4. En primera persona: Stephan, migrar de país y de identidad de género
Stephan Zambrano nació en Venezuela, donde formó parte de Testigos de Jehová. En Argentina pudo dejar atrás el miedo y la culpa, y vivir su identidad como varón trans.
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Stephan Zambrano es un joven trans venezolano, pero vive desde hace años en Santa Fe, Argentina; al igual que su madre. Fue parte de Testigos de Jehová en su país de origen, desde los 10 a los 16 años, porque toda su familia materna era parte de la iglesia, incluso sus tíos y abuelos tenían rangos de mayor jerarquía en la misma. Sin conocer aún el concepto de varón trans, en esa etapa se encontraba en plena búsqueda de identificarse a sí mismo. Su historia tiene puntos de coincidencia con la historia de Dino: misma religión, mismos miedos y culpas, misma necesidad de exiliarse para ser; pero con un punto de partida en otro país.
“Recuerdo que ahí leíamos un libro que se llamaba Los jóvenes preguntan, donde decía que no había que masturbarse, hablaban de la importancia de la virginidad y siempre se marcaba que la otra persona, una pareja, debía ser del sexo opuesto y de la organización”, dice Stephan en relación a las actividades en las que participaba en Testigos de Jehová.
El miedo y la culpa eran las armas más frecuentes en ese ámbito. Temor a lo que “iba a pasar cuando llegara el fin del mundo” y que su madre sufriera las mismas consecuencias por su responsabilidad (era lo que le decían). Para quien cree y confía con fervor en las personas a cargo de la congregación, supuestamente las más sabias, el miedo a enojar a Dios con la acción o el pensamiento puede llegar a ser hasta irracional.
“En la organización había un comité de ‘ancianos’, autoridades, que te podían hacer como una especie de juicio donde vos solo te podías arrepentir de lo que te acusaban y te exponían frente al resto, solo que a mí no me pudieron hacer porque no estaba bautizado”, se acuerda. Por ser “mundano”, dice que podían dejar de dirigirle la palabra hasta los integrantes de su propia familia.
Y agrega: “Me decían que le podían quitar el rango a mi abuelo y a mis tíos maternos, los tres ‘ancianos’ en la misma congregación. Sus pares les insistían en cómo podía ser que quienes conducían un ‘rebaño de ovejas’ tuvieran una situación como la mía en su propia casa. Y ellos decían que no sabían nada”.
El inicio de la universidad fue el principio del fin para su tormento. En esa época, Stephan recuerda haber tenido una fuerte postura feminista dentro de la congregación: “Yo preguntaba por qué las hermanas no podían subir a dar un discurso importante en un atril y solo las dejaban en una mesita cinco minutos para hacer una recreación de predicación y ya. Yo preguntaba por qué no podía tener un papel protagónico por ser mujer. Encima no era la típica femineidad que se buscaba en la congregación, con faldas, sumisión y demás”.
Por esos días, él aún no sabía “qué era un varón trans”. “En mi cabeza pensaba ‘bueno, me gustan las chicas, seré lesbiana quizá’. Los años aislado dentro de la misma congregación, que abarcaba además a gran parte de su familia, le habían prohibido la posibilidad de encontrar su identidad sexual. “Cuando estaba terminando mis estudios empecé la transición a varón trans”, dice.
Por esos días, él aún no había escuchado hablar de ser un varón trans. “En mi cabeza pensaba ‘Bueno, me gustan las chicas, seré lesbiana quizá».
La mudanza a la Argentina puso el punto final a su vinculación religiosa. “Lo último que recuerdo que me dijo mi tía antes de irme fue que ‘Jehová sabe todo y quizá en el nuevo mundo me iba a hacer varón, pero que por ahora le hiciera caso a lo que decía la Biblia y aguantara como mujer hasta que llegara el nuevo mundo’”, cierra Stephan, con el acento intacto de sus raíces venezolanas.
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