Una mujer trans murió por falta de atención médica en una cárcel de Argentina
Sasha tenía 38 años y desde diciembre manifestó problemas de salud, luego de una golpiza. En el penal, afirmaban que simulaba para obtener beneficios.
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BUENOS AIRES, Argentina. Sasha Barrionuevo tenía 38 años, 13 hermanes y 35 sobrines. Como sucede con muchas mujeres trans, no encontró otra fuente de ingresos que la prostitución. Durante mucho tiempo tuvo que lidiar con el maltrato policial en las calles de Mar del Plata. Pasó su último año y medio de vida, presa. Sufrió y denunció golpizas. Su cuerpo dio múltiples señales de alarma, pero la acusaron de ser una simuladora. Murió en el hospital, casi en simultáneo con la firma de su liberación. La agonía fue la llave para salir del encierro. Para desentenderse de ella, cuando ya era tarde.
Sasha falleció el 20 de julio en el Hospital Interzonal General de Agudos (Higa) Dr. Oscar Alende. Allí la habían derivado mientras estaba detenida en la alcaidía 44 del Complejo Carcelario de Batán. Había bajado más de 30 kilos en el último tiempo, estaba perdiendo la visión y casi no tenía movilidad cuando la llevaron en camilla a recibir atención extramuros. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM), que venía monitoreando su situación, reclama que se investiguen las causas de su muerte y la incidencia de la falta de acceso a la atención sanitaria.
“Ella me decía que se sentía muy enferma. Perdió 35 kilos abruptamente. Vomitaba, tenía pérdida de visión, estaba desorientada. Pero ella y las compañeras decían que los del Servicio Penitenciario no le creían. Por una enfermedad de base que tenía, estaba comprometido su sistema inmunológico. Le tendrían que haber hecho estudios para descartar meningitis, tuberculosis, todo. ¿Cómo no la llevaban al hospital? La dejaron estar. Su muerte se podría haber evitado”, se indigna Yésica Gómez, una de las muchas sobrinas de Sasha. Tenían casi la misma edad y un vínculo muy cercano: “Nos criamos juntas”.
El golpe y la caída
En diciembre del año pasado, Yésica vio los videos que mandó Sasha tras una represión en la Unidad 54, donde estaba alojada por entonces. “Ahí se ve que le están pegando. Las compañeras trans decían que no le peguen. Se escucha que alguien dice que le habían marcado la cara, que le habían doblado un dedo. Ahí todavía estaba más gordita”, cuenta Yésica sobre su tía. Después, comenzaron la pérdida de peso y el deterioro.
“A Sasha la conocemos el 22 de diciembre en la Unidad 54. Se comunica con nosotros porque había sido gravemente golpeada por el Servicio Penitenciario. Sufre un golpe en la cabeza y comienza con problemas en un ojo. Hicimos varias presentaciones por atención a la salud, pero nunca la vio un oftalmólogo, que era lo que a ella le preocupaba”, dice Antonella Mirenghi, directora del Comité Contra la Tortura de la CPM.
Desde ese espacio volvieron a ver a Sasha en junio. “Estaba muy deteriorada, le costaba hablar. Estaba bajo efectos de medicamentos que no sabía cuáles eran. Ahí decidimos ir a la historia clínica y consultar por su situación de salud. Los médicos de Sanidad de la U44 nos dicen que a criterio de ellos era un simulacro. Que estaba simulando para conseguir algún beneficio procesal. Lo consultamos con el director y nos refiere lo mismo”, advierte Mirenghi.
Y remarca: “No consultaron un médico extramuros. No tuvo interconsultas. En 15 días la volvemos a ver en un estado más crítico. Las compañeras nos decían que muchas veces no se quería levantar. Había empeorado notablemente en menos de un mes”.
Ante ese panorama, la CPM presentó un hábeas corpus. “Ese mismo día la sacan al hospital. Empiezan a tratarla primero por tuberculosis. La aislaron por eso, pero luego los estudios dieron negativo. Estuvo internada diez días. Fue el deterioro total, hasta que fallece el 20 de julio”, relata Mirenghi. “Los familiares dicen que a horas de su muerte su hermana firma la libertad de Sasha que había otorgado el Tribunal Oral Criminal 3 de Mar del Plata. Y su familia cuenta que a raíz de aquella represión de diciembre su estado de salud había empeorado. No podemos afirmar que esa haya sido la causa, pero la familia pudo detectar que algo estaba pasando”, plantea.
A morir a casa
“Ya la enterramos. Pero queremos que le hagan una autopsia. Para que se pueda ver que dejaron avanzar todo. Había rumores en la cárcel de que la estaban dejando morir”, asegura Yésica, sobrina de Sasha. Cuenta, además, que “le iban a dar prisión domiciliaria, pero por condiciones ambientales le dio negativo. Porque no tenía medidor de luz y no podía ir con la pulsera electrónica a esa vivienda (en Barrio Centenario). Pero en el último tiempo se rumoreaba que la querían mandar a la casa, aunque le dio negativo el permiso. Para que no se muriera ahí dentro”.
La sobrina de Sasha sostiene que “cuando le ponen el respirador, el Servicio Penitenciario estaba apurado por irse y que le saquen las esposas. Le dieron la libertad y murió. Al darle la libertad, el SP ya no era responsable. Así se lavaron las manos”. Denuncia, además, que su tía “no estaba bien registrada en el hospital. Era un fantasma. Tuvo que ir alguien de dirección a corroborar que estaba ahí. Figuraba alguien con el mismo nombre, pero dada de alta”.
El caso es investigado por la fiscalía 10 de Mar del Plata, especializada en delitos contra la administración pública. “En teoría se iba a investigar la cuestión de los médicos, la desatención de la salud. Y vamos a insistir con esto, estamos pensando en presentarnos en la causa. Todos los días estamos en comunicación con la fiscalía y vamos a seguir presentando y solicitando prueba. Que se llame a declarar a familiares, a compañeras de pabellón, para que den cuenta de su estado de salud”, apunta la directora del Comité Contra la Tortura de la CPM.
Lo que pasó con Sasha, remarca Mirenghi, “no es un caso aislado. Las cárceles de la Provincia de Buenos Aires están atravesando una crisis sanitaria que se profundizó en pandemia. Y en esta población que ya entra con una trayectoria de violencias y cuestiones deterioradas de su salud -por todo lo que conocemos sobre la población trans y travesti-, las que no ingresan con enfermedades de base se enferman dentro, y las que ingresan enfermas se agravan en el encierro”.
“La cárcel pesa y agobia a toda la población, pero sobre todo a la población femenina, a mujeres y diversidades”, decía tiempo atrás a esta agencia Josefina Ignacio, del Comité Nacional para la Prevención de la Tortura (CNPT). Y agregaba: “Porque la cárcel está construida, fue concebida, para varones (…) La mujer trans o cis que llega a la cárcel en general ya ha sido vulnerada y en la mayoría de los casos ha sufrido violencia de género. Casi todas. Lo encontrás en cada uno de sus testimonios. Y lo siguen padeciendo ahí adentro”.
En línea con lo planteado también por otros organismos como el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y el Equipo de Género y Diversidad de la Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN), la referenta de la CPM cuestiona que “no hay políticas pensadas para la población trans travesti, con toda la especificidad de acompañamiento que necesitan por las patologías que tienen y pensando en alojamientos acordes a su género. Dentro del encierro sus patologías se agravan, sus tratamientos hormonales se interrumpen, se dejan de controlar, algo que venimos denunciando. Hay una criminalización muy grande sobre esta población y un 70% en la PBA está por venta o tenencia de estupefacientes”. Como pasó con Sasha.
Maternar sobrines
Antes de ser detenida, Sasha pasaba todos los domingos en la casa de su hermana Romina. Con la que tenía más vínculo. La mamá de cinco de sus 35 sobrines. “Era una tía muy presente. A sus sobrinos les llevaba el mundo, les compraba todo. Eran como sus hijos. Ella siempre lo dijo. Que era su segunda mamá”, se emociona Romina Barrionuevo. Y aclara: “Ella no era solo mi hermana. Era mi mejor amiga, mi mamá. Era todo para mí. Dejaron morir a la persona equivocada”.
Romina cuenta que Sasha comenzó su transición alrededor de los 13. Al principio les ocultaba a su mamá y a su papá. Pero cuando se enteraron, la aceptaron. “En la familia no hubo discriminación”, dice. En otros ámbitos, sí.
“Antes que cayera presa estábamos haciendo los documentos, porque ella tramitaba pensiones por discapacidad por una leve discapacidad en su mano y su pie, y otra por tener VIH. No puedo creer tanta discriminación, por lo difícil que es hacer documentos para una chica trans. Tenía que hacer el cambio de género, me pedían partida de nacimiento, ponían muchas trabas y nunca lo logré”, lamenta Romina.
Sasha “quería dejar la prostitución y mantenerse con la pensión. No quería prostituirse más. Sufría la violencia sobre todo de la policía, como todas las chicas trans. La paraban y le decían que vendía droga. Cayó presa por eso. Pero ella consumía, no vendía. La vivían cagando a palos. Ella era grandota y a veces se movía y la agarraban entre diez policías. Por eso, iba desde su parada a su casa y desde su casa a su parada. Nada más”, relata su hermana. El cambio de vida que buscaba Sasha quedó trunco.
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