McKenzie Wark: «Cuando eres trans la gente asume que eso es de lo único que sabes»

La primera novela de la académica australiana, Vaquera invertida, es una “autoetnografía de la opacidad del yo”. Con ella busca escribir para “otras personas trans, contarnos unas a otras”.

Conocida por sus trabajos ensayísticos, la académica McKenzie Wark –que también se presenta como “icono de la teoría, mala marxista y amenaza transexual”– debuta en la narrativa con Vaquera invertida, publicado en 2022 por Caja Negra Editora. Su gran acogida en el mundo hispanohablante la ha llevado de gira por Argentina y España, donde recientemente visitó varias ciudades para presentar el libro, impartir talleres de escritura e incluso recitar fragmentos de su próximo proyecto sobre una base techno.

La energía incombustible con la que acude a cada encuentro es la misma con la que escribe ahora que su transición le ha llevado a experimentar con nuevas técnicas y lenguajes. Y consigue congregar –en palabras de la autora– a “una pequeña comunidad de lectoras a las que las experiencias narradas en el libro les resuenan, haciéndolo circular por el boca a boca y poniéndose en contacto conmigo para hablar de ello, lo cual es realmente emocionante”.

Aprovechamos su visita a Barcelona para preguntarle sobre algunos de los temas explorados en el libro, que no define como una biografía o unas memorias sino como una “autoetnografía de la opacidad del yo”.

En Vaquera invertida narras varios episodios relacionados con la intimidad y el deseo en los que no encajabas en la categoría de hombre heterosexual ni en la de hombre gay. La historia termina con tu transición, pero en lugar de presentar algún tipo de verdad interior –por la que “acaba revelándose algo que siempre estuvo ahí en secreto”– partes de la confusión respecto a la opacidad del yo. ¿Qué forma narrativa sería la más adecuada para describir la experiencia trans?

–Me interesa escribir para otras personas trans y ampliar los tipos de historias que podemos contarnos unas a otras, pero también las filosofías de la subjetividad que operan de fondo. Las clásicas memorias trans –”creían que era un niño, pero jugaba con muñecas, nací en el cuerpo equivocado”– no me servían, yo no me sentía así en absoluto. No funcionaban a nivel narrativo, pero tampoco a nivel filosófico: no hay una verdad interior, sino una ficción interna del yo. Por lo tanto, ¿podemos tener no solo otras historias, sino también otras formas de concebir el cuerpo, la identidad o la memoria? Para mí, esa especie de opacidad del yo hacia sí mismo es importante. En el acto de crear una narración de la propia vida, ¿cómo nos estamos creando a nosotras mismas y empujando retrospectivamente la línea temporal hacia el pasado? ¿Existe un arte de modificar la propia ficción interna?

Esto me recuerda al Manifiesto post-transexual de Sandy Stone, en el que critica la obligación de las personas trans de presentar una identidad unitaria y totalizante para “pasar”, negando así aspectos significativos de su pasado en lugar de reconocer su historia personal en toda su complejidad. ¿Crees que se trata de algo particular de la identidad trans o de la forma misma en que se construye toda identidad?

–Creo que las historias con las que nos autoexplicamos vienen después como justificación de una serie de accidentes, y parte de esto se encuentra en el Manifiesto post-transexual de Sandy Stone. La palabra “post-transexual” nunca cuajó y, al menos en el mundo anglófono, la gente que me rodea quiere que vuelva la palabra “transexual”. Al utilizar la palabra “transgénero”, parece que se trata únicamente de roles sociales. Creo que lo específico de la transexualidad es la modificación del cuerpo, pero intentamos no hacer una distinción demasiado tajante entre nosotras y tener una visión lo más abierta posible de lo trans. En cualquier caso, el texto de Sandy –que fue escrito a mediados de los años ochenta– abrió esta cuestión: ¿podemos encontrar otras formas de ser trans en el mundo y contar historias de manera diferente? ¿Podemos tener una cultura propia que no se dirija directamente a las personas cis? Ese era uno de los objetivos de Sandy, y muchas personas aceptaron el reto. Siempre hemos tenido nuestra literatura y nuestro arte, pero ahora se nos permite hacerlo en nuestros propios términos en lugar de afirmar las ideas cis. Sin embargo, también busco que las personas cis piensen de otro modo sobre el cuerpo, la subjetividad, la memoria y la experiencia. A mucha gente que no es trans le gusta Vaquera invertida porque plantea una forma de entender la identidad que va más allá de la experiencia trans. Es una especie de doble deseo: que haya más libros escritos por y para personas trans, pero que no se limiten a ampliar nuestras historias, sino que también problematicen la experiencia de las personas cis.

El desafío de reflexionar sobre la sexualización

Tu proceso de autocomprensión pasa por el encuentro con otros cuerpos: explicas que el sexo supone para ti un “momento eufórico de pérdida del género” o, más radicalmente, una disolución de la identidad en la no-existencia. ¿Hasta qué punto debemos seguir considerando la sexualidad (o la orientación sexual) y la identidad de género como dos cosas estrictamente separadas?

–No estoy sugiriendo que ésta sea una teoría universal ni nada por el estilo. Al igual que muchas personas trans, he experimentado mucha disforia, pero también quería escribir sobre la euforia de género. Es importante que la gente sea capaz de encontrar momentos de intensidad en torno al género. Sin embargo, las historias habituales sobre lo trans han eludido el tema de la sexualidad a causa del prejuicio y el estigma. En el patriarcado, ser mujer es ser sexualizada, pero ser una mujer trans es ser hipersexualizada por todo el mundo, incluidas otras mujeres cis; así que hablar de transexualidad cuando las personas cis pueden oírnos entraña ciertas dificultades y peligros. Aun así, creo que merece la pena correr el riesgo de mantener una conversación honesta sobre cómo descubrimos nuestro cuerpo, nuestro género y nuestra sexualidad, a veces todo al mismo tiempo. Pensemos por un momento en las lesbianas trans: la mala categoría de mujeres trans a las que se acusa de autoginefilia. Tal vez sea útil mantener una conversación sobre el vínculo entre la sexualidad y el género, y entendamos eso que llaman autoginefilia como una excitación por la propia experiencia del género a través del sexo. Yo quiero que todo el mundo tenga esa experiencia, que se sienta bien con su género y a gusto en su propio cuerpo. ¿Por qué iba a ser algo malo?

En relación a esto, explicas de forma algo irónica que –pese a haber dedicado todos estos años a leer teoría gay y queer– ser follada te ha ayudado a reafirmarte como mujer, y aludes a “la gran asimetría del ser humano: hay penetradores y penetrados”.

–Cuando escribí Vaquera invertida tenía una teoría personal sobre la penetrabilidad con la que no sé si actualmente estaría de acuerdo, aunque sigo pensando que esa apertura del cuerpo está vinculada a ciertas experiencias de desubjetivación o generización. Esto también determina qué personas o colectivos se consideran feminizados, incluyendo las mujeres cis, ciertos tipos de hombres gais y las mujeres trans. ¿Hasta qué punto estas experiencias han sido tratadas como categorizables o relacionadas con lo femenino? ¿Podríamos articular un discurso sobre la feminidad, sus diversas expresiones y formas de solidaridad en torno a ella? Es un proyecto que estoy empezando a llamar femunismo.

En el libro también explicas lo importantes que han sido las hormonas –o “anti-cis-tamínicos”– en términos de afirmación de género. Volviendo a lo que comentabas antes sobre la modificación corporal y la palabra “transexual”, a veces parece problemático hablar de disforia por el riesgo de adoptar una posición transmedicalista. ¿Cómo abordar esta experiencia, tan común entre las personas trans, sin convertirla en requisito para una identidad trans “legítima”?

–La disforia de género es difícil de explicar a quienes nunca la han experimentado. No todas las personas trans se identifican con el término o tienen disforia, pero la mayoría sí, y las hormonas o la cirugía no siempre funcionan; pueden mitigar los síntomas, pero no las causas. En mi caso, escribí Vaquera invertida antes de empezar a hormonarme. Por aquel entonces ya había salido del armario públicamente como persona no binaria. En las últimas páginas del libro abandono la masculinidad, pero sin saber hacia dónde me dirijo. Quería invertir la estructura de las clásicas memorias trans, con un arco que va del no-saber al saber (“en realidad soy una mujer” o “en realidad soy un hombre”). No tengo ni idea de adónde voy o de cuál es mi género, solo sé que no es ese. Hay otros escritos que tratan más directamente sobre la experiencia de las hormonas. Me encantaría que describiésemos con más detalle qué hormonas usamos y cuáles son sus efectos subjetivos y estéticos. ¿Podemos tener una estética de la transición en lugar de un discurso médico o legal? ¿Cuál es el arte de lo trans?

Además de la disforia de género, hablas de otra experiencia íntimamente vinculada a ella: la disociación.

–El comienzo del libro trata de la primera vez que disocié. Me dijeron que mi madre había muerto cuando tenía seis años, y tuve una experiencia extracorpórea. Tardé un tiempo en darme cuenta de que la disociación es el resultado de ese momento traumático, pero también de la disforia. Encontré una forma de convertir la disociación en algo útil: escribir. cuando empecé con las hormonas, dejé de escribir durante tres años. Imagina ser diestra y tener que hacerlo todo con la mano izquierda durante un tiempo: eso es lo que sentí. Se me daba tan mal que tuve que reaprender a escribir y ahora lo hago de una forma muy distinta.

“Las raves son una forma segura de reconectar con mi cuerpo”

Esa nueva forma de escribir puede encontrarse en tu último libro, Raving, que parece seguir algunas de las líneas trazadas en Vaquera invertida. ¿Qué relación hay entre transicionar e ir a una rave?

–Volví a las raves después de la transición porque seguía teniendo una disforia muy difusa, que no se ubicaba en ninguna parte específica de mi cuerpo. Por eso no me planteé recurrir a la cirugía; podría operarme la cara o las tetas, pero no me haría sentir mejor. A otras personas les funciona, pero a mí lo que me ayuda es bailar. Las raves son una forma segura de reconectar con mi cuerpo; y no debo ser la única a la que le funciona, porque me encuentro con muchas otras personas trans. Durante un tiempo no hacía más que ir a raves. Por eso, cuando Margret Grebowicz me pidió que escribiera un pequeño libro para esta colección llamada Practices (Duke University Press), pensé que este era el único tema sobre el que podía escribir.

Raving no son unas memorias, sino que trata de una experiencia contemporánea. ¿Cómo pueden las percepciones y experiencias tener menos que ver con el yo y más con la situación? Hay otra cuestión que me interesa: ¿por qué el techno sigue suscitando atención e interés? Creo que la respuesta tiene que ver con el tiempo y la historia. Algunos mundos están llegando a su fin. El Antropoceno significa que el tiempo geológico avanza más rápido que el histórico, y todo el mundo lo sabe, pero nos negamos a asumirlo. En este sentido, el techno permite acceder a una especie de tiempo oblicuo. No creo que el tiempo mesiánico, el aceleracionismo o la hauntología funcionen; se trata de estéticas temporales anticuadas. El tiempo oblicuo parece más acorde a lo que buscan o experimentan las personas a mi alrededor. No es del todo ajeno al tiempo trans, porque muchas personas trans no esperan vivir mucho tiempo, y eso te da una percepción muy distinta de la temporalidad.

Antes comentabas que algunos temas como la sexualidad han sido poco explorados en la literatura trans debido al estigma, y sin embargo has dedicado tus dos últimos libros a temas bastante controvertidos. ¿Te preocupó que pudiera afectar a tu estatus académico o tu prestigio teórico?

–En algún momento dejé de preocuparme por mi carrera académica. Creo que la política del conocimiento es mucho más importante y no tiene nada que ver con esas jerarquías elitistas del sistema universitario. Siempre me interesó más el trabajo conceptual cercano a los movimientos sociales, la vanguardia o la bohemia. Esas son las tres cosas que me nutren. ¿Dónde hay un movimiento social que esté en una lucha que podríamos llamar política? ¿Dónde hay una vanguardia que intente replantearse qué es la estética en la vida cotidiana? ¿Y dónde hay algo parecido a una bohemia que se niegue a aceptar los estándares burgueses? Como inmigrante, necesitaba tener una carrera para pagar el alquiler y conservar mi permiso de residencia; pero, en algún momento, sentí que era un obstáculo para el verdadero trabajo intelectual y creativo.

Por otro lado, cuando eres trans la gente asume que eso es de lo único que sabes, ¡pero aún sé algunas cosas sobre teoría de los medios! Tampoco puedo ser una autoridad en estudios trans solo por haber salido del armario, necesito algunos años para leer y tener algo de experiencia al respecto. En general hay demasiadas presuposiciones sobre lo que sabemos. Además, a menudo existe una presión sobre las personas trans públicamente visibles para que seamos sujetos morales ideales, y parte de nuestro objetivo es convertirnos en personas ordinarias. Es agotador tener que ser especial todo el tiempo para cumplir las fantasías de la gente cis. Así que ser corrientes o aburridas es una especie de objetivo a largo plazo, y eso también pasa por aceptar la versión más caótica y defectuosa de nosotras mismas. De eso tratan la literatura y el arte: no de caricaturas simplistas, sino de la complejidad de la experiencia humana. Las personas trans tenemos un tipo de experiencia que muy pocas personas cis llegan a vivir, así que deberíamos compartir ese conocimiento.

Tiempos de redes sociales e internet

Las redes sociales, además de la literatura o el arte, parecen un espacio propicio para hacerlo. Este era el propósito de Internet en los años noventa –comunicarse y compartir información–, pero hoy está gobernado por corporaciones privadas que buscan captar la atención de las usuarias a través de la polarización o las cámaras de eco. Dadas estas condiciones, ¿qué posibilidades ofrecen los medios digitales para el debate y la solidaridad dentro de la comunidad trans?

–En los años noventa, Internet no era un negocio y había una especie de vanguardia que se reunía en torno a los medios digitales de diversas formas. Yo participé de esa cultura a la vez que dirigía mi atención hacia esta otra, porque las personas trans y queer también encontraron en ella espacios que parecían relativamente seguros para mantener conversaciones y compartir información. Por aquel entonces, la cultura trans –dentro y fuera de la red– giraba en torno a las experiencias de una clase media blanca lo suficientemente privilegiada como para tener acceso a Internet en una época en la que no era tan frecuente, y todavía estamos lidiando con las consecuencias de esto.

Actualmente hay una comunidad trans que mantiene conversaciones online, ya sea en Twitter o Discord, a veces en cuentas privadas o foros cerrados y a veces públicamente para descubrir nuestro propio lenguaje. Muchas veces discutimos sobre las mismas tonterías una y otra vez. En el mundo cis hegemónico nunca se cancela a nadie, pero en el mundo trans se cancela a gente todo el tiempo por pequeñas infracciones cotidianas. Creo que deberíamos abandonar esta mentalidad policial. Necesitamos tener espacio para meter la pata. Todavía debemos rendir cuentas, pero tendríamos que ser capaces de perdonarnos por cagarla. Cuando hablas con la gente cara a cara, parece más fácil calmar las cosas: permites que alguien se disculpe, hay sentimientos encontrados… Es una cuestión de convivencia y de poder compartir espacio juntas. He tenido amigas a las que otras amigas han intentado expulsar permanentemente de espacios queer porque una vez hicieron algo mal. Esos procedimientos son increíblemente complicados y no suelen funcionar muy bien. Kai Cheng Thom ha escrito cosas muy interesantes sobre esto en un libro titulado I hope we choose love. Es una mujer trans racializada que ha trabajado sobre justicia reparadora y prácticas terapéuticas durante mucho tiempo, y es un poco pesimista sobre cómo funcionan estas cosas. Al final, de lo que se trata es de encontrar la forma de vivir unas con otras.

Foto: De BaixaCultura – Wikipedia

Este artículo fue publicado originalmente en Pikara. Para saber más sobre nuestra alianza con este medio, clic acá.

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