Ensayo fotográfico: cuatro historias sobre personas trans y trabajo

Acceder a un empleo formal es uno de los principales problemas que afrontan las personas trans, dice una encuesta en la Ciudad de México. Las historias de Mónica, Zafiro, Desire y Ángela, cuentan parte de ese camino que habla por tantas otras historias en América Latina.

trabajo trans
1 de mayo de 2024
Texto y Fotos: Eduardo Mejía
Edición: María Eugenia Ludueña

CIUDAD DE MÉXICO, México. En la última encuesta realizada por el Centro de Apoyo a las Identidades Trans en el 2020, que recaba la opinión y percepción de 219 personas de la comunidad trans en la Ciudad de México en torno a derechos humanos, acceso a servicios y valoración de políticas públicas; destaca encontrar un empleo formal como una de las mayores problemáticas a las que se enfrenta la comunidad trans. A pesar del reconocimiento a la identidad de género, esto solo no alcanza para abrir el acceso a la obtención de un empleo, y tan solo el 20 % de las entrevistadas señala que gracias a ello ha podido acceder a un empleo. 

En una pregunta abierta sobre qué le pedirían a la administración pública en su favor, las personas trans encuestadas respondieron: la inclusión y el acceso a empleos donde no se les discrimine y puedan lograr un desarrollo económico y social como cualquier otra persona. De las personas trans encuestadas, más del 50 % señaló tener licenciatura u otro tipo de estudios similares. Pero a pesar de su nivel educativo, el 64 % no cuenta con un trabajo formal que habilite las prestaciones laborales de ley.

Mónica

Mónica Calderón empezó su transición a los 47 años. Madre de cuatro hijos, es licenciada en Ciencias Políticas, Historia y maestra de inglés. Antes de convertirse en Mónica, trabajó dando clases de inglés en instituciones de gobierno y la iniciativa privada. También como analista política, y llegó a participar por una diputación en los años noventa por el Partido Acción Nacional. Hoy esobrevive dando clases particulares de inglés y vendiendo aguacates en las calles de su localidad. 

Hoy en día su principal fuente de ingreso es la venta de aguacate que realiza de puerta en puerta por las calles de su localidad.

En el 2000 Mónica conoció los términos trans y transexual. Fue entrar en el tema y descifrar que, todo lo que había leído, describía a la perfección lo que sentía y quería ser hacía muchos años. Con la ayuda de psicólogos pudo transitar el camino de aceptarse. Después de 30 años, inició su transición. 

“Para que Mónica pudiera existir, Mónica tenía que salir a trabajar”, y así fue como empezó a enfrentar la vida como una mujer trans.

Al convertirse en Mónica, empezaron los problemas laborales. Llegaron a decirle que se presentara como varón, para que su empleo continuara. “Para que Mónica pudiera existir, Mónica tenía que salir a trabajar”.

Actualmente, vive con Alexa, su pareja, una mujer trans que, al igual que Mónica, ha perdido empleos y vínculos familiares. Entre las dos y una vecina salen temprano a vender aguacate.

“Ser un hombre es tener muchos privilegios, ser una mujer trans es no tener ninguno”. Ante las dificultades de su insolvencia económica, empezó a ejercer el trabajo sexual. Con la frustración de que, a pesar de tener carreras y estudios, estaba ganándose la vida de esa manera.

Luego de varios años de esa vida, su salud empeoró. Durante una visita a la Clínica Condesa para realizarse estudios médicos, conoció a Alexa, su actual pareja. Ahora tiene un techo donde vivir y ha retomado dar clases de inglés, principalmente en línea. Además, en asociación con una vecina, venden aguacates de puerta en puerta en las calles de su colonia. 

En ocasiones también da clases de inglés, principalmente por internet, por medio de antiguos alumnos que la recomiendan.

Actualmente, se encuentra luchando por recibir el dinero de su jubilación y ahorro para el retiro, ya que no ha podido homologar su antiguo nombre con el de Mónica para que todos sus papeles estén en regla. 

Zafiro

Zafiro Hernández se dedica al trabajo sexual y de ahí mantiene a su madre y a su sobrina.

Zafiro Hernández se dedica al trabajo sexual y de ahí mantiene a su madre y saca adelante a su sobrina, que pasó a ser su hija adoptiva. De haber contado con el apoyo de su familia durante su transición, le hubiera gustado estudiar gastronomía.

Ella es la mayor de cuatro hermanos dentro de una familia educada bajo los valores del machismo, dedicada al comercio en las inmediaciones del mercado de la Merced en la Ciudad de México. A los 13 años supo que le gustaban los hombres. Al comentarlo con su madre, ella le respondió que no podía afirmar eso,ya que nunca había estado con una mujer. Y le sugirió que mejor ya siguiera con esos temas.  

Cuando su expresión de género empezó a hacer lugar a la mujer que ella se venía sintiendo, recibió el rechazo por parte de su familia. Hubo ofensas, maltratos y discriminación de tías y primos, que contactaron a gente por fuera de su núcleo familiar para amenazarla y golpearla, y llegando al grado de no considerarla parte de la familia, “porque en su familia no hay putos ni lesbianas”. 

Tras la pandemia de Covid-19, la salud de su madre empeoró y regresa a vivir con Zafiro, aceptando su condición al cien por ciento, después de muchos años de haberla rechazado.

Ante la falta de documentación con su identidad de género, solo consiguió trabajos en el mercado informal, en la calle o en estéticas.

Durante los diez años que ha ejercido el trabajo sexual, a veces su mente se pone en blanco y se pregunta ¿por qué estoy aquí?. «Como que se me va el avión, y de repente regreso. En esos momentos me he dado cuenta de que para mí esto (trabajo sexual) no es algo bueno, ganas bien, a veces no, pero todo es parte del juego”.

Al tener sus papeles que la identifican como mujer, y la aceptación total de su madre, le han dado un poco más de seguridad y tranquilidad en su vida; y en un futuro le gustaría que su entorno familiar mejore, dejar el trabajo sexual y poderse ganar la vida de otra forma.

Desire

Desire Gómez pensaba que al obtener sus papeles podría resolver en gran medida los problemas para conseguir un empleo formal.

Desire Gómez pensaba que al obtener sus papeles que la acreditaran como mujer iban a resolver el tema laboral. “Tenía apariencia, tenía papeles y pensé que ya; ya eres una persona, ya vales”, pero la realidad no cambió mucho. En su época escolar sufrió discriminación. Al momento de buscar empleo, todo terminaba en “nosotros te llamamos”. 

Desiré Gómez

A los 22 años entró a un centro de atención de la telefónica móvil más grande del país. A modo de juego, una compañera le puso el primer nombre femenino, que ahora también figura en su documentación oficial, Emma. Sus compañeros empezaron a llamarla así. Su trabajo se convirtió en un lugar seguro donde ella se sentía aceptada. Se dejó crecer el cabello, empezó a usar aretes y maquillaje. Tras un año de trabajo en este sitio, Zafiro cuenta que la administración hizo una recontratación de su personal. Y que le solicitaron que cambiara su apariencia a la de un hombre. Le decían que de lo contrario no daba una buena imagen, y no podría continuar. Con el paso del tiempo se sumaron otros conflictos, como el uso del baño y el uso correcto de los pronombres, lo cual derivó en su salida de ese trabajo. 

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Al realizar varias entrevistas en la búsqueda de un nuevo empleo, el rechazo llegó al grado en que le mencionaban que “no contrataban gente como ella”.  Tras poco más de año y medio de trámites para obtener su acta de nacimiento con su nueva identidad de género, se identificó una inconsistencia en el acta de nacimiento de su padre, que hace que hasta la fecha no se encuentren en regla sus documentos.

“Tenía apariencia, tenía papeles y pensé que ya; ya eres una persona, ya vales.” Desire

En el último año, logró acceder a dos empleos, ambos a dos horas de su domicilio. Hoy se encuentra desempleada y resiste vendiendo su colección de muñecas en un tianguis fuera de una estación del metro.

Hoy en día se encuentra desempleada y para subsistir está vendiendo su colección de muñecas en un tianguis fuera de una estación del metro.

Ángela

Angela Pineda

Ángela Pineda empezó en el trabajo sexual casi al mismo tiempo en que entró en Ciudad Universitaria a estudiar la carrera de Contaduría en 2001. Y al mismo tiempo que su hermana la corriera de su casa para evitar cualquier tipo de habladuría.

Consiguió vivir en casa de la familia de una amiga trans, junto con la más chica de sus hermanas, de quien ella se hace cargo como su hija, desde que su padre abandonara a su familia.  Alentada por su amiga, quien se dedica al trabajo sexual, vio una oportunidad para sacar adelante a su hija y poder seguir estudiando.

Consiguió vivir en casa de la familia de una amiga trans, junto con la más chica de sus hermanas, de quien ella se hace cargo como su hija, desde que su padre abandonara a su familia.  Alentada por su amiga, quien se dedica al trabajo sexual, vio una oportunidad para sacar adelante a su hija y poder seguir estudiando.

Ya cerca de terminar su carrera (5º semestre) emprendió la búsqueda de trabajo en algo acorde a su carrera. Entonces su nombre ya no concordaba con su apariencia física, por lo que solo obtuvo el rechazo en cada sitio donde solicitaba empleo. “Son cosas que te van destruyendo la autoestima, te van lastimando, y que te van cortando las alas.”

Se dijo que nada le había servido estudiar para superarse, si la sociedad no podía reconocerla como ella se sentía. Dejó la universidad y al tiempo entró a la escuela de Bellas Artes de Chimalhuacán. Debió enfrentarse a la transfobia pero logró recibirse de Licenciada en Danza folclórica.  

Dedicarse a la danza le ayudó a dejar el trabajo sexual, ya que participaba de lleno en el ballet folclórico de Nezahualcóyotl.

Inició los trámites para cambiar su identidad de género, pero a diferencia de hoy, donde es un trámite administrativo, Ángela tardó cerca de cuatro años y un gasto de cincuenta mil pesos para lograrlo, a pesar de la gratuidad de los trámites.

Entre tratamientos hormonales y psicológicos, la ayuda de un abogado de oficio y la resolución favorable de peritajes, el 8 de mayo del 2014 logró obtener el dictamen para iniciar el proceso de obtención de su nueva acta de nacimiento donde se le reconoce como mujer.  

Actualmente, Ángela trabaja en la Unidad de Salud Integral para Personas Trans (USIPT) en el área de laboratorio.
En la actualidad, el cambio de identidad de género es un procedimiento administrativo en el Registro Civil. En su momento, Ángela tardó cerca de cuatro años, un gasto aproximado de cincuenta mil pesos y aprobar exámenes psicológicos para poder lograrlo y poder ser reconocida como una mujer trans.

La danza fue ganando espacio emocional y económicamente. El trabajo sexual siguió sólo por un tiempo. Tras una capacitación, trabaja en la Unidad de Salud Integral para Personas Trans (USIPT) en el área de laboratorio, realizando pruebas de detección de VIH. El deseo de Ángela es titularse en pedagogía y hacer una maestría en el área de la danza. 

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