociedades tan patriarcales y heteronormadas, que provocan que una `aprenda a ser fuerte a palos´. Y el paso de los años logra que la fortaleza física mengue, la poca o mucha belleza se torne en canas y arrugas, por lo que las pocas oportunidades que tenemos de vivir se reducen. Es por esto que ser trans y mayor requiere un temple extra, pues solo posees tu propio ser y la ayuda de quienes te apoyan”.
Al no contar con un plan de jubilación, por tener una discapacidad en su pierna derecha y por ser trans, le ha sido difícil conseguir un empleo a pesar de una vasta experiencia como editora y correctora de textos. Hasta antes de la crisis, dependía de sus dos hijas y personas cercanas. Pero tras los efectos económicos de la pandemia por Covid-19, la ayuda ha mermado y sobrevivir cada día en pandemia es un trabajo.
«La lucha de mayores y LGBT+: convertirnos en sujetxs políticxs»
Edgardo Corts vive en Buenos Aires, y es miembro fundador de la organización Mayores en la Diversidad y del Frente de Personas Mayores, y es vicepresidente del Centro de Jubilados y Pensionados de ATE Capital.
“La situación de las personas mayores en Argentina se caracteriza por su invisibilidad. En general, cuando las y los adultos mayores salimos del espacio de producción, pasamos a un cono de invisibilidad donde la sociedad empieza a llamarnos “abuelitos y abuelitas”. Defendemos nuestro rol de viejos, viejas y viejes, y dejamos el llamado de abuelxs para nuestrxs nietos.
En el espacio social no desarrollamos el rol de abuelxs, lo desarrollamos en los espacios familiares. A les adultes mayores se nos considera sujetos de cuidado y en realidad somos sujetos de cuidado como cualquier persona de la sociedad. Todos los individuos, toda la sociedad, somos sujetos de cuidado. A nosotros se nos pone en este lugar y se nos corre del lugar de sujetos políticos.
La mayor lucha de las personas mayores y sobre todo en el plano LGBTI+ fue la de convertirnos en sujetos políticos. Y como tales, poder pelear las distintas circunstancias que nos atraviesan, entre las más fundamentales, el estigma y la discriminación. Estas son barreras que impidieron que avancemos en la prevención del VIH, y lo mismo que nos demoró para llegar al matrimonio igualitario o a la Ley de Identidad de Género.
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En Argentina hay un avance desde lo legal, pero la sociedad todavía no ha legitimado estos derechos. Con respecto a lxs adultxs mayores, nuestro trabajo es visibilizarnos dentro y fuera de la comunidad LGBT. En mi caso, por ahora, soy sobreviviente de dos pandemias, la del VIH y la del Covid-19. La primera me instaló en el foco por ser homosexual, y en este momento, la del Covid-19 me pone en el centro por ser adulto mayor viviendo con el virus y otros temitas de salud que tenemos.
Como resistencia general y transversal de las personas mayores, seguimos reclamando que el Estado y los organismos del Estado, las organizaciones sociales, nos consideren y nos valoren como sujetos políticos y nos permitan participar en la creación de políticas públicas. Respecto al tema del VIH, buscamos la renovación y la creación de una nueva ley de VIH y ETS, porque la ley actual tiene más de 30 años, y fundamentalmente después de esta pandemia, consideramos que hay que revisarla. Desde el Frente Nacional por la Salud de las Personas con VIH ya estamos empezando a activar, aunque sea a través de las redes. El otro tema que perseguimos y por el que luchamos es que queremos la cura del VIH y de la enfermedad del sida.
Hay poblaciones mucho más vulneradas que la comunidad gay-lésbica. Les compañeres trans están en una situación de mayor estigma y discriminación. Su nivel de vida suele ser informal, a los 40 años ya las podemos considerar personas mayores por su esperanza de vida».
«El encierro me ha servido para abrir mi interior»
Agustín Núñez es actor, director y dramaturgo paraguayo. Tiene 73 años y es de Villarrica. El año pasado cumplió medio siglo de vida artística en el país. Estuvo un tiempo radicado en Colombia y, luego de la caída del régimen de Stroessner, regresó a Paraguay. Asumió la dirección de la Escuela Municipal de Arte Dramático y creó El Estudio, la primera escuela de actuación y dirección de teatro de Paraguay. Hace una semana anunció que, a causa de la pandemia, tuvo que abandonar El Estudio, la institución en la que se formaron diferentes actores, actrices y directores.
«Este tiempo de encierro me ha servido para abrir mi interior, conectarme con una parte mía que posiblemente estaba descuidada, dormida por la rutina neurótica del día a día. Me sirvió para darme cuenta del valor real de las cosas y de las personas. De que podemos vivir con mucho menos de lo que nos dice el consumismo y valorar a personas tanto cercanas como físicamente lejanas, en otros países, de una forma diferente por el acercamiento, la preocupación y la ayuda permanente que te ofrecen. Me permití vivir el tiempo mítico, el tiempo sin relojes, sin calendarios. Hay un dicho japonés que dice que la felicidad consiste en comer cuando se tiene hambre y dormir cuando se tiene sueño. Creo que es algo sabio aunque es muy difícil de hacerlo dentro de nuestras obligaciones laborales y sociales.
Esta pandemia nos obliga a ser creativos, a desarrollar la paciencia, la revisión de valores. Ha desarrollado mucho el sentido de solidaridad, de identidad. De darnos cuenta, más que nunca, que los francotiradores no ganan las batallas sino los ejércitos. En la medida en que estemos juntos, nos identifiquemos y tengamos un horizonte común, las cosas pueden mejorar notablemente.
Si antes de la pandemia no existíamos para el Estado, ahora menos. Todo el territorio que se ha ganado se ha hecho con sangre, sudor y lágrimas, y es algo que rescato enormemente de nuestro colectivo. Hay que seguir luchando por la presencia, el respeto, los derechos; romper una cantidad de mitos y tabúes enraizados en nuestra cultura, y no perder la esperanza ni el espíritu de lucha.
Estoy sumamente sensible, tuve que dejar mi escuela por asuntos económicos, por la pandemia. Fue muy doloroso pero a la vez muy valioso porque me demostró la solidaridad de muchísima gente del país y de afuera. No obstante, fue un golpe muy fuerte. Tenemos que salir en una mejor versión de lo que estábamos haciendo, no podemos seguir iguales. Tengo una frase para la escena y la vida: «todos los defectos tenemos que transformarlos en efectos».
«Quiero usar la palabra para dar luz a la gente»
Norma Castillo es una militante histórica por los derechos de las personas LGBT+ en Argentina. En los ’70, mientras vivía en Colombia, conoció a Ramona “Cachita” Arévalo, una uruguaya que también estaba exiliada. En 2010, después de 30 años de estar juntas y militar los derechos de las lesbianas, se casaron convirtiéndose en el primer matrimonio homosexual de América Latina. En 2015 Norma fue declarada Personalidad Destacada de los Derechos Humanos de la Ciudad de Buenos Aires. Cachita falleció en 2018.
“Yo que vengo de los tiempos de la posguerra nunca esperaba esta guerra. No me resulta complicada la cuarentena. Es muy difícil, pero en general para la gente mayor el aislamiento y la exclusión no son novedad. Nosotras hicimos mucha campaña, pero lo de las lesbianas viejas sí es bastante nuevo. Ahí empezó nuestra lucha abierta y hay mucho tabú, es impresionante. En la época en la que nacimos nosotras, los médicos decían que perdíamos el deseo sexual con la menopausia. A mí no me atajó las ganas de tumbar todas las mentiras que fui descubriendo a medida que fui creciendo. Hay mucha gente mayor que quedó frustrada con su sentimiento, con la sociedad que se lo cortó. A mí me cambiaron quién era por medio de la palabra, y yo quiero usar la palabra para dar luz a la gente que no se atreve y que vive vidas falsas haciendo cosas a escondidas”.
«Sin dinero y mal de salud»
Paty Conde tiene 66 años resistiendo en las calles de San Salvador. Es una de las sobrevivientes de una de las masacres cometidas por los cuerpos de seguridad del Estado en contra de la población trans durante el conflicto armado (1980 – 1992). Ahora sigue resistiendo a la pobreza, la precariedad y la incertidumbre causada por la crisis del coronavirus.
Reside desde 2003 en un empobrecido mesón, en el centro histórico de la capital, y por su cuarto paga 90 dólares al mes. Antes de la pandemia, vendía dulces, panes y diversos productos de higiene. Las que antes eran pocas ganancias ahora han disminuido a cero debido al cierre de la capital implementado por la alcaldía municipal para intentar contener los contagios.
“Vivo acá desde el 2003 y nunca había vivido nada como esto, me he sentido mal de salud, con gripe y ni puedo salir para pasar consulta. Antes vendía sodas, ganaba unos 15 o 20 dólares al día. Ahora no vendo nada porque no pasa gente. Me he quedado sin dinero porque vino la señora del mesón y tuve que pagar los cien dólares que tenía guardados. Ya quiero que pase todo esto, no aguanto más. Me siento mal y aburrida», contó Paty a Presentes.
El Estado salvadoreño no tiene registro de la población LGBTI, por tanto no pueden diseñar políticas públicas específicas que atiendan las principales necesidades y demandas de personas, que al igual que Paty, deben buscar su propia forma de sobrevivencia en medio de la calamidad.
«Estos tiempos dejarán lecciones y aprendizajes»
Jaime Lorca es chileno, tiene 70 años y es miembro de Acción Gay, organización que desde hace 30 años lucha por la prevención del VIH y acompaña a personas que viven con el virus.
«Vivo solo y ha sido muy duro. En el trabajo suspendimos las labores el 16 de marzo y nos enviaron a todos a la casa. En mi caso es más delicado, porque vivo con VIH y soy una persona mayor. Eso me provocó mucho susto los primeros días. Después, con el encierro, me fui quedando más tranquilo porque estoy solo en mi casa y en 75 días nadie ha entrado aquí, el riesgo de contagio está minimizado.
Los primeros días me dediqué a distraer la mente leyendo novelas. Ya no leo tanto. Evito mirar noticias porque me angustian, y cuando me angustio me viene la pesadez de la soledad. Es una soledad física, porque tengo la fortuna de pertenecer a una familia muy aclanada. Somos un clan muy fuerte, no pueden venir a verme, me acompañan en la distancia. Todas las noches hacemos videollamadas con mis hermanos y sobrinos. Pienso en la gente que no tiene familia o afectos a quienes recurrir en estos momentos. Debe ser mucho más doloroso, no sé qué sería de mí sin esa compañía.
Esta pandemia puso a la gente a pensar en el futuro, en cómo será. Pero aunque yo desde hace rato no me preocupo por eso, creo que los meses por venir serán muy complejos. Hace 22 años, cuando me notificaron el VIH, dejé de hacer planes. Desde entonces vivo el día a día, no planeo cosas para más de tres o cuatro jornadas. Antes la gente se moría, hacer planes no era viable. Así me acostumbré a vivir y por eso me cuesta pensar en el futuro.
Estos tiempos nos dejarán muchas lecciones y aprendizajes. Yo he tenido que aprender una infinidad de cosas que pensé que nunca en mi vida haría. Por ejemplo, reuniones de trabajo por Zoom, porque hago seguimiento a personas con VIH para asegurarme de que estén bien y tengan su tratamiento al día. Me costó seis horas aprender a usarlo, pero lo logré. También tuve que aprender a usar una tarjeta para comprar mercadería y comida por Internet. Para una persona de 70 años, esas cosas tecnológicas son muy complicadas.
El actuar de los jóvenes en estos días también va a dejar lecciones. En Chile, con cuarentenas totales y toque de queda, se han reportado fiestas clandestinas multitudinarias. Hace poco desmantelaron una de 400 personas, me parece inaudito arriesgar la vida innecesariamente. Me gustaría que tomen conciencia del mal que nos están haciendo a todos al no respetar las indicaciones que dan los Estados.
Chile pasa por una crisis muy importante en estos tiempos: en octubre tuvimos un levantamiento social sin precedentes porque hay un descrédito absoluto de la política y las instituciones. Los jóvenes se tomaron las calles y ahora quieren seguir. Yo creo que no es el momento, porque es exponerse a esta nueva pandemia. Ya vendrá el tiempo de retomar las calles para seguir haciendo los reclamos que hay que hacer. Eso sí, hay que mantener viva la discusión, para que todo lo que despertó octubre no se diluya. Entonces les propongo que lleven su creatividad al máximo y usen Internet para manifestarse y comunicar el descontento por el sistema chileno. Las redes sociales hoy día son como nuestro cable a tierra y creo que podemos usarlas para algo trascendental.
«Nos consideramos victoriosos»
Manolo Forno tiene 66 años y es uno de los fundadores del Movimiento Homosexual de Lima, junto a sus amigos. Fue en 1983, en los meses previos a la explosión de una epidemia que marcaría la vida de miles de activistas gays, cuandoempezaron a sentir el valor para organizarse y salir al mundo. Desde aquel día, hace 37 años, en que una docena de futuros jóvenes activistas se reunieron en su casa en Punta Negra para redactar el primer pronunciamiento y decir públicamente que eran homosexuales, hasta estos tiempos en que no puede salir a las calles y el contacto físico nuevamente le está prohibido, reflexiona acerca de estos tiempos.
«Está clarísimo que somos personas de alto riesgo. Tengo 66 años, soy diabético, soy hipertenso y el año pasado tuve una neumonía. Desde marzo que no salgo ni a la puerta. Vivo con mi esposo, la única persona que entra y sale cumpliendo con los requisitos de limpieza para no contagiarme nada.
El otro asunto es que si bien me he jubilado bajo la AFP, al no ser parte de una familia, según este gobierno, no he recibido nada. Si bien vivo en un barrio clasemediero, no tengo acceso a ninguna fuente de dinero. He quedado totalmente supeditado a lo que mi pareja me puede dar. Eso ha generado limitaciones en nuestras vidas, ahora se tiene que pensar en un gasto de dos personas, donde yo no puedo aportar un centavo, porque no puedo recibir un bono. Aparte, todos los costos de nuestra salud y de seguro los tenemos que pagar doble. Él tiene un seguro, él paga y su esposa podría atenderse, pero yo no.
Me pregunto cuánto tiempo estaré sin salir para sentirme seguro de que no me voy a contagiar. Mientras no aparezca una vacuna, me voy a tener que quedar encerrado. Esto me genera angustia. Si bien tengo 99% de probabilidad de no contagiarme, tengo que tener miles de mecanismos de protección que, en lugar de generarme relajación, me generan tensión.
El futuro para mí es estar en mi casa, a no ser que decida ir a la calle y mande todo a la mierda. Lo otro es esperar a que aparezca una vacuna y haya un medicamento eficaz. Todo mi mundo se ha constreñido a mirar la realidad desde la ventana de mi casa.
Vivo en un departamento y, si quiero, me encierro en mi cuarto, pero pienso en las personas que viven en una habitación y me siento mal. En los jóvenes que se quedaron sin trabajo y deben regresar a una casa familiar opresiva, con violencias. Pienso en algunas lesbianas, en que la manipulación y control contra ellas irá in crescendo con las revisiones de los teléfonos, de sus comunicaciones, estarán más vigiladas. En el caso de niñas, niños y adolescentes, las situaciones de abuso se incrementan en la casa, y si bien se han cerrado los colegios y por eso el acoso escolar “ha desaparecido”, la violencia y el abuso sexual en el entorno cercano se va a incrementar.
¿Cómo canalizamos esa angustia, esa opresión? Habría que encontrar mecanismos para visibilizar este tema en los medios de comunicación, que sepan qué cosas nos están pasando, la gente puede pensar que todo es problema de bono, de dinero, pero hay más.
Algo positivo: el convivir marzo, abril y mayo con mi pareja, en un espacio los dos, nos ha ayudado a manejar nuestra convivencia y a limar las cosas guardadas. En estos momentos nos consideramos victoriosos, hemos podido salir adelante como convivientes, sin violencia, con discrepancias, pero llegando a consensos.
En el activismo, estamos encontrando nuevas formas de hacer acciones de incidencia, definiendo nuevas estrategias, nuevas formas de encontrarnos, ya que el Covid nos ha quitado nuestra capacidad de socializar presencialmente. Ahora la lucha es a través del teléfono, del WhatsApp, la computadora, el zoom. La lucha continúa hasta la victoria final.
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