Belén, María Belén: Fotolibro sobre la fundadora del Archivo de la Memoria Trans

Entrevista a María Belén Correa, una de las fundadoras de la Asociación de Travestis Argentinas, a propósito del libro que retrata su vida íntima y colectiva, publicado por el Archivo de la Memoria Trans.

3 de September de 2025
Agustina Ramos
Archivo de la Memoria Trans
Edición: María Eugenia Ludueña

Cartas, textos, folletos, fotografías y recortes periodísticos reconstruyen un momento de la historia íntima de María Belén Correa: la formación de su identidad y militancia, sus amistades, una nota que lo cambió todo, el exilio y el personaje que la atravesó: Eva Duarte de Perón. Belén, María Belén es el nuevo fotolibro de la Editorial Archivo Trans, en colaboración con la editorial Cesura. Retrata la vida y el legado de esta activista trans emblemática y una de las impulsoras de la Asociación de Travestis Argentinas (hoy ATTTA) y Red Lactrans, y fundadora del Archivo de la Memoria Trans Argentina. 

Hoy, unas 18 personas, incluidas mujeres trans mayores, se encargan de proteger, construir y reivindicar la memoria trans desde el Archivo. Su acervo supera ya los 15 mil documentos. Registros fotográficos, fílmicos, sonoros y periodísticos; piezas como DNIs, pasaportes, cartas, notas, legajos policiales, artículos de revistas y diarios personales, que datan desde principios del siglo XX hasta la década de 1990. Además de contar con el fondo documental de varias compañeras disponible de forma online, también desde la editorial publicaron varios libros.

Foto: Archivo de la Memoria Trans

A Belén la convencieron de que el nuevo fotolibro sea sobre su historia, pero asegura que en realidad se trata de una construcción colectiva. Quedó seleccionado para la beca Andy Rocchelli gestionada por Cesura y también obtuvo una mención en el Dummy Award 2025. Le resulta extraño hablar sobre sí misma, confiesa. Pero finalmente lo logra. 

En Alemania, donde vive, Belén pasa sus días con la cabeza puesta en su país de origen. “Tengo el teléfono, la computadora, el trabajo y la televisión conectadas a Argentina. Estoy 100% dedicada al Archivo”, cuenta en una llamada, sentada en su casa ubicada en Hannover, donde vive con su esposo y sus dos perritos, sus hijos. Lleva un cotidiano monótono, sin mucha vida social. Lo opuesto a lo que vivió gran parte de su vida: shows, movilizaciones, persecuciones y amenazas policiales, trabajo sexual, mudanzas de país en país. 

En 2015 y 2016 pasó por un cuadro de meningitis en el cerebelo seguido de tuberculosis. Casi muere. “Después de eso me pregunté cómo quiero pasar los últimos 10, 15 o 20 años de mi vida. Y quiero estar tranquila, sin sobresaltos, haciendo lo que me gusta que es en parte la recolección del Archivo”, dice.

En el cuello lleva un colgante que perteneció a su amiga, la activista Claudia Pía Baudracco. Durante las charlas que compartieron en su juventud imaginaron juntas un lugar donde guardar el recuerdo y las imágenes de sus compañeras, para que no se perdiera durante los allanamientos y las mudanzas constantes. 

“En ese momento no me daba cuenta de su importancia. Lo hacía porque me gustaba. Queríamos documentar a nuestra familia, que en nuestro caso eran nuestras amistades. Pía era la que siempre estaba sacando fotos o le pedía sus fotos a las demás y las guardaba. Por las mudanzas mucho de eso se perdió: cajas enteras. Pero encontramos una parte que ella escondió en una casa de una amiga suya donde vivió. Hoy es la Biblioteca Claudia Pía Baudracco, en Quilmes”, comparte Correa. 

En 2012, justo antes de la sanción de la Ley de Identidad de Género, Pía falleció. Dejó una marca en Belén, que ese mismo año decidió materializar sus fantasías y fundó el Archivo de la Memoria Trans desde el exilio. 

La importancia de llamarse Belén

Nació el 25 de junio de 1973 en el partido de Luján, en la provincia de Buenos Aires (Argentina). Tiene 53 años: una sobreviviente del colectivo trans, cuyo promedio de vida es de 35 a 40 años. Lo sabe muy bien. Aunque está tranquila en su casa en Europa, donde quiere pasar la última etapa de su vida, entiende que las violencias hacia las trans trascienden fronteras. “Que esté encerrada en mi casa no quita que mañana me mate mi marido. Vos vivís con el enemigo. Nadie está exenta”, dice. 

Tenía 5 o 6 años y jugaba debajo de la mesa cuando escuchó a su abuelo decir: ‘María Belén, qué lindo nombre’. Tiempo después pidió a su familia que le pusieran así a su hermanito que estaba por nacer. Pero nació varón: frustración de por vida, llanto. “Cuando nacen mis hermanas, que son mellizas, me dieron el gusto. A una le pusieron María Belén y a la otra, María Vanina”.  

Iba en tren a la escuela primaria, en un pueblo vecino, Jáuregui, más grande y fabril. Vivía con sus padres, su hermano, con quien se lleva siete años, y sus hermanas mellizas. 

Durante diez años, además de hija y alumna, fue enfermera, asistente y cuidaba de sus hermanos. Los días más largos fueron cuando su papá tuvo cáncer. En 1989, cuando falleció, tomó sus cosas y viajó en el tren Sarmiento hasta la Ciudad de Buenos Aires.

“Llegué a Once y me puse a caminar por la avenida Pueyrredón, negocio por negocio. No tenía conocidas. Antes de llegar a la avenida Santa Fe entré a una de esas whiskerías que había antes, eran cabarets. Me preguntaron si sabía qué era. Le dije que no, que imaginaba que era un bar, que podía ir de lavacopas. Me dijeron que contrataban solo a mujeres. Dije que era gay. Me preguntaron por mi edad. Tenía 16 y no me podían contratar, pero me dieron la dirección de una nueva agencia que estaba buscando gente. Ahí me quedé”.

En esos primeros tiempos en Buenos Aires, fue por primera vez a una fiesta de cumpleaños, grandes eventos con show y presentación. “Yo había pensado en todo: vestido, zapatos, maquillaje, sombra de ojos. Todo menos en el nombre. Cuando llego, me saludan y me preguntan, ¿cómo te llamás? Me tomó por sorpresa. ‘Belén, María Belén…’, dije. Después, por más que me lo quise quitar, ya no podía porque para la vida travesti había quedado marcada como María Belén. Lo único que pude fue sacarme el María y que me dijeran Belén”.

“Sentía que me estaba educando al lado de Pía”

En la agencia conoció a muchas chicas travestis y trans. Esas identidades aún no se habían rozado con su imaginación. Tampoco sabía que existían mujeres que eran lesbianas. “Fui conociendo a las distintas chicas, las legendarias, las que se escapaban de Panamericana. La agencia para ellas era un lugar de descanso porque ahí no estaban corriendo de la policía. También había chicas que trabajan a la noche en la calle y de día en las agencias. Pasó a ser como un rotativo de chicas. Empecé a hacer amistades. Entre ellas cayeron Pía (Baudracco) y Brigitte (Gorosito)”.

Con la ayuda de su mamá, con quien mantiene hasta hoy un vínculo, a fines de 1992 alquiló un departamento sobre la calle Armenia, en el barrio de Palermo, y dejó la agencia. Al poco tiempo se reencontró en la calle con Pía y diez días después estaban viviendo juntas.

“Con Pía terminamos siendo muy amigas. Como toda amistad tuvimos todas las etapas: desde vivir juntas a no poder vivir más juntas. Ella era muy sociable, demasiado. No tenías una casa sino un club siempre lleno de gente. Yo venía de trabajar toda la noche, llegaba y había gente durmiendo en mi cama con mi ropa. Así que terminábamos peleando por estas cuestiones. Ella estaba acostumbrada a vivir así, en comunidad”, cuenta Belén. 

Tenían edades similares pero recorridos muy distintos. “Ella era tres años mayor, pero travesti desde los 13. Se venía peleando con la policía desde los 14, había pasado por un montón de calabozos, había ido a otro país. Tenía una vivencia que yo nunca había tenido. Yo sentía que me estaba educando al lado de Pía”.

De amigas a fundadoras de la Asociación de Travestis Argentina

A Belén nunca le gustó celebrar su cumpleaños, pero unos meses después de estar conviviendo, el 25 de julio de 1993, Pía invitó a amigas para festejar. Cocinaron y se produjeron para recibirlas. Fueron llegando de a poco, entrada la noche faltaban todavía dos de las chicas. “Se las habían llevado detenidas. Ahí armamos lo que nosotras llamábamos ‘bagayo’, que es un bolso con frazada, cigarrillos, comida, como para que puedan pasar la noche. La misma comida del cumpleaños la pusimos en un taper. Esto cambió la conversación. De todas las que estábamos ese día, la única que conocía la libertad era Pía porque había viajado a Italia. Hablábamos de cuándo nos iba a llevar ella para allá. Y Pía dijo: ‘No. Hay que hacer los cambios acá para no estar siempre yéndonos’”. Ese día, junto a otras activistas, fundaron la Asociación de Travestis Argentinas (hoy ATTTA), la primera sobre el colectivo en el país. 

Organizadas, comenzaron a denunciar las coimas policiales. El departamento de Armenia se fue llenando de gente: entre 50 y 60 travestis asistían cada sábado para planear los siguientes pasos. Vivieron al menos dos allanamientos: cuanta más gente había, más en la mira estaban. “Mi foto estuvo pegada en el pizarrón del Departamento Central de Policías por 5 años”, compartió Belén en varias notas.

“Si no fuera activista, no sería travesti”

“Para mí el mundo del activismo estaba ligado directamente con ser una travesti. No tuve una etapa en la que primero fui una mujer trans o travesti y después una militante: fue en paralelo. Yo lo entendía como lo mismo: vivir en comunidad, ser activista, pintarme los labios. Nunca tuve otra vida que no fuera esta. Si no fuera activista, no sería travesti”, explica hoy sobre cómo se gestó su identidad en aquel momento. 

Eligió el apellido de su madre, Correa, y no Carlocchia, el de su papá. Dice que lo hizo por seguridad. “En los ‘90 para poder cuidarnos ninguna utilizaba los apellidos verdaderos para que no te identificaran tan rápido: Berkins no existe. Carlocchia, en Argentina, son los descendientes de mis bisabuelos: si usaba ese me ubicaban en el momento y caían a mi pueblo”.

Aquellas Marchas del Orgullo pioneras, desde la primera en 1992 hasta 1995, eran de protesta, sin shows ni baile. El nombre de Belén comenzó a aparecer en los diarios asociado a las denuncias contra la policía y su aparición en movilizaciones. Un día, recibió una propuesta particular. Le escribieron desde la revista Para Ti para hacer una nota distinta. Querían contar a la Belén persona, la que estaba detrás de esa lucha. Los recibió en su casa, les presentó a su madre y a su pueblo. Hablaron de su vida, sacaron fotos. Al poco tiempo de publicada la nota empezaron a caer las primeras amenazas a su casa.

“Fue una de las peleas más grandes que tuve con mi mamá. Ella me echaba la culpaba a mí de lo que estaba pasando. Ahí decido irme y le digo a mi mamá que empiece a negarme: a decir que ya no me quiere, que me echó, que no soy de la familia. Durante mucho tiempo llamaba por teléfono a la vecina para hablar con ella. Hoy no hablamos de eso. Ella prefiere que sea cosa del pasado”.

Desde que llegaron las amenazas, tuvo 15 días para tomar la decisión más importante de su vida. Hacía apenas un mes, el mundo se había paralizado frente a las pantallas de los televisores que mostraban las imágenes de primero uno y luego otro avión estrellándose contra las torres norte y sur del World Trade Center. Mientras muchos huían de Nueva York, atemorizados por el atentado, Belén desembarcaba en noviembre de 2001. 

El exilio en Estados Unidos

“La etapa de mi exilio fue la más fea de todas las que he pasado. Lo peor es irte sin querer hacerlo. Me fui en 2001 y no volví hasta el 2008. En 2005 pude empezar a viajar fuera de Estados Unidos. Iba a Uruguay para poder ver a mi familia. No podía cruzar a la Argentina por tener el asilo político. Para mucha gente yo estaba muerta. Reviví en el 2008 cuando me vieron en la Marcha del Orgullo en Argentina de vuelta”, cuenta.

Dice que le costó hacerse un lugar. Muchas veces creyó que la iban a ayudar, pero al final había un interés por detrás. Ejerció el trabajo sexual los primeros años y fue ganando visibilidad como activista en los Estados Unidos. Le gustó el término “trans” -que usa hasta hoy- porque “no evidenciaba si una estaba operada o no”. Tuvo que demostrar ante un juez que no era gay ni lesbiana, y explicar qué significaba ser trans en Argentina, cuando a pesar en democracia padecían la persecución de los edictos policiales. 

Durante cuatro años se presentó ante Migraciones cada cuatro meses sin saber si la iban a detener, si la iban a deportar o si la dejaban libre unos meses más hasta la siguiente cita. “Tenías que prepararte psicológicamente y despedirte por si pasaba algo cada vez que ibas”, recuerda.

Belén y Evita

Una noche, en una actividad social para migrantes latinos, hizo un show. Lució su cabellera rubia con un rodete bajo, pendientes brillantes, un collar grande con piedras blancas traslúcidas y un corset blanco con apliques plateados. Cantó “No llores por mí Argentina”. 

“No había buenas experiencias con travestis o LGBT haciendo de Evita. Estaba la experiencia de Copi o la de Perlongher. A una le habían prendido fuego el teatro. Aparte, una pensaba que se iban a cagar de risa. El peronismo se te iba a las manos por cualquier cosa en ese tiempo si ‘insultabas’ a Eva. Era el momento de la Evitomanía”.

La primera vez que le puso el cuerpo a Eva Perón fue a pedido de su amiga Vanesa. En 1993 los cumpleaños travestis eran eventos sociales, cada una llevaba un show para mostrar. “¿Por qué no me hacés a Evita?”, le propuso su amiga. En la Marcha del Orgullo de 1995 lo llevó al escenario por primera vez. Ya en Estados Unidos, estuvo un año entero preparándose para el desfile del Pride en Manhattan, donde se presentó bajo el nombre de la Asociación de Travestis Argentinas. Ese contexto hostil, pero a la vez favorecedor de la Evitomanía, le permitió llevar el personaje a distintos países. A Alemania llegó, precisamente, “gracias a la Eva”. 

Con los años, cada vez que la interpretaba le agregaba alguna cosita: una pulsera, un aplique. Hoy tiene 36 libros sobre la biografía que abordan la vida de Eva desde distintos aspectos. El caso Eva Perón, escrito por el embalsamador Pedro Ara, estaba lleno de fotografías de ella viva, que el hombre copió para hacer su trabajo. De ahí Belén tomó algunos gestos. También guarda con especial afecto Y ahora… hablo yo, de Lillian Lagomarsino de Guardo, quien acompañó a Eva los primeros años del peronismo y en el viaje que hizo a Europa. 

“En Europa le enseñan cómo saluda una reina: levemente, inclinando la cabeza y mueve la mano mostrando los anillos. Yo físicamente no puedo verme jamás como Eva: tetas grandes, alta. La otra pesaba 40 kilos y yo, 80. Pero siempre me quedó algo que me dijeron, que dentro del teatro, si vos mantenés la ilusión y te lo creés, el resto se lo cree. Así que copiaba todos sus gestos y movimientos”, cuenta Belén.

Su familia no tenía fotos de Perón ni de Eva en su casa, pero el peronismo había entrado de diferentes formas. Los familiares de parte de su padre eran ferroviarios y su abuelo integrante de La Fraternidad, un sindicato históricamente ligado al justicialismo. Su madre tenía cuatro años cuando le llegó la muñeca de la Fundación Eva Perón y a su abuela recibió la máquina de coser de la misma institución. 

Belén fue, durante muchos años, “la Eva”. Comenzó a interpretarla a los 20 años y pronto se enteró de una maldición. Todas las travestis que hacían de Evita morían a los 33 años. “Cuando me fui acercando a esa edad, como a los 29, 30, me agarró la idea de que eran mis últimas fechas. Vivía vestida como una dama antigua, me atendía la gente en la cama, vivía con ropa de cama. Me había agarrado ese síndrome de Esther Goris que vivió con el personaje pegado no sé cuánto tiempo. Me había comido el personaje. Creía que ya me iba a morir”.

Comprobó que la maldición no era cierta cuando pasó esa edad, pero Eva continuó presente toda su vida. Ya con la Ley de Identidad de Género aprobada en Argentina, modificó su nombre legal a Belén Eva Carlocchia. 

“Hay que estar unidas, porque si no, nos matan por separado”

Esa ley fue para ella y tantas trans un parteaguas. “Nos vino a meter dentro de la democracia en Argentina porque fue el momento en que el Estado nos reconoció como ciudadanos y ciudadanas y nos igualó al resto de la sociedad. Querer quitar esos derechos con modificaciones, o la eliminación de la ley sería volver a la clandestinidad”, dice, en relación a los distintos ataques que sufrió la normativa bajo el actual gobierno de Javier Milei.

El fotolibro sobre su historia culmina con los años de exilio. De esos años trágicos quizás lo que más recuerde es la sensación de soledad e indefensión. Algo que hoy por suerte queda lejos. Aunque está a miles de kilómetros de distancia física de sus amigas y compañeras del Archivo, comparte con ellas pensamientos, charlas y proyectos de vida en común. 

“Hay que estar unidas, porque si no nos matan por separado. Y alertas. En los tiempos que hemos pasado, en los que te detenían solo por salir a la calle, lo que hicimos para resistir fue vivir en comunidad para que en el momento en que nos pasara algo hubiera alguna asistiendo”, dice.

Eso, asegura, es lo que nos va a salvar. Esa vida en comunidad sobre la que tanto le enseñaron las travestis y amigas a lo largo de toda su vida. El libro se presenta el sábado 6 de septiembre a las 20 en el Parque de la Estación (Juan Domingo Perón 3326, CABA), en el marco de la Feria Migra.

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