Despatologización de las identidades travestis trans y no binaries: cuánto avanzó en la Argentina

Referentxs académiques, activistas y usuaries reconstruyen el panorama de las prácticas para las personas travestis, trans y no binaries en el sistema de salud.

BUENOS AIRES, Argentina. Disforia de género, psicosis, bipolaridad, perversiones y hasta parafilias son algunas de las figuras utilizadas en nuestro país, -cada vez con menor asiduidad-, para encuadrar las vidas que se apartan de la cisnorma.

¿Qué tienen en común todas esas categorías? En principio, que ubican la enfermedad en las personas y no en los vínculos intersubjetivos. Y que su uso legal es patrimonio exclusivo de trabajadores matriculados. Sin embargo, estamos lejos de un escenario de confrontación antagónica entre servicios de salud mental diabólicos y personas trans, travestis y no binaries indefensxs.

¿Qué es la patologización?

Se trata de la práctica de describir como una enfermedad a algo que en realidad no lo es. En el caso de la salud mental, esta problemática adquiere ribetes particulares: discutir con un traumatólogo si una radiografía que nos hemos hecho revela o no una fractura no tiene mucho sentido. Pero sobre nuestras emociones, historias, conductas y afectos sí que hablamos.

Esto no siempre se respeta, pues la credibilidad y la legitimidad no están distribuidas en nuestra sociedad de forma equitativa. Las personas trans, travestis y no binarias sufren, como otros colectivos, diversas formas de estigmatización, exotización y marginación. Diversas formas simbólicas y concretas de opresión, a veces sutiles y en algunas ocasiones brutales, que llevan a que estxs usuaries obtengan un servicio de salud mental que no respeta ni garantiza sus derechos.

“Siento que la intención de clasificarme estuvo desde un principio, en el binomio varón-mujer como mujer, cuando yo no me identifico como una mujer sino como una persona travesti-trans”, narra Galaxia Rod, una activista travesti trans de 24 años que vive en La Plata sobre su experiencia como usuaria.

“Ese fue mi primer choque. El segundo es cuando me vi a mí misma explicando las identidades travestis y trans a quien me atendía. Me parecía un montón en un punto porque no era lo que yo estaba buscando en ese momento, que era una contención”.

An Millet es un trabajador social e investigador que publicó recientemente el libro Cisexismo y Salud. Algunas ideas desde otro lado, y se ha desempeñado como integrante de equipos interdisciplinarios de salud mental. El autor sostiene que “algo muy impresionante del cisexismo es cómo lo negamos constantemente, no reconocemos que está operando. La exotización también es una de las herramientas del cisexismo, pensar que las personas trans son personas extrañas, raras, fuera de lo normal”.

Además, Millet agrega que “otra forma es desconocer las identidades de esas personas, negarlas, no reconocer su nombre. Así como asumir que las personas que entran a un efector son personas cis”.

An Millet realiza un profundo análisis sobre el sistema de salud público.

Lo que dice la ley

La Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657 no establece políticas específicas para este colectivo, ni evidencia en su estructura una problematización en clave de géneros.

La única mención al tema en el cuerpo de la ley es el artículo 3. Allí se explica que la orientación sexual o la identidad sexual de las personas no pueden ser uno de los factores en los que se fundamente de forma exclusiva un diagnóstico.

La destacada docente y referente del psicoanálisis de nuestro país Alicia Stolkiner, afirma que “las políticas de identidad son en sí mismas una política de salud mental».

«El sufrimiento psíquico no es exclusivamente un fenómeno individual o producto de una condición neurológica o absolutamente propia de esa persona”. Y agrega que “una buena parte del sufrimiento es producido por el lugar social en el que una persona es colocada y si tiene o no reconocimiento como persona, es decir, como sujeto de derecho”.

Stolkiner sostiene que “puede haber una persona trans que haga un cuadro psicótico, o tenga una presentación bipolar en algún momento de su vida y necesite medicación. Puede suceder, porque a las personas en general les puede pasar algo así”.

También advierte que “todas las categorías psiquiátricas pueden ser revisadas”, y destaca que “la bipolaridad es una categoría bastante mal utilizada. Cuando yo era estudiante no existía, se llamaba psicosis maníaco depresiva. Apareció el término unido, por cierto, a algo que sucedió en el campo de la farmacología, que es diferenciar entre antidepresivos y estabilizadores del estado de ánimo”.

Despatologizar

Millet, a su turno, advierte que “la patologización en general es un problema. La idea de que los cuerpos o las experiencias están enfermas, para mí es un problema que excede a la patologización hacia personas no cis o no heterosexuales”.

Despatologizar en el ámbito de la salud mental es todo lo contrario a la corrección política, si por tal cosa entendemos un acto de comodidad o condescendencia que no afecta las prácticas. La industria farmacéutica y las corporaciones internacionales de especialistas que gobiernan los manuales de diagnóstico trabajan permanentemente en la producción de eufemismos.

“Pasamos de la categoría de enfermedad a la de síndrome, y luego a trastorno de espectro. Entonces es una especie de paquete en el que entra de todo”, subraya Stolkiner.

Millet llama la atención sobre el hecho de que puede haber patologización sin diagnóstico. “La consumación del acto es secundaria. Muchas veces no hace falta que alguien ponga un diagnóstico para que tenga una práctica patologizante. Porque cuando subyace una estrategia moralizante de identidades y prácticas sexuales, hay una perspectiva, una cosmovisión patologizante que está operando. Una forma de entender el mundo”.

Revisar los paradigmas

¿Se están tensionando actualmente esas perspectivas? O, dicho de otra forma, ¿tenemos actualmente las herramientas teóricas necesarias para que las intervenciones no sean patologizantes? ¿qué tan compatibles son las tradiciones con los saberes emergentes?

“El psicoanálisis dice que el niño es perverso polimorfo. No parte justamente de considerar una normalidad en la configuración de la sexualidad, sino que señala la presencia de diversas y múltiples posibilidades identitarias en la configuración misma de la subjetividad humana”, afirma Stolkiner.

“Conocimientos colectivos y comunitarios los estamos produciendo todo el tiempo. Para mí el ejemplo de la Asamblea Travesti, Trans y No binarie por la salud integral es un ejemplo clarísimo”, afirma Millet. “La organización surge para luchar contra el faltante de hormonas, pero después siguió motorizando formas de acompañamiento en salud, que no es solamente un tratamiento. Es que alguien saque el turno por vos porque no te vas a animar a llamar porque van a asumir otro género por la voz que tenés, es que alguien te acompañe al turno”.

Una red de contención colectiva

Las personas travestis, trans y no binaries también se desempeñan como trabajadorxs de los servicios de salud mental. En ese sentido, Millet cuenta la experiencia del colectivo Trabajadorxs inesperades, del cual forma parte. “Somos un grupo que encuentra a una variedad de trabajadorxs no cis del campo de la salud, que venimos pensando al cisexismo dentro de nuestros espacios laborales”. Este colectivo trabaja en la creación de redes de acompañamiento y cuidados y en la producción de contenidos en circuitos académicos y de divulgación.

Galaxia destaca que las personas trans, travestis y no binarias que participan en equipos de efectores de salud mental “son muy poques, y eso va de la mano con lo que pasa en la academia, es un mundo muy hostil también para nuestras identidades”.

La activista sostiene que es necesario “confiar en las personas travestis y trans para llevar adelante proyectos o inquietudes”, y remarca que “de a poco hay una apertura, pero a la vez es escasa”.

En un sentido similar, Millet sostiene que les integrantes de Trabajadorxs inesperades en sus espacios laborales son objeto de “prácticas cotidianas de desvalorización de la palabra. Este clásico de ‘no, dice esto porque es trans, le afecta personalmente’”.

Tal vez no se trata de pensar un mundo sin enfermedades, sino de construir nuevas experiencias en la cuáles les usuaries tomen las decisiones sobre sus procesos de salud, enfermedad, atención y cuidado, incluidos los diagnósticos.

Como sugiere Stolkiner, “los cambios teóricos, de atención, y clínicos inclusive, van a ir siendo cada vez más posibles en la medida en que los expertos, es decir, aquellos que pasan por la experiencia, formen parte de los que construyen el conocimiento. Es la frase de los usuarios de salud mental de los que yo aprendí mucho: ‘nada sobre nosotres sin nosotres’”.

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