Boca Rosa, una cooperativa textil que transforma la realidad de mujeres trans en Gualeguaychú
La cooperativa sostiene diez puestos de trabajo en las emblemáticas tierras del carnaval donde el taller de costura es una herramienta fundamental de inclusión y formación.
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Aunque a los cinco años ya sabía que la imagen que le devolvía el espejo no la representaba, la transición de Gabriela Gómez Girones fue lenta y paulatina. Hija de un prefecto y alumna rebelde, dejó la vivienda de su mamá y su papá a los 13 para mudarse al primer lugar que sintió como propio: la casa de su abuela. Allí también vivía su tío, artista y diseñador. De su mano conoció el carnaval de Gualeguaychú, y esa impronta forma parte de Boca Rosa, la cooperativa textil conformada en su mayoría por mujeres trans que nació en plena pandemia y busca generar vocación costurera como herramienta de inserción laboral.
Gabriela tiene 40 años, vive hace 20 en Gualeguaychú –provincia de Entre Ríos- y trabajó durante 15 en el carnaval. Ese universo de trajes con plumas y lentejuelas fue su escuela en el rubro textil. Y al mismo tiempo fue –es- un rasgo propio de una ciudad que se convirtió en destino elegido por gran cantidad de personas trans y travestis de localidades y provincias vecinas.
“Mi raíz fue el carnaval. Mi tío era un gran artista de mi ciudad de Victoria, Entre Ríos. Me vine a Gualeguaychú por una decisión de mis segundos papás: mi abuela y mi tío. Fueron un poco los que me encaminaron en todo esto”, cuenta Gabriela. Dice que tuvo suerte: que trabajó cuatro años en blanco y que siempre encontró oportunidades laborales. Pero se quiebra “pensando en las compañeras que quedaron en el camino”, y quiere fomentar capacitaciones e inserción laboral como vías de inclusión.
De eso hablaba con su amiga Manuela González en charlas que fueron génesis de Boca Rosa. Única maestra trans y primera funcionaria trans de Entre Ríos, ella es responsable del Área de Género y Diversidad del Municipio de Gualeguaychú. “Cuando asumimos nos metimos de lleno en pensar cómo hacer para que las pibas tuvieran un trabajo, independencia económica. Empezamos a tejer desde el Estado el proyecto de una cooperativa textil. Porque el carnaval fue semillero de compañeras como Gabriela, que han podido llevar adelante una vida económica activa con eso. Pero sólo conocíamos dos o tres compañeras que sabían coser”. Convencer a otras para que se sumaran a aprender fue el primer desafío. La pandemia sólo complicó un poco las cosas, en un ámbito habituado a los obstáculos. “No me atribuyo nada, pero cómo se transforman las realidades cuando estamos nosotras”, sonríe Manuela.
Corte y confección
A Valentina Barbosa le avisó una amiga. “Están por juntarse para hacer una cooperativa”, le dijo. Cuando se sumó a la primera reunión, ni siquiera sabía de qué se trataba. Apenas se enteró que era un emprendimiento textil, le gustó. Llevaba tiempo buscando trabajo, mientras se dedicaba a “hacer la calle. No tenía otra cosa”. Así, durante diez años.
Ahora es una de las que sabe manejar las cuatro máquinas industriales que la cooperativa pudo adquirir gracias a un programa provincial. Mientras espera que se logre la matriculación para avanzar con la producción y vender al público, se capacita en corte y confección, hilvanado y costura. También, en computación. Y tiene una máquina de coser en su casa, para un emprendimiento propio. Hace lo que le encarguen, pero ella apunta especialmente a la ropa para mascotas.
“Boca Rosa es lo más. Tiene las mejores máquinas. Estamos chochas”, se alegra. Y cuenta que las primeras piezas que produjeron fueron toallitas para vender en centros de estéticas. También, banderines multicolores para la municipalidad. Como ella, una decena de personas integra la cooperativa, que debe su nombre a Pequeña Pe, artista referenta del colectivo travesti trans de Entre Ríos, fallecida en circunstancias poco claras. Uno de sus temas se llamaba Boca Rosa.
Valentina tiene 31 años y nació en Zárate, pero eligió Gualeguaychú. “Mi recorrido fue de muy chica. Sentía esto y me decidí a los 12. Les conté a mis viejos. Me lo respetaron. Lo único que me pidieron es que me cuide. Me acercaba a las chicas más grandes de Zárate y ellas me tiraban data de cómo ir armándome. Me fui haciendo de a poco”, relata su transición.
Vivió tres años en Calafate, hasta que se instaló en tierra carnavalesca. “Siempre buscaba trabajo en otros lugares, no acá, porque no se abría nada. Es la primera vez que me pasa algo así”, dice sobre la experiencia en la cooperativa. “Hace rato que tendría que haberse dado el cambio. Antes no nos incluían en nada. Si querías un trabajo, no te veían con esos ojos. Como si perteneciéramos a otro ambiente. Sólo para lo que ellos querían. Ahora se puede tirar un currículum y no te rechazan ni te miran con mala cara”.
“Más allá de lo textil, esto sirvió mucho para unirlas, que se conocieran, que compartan un espacio”, resalta Manuela, funcionaria en una ciudad donde estima que hay medio centenar de mujeres trans mayores de 18 años. “Esta es una ciudad diversa por sus orígenes: Gualeguaychú creció a la par de la diversidad. En el desfile de carrozas las creativas siempre fuimos las travestis. Tiene esa cultura LGTB y es un plus que hace que sea un lugar al que las compañeras migran. Acá se sienten contenidas, eso ha permitido profundizar un montón de cosas, laburar con los privados. Tiene ese plus: que es un lugar que las compañeras elijen”.
Pero, aclara, “no deja de haber mentalidad conservadora de pueblo. Por eso está bueno pensar en dispositivos territoriales que acompañen a travestis y sus familias. Porque cuando una sale del clóset también sale la familia: empiezan a ser el hermano, la mamá de la travesti”, dice, y apuesta por el rol que cumplirá en ese sentido la Casa de la Diversidad, un proyecto pionero que ya está en marcha, tras la firma de un convenio de adhesión al Programa de infraestructura del cuidado con la Secretaría de Obras Públicas de la Nación, por $63 millones. “Y buscamos también apuntar al privado –remarca Manuela– Que no esté todo en manos del Estado. Que la sociedad se abra a este derecho negado por tantos años”.
Pandemia y pizzetas
“Cuando surge la primera reunión por la cooperativa, el problema era que casi ninguna sabía sobre el rubro. Había que entusiasmarlas, conducirlas, enseñarles. Llegamos a un pre acuerdo con el municipio para empezar y nos anotamos en varios programas para tener financiamiento. Pudimos comprar la maquinaria. Estábamos felices. Pero nos agarró la pandemia. Justo cuando estábamos todas entusiasmadas. Dijimos ¿cómo seguimos? Y ahí surge la idea de capacitarnos”, cuenta Gabriela Gómez Girones, al frente de Boca Rosa. Talleres, cursos y hasta completar el secundario de forma virtual, mientras se pensaba y organizaba lo que vendría post cuarentena.
“Mi idea era guiarlas, pero no podíamos juntarnos. Empezamos un curso virtual de corte y confección y fue muy productivo, así que este año lo estamos siguiendo. Las chicas cuando tuvimos las primeras reuniones virtuales no entendían mucho. Después cuando nos reencontramos en el aula fueron con miedo, pero empezaron a coser, se sentaron ante las máquinas y ya están más enganchadas”. Comenzaron por la blanquería –toallas y manteles– para hacer todo más rápido y recto. Piensan ofrecer el servicio a hospitales y asilos, y empiezan a imaginar proyectos más grandes, como confeccionar equipos de protección personal para ámbitos sanitarios.
Por lo pronto, realizan prácticas en la Escuela Secundaria “María América Barbosa” para aprender más sobre el manejo de las máquinas de coser. Y el municipio les cedió un ala del “Espacio de las Juventudes”, llamado Casa Redes 2, que aún está siendo acondicionado. Todo el proceso cuenta con el apoyo de la seccional de Entre Ríos de la Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (FECOOTRA) y de la Confederación Argentina de Trabajadores Cooperativos Asociados Ltda. (CONARCOOP).
“Hemos arrancado despacito. Así va a salir mejor. El año pasado teníamos que pagar matrículas y otras cosas y se nos ocurrió vender pizzetas. No sólo para recaudar plata sino también para hacernos presentes y que nos fueran conociendo. Creo que fue la mejor manera de entrar a los hogares de nuestra comuna: la gente nos vio, nos conoció, se copó mucho con la compra. Las compañeras estaban contentas. Fue como volver a vivir, después de mucho tiempo encerradas y con miedo. Ese miedo se les fue cuando empezaron a tener este contacto”.
Gabriela también está contenta. Pide disculpas una y otra vez por irse por las ramas, mientras habla a borbotones sobre los planes para Boca Rosa. “El Estado se ha hecho presente. Para nosotras fue algo que nunca pensábamos que iba a pasar –celebra- La gente se está parando un poquito más en los zapatos del otro y ya no te miran con esos ojos que te miraban antes. Lo importante es no guardarse. Salir, mostrarse y contar lo que hacemos. Lo único que nos faltó fueron oportunidades. Hoy lo estamos disfrutando y vamos a dejar algo muy lindo para que las que siguen lo aprovechen mejor y no pasen por los que hemos pasado nosotras, y ni hablar las anteriores”.
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