La historia de Ayelén Beker, la Gilda de las travas
Una de las grandes revelaciones de la cumbia argentina es una joven trans apodada por sus colegas como "La Gilda de la Travas". La voz y gracia de Ayelén Beker ya traspasó fronteras y nos interpela, por su música y por su historia personal.
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Por Soledad Mizerniuk y Victoria Rodríguez
Ella no sale al escenario, irrumpe en él. Ayelén Beker, la nueva estrella de la cumbia argentina, hoy vive el sueño de muchxs y no sólo porque esté grabando su propio disco, ni porque la convoquen a los grandes eventos culturales. La Gilda de las Travas, como la llamó la artista Susy Shock, escapa a la media porque tiene trabajo y sabe que eso marca toda la diferencia para una persona trans. Hasta hace dos años, las oportunidades se cerraban por su identidad y sólo le quedaba una manera de parar la olla: la prostitución. Un día alguien le ofreció un empleo en un comedor comunitario y su vida dio un vuelco.
En diálogo con Presentes, Ayelén se acuerda del momento en que nació su apodo: “Susy es una grosa, la amamos. Coincidí con ella en la Fiesta Disidente en el Bolsón, en diciembre. Después armamos una #FestiTrava en Rosario, canté con ella y me presentó de esa manera”. “Yo me apropio de la palabra trava. Me identifico trava desde apropiarme del insulto. Lo que sienten que nos lastima, yo lo tomo y lo resignifico».
“Nuestra fiesta trava es Ayelén. Todo el reinado de lo que somos, gozosas y radiantes, pero puesto en un hecho artístico popular para todxs. La sensualidad y el compromiso, que hasta lo podemos bailar, eso amamos de Ayelén”, la define Susy Shock a su vez.
Junto a la artista trans sudaka Susy Shock
”Yo pensaba que era anormal”
Ayelén vivió una infancia llena de contradicciones para sí misma. Mientras en las calles del barrio 25 de Mayo, zona sudoeste de Rosario, era una más de una banda de pibxs que jugaban con la pelota y a las escondidas; en su casa, se escondía en la terraza y, frente a un público imaginario, jugaba a ser Thalía. “Nunca imaginé que lo que me está pasando ahora iba a ser real, que iba a subir a un escenario y a recibir el amor de la gente”, dice.
Nació en Barrancas -a 80 km de la ciudad de Santa Fe- pero pasó casi toda su vida en Rosario. Es la menor de cuatro hermanxs. “Tuve una infancia muy linda, fui muy libre”, recuerda sonriente, en relación a sus primeros años. El calvario comenzó en el último tramo de la escuela primaria y el inicio de la secundaria. “Yo pensaba que era anormal, que solo me pasaba a mí, no sabía ni que existían las personas trans. Y un día, como a los 13 años, fui a un boliche y ahí vi por primera vez a una chica trans. Me fascinó”, recuerda.
Con la llegada de la adolescencia y el inicio de su transición, con extensiones y hormonas, algunas cosas cambiaron. Ya no eran tantxs lxs amigxs, la escuela dejó de ser parte de su rutina y los conflictos familiares se profundizaron. “No culpo a mi mamá. En esa época no había tanta información, hoy las cosas son distintas”, reflexiona.
Comprometida también con las infancias trans, la artista es una de las más férreas defensoras de la Educación Sexual Integral (ESI). “Creo que siempre hubo falta de información, además de las creencias religiosas. Yo quiero igualdad, pero sé que es muy ideal. Es una sociedad muy enferma, pero hoy sí hay más información acerca de lo que es un cuerpo trans, entendiendo que somos amor. La ESI tendría que estar en todas las escuelas”, dice.
El gran salto
Hoy la esperanza de vida de las personas trans está entre los 35 y 40 años y eso se relaciona con que sólo el 18% de las personas travestis y trans accede a un puesto laboral formal –según un informe de ATTTA y Fundación Huésped de 2014 (el último disponible).
Desde que decidió vivir en público su identidad, Ayelén recurrió al trabajo sexual para subsistir cada vez que se tuvo que ir de su casa o se quedó sin trabajo. Fue moza en bares, peluquera y hasta tuvo su propio negocio. Pero cuando esas puertas se cerraban volvía a las calles. “Yo lo sufrí bastante al trabajo sexual. No estoy a favor ni en contra. Creo que si una lo hace por decisión propia está bien pero a mí me dolía y era bastante feo”, aclaró. En la Argentina, según el mismo informe, el 90% de personas trans se dedican a trabajo sexual por falta de oportunidades laborales.
Hace dos años, Ayelén empezó a trabajar en un centro de día para personas trans y travestis. Esa decisión fue clave porque la misma persona que la convocó para ese empleo le avisó que había un casting. La joven santafesina, que ya estudiaba comedia musical y se perfeccionaba en canto, envió un archivo con un cover de Seminare (el rock nacional fue el primer género que abrazó). La llamaron pero le dijeron que querían armar una banda de cumbia. Fue la oportunidad para convertirse en la voz de la población trans para reclamar el cupo laboral. “Pensé que era buenísimo aprovechar esa masividad”, cuenta.
Así comenzó su camino a los grandes escenarios. El año pasado no sólo se presentó en la Fiesta provincial de la Cumbia Santafesina sino que deslumbró en Pasión de Sábado. Pero su gran éxito llegó en la Marcha del Orgullo LGBTIQ, donde el público la ovacionó.
La primera vez que cantó frente a miles de personas sintió que se “iba a morir”. “Siempre había tocado para familia y amigues y eso fue lo más lindo que me pasó. Ahí empecé con mi carrera como artista”, recuerda. A partir de ese momento no paró.
La cumbia es amor
Frente en alto, cabello largo y negro atado en una cola alta, desprende aroma a flores cuando pasa. Su piel habla a través de varios tatuajes. Ninguno es su preferido, todos tienen un significado. “Quizá pudo haber sido sentir dolor para tapar dolor, pero no sé”, se analiza en voz alta y concluye: “Me parecen súper sexies”.
Tanto como elegir un tatuaje, le cuesta nombrar artista o canción preferida, aunque su sueño es compartir escenario con Los Palmeras–. Tiene en claro que hoy su vida es la cumbia y lo dice de un modo hermoso: “La cumbia es amor y llega a todas las casas. Todos en algún momento escuchamos cumbia. Me abrazó y yo la abracé a ella”.
La joven santafesina tiene muchos proyectos y, sobre todo, tranquilidad. “Las veces que me he ido de casa fue en otra circunstancia, porque me peleaba o para ejercer el trabajo sexual. Nunca me había mudado como ahora. Estar trabajando en un centro de día y con la música es un tranquilidad muy linda. Es más de lo que esperaba”, reconoce.
Estudia música, está aprendiendo a tocar el teclado. Escribe letras de canciones y se prepara para el lanzamiento de su disco. Las ganas, la fuerza, la empujan cada vez más lejos y ella lo entiende de esa manera: “Hoy quiero seguir creciendo. Miro un año atrás y digo: «Guau, pasaron un montón de cosas hermosas». Y todavía me falta un montón”.
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