Blanqui García, la pescadora que junto a su comunidad recuperó un manglar en extinción
El manglar de Metalío, en El Salvador, estaba en peligro. Hasta que un grupo de la comunidad, liderada por la ambientalista Blanqui García, se organizó para revitalizarlo, reforestar e implementar obras de mitigación de este bosque salado resguarda diversidad y ofrece una fuente de ingresos.
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Blanqui García y su pareja, Juan Alas, suelen levantarse a las 4:00 a.m. para ir a la playa Metalío, que está a cinco minutos caminando desde su casa. Ella es pescadora artesanal. Antes de salir, prepara la comida para sobrellevar el día que pasarán dentro del mar. Acomoda sus herramientas de trabajo en una mochila: redes, lazos, anclas y hielera. Jalan el tanque y motor de la lancha desde la casa hasta la playa, que es parte del distrito de Acajutla.
Al llegar, Blanqui y Juan organizan todo en la lancha para iniciar su día de trabajo. Pasan varias horas en el mar. Al finalizar, regresan a su hogar con 40 o 20 libras, dependiendo de la calidad de la pesca. Si es temprano, Blanqui recorre las principales calles de la comunidad para ofrecer los pescados frescos. Si no, espera al siguiente día para venderlos. Las jornadas de pesca son extensas, a veces de nueve horas, otras de más de veinte.
Cuando Blanqui aprendió a pescar, tenía ochos años. Su papá, don Israel, la llevaba al manglar cerca de su casa después de la escuela. Ahí le enseñó a pescar de forma artesanal, a usar la atarraya y escoger los mejores lugares para obtener más peces y punches. Su mamá, Teresa de Jesús, comercializaba los productos en las zonas aledañas de Metalío. Desde entonces, Blanqui se dedica a la pesca.
Ella nació y creció en Metalío. A sus 32 años, es pescadora, defensora ambiental y lideresa en esta comunidad, ubicada a pocos metros de la playa Metalío y a 8 kilómetros del puerto de Acajutla, en el departamento de Sonsonate. La habitan alrededor de 250 familias. La mayoría se dedican principalmente a la pesca, la agricultura y al trabajo del hogar remunerado y no remunerado. Ella, además, es una pieza clave en la recuperación del manglar de Metalío.
¿Cómo depende la comunidad del manglar para vivir?
Para la comunidad de Metalío este manglar es más que ramificaciones sumergidas en lodo: este bosque costero forma parte de sus principales medios de vida. Es una de sus fuentes de ingreso, pero también de alimento. A diario, varias personas que se dedican a la pesca artesanal se sumergen en las aguas saladas de este manglar para extraer peces y punches para después comercializarlos. Así es como aseguran el sustento económico.
Según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiplos del 2022, el 7.2 % de la población de El Salvador trabaja en los sectores agricultura, agropecuario y pesquero. El 11.2 % de las personas que trabajan en estos rubros son hombres. El 1.7 % son mujeres. La encuesta también revela que los ingresos para este tipo de ocupaciones oscilan entre $291.14 a $337.83.
Blanqui visita frecuentemente el manglar que está a pocos metros de su casa. Conoce las 191 hectáreas que lo componen muy bien. Sabe dónde encontrar más peces, las aves que lo visitan e incluso en qué lugar específicamente están los cocodrilos. De las 191 hectáreas que componen el manglar, 165 corresponden al estuario y manglar, y 26 al área marina.
En nuestro país, los manglares son reservas ecológicas y se consideran áreas frágiles, por lo que el art. 74 de la Ley de Medio Ambiente estipula «que no se permitirá en ellos alteración alguna». Además, esta ley reconoce que estos ecosistemas son de los más prominentes y productivos del mundo y que contemplan una gran diversidad de especies. De acuerdo con la ONU, estos desempeñan un rol vital en la salud del planeta. Actúan como amortiguadores naturales ante tormentas y tsunamis, protegiendo a comunidades costeras de desastres. Poseen la capacidad de almacenar grandes cantidades de dióxido de carbono, lo que contribuye a mitigar el cambio climático. Además, sirven como criadero y refugio para una diversidad de especies animales.
Según el Inventario Nacional de Humedales de El Salvador, este manglar alberga una diversidad infinita de especies, como camarones, peces, moluscos y conchas. Además, sirve como hogar para mamíferos como mapaches y es refugio para aves migratorias. Este bosque costero también forma parte del sitio Ramsar, un área designada para la conservación y uso sostenible de humedales de importancia internacional. Estos sitios están reconocidos por el Ministerio de Medio Ambiente como ecosistemas con valor ecológico y son protegidos para mantener la biodiversidad.
En 2013, el manglar de Metalío estaba agonizando. La deforestación y la contaminación habían deteriorado el hábitat. La primera era producto de la tala indiscriminada de árboles, las prácticas de agricultura, pesca y ganadería no sostenibles, la construcción de infraestructuras urbanas y turísticas. La segunda, a causa de la contaminación del agua por plásticos y desechos agrotóxicos. Estos, según explicó Marcela Díaz, técnica bióloga de la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES), son los principales factores que perjudican a estos bosques costeros.
La comunidad misma se daba cuenta del mal estado del manglar. Se notaba la ausencia de árboles de mangle. Y también la disminución de las especies como punches o peces.
El informe del foro «Avances en la conservación y restauración inclusiva de manglares, estrategias de adaptación al cambio climática» del Ministerio de Medio Ambiente en el 2012, señala que «El Salvador ha perdido el 60 % de su cobertura desde 1950, pasando de 10,000 a cerca de 40,000 en la actualidad».
Sumado a esto, un estudio por la Alianza Mundial de los Manglares indica que más del 60 % de la degradación de los manglares es resultado de la actividad humana, incluyendo actividades agrícolas, acuicultura y urbanización. Las causas restantes se atribuyen a factores naturales como la erosión, el aumento del nivel del mar y las tormentas, todos agravados por el cambio climático.
Recolectar semillas para reforestar el manglar
Cada seis meses, un grupo de más de veinte personas se reúne en la casa de Blanqui. La convocatoria es habitualmente a las 8:00 a.m. para compartir un desayuno conjunto. En la mañana del 13 de septiembre de 2023, mientras disfrutan de frijoles, queso y pan francés, conversan sobre el aumento del precio de la canasta básica, cómo les fue en la pesca el día anterior y la disponibilidad de botas para ingresar al manglar.
Hay algunas personas con botas de hule, aunque algunas prefieren entrar descalzas o con zapatillas normales. El reloj marca las 9:30 a.m. Ya tienen media hora de retraso. El plan era salir a las 9:00 a.m. Blanqui decide que, para evitar las altas temperaturas, deben iniciar con la recolección lo más pronto posible. Preparan cubetas, sacos y huacales donde almacenarán las semillas recolectadas.
Hace más de 10 años, la comunidad empezó a reconocer la importancia del manglar. Iniciaron la recolección de semillas para reforestar, crearon un vivero, monitorean mensualmente los parámetros físicoquímicos y biológicos del manglar, realizan campañas de limpieza e imparten charlas de concienciación. Abordan temas como el impacto del desecho de agrotóxicos en la vida de los peces y cómo la tala de árboles disminuye el oxígeno. Todo esto se realiza para mitigar y contrarrestar los efectos nocivos de los factores que afectan a la salud de este ecosistema.
La recolección de semillas que harán esta mañana es parte de esas acciones de restauración en este bosque salado en Metalío. Recolectarán cuatro tipos de semillas, entre estas las candelillas conocidas también como mangle rojo, mangle blanco, mangle negro o istaten; y, las semillas de botoncillos.
Son las 9:45 a.m. En pequeños grupos caminan alrededor de un kilómetro para llegar a la zona. Es cerca de la casa de Blanqui. Las niñas y niños corren y los perritos se unen en la travesía. Apenas entran al manglar, identifican las candelillas y botoncillos para recolectarlas en sacos o huacales. El terreno es difícil y las botas se aferran con firmeza a la tierra lodosa.
Pasadas dos horas, y tras recolectar suficientes semillas, el grupo regresa a la casa de Blanqui, donde se encuentra el vivero. Todas las personas siembran las semillas en pequeñas bolsas de plástico. Mientras trabajan, otro grupo de seis mujeres prepara el almuerzo, que distribuirán al finalizar la jornada de este primer día.
Blanqui menciona que este trabajo dura en total entre 15 y 30 días. En estas casi tres semanas lograrán sembrar en el vivero más de 5 mil plantas. Seis meses después, cuando el mangle se encuentra en su punto máximo de crecimiento, regresan al manglar nuevamente para trasplantarlas. A partir de este esfuerzo, según explica Marcela Díaz, técnica de UNES, la comunidad ha restaurado aproximadamente 2.5 hectáreas de las zonas identificadas durante más de 10 años, quedando como 1.5 hectáreas pendientes por restaurar.
Quienes vieron el manglar agonizar afirman que la diferencia ha sido notoria y que estas actividades han mejorado la salud de este bosque salado.
«Aquí no había arbolitos, se podía caminar hasta el otro lado y nada. Mire hoy que gran chulada, usted se mete en la manglera y todo fresco, lleno de árboles. ¿Usted cree que no nos vamos a poner felices al ver esto? Más que conocimos sobre su importancia para el oxígeno. Yo por eso les digo que cuidadito con cortar los árboles», describe Teresa de Jesús mientras ordena las semillas de mangle en un guacal.
Marcela Díaz, técnica de la UNES, destaca la importancia de las acciones de restauración en la recuperación de los manglares para contrarrestar el impacto del calentamiento global. «Se ha observado un aumento en las temperaturas y la salinidad, y una disminución en los niveles de oxígeno. La restauración busca subsanar estos cambios para que las especies, afectadas por el ambiente inhóspito, puedan volver a prosperar en condiciones más favorables».
Además de llevar a cabo estas acciones de restauración, las personas vigilan el manglar para evitar que otros miembros de la comunidad talen los árboles. Marcela explica que estos árboles son explotados para utilizarlos como leña, ya que suelen ser duraderos debido a la salinidad que contienen.
«Un día andaban unos vecinos queriendo cortar unos palos para leña. Yo les dije que no hicieran eso. Les expliqué que nos ha costado recuperar esto para que solo vengan a talarlos. Se fueron renegando todos enojados», cuenta Teresa de Jesús.
«Aquí no hay nada que recuperar«
Blanqui, una figura central en esta operación y cuya casa alberga un vivero de mangle, no siempre compartió la convicción por la lucha ambiental. Su madre, Teresa de Jesús, fue una de las pioneras entre las mujeres de Metalío que se comprometieron con acciones restaurativas en el manglar. Inicialmente, Blanqui consideraba estas actividades como una pérdida de tiempo, reservadas para quienes percibía como personas «sin oficio». Ella estaba en desacuerdo con el activismo de su mamá.
A pesar del pesimismo y los cuestionamientos de algunas personas de su comunidad, Teresa de Jesús decidió apostar por una iniciativa que prometía preservar el manglar, fuente de vida, trabajo y alimento a su comunidad.
«Vimos la necesidad en el manglar. Nos metíamos en esa zona y no había árboles, estaba desolado», explica. Ante esto, ella y Antonio, un hombre de la comunidad aledaña El Monzón, se movilizaron para buscar ayuda de profesionales en medio ambiente y así recuperar su manglar. «Llamamos a los forestales de la zona y ellos nos dijeron claramente que no había nadita que recuperar, que ya estaba perdido todo. Pero no nos quedamos ahí, nos rebuscamos para traer medios de comunicación para que expusieran la situación», añade.
Posteriormente, algunas organizaciones no gubernamentales como Equipo Maíz y la UNES llegaron a la zona para proporcionar capacitaciones medioambientales y sobre las acciones que podían implementar en el manglar. «A mí me encantó. Si con esto le puedo apoyar al medioambiente y dejarles un legado a mis nietos, pues yo lo hago», dice Teresa de Jesús cuando recuerda esos momentos.
Su motivación por contribuir con la lucha ambiental también la envolvió en situaciones de violencia por parte de vecinos e incluso familiares. Recibió insultos e incluso la llamaron loca por asistir a las capacitaciones. Pero esto no la detuvo. Ella afirma que ni las tormentas eléctricas evitaron que asistiera a las reuniones.
La bióloga marina Fátima Romero explica que uno de los factores que afecta la reproducción y la disponibilidad de alimentos para los peces es el aumento de la temperatura del agua que perturba los ecosistemas marinos. Este desequilibrio climático, explica, representa una amenaza para la biodiversidad acuática y la seguridad alimentaria mundial.
Blanqui mantuvo su distancia hasta que notó la ausencia de peces y punches mientras pescaba. De quintales, pasó de pescar 60 a solo pescar 40 libras. Sin embargo, también es consciente de que esta lucha es cuesta arriba. Aunque existan medidas de mitigación y gran parte de la comunidad se haya involucrado en mejorar las condiciones de este bosque salado, todavía persisten acciones que vulneran la salud de este ecosistema, como la contaminación y la deforestación por parte de otras personas de la zona.
Hoy por hoy, permanece en vigilancia y en aprendizaje sobre cómo seguir preservando el manglar.
Un mes después de la recolecta de las semillas en el manglar Metalío, Blanqui, en conjunto con las personas de la comunidad, continuará realizando otras acciones como el monitoreo de parámetros fisicoquímicos de agua superficial, que busca medir el PH, la temperatura, la salinidad, la conductividad y la profundidad del manglar, para posteriormente planear y realizar obras de mitigación.
Los manglares son ecosistemas que necesitan agua salada para crecer y se mezclan con el agua dulce de los ríos y cauces que desembocan en el mar. Este equilibrio es indispensable para la sobrevivencia de este bosque costero.
En seis meses, realizarán un desazolve de canales, una técnica que consiste en la limpieza de troncos, materia orgánica y sedimentos para restaurar el flujo del agua y lograr mayor circulación de agua salada y dulce para generar un equilibrio para el bienestar de los animales y plantas que habitan este sitio. En enero de 2024, las semillas crecieron lo suficiente y fueron sembradas dentro del bosque salado de Metalío, en una colaboración conjunta con la UNES.
Proyectos gubernamentales agravan la crisis
Los manglares en El Salvador, además de sufrir los impactos de la crisis climática y prácticas no sostenibles, enfrentan la amenaza adicional de la construcción de megaproyectos en las zonas costeras.
Durante la campaña electoral en el 2019, el ahora presidente Nayib Bukele prometió construir el «Aeropuerto del Pacífico» en la zona oriental del país, que forma parte del conglomerado de proyectos bajo el denominado «Plan Cuscatlán».
Este aeropuerto se construirá en el cantón Loma Larga, en el distrito de La Unión. Contará con seis puentes de abordaje para atender a 80 000 pasajeros, de acuerdo con una publicación de la Presidencia.
Su ubicación intercepta con una «pequeña porción» del manglar El Tamarindo, señaló una resolución del MARN del 14 de octubre del 2021. Según el Inventario Nacional de Humedales del MARN del 2018, este bosque salado tiene 1,619 hectáreas de extensión y «está incluido en el Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas (SANP) en el Área de Conservación Golfo de Fonseca, pero no cuenta con un decreto de protección, no posee plan de manejo ni se realizan acciones para su conversación». Además, destaca que, pese a la afluencia de comunidades y casas vacacionales, se ha mantenido sin alteraciones importantes en los últimos 47 años.
Hasta 2021, las Directrices para la zonificación ambiental y los usos del suelo de la franja costera marina, aprobadas bajo el mandado de la entonces ministra de medio ambiente y recursos naturales, Lina Pohl, y que estuvieron en vigencia desde el 2018, clasifican los manglares como «zonas de protección estrictas». Esto implica, según el documento, «conservar la diversidad biológica, asegurar el funcionamiento de los procesos ecológicos esenciales y garantizar la perpetuidad de los sistemas naturales, a través de un manejo sostenible para beneficio de los habitantes del país».
Las directrices «son un conjunto de normas o lineamientos que se constituyen en instrumentos(legales y técnicos) que orientan la intervención sobre el territorio con fines de protección, conservación y recuperación del medio ambiente, así como de su uso sostenible». Estas se basan en el artículo 50 de la Ley de Medio Ambiente.
Pero estas directrices cambiaron en 2021 a solicitud del actual ministro de Medio Ambiente, Fernando López, quien, a través de un correo electrónico, envió una propuesta de modificación al Organismo de Mejora Regulatoria el 23 de julio de 2021. Dicha institución es la encargada de «mejorar las regulaciones y de simplificar los trámites de las instituciones públicas para no afectar el clima de negocios, la competitividad, el comercio y la atracción de inversionistas». Estas regulaciones pasaron a llamarse «Directrices para la zonificación ambiental y los usos del suelo de la unidad La Unión – Golfo de Fonseca”.
De acuerdo con la solicitud presentada por el ministro, el propósito de las nuevas directrices es facilitar el desarrollo económico y social en el territorio de La Unión y el Golfo de Fonseca, sin comprometer la sostenibilidad de los ecosistemas locales. Además, se destaca que las antiguas directrices carecen de precisión en cuanto al uso del suelo, lo que podría resultar en degradación ambiental de los ecosistemas de la zona y obstaculizar inversiones cruciales para el Estado, como el Aeropuerto Internacional del Pacífico Oriental.
La modificación en las directrices desde 2018 hasta las del 2021 implica la eliminación de tres categorías, específicamente «Conservación», «Protección y aprovechamiento», y «Restauración y aprovechamiento». En su lugar, se incorporan seis nuevas categorías: «Protección y aprovechamiento condicionado», «Protección y aprovechamiento acuático», «Aprovechamiento condicionado», «Edificada insular» y «Polígonos de interés especial».
En las directrices del 2021, los lineamientos de actuación, que constituyen pautas para la protección ambiental y la garantía de que las actividades y proyectos no comprometan la sostenibilidad de los ecosistemas locales, han experimentado una mayor flexibilidad. Dentro de la categoría «Protección estricta», que engloba áreas naturales protegidas, así como ecosistemas de bosques salados y costeros marinos, se han permitido con restricciones la construcción de infraestructuras para el aprovechamiento del recurso hídrico y las instalaciones de generación y distribución de energía. En contraste, las directrices del 2018, en la misma categoría, autorizaban la práctica del ecoturismo.
«Es preocupante que sea el ministro de Medio Ambiente, que su función es la conservación y protección de los medios ambientales y darle cumplimiento a la Ley del Medio Ambiente, que se cambie esta clasificación que ya se tiene en el lugar y se cambie para poder permitir otros tipos de proyectos, impactando las zonas y las comunidades que de ellas dependen», argumenta Luis González, técnico de la UNES.
Sumado a esto, bajo las directrices del 2018, la delimitación por la construcción del aeropuerto cae en los siguientes usos de suelos: Conservación, Zona edificada, Zona edificada condicionada, Protección y restauración, Máxima protección y Protección estricta.
La construcción atraviesa una porción del Manglar El Tamarindo, que es parte de un conjunto de manglares protegidos según el art. 74 de la Ley de Medio Ambiente.
De acuerdo con la resolución emitida por el MARN en 2021, esta zona funciona como corredor de tránsito y anidamiento temporal para especies de aves residentes y migratorias, en dirección a las áreas de estuario colindantes, especialmente durante la estación seca. Además, alberga especies locales residentes consideradas amenazadas o en peligro de extinción. La resolución también subraya la importancia de considerar esta situación al evaluar la fase operativa del proyecto, dada la posible afectación al funcionamiento del aeropuerto y los riesgos asociados a «colisiones accidentales entre aeronaves y las aves».
En esa misma resolución, el MARN menciona que este proyecto cumple con el requisito mínimo establecido para la categoría de Impacto Ambiental Potencial moderado o alto (PIAMA). Según la Categorización de actividades, obras o proyectos del 2017, en el PIAMA se establecen «aquellas actividades, obras o proyectos que generen impactos ambientales potenciales moderados o altos, es decir, aquellos cuyos impactos potenciales en el medio, son de gran extensión, permanentes, irreversibles, acumulativos, sinérgicos, debiendo determinar respectivas medidas ambientales que los prevengan, atenúen y compensen según sea el caso».
De acuerdo con Luis González, no se deberían de pensar en medidas para resarcir o mitigar los daños en las áreas protegidas, lo ideal es no hacer una obra o proyecto que conlleve un impacto ambiental.
Se solicitó en reiteradas ocasiones una entrevista con el ministro Fernando López y con el gerente de ordenamiento ambiental de la Dirección General de Evaluación y cumplimiento Ambiental del MARN, José Alejandro Machuca Laínez. El objetivo era abordar la modificación de las Directrices para la Zonificación Ambiental y los Usos del Suelo de la Unidad La Unión, así como su impacto ambiental en las áreas de La Unión debido a la construcción del Aeropuerto del Pacífico. Hasta el momento de la publicación, no se ha recibido respuesta.
El 26 de abril de 2022, diputados oficialistas y aliados de la Asamblea Legislativa aprobaron con 67 votos a favor la «Ley para la Construcción, Administración, Operación y Mantenimiento del Aeropuerto Internacional del Pacífico», que en su art. 9, define que «quedan facultados el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales y el Centro Nacional de Registros, entre otras entidades públicas, para emitir lineamientos especiales que faciliten la emisión de documentos y permitan el otorgamiento de permisos de construcción y funcionamiento relacionados con el Aeropuerto, de forma expedita y ágil. Dichos lineamientos determinarán los requisitos que deberán presentar los interesados para la solicitud de los permisos, así como el procedimiento administrativo simplificado a seguir».
El Gobierno, como parte de la promesa de campaña del presidente Nayib Bukele, está construyendo el Aeropuerto Internacional del Pacífico en terrenos adquiridos por el ISTA y transferidos directamente a CEPA, sin el conocimiento de sus ocupantes, de acuerdo con una investigación realizada por Revista Factum. “El proyecto que aterriza con engaños en La Unión”expone un caso de transferencia de propiedades sin el consentimiento de los propietarios.
Mientras el Ministerio de Medio Ambiente hace caso omiso de estas problemáticas ambientales, las comunidades se movilizan para revitalizar sus medios de vida. La comunidad en Metalío es un ejemplo de ello. Las actividades para recuperar su manglar han llevado a muchas personas involucrarse con la lucha ambiental y reconocer la importancia de vivir en entornos saludables.
Esta nota se publica como parte de un acuerdo entre Presentes y Alharaca, medio aliado en El Salvador donde se publicó originalmente esta investigación.
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