17 de noviembre de 2022

Alex Zani

Edición: Ana Fornaro

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En un mundo que se empeña en poner etiquetas, Ana Belén Kim (26 años), también conocida como Anita B Queen, se considera una “degenerada”. Alguien imposible de clasificar. Hija de una madre católica y de un padre evangélico, ambos inmigrantes coreanos que llegaron al país en su temprana niñez, su camino musical comenzó en Cheil, la Primera Iglesia Presbiteriana Coreana. Anita todavía era adolescente y se sorprendió al ver tantos instrumentos a su disposición. Aprendió de manera autodidacta y en poco tiempo estuvo a cargo de la banda jóven de la iglesia. 

Fue al cumplir sus dieciocho años que la vida la dio vuelta “como a una tortilla”. Para Anita se abrió, entonces, un momento de grandes preguntas: sobre la institución en la que estaba, sobre la gente que la rodeaba, sobre sus valores y sobre su sexualidad. “Imaginate, una piba cristiana de toda la vida, crecida en una comunidad coreana chiquita, cerrada, conservadora y ortodoxa, tratando de entender lo que le estaba pasando y sintiendo para intentar aceptarse”. Ese año abandonó la iglesia, se alejó de sus compañeros, se separó de su novio y comenzó a salir con otras mujeres. “Fue en ese momento que empecé a laburar como DJ, haciendo música electrónica, aprendiendo de DJs locales y extranjeros que, sin saberlo, fueron mis maestros”. Era un mundo comandado por varones donde Anita entró pegando patadas, sin pedir permiso. “Es corta, abrirse paso es una cuestión de actitud”, asegura. 

Recorridos nocturnos 

Sus primeras experiencias como DJ la hicieron consciente de una serie de desigualdades: “Yo era muy chica y en la noche hay otros vicios, las cosas se mezclan, y siempre está el que labura un montón y no se lleva nada”. Cansada de ese ambiente, Anita se abrió de la electrónica y comenzó a hacer sets de música urbana, hip hop y trap. Así fue como conoció a Cato (Ca7riel) y Tomy (Tomás Sainz), que andaban buscando una banda para presentar El Disko (primer álbum solista de Ca7riel). Un día, la DJ abrió su Instagram y tenía un mensaje del cantante galardonado en los Premios Gardel en la categoría Mejor álbum conceptual. Poco tiempo después la invitó a formar parte de su banda. “Mi miedo venía por el lado de que yo no soy música. Entonces le dije a Cato ‘no sé qué querés que haga, pero lo que vos necesites yo lo voy a estudiar y lo voy a aprender’ y él me contestó ‘no te preocupes, lo que necesito de vos ya lo tenés’. Siempre fue muy empático conmigo”.

Así se convirtió en la única mujer en formar parte de la banda y comenzó a salir de gira junto a ellos. “Con Catito somos muy parecidos, no necesitamos explicarnos las cosas. Si bien en la convivencia hay momentos en los que los pibardos se ponen en modo chabón y hacen lío y gritan, yo me pongo los auris y hago la mía. Es un grupo muy increíble, están muy lejos de ser una banda de rock de varones, sino que son algo muy distinto, son piolas, están deconstruidos. Respetan mi lugar y me hacen sentir muy bien”. 

“Los trolos y los putos somos lo mejor” 

Después de varios años en la escena musical, Anita nota que hay muchas dinámicas que finalmente están cambiando. “Hay lineups mucho más diversos, nacieron eventos llevados a cabo por mujeres, feminidades o transfeminidades, y eso está pasando a ser lo primero en la escena, se está poniendo el ojo en lo alternativo”. En su búsqueda personal, trata de evitar los límites que sofocan al sonido, que lo encierran dentro de género o etiquetas, e intenta no dejar fuera ritmos locos, latinos, pop, urbanos ni electrónicos. “Me encanta que antes de un set se pregunten ‘¿qué traerá Anita hoy entre sus manos?’. Me cae mucho mejor la gente que está predispuesta a sorprenderse, quiero que ese sea mi público. Yo quiero estar con lxs piolas. A veces cuando quedan cinco manijas en la fiesta, yo lo doy todo, toco para ellxs que se quedan ahí bailando y agitando ”. 

Secretos de familia

Hay dos caminos posibles para hablar de sus influencias musicales: el camino heredado y el camino elegido. Si bien Anita siempre creyó que su familia estaba alejada de la música, recientemente se dio cuenta de que de ellos heredó, aunque de manera escondida, una especie de “data sonora”: una madre que fue al conservatorio y tocaba el piano, un padre al que le gustaba mucho cantar y “se daba maña” con la guitarra y la flauta. “Al ser una comunidad ortodoxa y tradicional, no era un plan dedicarse al arte. Imagino que no le pusieron fichas a eso por algún mandato social, como muchas otras cosas que no pudieron cuestionarse”. También heredó de ellos el gusto por el kimchi jjigae, su comida coreana favorita. 

En cuanto al camino elegido, entre sus mayores influencias Anita destaca a ARCA, cantante, compositora, productora y DJ venezolana radicada en España, especializada en música electrónica y experimental, que acaba de pasar por el Primavera Sound. “Su show va mucho más allá de lo musical, es una experiencia sensorial, algo que no puede decirse en palabras, y logra que su gente se vaya con algo en el corazón, con ganas de probar sonidos nuevos, con sensaciones diferentes. Trabajó con Björk, Sia, Rosalía, Lady Gaga. Su propuesta nos une en comunidad”.

Lejos quedaron los días de la Anita B Queen adolescente que lideraba una banda de música en la iglesia. “Ahora tengo mucha visibilidad en la comunidad LGBT. Hay veces que todavía siento la resistencia en mi cuerpo, sigo teniendo esa cosa muy cristiana que cuesta sacarme de encima, pero sin duda es donde quiero estar. Los trolos y los putos somos lo mejor que le pasó a este mundo, ninguna comunidad sabe tanto de fiesta y de alegría como la nuestra. Nos divertimos y cada vez siento más orgullo por el lugar que me están abriendo para compartir mi música”.