Soledad Cañumil, socorrista mapuche: Reivindicar la autonomía de nuestros cuerpos y territorios
La docente, socororrista y mapuche, Soledad Cañumil cuenta sobre los desafíos de un feminismo intercultural y su experiencia acompañando abortos.
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“Acompaño abortos y me reconozco mapuche. Pero no hago un cruce entre estas dos cosas. No acompaño abortos como mapuche, los acompaño como militante feminista. Las militancias se cruzan, pero son dos cuestiones distintas”. Soledad Cañumil hace esa aclaración inicial, como un punto de partida de caminos separados. Pero luego, con el correr de los días y las conversaciones, esos mundos en apariencia distintos se irán entrelazando.
Los abortos son parte de su vida cotidiana: integra Socorro Rosa Rabiosa, una colectiva feminista que acompaña a personas del sur de Chubut y de la provincia de Santa Cruz que decidieron interrumpir embarazos, para que lo hagan con información y de manera cuidada y segura. Además, integra Socorristas en Red, una articulación federal de colectivas feministas de Argentina que vienen acompañando miles de procesos de aborto desde 2012, ocho años antes de la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. De la mano del activismo feminista, también comenzó a militar dentro del profesorado de Historia en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Allí tuvo una participación muy activa desde el centro de estudiantes empujando diferentes temas de género: implementación de protocolos, programas de prevención, erradicación de violencias. Vive y trabaja como profesora de secundaria en Comodoro Rivadavia.
“A mí me interesa sobre todo lo educativo -cuenta-. Siempre en la pelea porque haya más incorporación de estos temas en lo formal, en los planes de estudio, los programas, las cátedras. Me considero una militante de la educación pública, de la educación sexual integral y hoy de la educación intercultural. Y soy acompañante de abortos, ya desde hace más de siete años.
– ¿Y cómo te fuiste reconociendo mapuche?
– No puedo identificar un momento en el cual yo dijera “me reconozco”. Mi apellido es Cañumil, así que siempre de alguna manera supe que era mapuche, no era algo desconocido. Mi papá viene de Río Mayo, que es una localidad que está en el centro de Chubut. Yo de chica lo he escuchado hablar, algunas palabras en mapuzungun, algunas memorias. Ese conocimiento lo tuve siempre. Pero el asumirlo, reconocerme y comenzar a recuperar esa identidad viene de la mano con mi paso por la universidad, la educación pública y justamente una carrera como Historia.
No es fácil recuperar la identidad indígena
La conquista de América, las campañas al Desierto, el genocidio indígena en cual se fundaron los estados americanos. El avance sobre los cuerpos y los territorios indígenas. Todo eso y mucho más fue aprendiendo gracias a la universidad pública, donde conoció en la urbanidad a otras personas que ya se reconocían mapuche. Y ahí comenzó otro camino.
“Es difícil hablar de esto -confiesa la profesora de historia-: justamente quienes hemos nacido y crecido en las ciudades, hemos perdido gran parte de nuestras historias personales y familiares también en los traslados forzosos. Entonces somos mapuche, pero no tenemos mucho conocimiento de nuestra cultura y de nuestra identidad. Hay que ir recuperando, vamos aprendiendo con otros. Yo lo llamo proceso personal de recuperación de la identidad”.
En 2016, el aumento de la histórica persecución y hostigamiento de las comunidades indígenas en relación a las recuperaciones territoriales -Mauricio Macri en la presidencia y Patricia Bullrich como ministra de Seguridad- activó aún más esta búsqueda personal. Se involucró en distintas luchas donde puso su cuerpo para visibilizar, reclamar, difundir. Y en 2021 comenzó a participar desde la espiritualidad.
“Una cosa es reconocerte a vos misma y otra cosa es que te reconozcan las comunidades y otros integrantes de nuestro pueblo -aclara-. Que te reconozcan es otro proceso. Para mí ahí comenzó un acercamiento a otros espacios en los que no participan personas que no son de la comunidad, por ejemplo, ceremonias como el winoy xipantu y otras celebraciones”.
Un fallo decisivo en la lucha por el aborto
En 2010, Comodoro Rivadavia fue el escenario del famoso fallo F.A.L, precedente decisivo en la lucha por el aborto. Una adolescente de 15 años de esa ciudad fue violada por su padrastro que era personal de la policía de Chubut. Su madre recurrió a la Justicia para que pudiera interrumpir el embarazo. Luego del rechazo en diversas instancias, el Tribunal Superior de Justicia de Chubut lo encuadró como no punible por el artículo 86 del Código Penal de la Nación y permitió finalmente la realización la práctica cuando ya cursaba 20 semanas de gestación. En 2012, la Corte Suprema confirmó la sentencia y dijo que estos casos no deben ser judicializados.
Cuatro años después, Soledad y otras compañeras de esa ciudad comenzaron de forma autodidacta a formarse y a difundir algunos posicionamientos. Y así fue que muy naturalmente ese núcleo feminista se transformó en una referencia para muchas personas que querían saber cómo podían acceder a un aborto. En tiempos de clandestinidad, generaron confianza y habilitaron un espacio para que surjan esas preguntas. Y eso las empujó a formarse en acompañar abortos. Fue un año de lectura, de discusión, de debate, de algunas experiencias incipientes hasta que conformaron la colectiva Socorro Rosa Rabiosa y decidieron sumarse a Socorristas en Red. Un nuevo camino, un nuevo desafío colectivo.
Caminos que se van entramando
“Hoy, después de tantos años, hacemos una autocrítica -dice la activista mapuche y se pregunta-: quizás entramos al feminismo desde lugares más juveniles, de la cultura blanca, ¿no? Desde lugares más occidentales. No sólo somos mujeres, la Argentina no es blanca y estamos en un territorio que es mapuche tehuelche”.
Soledad siempre participó de espacios autónomos. En la universidad, en las luchas feministas y en las luchas mapuches. “Yo reivindico mucho los espacios que no los hemos hecho para ningún partido”, dice y agrega: “ahora que lo pienso, autonomía de los cuerpos y territorios, todo se va cruzando y se va enlazando”.
En Socorro Rosa Rabiosa hay varias compañeras que se han reconocido mapuche, une compañere no binarie que se pudo reivindicar afro y una compañera salteña que está haciendo también su proceso de recuperación de la identidad indígena. No es casual que elijan sumarse a una colectiva que le da acogida para que afloren esas nuevas autodeterminaciones.
El aborto intercultural como utopía
“Lo que se pone en juego en los abortos son historias de vida, en definitiva -reflexiona la docente-. Entonces, la otra persona nos está compartiendo su historia personal y es muy grato eso. Y yo valoro mucho esa confianza. Llamar a un número que no sabés qué hay detrás y llamar igual porque alguien te lo recomendó. O porque leíste algo que te generó esa confianza”. Para Soledad es importante aclarar que no hace “salud mapuche” porque considera que no tiene los conocimientos para eso. Por su parte, Socorro Rosa Rabiosa no pregunta la identidad étnica de las personas que piden acompañamiento para interrumpir un embarazo. Tampoco la línea 0800-222-3444 de salud sexual de la Nación. ¿Qué pasaría si esas preguntas aparecieran? ¿Podrían impulsar nuevos abordajes?
Como socorrista, Soledad acompañó a algunas personas indígenas, pero no tuvo la necesidad de traducir información a otras lenguas, ni de pensar adaptaciones culturales. Pero aspira a que el aborto sea feminista e intercultural.
En ese sentido y como buena docente, hace un análisis histórico de la mirada de la salud: “La medicina que hoy conocemos se funda de la mano de los estados nacionales y del sistema capitalista. Todos los pueblos han tenido sus propias prácticas de salud, su propia medicina. Y nos lo quitaron, se lo apropiaron y buscaron exterminarlo, con toda la apropiación histórica que han hecho de los cuerpos”.
La cosmovisión de un territorio a cuidar
Para ella, “es muy claro que existen otros saberes y otra forma de entender la salud y otra forma de entender el cuerpo. Y esto lo digo desde lo poco que sé de mi cultura mapuche y también desde el feminismo que justamente también problematiza esos únicos saberes validados”.
Además, la activista sostiene que “en las comunidades hacen abortos con otras cosas que no son los medicamentos. Esto está sucediendo. No es tan visible, pero quizá todavía no se han dado los diálogos, las conversaciones, los espacios de encuentro. Y hoy con el fascismo imperante es muy difícil poder cuidar todo eso sin exponerse”.
“A mí me cuesta muchísimo lidiar con espacios racistas -continúa- que ignoran que nuestro país se funda sobre un genocidio sobre determinados pueblos. Que desconocen la historia de la imposición del capitalismo, que es el sistema que hoy nos está hambreando, saqueando, contaminando los territorios, quitando el agua. Y justamente los pueblos indígenas lo que ponen en jaque son intereses muy grandes. Lo que buscamos en este territorio, que es nuestro, es cuidarlo”.
Abortos cuidados. Cuidar el cuerpo. Cuidar el territorio. Los cuidados aparecen en el relato atravesando todo. “No vas a encontrar gente de nuestro pueblo incendiando bosques. O pensando en poner una represa hidroeléctrica, o pensando únicamente en apropiarse de algo para sacarle ganancia. Ahí hay una cuestión de cómo entendemos el mundo y sus relaciones. No somos solamente humanos, falta reconocer todas las formas de vida. Cuestionamos ese sistema y el sistema nos responde con violencia, hostigamiento y criminalización”.
“Lo veo como mapuche y como feminista”
La sanción de la Ley 27.610 es sin dudas un hito histórico en la lucha feminista, pero Soledad advierte que “es necesario que lo cuidemos pero que también sigamos pensando cómo garantizarlo mejor. Y lo digo desde el contacto con las personas que abortan: la violencia de los médicos, el maltrato, el racismo, lo que sucede con las mujeres migrantes… Obstáculos, dificultades, barreras. En estos años que llevamos de Ley hubo una reconfiguración y hemos quedado de vuelta bajo la órbita del médico: nuevamente estamos lidiando con hacer cuatro consultas a un médico para poder acceder a un aborto”.
La entrevistada buscó imágenes personales para ilustrar esta nota, pero casi no encontró fotos donde esté sola: salvo excepciones, siempre aparece con otras personas, en las calles, en las aulas, con el pañuelo verde o un kultrun mapuche.
Para ella, “un feminismo que únicamente se queda en la violencia de género y no cuestiona el capitalismo, el extractivismo, el racismo; es un feminismo que no está problematizando nada”. Y ahí, la autonomía aparece como hilo que vincula la soberanía de los cuerpos y territorios. “Vamos a poder ejercer nuestra autonomía corporal y territorial si podemos decidir. Lo veo como mapuche y como feminista. La lucha por el aborto ha sido para reapropiarnos de nuestros proyectos de vida”.
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