Día Mundial de Lucha contra la Depresión: ¿qué pasa con la salud mental de las personas LGBTI+?

El 13 de enero es el Día Mundial de Lucha contra la Depresión. Le psicólogue Ale Devenuta reflexiona sobre el abordaje a la salud mental de las personas LGBTI+ en un contexto de violencias estructurales.

BUENOS AIRES, Argentina. El 13 de enero es el Día mundial de lucha contra la depresión. Tiene el objetivo de sensibilizar, orientar y prevenir sobre una enfermedad que crece exponencialmente en el mundo.

Probablemente todes conocemos a alguien que haya tenido depresión o la hemos transitado en experiencia propia. La depresión es uno de los padecimientos de salud mental más frecuentes a nivel mundial (OMS, 2022). Se trata de un estado caracterizado por un gran sufrimiento, en quien la padece y muchas veces también de su red afectiva. Cuando no se aborda adecuadamente, suele convertirse en un problema grave que conlleva el deterioro de la persona en diferentes áreas de su vida. En ocasiones, puede conducir al suicidio.

Hay un enfoque clásico en salud mental que ya huele a naftalina pero que sigue vigente y es reforzado desde muchos lugares. Un enfoque según el cual los padecimientos psíquicos son el resultado de la responsabilidad individual. “Dale, ponele un poco de onda y se te cura” “Si vibrás alto, se te va la depre”. Discursos como ésos son peligrosos no solo porque nos culpan de nuestro propio malestar si estamos transitando un padecimiento psíquico, sino también porque despolitizan la salud. Niegan que cualquier proceso de salud-enfermedad que transitemos es también resultado de nuestra interacción con el contexto.

Una salud mental binaria

¿Qué pasa por ejemplo con la salud mental de las personas LGBTIQPA+ en un contexto de violencia y discriminación estructural? ¿Qué relaciones hay entre la depresión y las personas LGBTIQPA+ ?

Para empezar, podríamos señalar que casi todas las investigaciones y estadísticas que nos ofrecen algún dato sobre la depresión y su relación con variables de género “y diversidad”, se construyen de manera binaria. Es decir que analizan su prevalencia en términos de mujeres y varones (cis, por supuesto, aunque esa aclaración permanece implícita como marca del cisexismo) y/o con bastantes sesgos de género. Tampoco suelen atender demasiado otras interseccionalidades como la raza o la clase social. Aun así, ya hace tiempo conocemos que hay una alta frecuencia de problemáticas de salud mental en la población LGBTIPQPA+.

¿Es que acaso ser trans, no binarie, puto, torta, marica, asexual, lesbianx, arrománticx te hace inherentemente más propensx a tener depresión? No, afortunadamente la realidad es más compleja que eso. Y es que, si revalorizamos nuestros saberes vivenciales, pero también si recuperamos la teoría del estrés de las minorías (Meyer, 2003) sabemos hace tiempo que formar parte de un grupo socialmente oprimido conlleva vivir con niveles más altos de estrés, que a su vez implican un deterioro de la calidad de vida. Y predisponen a la emergencia de determinadas problemáticas de salud mental, aunque no de manera causal ni lineal.

Vivir teniendo que corregir los propios pronombres, estar expuestes a ataques de odio en la vía pública, ser expulsades de nuestros hogares, ser asumides heterosexuales en una consulta en salud, tener dificultades para encontrar representaciones accesibles en la cultura que narren y validen nuestras formas de vida, son solo algunos ejemplos de estresores específicos, socialmente enraizados y crónicos.

Específicos, porque no son estresores que las personas cis hetero alo sexuales vivan. Al menos no por razones de identidad de género u orientación sexual, aunque sí pueden vivir otros estresores producto de otras opresiones. Socialmente enraizados, porque son el producto de situaciones donde se combinan el cisexismo, la heteronorma, la alonorma, la amatonorma y otros sistemas de opresión (como el racismo, clasismo, cuerdismo, capacitismo, etc). Y crónicos porque estos estresores van más allá de las herramientas que puedan desarrollarse a nivel personal para lidiar con estas situaciones.

Por un urgente abordaje

Claro que el aprendizaje de herramientas individuales es muy necesario siendo una persona LGBTIQPA+ para vivir una vida más vivible en un contexto de violencias estructurales. Y puede desarrollarse en diferentes espacios, cada uno con sus especificidades, potencialidades y limitaciones (desde el armado de redes amicales, espacios comunitarios, psicoterapia, etc). Pero el enfoque no puede quedarse nunca en la premisa “deberías aprender a que todo esto no te afecte”.

Necesitamos desarmar los modos normativos con los que aprendimos a entender y abordar la salud mental, así como a interpretar (a) normalidad. Es fundamental comprender las trayectorias de vida disidentes de la norma, sus relaciones con el sufrimiento mental, y cómo las experiencias de odio y discriminación, así como de validación y alojamiento, tiñen nuestros procesos de salud, enfermedad, atención y cuidado.

Solo de esa forma podremos seguir construyendo abordajes comunitarios, clínicos, educativos que sean efectivos y de calidad a la hora de promover salud mental y abordar los padecimientos que nos aquejan.

Fuentes citadas:

Organización Mundial de la Salud (2022). Informe mundial sobre salud mental. Transformar la salud mental para todos (Disponible en la web).

Meyer, I.H. (2003). Prejudice, Social Stress, and Mental Health in Lesbian, Gay, and Bisexual Populations: Conceptual Issues and Research Evidence. Psychological Bulletin, 129, 674–697

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