Entrevista a Lu Ciccia: por qué es necesario cuestionar el sexo como categoría biológica
La investigadora Lu Ciccia editó un nuevo libro donde plantea la necesidad de repensar el sexo como una categoría biológica.
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Lu Ciccia es una investigadora argentina que vive en México. Cuando la conocí, hace ya algunos años, me aclaró enseguida que no era porteña (oriunda de la Ciudad de Buenos Aires) y que investigaba temas de neurociencia y género. Lo primero lo advertí por sus anécdotas del barrio de Wild(e), lo segundo a través de su primer libro La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí de 2022.
Como novedad, y regalo de la Navidad de 2024, llegó su segundo libro Contra el sexo como categoría biológica: cómo desmontar las premisas sexistas que limitan nuestra vida. El libro llega pisando fuerte para este 2025, con argumentos muy necesarios para combatir la desinformación en el campo del deporte.
El sentido de una categoría
-Arrancas con una aseveración contundente desde el título de tu libro que vas desarrollando por distintos campos: la medicina, el deporte, la historia y las ciencias llamadas «duras«. ¿Para qué nos sirve contemporáneamente la categoría de sexo?
-Hay diferentes usos. Pero en un sentido general la categoría de sexo sirve para ciertas instituciones que han sido paradigmáticas en subrayar la lectura jerárquica de los cuerpos: el deporte y la medicina.
En esos ámbitos el sexo funciona para naturalizar diferencias biológicas. ¿Qué quiere decir esto? Que se apela a las posibilidades reproductivas como la causa de toda una batería de parámetros biológicos que implican la habilidad atlética. Y en lo que respecta al ámbito biomédico, parámetro que explicaría prevalencias, por ejemplo, enfermedades que son más frecuentes en mujeres cisgénero que en su contraparte masculina y viceversa: enfermedades que son más frecuentes para la masculinidad cisgénero frente a su contraparte femenina. Entonces hoy el sexo como categoría biológica funciona como marco interpretativo para las habilidades atléticas y para la prevalencia y tratamiento de enfermedades.
El sexo no funcionó como variable biológica de manera sistemática. Esto es una crítica que se ha hecho durante los 90 sobre si era necesario incluir el sexo como variable biológica. Porque una cosa es la inclusión de todas las corporalidades y otra cosa es caracterizar que todas las corporalidades tienen que estar clasificadas según su posibilidad reproductiva. Eso es algo que discuto en el libro citando también a otras autoras.
-¿Entonces lo reproductivo no tendría ningún valor médico para explicar las diferencias biológicas?
-No es que nuestra biología ligada a la reproducción no tenga ningún tipo de relevancia en el desarrollo de otros parámetros biológicos. Lo que señalo es que se le está dando una relevancia y una omnipresencia que desplaza las variables de índole social. Y no estoy diciendo que son variables meramente sociales porque están en un lado y la biología por otro, sino que esas variables sociales se expresan, o se biomaterializan.
Mi punto de partida no es plantear que el sexo no es biológico. Lo que digo es que el sexo como categoría biológica tiene muchas implicaciones que a veces dejamos de lado. En el libro las recupero, las explico y señalo: por qué nuestra realidad biológica no cumple con esos requerimientos para que el sexo se legitime como categoría biológica.
En este sentido, digo que las posibilidades reproductivas pueden incidir o tener relación con las prevalencias. Hoy cuando hablamos de prevalencia paradigmáticas como el cáncer de mama, no tenemos una evidencia concreta ligada a los llamados cromosomas sexuales, o ligada a los diferentes niveles de estrógenos o testosterona para explicar esa prevalencia. Hay una mayor complejidad, y por eso es importante poner entre paréntesis la especulación en torno a ello. ¿Qué significa? Parar afirmaciones como que las enfermedades autoinmunes son más prevalentes en mujeres cisgénero. y que eso se debe a los cromosomas XX. Esto es una hipótesis, pero ¿hay algo corroborado en este sentido? La respuesta es no.
Entonces pongamos entre paréntesis la especulación y preguntémonos qué otras variables o parámetro biológicos son relevantes para entender las enfermedades autoinmunes. ¿Qué parámetro es relevante por ejemplo? La permeabilidad intestinal que no depende de los cromosomas sexuales ni de los niveles de estrógeno. Depende de tipos de alimentación o depende de un cuerpo condicionado al estrés. Ahí ya nos alejamos de un paradigma rígido heredero de una biología positivista basado en el sexo para entender la prevalencia de enfermedades, y ampliamos el panorama. No dejemos de pensar si están involucrados los cromosomas, pero no los pongamos en el centro y que no sea lo único que hagamos.
Sobre la dicotomía naturaleza-cultura
-Te quiero hacer una pregunta como de cuñado en la cena de navidad. ¿Si eliminas la categoría de sexo no eliminas un lugar de enunciación de la opresión que viven las mujeres?
-Por eso digo que el sexo es una categoría histórico política, lo planteo con una analogía con la raza. No poniendo en un orden de paridad las categorías que implican jerarquía. Hay genealogías precisas para cada categoría y no lo profundizo tanto en el libro para los estudios antirracistas. Podemos aprender de las genealogías que se han hecho desde el concepto de raza y por eso cito autores que vienen a criticar en el ámbito biomédico el uso actual de la categoría de raza, y me interrogo de por qué no cuestionamos y criticamos la idea de sexo.
Tomémonos en serio la crítica al sexo como nos hemos tomado en serio la crítica antirracista a la naturalización de la raza. El sexo existe como una categoría histórico política y se biomaterializa porque lo que hacemos a través del sexo es naturalizar el sexismo. Y, ¿cómo defino el sexismo? como pensar que hay diferencias naturales biológicas entre hombres y mujeres cisgénero.
Mi provocación es cuestionar esta dicotomía naturaleza-cultura que ya ha propuesto Donna Haraway, hablando de una biología que en ningún momento del desarrollo existe inmune o impermeable a la cultura. ¿Por qué damos por hecho que la cultura no impacta, por ejemplo, en los parámetros que asociamos al sexo como categoría biológica? Y lo que propongo es justamente que esas prácticas sociales, esa cultura, dialoga con nuestra biología. El sexo tiene que estar como una categoría que guíe qué variables vamos a desarrollar en torno a las normativas de género.
–¿Entonces es la cultura la que históricamente ha hecho el cuerpo y el sexo? Nuestro mundo generizado es el que crea la biología dimórfica?
-En el libro digo que no somos una tabula rasa, no es que somos una biología sin agencia y la cultura nos viene a hacer en imagen y semejanza. Pero señalo que somos la especie menos programada. ¿Qué quiere decir eso? Que venimos con un potencial que podemos aprender. Cuando hablo de programación no digo que somos un reducto de programación que es innata y libre de cultura, me refiero a parámetros que se estabilizaron generación tras generación por la regularidad de nuestras prácticas sociales. Me refiero a las cosas que ya están estabilizadas y no sabemos qué tanto pueden cambiar porque no dimensionamos la plasticidad de nuestras configuraciones biológicas.
-¿Tan plástica es nuestra biología que las prácticas culturales la puede moldear históricamente?
-Lo que digo es que debemos tomarnos en serio como las prácticas sociales están en simultáneo con nuestra biología. No hago un argumento de que la cultura causa nuestra biología. Lo que digo es que nuestras prácticas sociales están al mismo tiempo que nuestra biología, hay un diálogo simultáneo. La biología no puede explicar la causa de mi estar triste. Puede haber correlaciones, pero no podemos entender por completo nuestra vida mental sin otras disciplinas como la psicología, como la antropología, como la sociología. Y lo que hemos hecho a día de hoy es delegar nuestras explicaciones a la biología para entendernos. Debemos criticar más a las neurociencias en su explicación causal, tomarnos más en serio la simultaneidad y dejar de delegar las explicaciones de nuestra conducta a disciplinas que vienen del método científico.
-En tu libro un concepto clave es la biomaterialización, ¿qué es?
-Biomaterialidad refiere a nuestra materialidad biológica. Yo recupero esa idea de materialización en el sentido que lo hace Van Anders, lo llevo un poco más allá y quiero explorar nuestra vida mental. ¿Cómo se materializa nuestra vida mental? Con una idea de mente que no reduce nuestra vida mental a lo biológico, sino con una idea de mente comprometida en que si cambia mi vida mental cambia la biología. Me agarro de esta idea de que si cambia mi vida mental cambia lo biológico. Por ejemplo, Sari Van Anders dice que cuando se tiene sexo por erotismo aumentan los niveles de testosterona, y cuando se tiene sexo por amor romántico aumenta los niveles de oxitocina.
Este ejemplo me sirve para señalar cómo se biomaterializan nuestros estados psicológicos sexistas. ¿Por qué sexistas? porque se naturalizan nuestros estados mentales: ¿quiénes son las personas que cogen por amor romántico? obvio las mujeres cisgénero tienen ese correlato con la oxitocina, y en los hombres cisgénero hay ese correlato con la testosterona. Eso es un claro ejemplo de una biomaterialización sexista. Sexista porque parte de naturalizar ciertos patrones de conducta que tienen un correlato de biomaterialización, de naturalización biológica. Entonces biomaterialización me sirve para indagar cómo ciertos estados psicológicos pueden traducirse en parámetros biológicos. En este caso con relevancia deportiva porque analizo el deporte.
Una categoría en el mundo del deporte
-¿Cómo clasificarías los cuerpos en el mundo deportivo para no reproducir lo que en tu libro llamas testocentrismo?
-En el libro tomo ejemplos de la sociología del deporte, hay autoras y autores que han propuesto hace mucho ya la idea de tomar algunas caracterizaciones o parámetros específicos según el evento deportivo. Eso trajo problemas porque ¿qué es lo relevante? En los paralímpicos, por ejemplo, no se ve la trayectoria vital de la persona para saber por qué está en silla de ruedas, sino la funcionalidad de los miembros que va a usar en el evento.
También se ha intentado esta forma que tiene sus problemas. Lo que señalo es que, aunque fallen, no fallan más que el sexo como categoría biológica, es decir, la segregación por sexo. Para empezar, no estaríamos violando derechos humanos, porque hay un derecho humano que es el acceso al deporte para todas las personas. Además, se complejizarían los parámetros y no se quedarían reducidos a lo que yo caracterizo como testocentrismo en el deporte, es decir, todo reducido a la testosterona. No son ideales, pero con los niveles de exclusión que hay hoy son mucho más pertinentes, a largo plazo podrían dar mucho mejor resultado. Y si consideramos estos parámetros dejaríamos de ver una biología binaria promedio. Porque justamente seguimos haciendo biologías binarias con nuestras prácticas, con los correlatos biomateriales a través de prácticas.
-El caso de Caster Semenya condensa todas estas violaciones a derechos humanos. Es un caso paradigmático que atraviesa el sexo y la raza, y en tu libro hay una analogía fuerte entre ambas, ¿que la categoría de raza y sexo tengan una genealogía contemporánea moderno colonial las hace parecidas?
-Las dos categorías tienen puntos de contacto básicamente en dos cosas: la primera es que desde el periodo colonial hasta hoy se desarrollaron como categorías biológicas. Lo segundo es que ese desarrollo fue para justificar una lectura de los cuerpos jerárquica, la supremacía racial y la supremacía del varón cisgénero dentro de la blanquitud. Lo que hago es trabajar con ciertos autores que han criticado la raza como categoría biológica, sobre todo en el ámbito biomédico, y decir que estas críticas valen también para el sexo como categoría biológica. Porque si tienen esto en común, por qué no dudamos en decir que la raza no es una categoría biológica pero si dudamos pensar que el sexo no lo es.
Entonces yo juego un poco diciendo que esto habla en el fondo de una legitimidad biológica también en la categoría de raza. ¿Por qué? Porque los parámetros biológicos asociados al sexo están racializados. Se enmascara el racismo a través de la idea de dimorfismo sexual porque está en sí mismo racializado. Queda pendiente el trabajo con estudios antirracistas en el ámbito biomédico, cómo se problematiza la categoría de raza y cómo podemos problematizar la de sexo para que la raza deje de ser una categoría biológica en el ámbito biomédico. Hay una neobiologización de la raza en la era molecular. Podemos hacer alianzas para entender que estas categorías tienen más en común de lo que pensamos: la estructuración sexista y racista de la vida social.
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