El nacimiento LGBTI+ en el corazón de la psiquiatría
Hubo un tiempo, no muy lejano, en que los términos ‘homosexualidad’, ‘lesbianismo’, ‘bisexualidad’, ‘transexualidad’ e ‘intersexualidad’ no formaban parte de nuestro lenguaje en absoluto. Por lo tanto, tampoco eran identidades como sí lo son ahora.
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Hubo un tiempo, no muy lejano, en que los términos ‘homosexualidad’, ‘lesbianismo’, ‘bisexualidad’, ‘transexualidad’ e ‘intersexualidad’ no formaban parte de nuestro lenguaje en absoluto. Por lo tanto, tampoco eran identidades como sí lo son ahora. ¿Cuándo se produjo este cambio? ¿Por qué hablamos de homosexuales, por ejemplo? De la ‘sodomía’ a ‘homosexualidad’ como identidad ha habido un camino largo, árido e intencionado.
La sexualidad se encuentra en el punto de mira social en los regímenes biopolíticos, en los que la vida es controlada por el saber e intervenida por el poder. Funciona como dispositivo de control, de administración de la vida. La idea de ‘degeneración’ se produce en el siglo XIX, en el interior de este tipo de sociedades. Ciertas profesiones autorizadas, entre ellas la psiquiatría, categorizan y codifican entonces las sexualidades que entienden como desviadas. Sostienen, también, que de degenerados solo pueden salir más degenerados. Así, la familia nuclear monógama, y especialmente la madre, debe garantizar una sexualidad normativa y prevenir las desviaciones, que en última instancia son una enfermedad para el conjunto de la sociedad.
En este contexto, la disciplina de la psiquiatría empieza a producir sexualidades e identidades de género patológicas. Así, contribuye a construir el propio sistema sexo-género- sexualidad al generar lo que sería su exterior: les incoherentes. Esto significa que la disidencia del sistema sexo-género-sexualidad es configurada como enfermedad mental por el saber-poder psiquiátrico. Es decir, las disidencias de tipo sexual (bien sea orientación, identidad, o subjetividad desviada) se construyen en el interior de la psiquiatría. Esto no significa que no existieran antes las prácticas que hoy codificamos como disidentes. Previamente, eran solo eso, prácticas, no identidades que atravesaban toda la subjetividad y la vida de les degenerades.
Fijar sujetos
La palabra homosexualidad nace como una categoría psiquiátrica. Anteriormente, lo que hoy entendemos por homosexual no era un homosexual desde el punto de vista identitario, sino una persona que practicaba la sodomía. En el siglo XIX, cuando el médico Ambroise Tardieu conceptualiza esta patología la codifica como pederastía, además de como sodomía. Esto es asumido en adelante por la medicina, la justicia y otras instancias institucionales. Peligrosidad social y homosexualidad van de la mano. Por eso, y por la degeneración social que suponen, se considera necesario el uso directo de tecnologías del poder que contribuyan a controlar y eliminar este mal. En el libro How to bring your kids up gay, de Eve Kosofsky Sedgwick, autora pionera de referencia para la teoría queer, se sostiene que la psiquiatría busca formas para fijar a los sujetos disidentes dentro de su ámbito de actuación, pero limpiándose las manos de alguna manera.
Homosexuales, pero bien masculinos
Se eliminan etiquetas como ‘homosexual’ de las listas de patologías, pero busca una forma de agarrar ‘lo homosexual’ y poder intervenirlo de todos modos. La homosexualidad no será una patología en tanto que el gay en cuestión sea masculino y cumpla con los imperativos de la normatividad masculina. A excepción, claro, de la heterosexualidad. A eso se refiere ella como homonormatividad. Dice que, de esta manera, renunciando a patologizar las vidas homosexuales que cumplen con el resto de imperativos sociales, se consigue consolidar el sistema sexo-género. Es decir, se consigue que el género se naturalice y se entienda como patológico el incumplimiento de las normas de ese sistema. Se renuncia a la patologización explícita de la orientación sexual disidente a cambio de patologizar a identidad de género disidente.
Nueva patología: identidad trans
El tercer Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, (DSM), en 1973, elimina la homosexualidad (ahora significando deseo sexual y/o afectivo de un hombre hacia otro) de su listado de enfermedades mentales. Ahora bien, se introduce en cambio el “trastorno de la identidad sexual en la infancia”. Así, se despatologiza la orientación sexual no normativa mientras que se vincula esa forma de deseo a la no normatividad de género. Justo en esa edición del DSM pasa a incorporarse la transexualidad al listado de patologías.
La anatomía como normalidad
Lo trans sigue quedando en manos de la psiquiatría, si bien la última edición del DSM, la quinta, ya no recoge la “transexualidad” como trastorno. En su lugar, se patologiza el sufrimiento que pueden vivir algunas vidas trans como resultado de la violencia que supone la norma sexo- género, a través de la noción “disforia de género”. Esto implica que la disforia puede ser psiquiatrizada y medicalizada, en vez de abordada sociopsicológicamente.
Aunque solo he hablado de los términos ‘homosexual’ y ‘transexual’, el resto de subjetividades que hoy engrosan las siglas LGBTI+ y/o la política queer también han sido originariamente abordadas por la psiquiatría y, en su defecto, por otros ámbitos de la medicina. Curiosamente, en este escenario bioanatómico se incorpora el concepto ‘bisexual’ para referirse a las realidades intersex. Y, aunque esto daría para extenderse mucho más, sabemos que legitima entonces la intervención sobre cuerpos y vidas que simplemente no encajan en su sistema sexo-género- sexualidad, en sus corporalidades normativas.
Les disidentes
La psiquiatría ha medicalizado y medicaliza también a las mujeres que no cumplen con los imperativos de la feminidad, a les obreres indisciplinades y vagues, a les migrantes, y a cualquier vida disidente en los diferentes sentidos que la palabra puede tomar. He decidido hablar de subjetividades disidentes del sistema sexo-género-sexualidad puesto que estas, en concreto, son producidas inicialmente dentro de la propia psiquiatría como situaciones identitarias.
Es por eso que la política queer, a mi entender, puede resultar un terreno fértil para responder a la patologización originaria de lo LGBTI+, siempre que tenga un buen enfoque loco y esté alerta de no incurrir en cuerdismos. Lo queer, en su dimensión abyecta, necesita no sólo de política antipsiquiátrica, sino de perspectiva loca. Hoy, se sigue atando lo LGTBI+ a la psiquiatría por mecanismos más sutiles que patologizan y convierten en ficciones biológicas los diversos tipos de sufrimiento que resultan de la violencia de la norma.
Si el saber-poder psiquiátrico utiliza lo LGTBI+ para velar por los géneros normativos y para sostener el paradigma biologicista de la enfermedad mental, lo queer tiene como misión politizar su abyección y reivindicarse loco, resistiendo al paradigma biocientificista de la psiquiatría y generando alternativas comunitarias a la medicalización de la diferencia.
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