La fortaleza de las mujeres contra la doble pandemia en la Sierra de Zongolica

Desde una pequeña casa naranja en Zongolica, mujeres hablantes de lenguas originarias, líderes de comunidades y sobrevivientes, luchan contra la violencia de género tras varios feminicidios en la zona.

5 de noviembre de 2021
Ana Alicia Osorio
Ana Alicia Osorio

La ‘fortaleza de las mujeres’ es una pequeña casa naranja en Zongolica liderada por mujeres que ayudan a otras a liberarse de la violencia. La ‘fortaleza de las mujeres’ es, también, lo que encontraron herederas de la medicina tradicional, hablantes de lenguas originarias, líderes de comunidades y sobrevivientes, tras varios feminicidios en su zona, para luchar contra la violencia de género. 

Es lo que encontró Emilia Tepole Xalamihua para convertirse en intérprete oficial del nahuatl al español y que las mujeres pudieran poner sus denuncias, en una zona predominantemente indígena donde las dependencias carecen de personas que hagan esa labor. 

Emilia Tepole Xalamihua
, mujer nahuatl e intérprete náhuatl- español.

Es lo que encontró Juana Cano Tepole, hija de una médica tradicional, para idear cómo dar educación sexual a las niñas y niños de la región. A pesar de los estigmas o para reponerse de la pérdida de familiares cercanos por la pandemia y regresar a su equipo para ayudar a muchas otras mujeres. 

Ellas y alrededor de una decena de mujeres más, durante 12 años han operado este espacio. Oficialmente se le denomina la Casa de la Mujer Indígena (aunque su asociación civil se llama Ichikahvaslistli Siahuame o la Fortaleza de las Mujeres, nombre con el que se identifican más) con un breve descanso obligatorio por la pandemia de Covid-19. Debieron volver rápido de ese descanso, los casos de mujeres violentadas no paraban. 

El recinto oficialmente es una de las Casas de la Mujer Indígena, iniciativa gubernamental en México que están distribuidas por todo el país para combatir la violencia contra las mujeres. Aunque son espacios de gobierno, los recursos que destinan son insuficientes. Son las mujeres quienes se organizan para que subsistan. 

Su directora, Karina Cano, señala que inclusive en algunas ocasiones las mujeres van a las viviendas de quienes operan la CAMI para pedir ayuda y que los recursos que les dan solamente alcanzan para tener una beca durante medio año. El resto es puro trabajo voluntario. Todo esto en una de las sierras más importantes del estado de Veracruz y que abarca cerca de ocho municipios. 

Una casa para todas 

Las manos de 
Emilia Tepole Xalamihua

Emilia quería estudiar pero su familia solo le permitió que lo hiciera hasta segundo de primaria. También quería que aprender náhuatl, la lengua de su papá, su mamá y las personas de la región, pero tampoco se lo enseñaron. 

Palabra a palabra, para despachar los productos de la tienda de su papá o para entender lo que su abuela intentaba decirle, fue cumpliendo uno de sus sueños: aprender su lengua madre. 

El segundo lo cumplió muchos años después, cuando salió de su pueblo natal para trabajar, se casó en la ciudad más cercana y emprendió una cruzada por obtener sus estudios. Así terminó la secundaria a sus 45 años. 

Hace 12 años, ella vendía antojitos en pleno Zongolica y era enlace de programas sociales. Por eso cuando le llegó un oficio para participar en foros acerca de la situación de las mujeres indígenas en la zona, no le extrañó. 

El oficio fue enviado por la entonces Comisión de Pueblos Indígenas (hoy Instituto Nacional de Pueblos Indígenas) después de que dos mujeres de la región fueran asesinadas. Ernestina Ascencio mujer nahua tenía 73 años, y en su caso se acusa fueron los integrantes del Ejército Nacional de violentarla sexualmente y asesinarla. Pero el gobierno días después aseguró que se murió de una gastritis crónica. La otra fue la activista Adelaida Amayo. Estuvo desaparecida por unos días y su cuerpo fue hallado con muestras de tortura. 

Los dos casos encendieron a la Sierra de Zongolica. Los grupos organizados se levantaron. A la zona de Soledad de Atzompa (el municipio de Ernestina Ascencio) no se le permitía la entrada al Ejército. Las mujeres alzaron la voz. 

La respuesta del gobierno fue llamar a las mujeres que consideraron líderes para unos foros sobre la situación en la que se encontraban. Siguieron capacitaciones y cuando ellas se dieron cuenta, ya estaban buscando una casa para trabajar con otras mujeres. 

Se puede luchar contra la violencia de género

“Yo decía: qué va a hacer la Casa de la Mujer ¿qué es lo que vamos a hacer? Pues tener que apoyar a las mujeres que viven en violencia. Aunque yo decía que no nos iban a creer. No tenemos un perfil académico tanto así, pero se puede y me di cuenta que no es difícil. Se puede con todo lo que hemos aprendido”, dice Emilia quien se encuentra al frente del área de atención, donde brindan asesoría a las mujeres.

Ella está al frente de asesorías legales y acompañamiento ante la Fiscalía General del Estado. Sus compañeras le dan seguimiento a cada uno de los casos que han atendido. Cada cierto tiempo van hasta sus domicilios (enclavados en la sierra) para ver su situación actual y si requieren de otro apoyo. 

Dan cursos y talleres para que las mujeres identifiquen el tipo de violencia que viven. Hacen charlas sobre educación sexual integral desde la niñez hasta las personas adultas. Y producen un sinfín de contenido como obras de teatros y programas de radio para concientización. 

En la casa también albergan un espacio para psicólogas que envían los programas gubernamentales y quienes atienden a las mujeres que llegan a pedir ayuda. 

Materiales que utilizan integrantes del CAMI para enseñar a las mujeres nahuas sus derechos.

Violencias contra mujeres indígenas en Veracruz

Según el Observatorio Universitario de Violencia contra las Mujeres que recopila documentación a partir de los medios de comunicación locales, entre enero y junio de este año, se registraron 5 feminicidios, 4 homicidios, 21 desapariciones y 30 agresiones contra mujeres que habitan en municipios indígenas en el estado de Veracruz. Para todo el estado la cifra de feminicidios entre enero y julio fue de 42 y de homicidios dolosos 45, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. 

Por el derecho a ser escuchadas

Emilia sonríe al contar orgullosa su trabajo, que ahora es intérprete oficial de su lengua materna y que las mujeres que llegan al CAMI, aun sin hablar español, pueden levantar su denuncia y buscar la justicia que merecen. 

Incluso recuerda un caso de violación de una menor que acompañó a la Fiscalía General del Estado. Pero en náhuatl no existe la palabra violación. 

“Me hizo feo” era la traducción literal de lo que ella narraba pero que la funcionaria pública no podía asentar tal cual en el acta porque para el español no significaba nada. 

Fue a través de su ingenio, las palabras utilizadas para describir los genitales y mucha paciencia, que pudo tener la descripción completa para asentarlo en una carpeta de investigación que pudiera llevar a buscar al responsable. 

“Le he dicho a mi mamá y mis hermanos que firmo las carpetas y me preguntan cuáles carpetas. Y digo pues donde voy a interpretar y ¿cómo me dice mi hermano? Me dice con una palabra grosera, ‘eres chingona porque firmas las carpetas’. Y le digo que sí, que tengo que firmar donde yo apoyé a pasar la lengua náhuatl al español”, cuenta sobre el orgullo que ahora su familia siente por la labor que hace. 

Pero de hecho el problema de la lengua que enfrentó Emilia es frecuente para las integrantes del CAMI, según cuentan Cristina Juárez y Leonarda Xohiycale quienes están en el área comunitaria que se encarga de dar cursos y talleres en las comunidades para que las mujeres detecten las violencias. 

Palabras que para el español se han vuelto frecuentes como feminicidio, sexting o violencia digital, para las hablantes de lengua náhuatl no existen. 

Para las mujeres en esas comunidades que únicamente hablan su lengua originaria, ellas deben aprender a describir los hechos y hacerles traducciones que les permitan identificar si lo viven. 

Por cosas como estas su trabajo es fundamental y no hay pandemia que las detenga de seguir haciéndolo. 

Cristina Juárez y Leonarda Xohiycale preparan los talleres que llevarán a las comunidades.

Con cubrebocas listo, Cristina y Leonarda preparan los materiales para ir a las comunidades a explicar las violencias. Ya se encuentran familiarizadas con esos espacios, fueron de las mujeres a quienes el CAMI ayudó hace algunos años y gracias a eso salieron de la violencia en la que vivían. Por eso se unieron al grupo la Fortaleza de las Mujeres, tras superar la violencia decidieron ayudar a otras.

Actualmente son 13 mujeres que se turnan para acudir a la casa pues no pueden estar todas dentro, para evitar aglomeraciones. De la decena de fundadoras una falleció y una más se salió por motivos personales, pero otras más se han unido sobre todo para llegar a las comunidades más alejadas. 

Enfrentar las violencias en su propia vida 

Juana Cano, integrante del CAMI. 

Juana Cano asegura que quienes se han unido han sido como Cristina y Leonarda, usuarias de los servicios que se capacitan, se fortalecen y deciden ayudar a otras mujeres. Cuenta que las mujeres que están ahí, en el CAMI, han tenido que hacer frente a las violencias que vivían en sus propias casas de manera directa o indirecta. 

“Somos muy reconocidas”, dice, tras narrar que en el pueblo donde ella vive (a una hora de Zongolica), todas las personas saben que está en la Casa de la Mujer Indígena y sucede lo mismo con el resto de sus compañeras.

“Entonces si va a decir (cualquier mujer) bueno, si tú me quieres dar un consejo de que deje de vivir violencia por qué no le llamas a la atención a tu hermano o por qué no atiendes a tu hermana que está en situación de violencia, ponle tú quieres arreglar las cosas por fuera, sino puedes arreglarlos por dentro, entonces de esa parte fue una parte que todas los trabajamos y en lo personal lo trabajé”, sentencia. 

Apoyó a su cuñada el día que su hermano la golpeó y estaba dispuesta a que él se fuera a la cárcel. También ayudó a su hermana a separarse de su esposo y ahora vive con sus hijos y está feliz. Así estableció para sus 5 hermanos hombres, sus 3 hermanas mujeres, sobrinas y personas cercanas, que ella conoce los derechos y que va a defenderlos. Así, ella hizo que la violencia contra las mujeres de su familia se acabara. 

Y el trabajo no terminó ahí, a sus 41 años es soltera y piensa estudiar enfermería para seguir en el área de la medicina que aprendió de su mamá, una médica tradicional. 

Enfrentar las dos pandemias

Entrada de Zongolica, municipio donde se encuentra el CAMI.  

Cuando Juana recuerda a su mamá su pecho se le llena de orgullo y tristeza: falleció en abril y no se pudo despedir porque ella y su hermano tenían Covid-19. Esa no fue su única pérdida, su cuñada (que era como su hermana) también falleció y tampoco hubo despedida. 

Esa crisis la enfrentó en meses que no recibía ingresos pues son los que el CAMI trabaja de forma voluntaria (y cuando tienen son pocos, ya que solo es un estímulo o beca). Se sumó la preocupación económica al tener que pagar oxígeno, velorios y demás. Y al ser de los primeros casos de Covid-19, la gente de la zona rechazaba a su familia. 

Por todo eso pensó en dejar la labor que hace en la Casa. Pero el día en que puso un pie dentro supo que tenía que volver: sus compañeras la abrazaron, le dieron el apoyo y no la dejaron sola. 

Pero Juana no es la única que ya ha pasado la enfermedad que ha cobrado miles de vidas en el mundo, ya son cinco las integrantes que la han tenido.

Por eso, cuando se llega a esa pequeña casa naranja, desde la puerta interior preguntan la razón de la visita y el primer contacto que se tiene es con el gel y el sanitizante.

De todas maneras, cuentan, han llegado mujeres a quienes atienden y cuando van a la fiscalía se dan cuenta que llevan temperatura, lo que ellas no lo pudieron saber ya que no tienen dinero para comprar ni siquiera un termómetro. 

En el punto más álgido de la pandemia intentaron cerrar la Casa, pero no funcionó. Las mujeres seguían necesitando la ayuda y acudían a las viviendas personales a pedirla. Nada frena la pandemia de violencia de género. 

Leonarda Xohiycale se prepara para el curso que dará en las comunidades. 

Juana y Emilia coinciden en que los casos han aumentado e inclusive el problema se agudiza porque en el estado de Veracruz se cambiará de presidencias municipales en el mes de enero. Actualmente las dependencias están haciendo los cierres de administración o la transición con el nuevo gobierno y dejando de dar apoyo. 

Los Institutos Municipales de las Mujeres o los DIF que normalmente servían para orientar a las mujeres sobre el proceso de las denuncias, dar apoyo psicológico, o ayudar a canalizar problemas de salud, ahora no funcionan y los casos llegan a la Casa de la Mujer Indígena. 

En ese momento sus integrantes hablaron, tomaron valor y decidieron que era hora de reabrir teniendo precauciones y sabiendo que había riesgos de enfermar. 

Pero ellas, dice Emilia, no tienen miedo. Confían en que la fortaleza que tienen las proteja, las ayude a salir adelante aun si se enferman y saben lo necesaria que es su labor. 

Así ellas sonríen, todas juntas, como insisten para salir en la foto, frente a ese espacio que ha sacado adelante la Fortaleza de las Mujeres, la de ellas y las de todas las que acuden a esa pequeña casa naranja. 

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