Historias de amor: familias mayas cobijan a sus hijxs LGBT
Tres historias que cuentan cómo las familiares mayas viven y aceptan la identidad sexual de sus hijxs.
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No existe una palabra para drag queen en maya, pero Alexandra Montenegro dice xibí xchúp para hablar de una persona que se transforma, alguien cuyo género transita de un lugar a otro con libertad. Alexandra también se llama Iván Tamay Gamboa, tiene 28 años y es un profesor mayahablante de la comunidad de Tiholop, Yaxcabá, Yucatán, en el sur de México. Es vedette: Canta, costura, maquilla, baila jarana y cabalga. Pero su pasión es imitar las voces de Amanda Miguel, Laura León y otras cantantes latinoamericanas.
Cuando comenzó a transformarse a los 18 años, tenía reservas sobre cómo reaccionarían sus abueles. Su abuela le respondió risueña que le iba a regalar una tela para que hiciera su primer vestido. En su cuarto, donde tiene sus pelucas colgadas y acomodadas por tamaño, están sus amigos, otros jóvenes de Tiholop a quienes les pide que guarden su maquillaje y le acomoden el vestido.
“Nunca me senté a explicarles: soy esto. Siempre he tenido la idea de que no tenemos la obligación de dar explicaciones. Entonces yo solo fui libre”.
Un lugar para vivir libremente
La escena de cariño que hay en la casa de Alexandra no es común en muchos lugares del mundo, pero se espera menos en un pueblo de poco más de mil habitantes. De acuerdo con el último censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en Yucatán el 8.3% de la población son lesbianas, gays, trans, bisexuales o no binaries, es el segundo estado con mayor porcentaje de población LGBTI+ en México.
En el estado hay 252 mil 370 hogares censales indígenas, de acuerdo con el Cuestionario Ampliado del Censo de Población y Vivienda 2020. Hablar de la diversidad sexual y su interrelación en comunidades originarias es cada vez más urgente en el estado.
En Mérida, capital de Yucatán, parte del movimiento activista de la comunidad LGBT se nombra desde la intersección de ser mayaqueer. Algunes de elles migraron a la ciudad, en parte, porque no sentían que en sus comunidades pudieran vivir su sexualidad e identidad libremente.
Sin embargo, la homofobia y transfobia no innatas en los pueblos originarios. Es una experiencia que también está presente en las grandes ciudades y encarnada en movimientos de personas blancas. Pedro Cruz Pech, un maestro de preparatoria que vive en Mérida, habló abiertamente de su orientación sexual hace apenas dos años, cuando tenía 27. Años de su infancia los pasó en el pueblo maya de Tekantó, de donde es parte de su familia, y se mudó a Mérida a los 9 años y recuerda que siempre tuvo la sensación de que ser gay “estaba mal”.
“Cuando era más chico tenía la idea hegemónica de la orientación sexual. Yo sé que soy gay desde que tengo memoria, pero para mí era un estigma porque lo veía así en todos lados”. Su mamá, Rosa Pech, originaria de Seyé, responde que no había necesidad de que él se lo dijera, ella ya lo sabía.
El día que terminó una relación amorosa de 8 años, Pedro Cruz llegó a su casa triste y quiso compartirlo con su mamá y sus hermanas. Ellas reaccionaron con naturalidad, lo apapacharon centrándose en la situación de ruptura y no en su orientación.
“Eso me hizo compartirlo públicamente. Lo saqué en todas las redes para que toda mi familia, amigos, el mundo, mi jefa, para que todos lo supieran”.
Una persona LGBT visible cambia su entorno
Les entrevistades coinciden en que conocer a una persona de la comunidad LGBT cambia los prejuicios. Eso es precisamente lo que hizo a Elena saber que no había nada de malo en su hija Itandehui de 16 años, cuando le dijo que era lesbiana y tenía novia. Elena tenía 13 años cuando vio a su mejor amigo, a quien todavía frecuenta, sufrir por la homofobia que le rodeaba.
“Habíamos hablado sobre esos temas antes y yo no crecí con la idea de que estuviera mal. Llevaba un año en relación con mi novia, y decidí contárselo a mi mamá”, cuenta Itandehui en entrevista. Ellas viven en Dzoncauich, un municipio de 2.800 habitantes en Yucatán. En casa de ambas, tienen un espacio cultural donde realizan actividades. Es un lugar donde también van amigues gays y lesbianas de Itandehui y su novia a pasar las tardes.
Elena dice que el único “pero” que le puso a su hija fue que fuera cuidadosa con quien compartía esa información, pues considera que en muchos lugares todavía no es seguro salir del clóset. Por eso prefieren que sus apellidos no aparezcan en la entrevista.
Aunque en Dzoncauich no se habla abiertamente de las personas LGBT que viven en el pueblo, algunas parejas son respetadas siempre y cuando sean “discretas” o “silenciosas”, pero la homofobia sí es pública.
Itandehui cuenta que al llegar los libros de la Secretaría de Educación Pública, padres y madres le exigieron a la escuela no trabajar con los libros, y lo lograron. Esto también sucedió en Mérida. Pero a diferencia de la capital, la censura en Dzoncauich no fue noticia ni tuvo un contrapeso de activistas de derechos humanos. No es que en los pueblos originarios haya más o menos tendencia a la homofobia, sino que existen condiciones de desigualdad en información y garantía de derechos que la perpetúan.
“La mayoría de mis amigos no son hetero. Y en Temax, el pueblo de al lado que es un poco más grande, ya se habla más del tema, ahí hacen marchas y se celebra en las fechas del orgullo”, explica Itandehui.
Aclara que, en las comunidades haya muchas o pocas personas, siempre van a haber personas LGBT. Lo difícil es decirlo abiertamente por la falta de información que hay en algunos espacios y la resistencia de las familias para hablar sobre el tema. “Son temas que siempre he hablado solo conmigo, no hay chance de que alguien me escuche”, dice.
El valor del amor
Hace unos años Alexandra Montenegro no podía salir a las calles del pueblo con un vestido plateado, peluca rubia y tacones de aguja, como hace hoy, sin ser agredida. La primera vez que se subió a un escenario en 2014, le gritaron de todo. Su familia estaba en la audiencia y la defendió.
“Mis familiares me dijeron que lo hiciera de tal manera, de una forma tan respetuosa, que educara a las personas. No me cerraron las puertas cuando me insultaron. Así lo hice, pero también llegué a agarrarme con personas que no me respetaban. Ahora ya me identifican, salgo y me ven así o de cualquier forma y me dicen Iván, me dicen Tesoro, o Alexandra. En mi pueblo hay parejas lésbicas y todo normal”.
Alexandra tiene amigas transformistas de pueblos cercanos con quienes sale a dar shows y a concursar en eventos. En el carnaval del pueblo sus alumnes y tutores la saludan y le aplauden, al día siguiente pueden verla en la calle como Iván y le dicen respetuosamente “Buenos días, maestro”.
“Tiholop tiene un panorama más amplio en ese sentido. Una vez vino Paloma † (una mujer trans histórica en el movimiento LGBT de Yucatán). Se quedó como tres días y todo el mundo la recibió super bien, la gente la invitaba a sus casas a comer. Y sabían que era una mujer trans. Nunca escuchó un insulto ni agresión. Mis amigos vienen y se transforman, salen y se sorprenden. Me preguntan cómo es que en el pueblo de Yaxcabá, que es la cabecera, te insultan y acá hasta se toman fotos contigo como celebridad”.
Las mamás que aprenden de sus hijes
Todo lo que saben las mamás de la comunidad LGBT lo saben gracias a sus hijes. Rosa Pech tiene cuatro hijes y dos pertenecen a la comunidad: “Nos sentamos a platicar y yo siempre les digo que aprendo, son cuatro puntos de vista diferentes”, dice Rosa.
Pedro agrega que conforme él y sus hermanas fueron creciendo, la confianza con su mamá aumentó, y desde que salió del clóset han podido hablar de temas que pueden ser controversiales para muchas familias conservadoras. Se ríen mientras recuerdan de la vez que hablaron sobre experimentar con marihuana y le explicaron a su mamá qué es un beso de cuatro.
Elena e Itandehui también hablan sobre el tema. Dicen que las dos tienen un carácter que los lleva a defender con argumentos las causas en las que creen. “Yo siento que me faltan conocimientos, porque con buenos argumentos también puedo defenderla. Hay muchas cosas que yo no sé, no entiendo, pero me pongo en su lugar. Me falta preparación y sí me gustaría que en Dzoncahuich proyectáramos una película o hiciéramos algo para hablar del tema. A mí me gustaría que cuando en una familia alguien diga ‘esta es mi sexualidad’, los papás puedan decirles: Hija, no sé del tema, pero vamos juntas a averiguarlo”.
Ser maya y ser LGBT
Ser una persona lesbiana, gay o trans maya es una experiencia particular, con poca representación dentro del activismo, de acuerdo con les entrevistades. Alexandra dice que ahora vive más discriminación por su lugar de origen que por ser de la comunidad LGBT.
“Me ha pasado que menciono Tiholop, explico dónde es, y me discriminan un poco. Yo no tengo vergüenza de hablar mi lengua. Yo hablo maya en drag o como Iván y a veces hasta hablando con alguien en español se me olvida y empiezo a hablar en maya”.
Eso sumado a las dificultades que implica encontrar espacios para dar shows, la falta de temas de conversación con personas desinteresadas en conocer una cultura diferente y el saber que en algunos círculos importa tener “una cara bonita” con facciones hegemónicas.
“Tienen lugares más apropiados y la oportunidad de emerger un poquito más en el ambiente, buscar contactos, tener amigos. Pero como yo siempre he dicho: Lo que no sudas tampoco lo disfrutas”.
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