Dos brutales crímenes de odio en una semana alertan a la comunidad LGBT de Chile
En una semana, los dos crímenes trans-homo odiantes despertaron preocupación. Qué hay detrás de estas violencias y cómo afecta la salud mental LGBTIQ+
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SANTIAGO DE CHILE, Chile. El cuerpo de Ignacia Palma, una mujer trans de 26 años, fue encontrado completamente calcinado tras un incendio atendido por personal de bomberos de Valparaíso. Jaime Vergara tenía 46 años, trabajaba como chef en Quillota. Fue asesinado a puñaladas durante una cita coordinada a través de Grindr. Con un plumón, el atacante escribió en su espalda una palabra que en Chile se usa como insulto homofóbico: “Maraco”.
Ambos crímenes de odio ocurrieron en distintas ciudades del país con pocos días de diferencia, durante la primera semana de agosto. Preocupan a la comunidad por el ensañamiento y por la frecuencia con que las organizaciones de la diversidad sexual locales y los medios de comunicación los reportan.
Para Christian Spuler, psicólogo clínico, no se trata de formas de violencia aisladas. Son consecuencias de los discursos discriminatorios y de odio que cada vez circulan con mayor frecuencia en medios, redes sociales y otros espacios. Y que forman parte de una agenda política y cultural impulsada desde algunas esferas de poder.
“En todas las sociedades donde la visibilidad de la comunidad LGBTIQ+ aumentó y ganó los espacios y derechos que merecen, también aumentó la ocurrencia de crímenes de odio. Eso no es una justificación. Es más bien una explicación de un momento particular que debe interpelarnos”, afirma el especialista en salud mental para personas de la diversidad, especialmente trans.
«Esto está ampliamente documentado. Sabemos que desde Estados Unidos, algunos países de Europa y algunos países de Latinoamérica se impulsa desde hace mucho una agenda anti diversidad sexual, anti aborto y anti derechos humanos. Esa agenda es promovida por las iglesias y los movimientos políticos ultra conservadores para invisibilizar, acallar y aplastar a las disidencias. Y su expresión más deleznable es el crimen de odio”, analiza.
“Esto es una consecuencia de una narrativa de desprecio hacia la diversidad”
El lunes 8 de agosto, el Juzgado de Garantía de Quillota decretó prisión preventiva para un joven de 18 años que se entregó a la policía. Confesó ser el autor material del asesinato de Jaime Vergara.
Según información de Fiscalía, después del crimen se duchó en el baño del departamento, limpió el lugar, se cambió de ropa y se llevó algunas pertenencias de la víctima.
Al día siguiente, el martes 9, el Ministerio Público confirmó la detención del presunto responsable del incendio que causó la muerte de Ignacia Palma. Es un migrante que tiene 20 años y está en situación irregular en el país. Fue imputado por el delito de incendio con resultado de muerte. Estará en prisión preventiva mientras transcurren los cien días de plazo decretados para la investigación.
El subprefecto Rodrigo Muñoz, jefe de la Brigada de Homicidios de la PDI, dijo a la prensa que el ataque ocurrió después de una pelea vinculada al consumo de drogas.
Pero Spuler dice que es importante cuidar la lógica con la que se analiza y contrasta la información oficial. “Hay que tener cuidado y no confundir las cosas. Lo más simple sería analizarlo desde el estado de la psique de las juventudes actuales. Pero eso nos llevaría a validar las narrativas que indican que les jóvenes son cada vez más violentos. O que esto es una simple riña por un tema de drogas, y nos llevaría a invalidar todo lo demás”, advierte.
A sus ojos, estos casos hay que analizarlos desde dos miradas. “La de reconocer que existe un problema estructural, de desigualdad, de falta de acceso a oportunidades y a educación, que al final deriva en el camino de la violencia que escogen las personas que perpetran estos crímenes. Y la de reconocer que esta también es una consecuencia de una narrativa cultural y política de desprecio hacia la diversidad, orquestada desde espacios de poder”.
“El impacto en la salud mental de personas LGBTIQ+ ya no solo es por rechazo familiar o social”
Casi el 90% de los chilenos y chilenas que forman parte de la comunidad LGTBIQ+ en algún momento han sido víctimas de discriminación. Así lo reveló el año pasado el primer estudio estatal que recoge datos sobre violencia homofóbica, impulsado por la Subsecretaría de Prevención del Delito. El documento reconoce que la salud mental de la comunidad es una deuda en el país y lo es incluso más en niñes y adolescentes.
Desde su experiencia clínica, Spuler dice que el aumento de la violencia y los crímenes de odio están haciendo mella en la salud mental de muchas personas de la diversidad.
Recientemente ha visto, por ejemplo, cómo un chico trans masculino se siente “protegido” por su expresión de género. La reconoce como un privilegio, frente a lo que a diario viven las mujeres trans. También destaca el caso de una chica trans que tuvo que modular su expresión de género hacia una lógica más andrógina porque siente temor en las calles, y prefiere “guardarse” para espacios más seguros. “Es un poco como volver al clóset”, señala.
El especialista destaca que el impacto en la salud mental de personas LGBTIQ+ ya no solo es por rechazo familiar o social. “Ahora también hay que sumar el trauma que generan estas violencias cada vez más recurrentes. Parece que importa más el estrés postraumático de los llamados portonazos (modalidad de robo donde las víctimas son interceptadas en la entrada de su hogar) que el estrés o trauma que se produce cuando matan a alguien de tu comunidad. O por pensar que mañana o pasado te puede tocar a ti”, plantea Spuler con preocupación.
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