Lucía Ixchíu: “Soy una india rebelde que no se calla”

Lucía Ixchíu, indígena K’iche de Guatemala y comunicadora comunitaria, ha solicitado asilo político en el Estado español junto con su compañero el fotoperiodista Carlos Ernesto Cano. En esta entrevista hablan de la situación de su país y la represión que sufren quienes están “inconformes con guardar silencio”.

Esta entrevista no es una entrevista, es más bien el fruto de una conversación, amena y dura, donde las preguntas a veces no tenían espacio y donde las respuestas iban tan allá que en ocasiones volvían al inicio, a un ayer lejano y cercano, necesario para entender el contexto.

“Soy arquitecta de profesión, pero me hice periodista en la calle, documentando y caminando con la gente y luchando por los derechos. Me nombro periodista comunitaria desde esa categoría que es empírica, que es autogestionada. No es lo mismo ser una periodista indígena de un pueblo que alguien de un medio corporativo que tiene todos los recursos y que estudió”.

Lucía Ixchíu es indígena K’iche de Guatemala. Es arquitecta. Es comunicadora comunitaria. Es feminista. Es gestora cultural. Es artista. Ahora también es solicitante de asilo.

Esta entrevista es una clase de historia de Guatemala.

“1954 es una fecha paradigmática en Guatemala: el primer golpe de Estado que el Gobierno de los Estados Unidos, a través de la CIA, da en Latinoamérica en el hemisferio occidental. Y a partir de ahí la elite se fortalece en conjunto con la Iglesia católica. Nos tienen desde esa época bajo las enaguas del imperialismo. Es que no somos el patio trasero de los Estados Unidos, somos la bodega del patio trasero, donde guardas cualquier cosa y puedes hacer lo que quieras y nadie se entera. Incluso desde 2015 a hay una intervención jurídica gringa”.

Carlos Ernesto Cano es documentalista comunitario de Guatemala. Es mestizo. Es antropólogo. Ahora también es solicitante de asilo en España.

Esta entrevista es un análisis sociológico del país.

“El genocidio en Guatemala es el más cruento de América Latina, pero no se conoce y no sabe absolutamente nada. Es un genocidio silenciado y continúa, porque la firma de los acuerdos de paz del 96 no significa ningún avance ni la materialización de ningún acuerdo. Los motivos que iniciaron la guerra en Guatemala continúan vigentes hoy y, como antes éramos siete y ahora somos 22 millones de personas, el problema se ha incrementado. Para mí Guatemala no es un país, Guatemala es una finca que funciona a partir de los intereses de los dueños de la finca, que es la elite oligárquica guatemalteca, racista, que se quedó en el estadío del pensamiento colonial. Hay una norma de doctrina de shock, de violencia, de silencio, en la que se está acostumbrado a asesinar, a silenciar y a exiliar gente”.

Ixchíu habla desde un sofá de una casa particular bilbaína en la que está acogida temporalmente, y de forma solidaria, junto con Cano. A su relato de defensa de los derechos humanos y del territorio en Guatemala se une ahora el relato del exilio. “El tema del asilo es una cuestión superrevictimizante. El sistema de acogida es bastante tutelar, paternalista y racista. Nos ven como números, no nos ven como personas. Europa nos ve a los migrantes latinoamericanos, y de todo el sur global, como los idóneos para limpiarle sus inodoros”.

Esta entrevista es un huracán.

“Soy una india rebelde que no se calla”. Y así es: “Admiro a la población guatemalteca porque no sé cómo puede sobrevivir en un país como ese, cómo camina en medio de tanto despojo”.

Y habla: “El gobierno de Alejandro Giammattei odia a la población, piensa en robar, en despojar, en asesinar, en criminalizar, pero no tiene ninguna mínima idea de pensar en políticas que sean de beneficio para la población. Y derivadas del patriarcado estructural y del patriarcado originario de este territorio, son políticas que tienen su especialidad en el odio hacia los cuerpos de las mujeres, en dominar a las mujeres, a las diversidades, y a las diferencias; y, obviamente, a los pueblos y mujeres indígenas mucho más”.

Y sigue: “Estamos hablando de Guatemala porque de ahí venimos, pero tenemos claro que la región centroamericana está siendo parte de una crisis humanitaria permanente, de un genocidio del que nadie habla y al que nadie le interesa porque somos indígenas, porque somos de pieles morenas, porque somos y venimos de una realidad normalizada de violencia, de colonialismo, pero que es igual de indignante de lo que pasa en Ucrania”.

Y remata: “Guatemala es un narco-Estado empresa”.

La masacre de Alaska, ¿el inicio de todo?

Esta entrevista no entiende ni de preguntas ni de respuestas, no es lineal, dibuja un curso circular o con forma de espiral, vuelve al inicio. Pero ya no a 1954, sino a 2012, a las movilizaciones del movimiento estudiantil –y a la criminalización que trajo- y a la masacre de Alaska, en la que siete personas de Totonicapán, el pueblo de Lucía Ixchíu, fueron asesinadas y más de una treintena heridas cuando se manifestaban contra el alza de la energía eléctrica y en defensa del derecho a la educación.

“Nos tocó asumir un rol y un papel de denuncia desde la comunicación. Porque lo que yo descubrí con esta masacre fue el racismo brutal mediático que justificaba que a los indios había que matarlos porque son salvajes, porque están en contra del progreso del país. Yo no necesito que nadie cuente la historia por mí, yo puedo contar la historia de mi pueblo, puedo contar lo que estamos viviendo”, narra la defensora, que usa este calificativo a la par que lo cuestiona.

Todo aquello, lo de 2012, fue el inicio de los Festivales Solidarios, creados por Ixchíu, Carlos Ernesto Cano y otro colega, del que no revelan su identidad por cuestiones de seguridad, como una herramienta de recaudar dinero para pagar las multas de compañeros presos por manifestarse contra la masacre.

“El arte es la posibilidad de luchar desde otro lugar que no sea la violencia o la reproducción de ese odio en el que nos ha metido este sistema de despojo. El arte ha sido un ejercicio de sanación y, sin saberlo, de situarnos desde una dinámica no colonial, porque el sufrimiento y la culpa son coloniales. Nos hemos sumado a luchar desde los festivales, en caravanas itinerantes, haciendo documentación, haciendo visibles esas luchas indígenas que no eran visibles ni son de interés para nadie en el país, y lo hacemos de manera autogestionada, de manera colaborativa con las comunidades”, explica Ixchíu, quien también militó durante cinco años en Prensa Comunitaria junto con Cano.

Carlos Ernesto Cano enseña, durante la entrevista, una imagen en su móvil que usan en sus acciones comunicativas.
Foto: J. Marcos

“Utilizamos las herramientas artísticas y comunicacionales para trabajar tres temas, memoria histórica, prisión política y defensa del territorio, que están concatenados. Por eso decía lo de 1954, porque nos gusta jugar con el pasado y el futuro y el presente, con la memoria histórica, para entender por qué Guatemala es uno de los países más jodidos en Latinoamérica”, apunta Cano, fotoperiodista y antropólogo de formación.

“A raíz de 2012, acompañamos la prisión política no solo porque nos tocó vivirla sino porque nos abrió a una realidad de cientos de mujeres indígenas, de cientos de pueblos indígenas que estaban puestos en prisión por defender un cerro, un río, por hablar del extractivismo, por hablar de la realidad. Por decir la verdad mucha gente está presa y ha muerto en prisión”, añade Ixchíu.

Y esa denuncia, cuentan, los ha llevado al exilio, “porque incomodamos”, resume Cano. “Lucía es muy visible e incómoda. Tiene una potencia rebelde y rompe con ese esquema de la mujer indígena sumisa. Sería extraño que no estuviéramos fuera de ese país porque tenemos tres opciones: estar enterrados, en la cárcel o exiliados”, añade.

El exilio, el ahora

“Nuestra salida del país es en el contexto de pandemia, donde se exacerbaron las violencias y todas esas cosas que habíamos pensado que iban a pasar en diez años pasaron en unos meses. No dábamos crédito a lo rápido que se adaptó el sistema para utilizar la pandemia como una excusa de represión, de violencia”, apunta la comunicadora comunitaria. En plena pandemia, de hecho, se complicó la seguridad de Lucía y Carlos, quienes relatan que en septiembre de 2020 vivieron un atentado por documentar la tala ilegal en un bosque comunal: “Dejó fracturas de costillas a mi hermana, nos implicó vivir una cantidad exagerada de violencia; es el continuum de una serie de hechos registrados desde 2012 y así año con año. Es un conjunto de agresiones y de violencias para quienes estamos inconformes con guardar silencio y con el sistema”.

Esta entrevista también es un deber.

“Tenemos una misión, el encargo de hablar, de continuar nuestra lucha desde otro lugar, seguimos luchando y no lo hemos dejado ni lo vamos a dejar un solo día”, clama Ixchíu. Desde su llegada al Estado español, primero a Madrid, luego a Gallarta y ahora a Bilbao (estas dos en la provincia de Bizkaia), esta pareja no ha dejado de hacer denuncia ni incidencia, manteniendo reuniones y encuentros con colectivos de base, con organizaciones sociales y con cargos públicos de diferentes territorios.

“Estamos tratando de hacer incidencia en medio de la persecución, en medio de la violencia y del miedo de tener nuestras familias allá”, explica la feminista comunitaria.

Ahora la parada en la conversación es el futuro, las elecciones de junio de 2023, en la que se presentará Zury Ríos, la hija de Efraín Ríos Montt, dictador culpado de genocidio y de delitos de lesa humanidad. “Las redes de solidaridad salvan vidas y especialmente las redes de mujeres”, afirma la periodista. “Porque si el año entrante queda de presidenta esta hija del exdictador, es probable que más gente salga”, prevé el fotoperiodista. Incidencia y redes.

Ese ahora pasa por la salida de varias juristas del país debido a la criminalización que están sufriendo. “A los juristas los están sacando de Guatemala, pero no están promoviendo que se siga con ese proceso legal de buscar quiénes son los culpables de la corrupción y la impunidad. Es más fácil sacar a los incómodos del país y eso es lo que está haciendo Estados Unidos”, explica Cano.

Hablar de la actualidad de Guatemala no es solo hacerlo de poderes políticos ni del reciente intento de retroceder en la cuestión del aborto, hablar de la actualidad es hablar de hambre. “La lucha por el agua y la lucha por la tierra es parte fundamental de la problemática. Guatemala sigue teniendo relaciones coloniales de latifundio, es una finca que está disfrazada de país, pero funciona a partir de los intereses de una elite que tiene la mayor propiedad de la tierra y el acceso a todos los medios de producción. Con la firma de los acuerdos de paz se reafirma la privatización de los servicios, de la energía eléctrica, de la telefonía…. todo es privatizado. Tiene las canastas básicas más altas de América Latina. Comer en Guatemala es un privilegio. El hambre es la norma en ese país: el hambre, la pobreza, la ignominia, porque ya ni siquiera sabemos cómo nombrar”, relata Lucía Ixchíu. “El genocidio sigue, es de baja intensidad, que es matar a la gente a las clases bajas y a los pueblos originarios de hambre y de falta de acceso a la salud”, añade su compañero.

El futuro es “re-existir”

Hablar de la actualidad de Guatemala es tirar de historia, de estructuras consolidadas. “La fundación del Estado nación guatemalteco hace 202 años fue a partir de la lucha indígena. Nosotros hemos luchado y vamos a seguir luchando generaciones. Los pueblos indígenas tenemos más de 5.000 años de existir y vamos a seguir existiendo, re-existiendo, pero el nivel de violencia, de doctrina y de domesticación es brutal. Y el fundamentalismo religioso implementado después del genocidio ha sido una forma de blanqueamiento de pensamiento, de despojarnos de nuestra identidad indígena y de hacernos ver que el genocidio nos pasó porque éramos satánicos, porque éramos malos, porque éramos animales. Una forma de dejar de serlo es ser ahora evangélicos, pero en su momento fue el cristianismo”, comparte la indígena K’iche.

Las palabras se retuercen, van hacia delante y hacia atrás. “No nos consideramos víctimas de nadie porque somos sujetas de nuestra historia, es fundamental situarnos desde ahí. Los pueblos indígenas no somos pobrecitos, somos alegres, somos multicolor, somos de ciencias, somos los que estamos poniendo las alternativas a la destrucción climática. Nosotros de pobrecitos no tenemos nada, nunca, nunca”, añade.

Esta no-entrevista finaliza, después de casi dos horas, hablando del ahora, de la maraña burocrática del asilo, que para solicitarlo hay que ir hacia atrás, hasta los hechos pasados. “Estamos reconstruyendo el caso de asilo y tenemos documentadas casi todas las cosas que ha habido: agresiones, campañas de odio y de difamación. Está muy normalizada la difamación y las campañas de odio, especialmente con las mujeres y con las defensoras del territorio. ¿Cuántas campañas de difamación y de odio se han montado? Un montón, a mí y a mi familia. Y yo sé que no soy la única, es la norma”.

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