Blas Matamoro: “Se escribe desde la libertad, legislando para uno mismo”

Es uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual de Argentina y un escritor exquisito desde el exilio, que hoy encuentra nuevos lectores en su país.

14 de mayo de 2021
Francisco Ocampo
Adela Pantin, para Editorial Blatt y Ríos.

La fundación del FLH (Frente de Liberación Homosexual) marcó un hito en la organización de la disidencia sexual como hecho cultural y político en Argentina. En 1971, un joven Blas Matamoro (ensayista, crítico, narrador) fue testigo y protagonista de este puntapié inicial, junto a figuras como Manuel Puig y Nestor Perlongher.

Casi cuatro décadas después, la literatura de Matamoro (actualmente radicado en España) volvió al ruedo en Argentina gracias al trabajo de rescate de la Editorial De Parado.  En 2019 apareció Las tres carabelas, una nouvelle de aprendizaje surgida en el contexto del Terrorismo de Estado de la última dictadura cívico-militar, y hace unos meses La canción del pobre Juan, escrita en 1988. Esta novela narra la historia de Juan S. Aguilar un escritor que vuelve a Argentina tras el exilio y conoce a una joven estrella de la danza con quien entabla un vínculo amoroso.


Conversamos con Matamoro con motivo de la aparición de La canción del pobre Juan. Desde Madrid (donde emigró por primera vez en 1976 debido a la censura de su libro Olimpo), Blas recordó junto a nosotrxs el surgimiento del FLH, y cuenta sobre la relación entre lo literario y lo político en su obra y vida; sus primeros acercamientos al mundo de las letras y  sobre el actual re-descubrimiento de su obra, tan extensa como diversa y exquisita.

– ¿Cuáles con tus primeros recuerdos ligados a la lectura y a la escritura? ¿Qué te motivó a publicar y mostrar tu obra?


– Mis primeros intentos de escribir relatos se remontan a mi infancia. Debería tener unos nueve o diez años. Era una novela de piratas con ilustraciones. Sólo recuerdo que había un capitán de barco que viajaba por el Caribe con su hija. Todavía no la he terminado. En cuanto a lecturas, los libros de lectura me parecían bobos y feos. Conservo admiración especial por El prisionero de Zenda de Anthony Hope (un hombre que es dos, él y su sosías, alimento para mi esquizoidia) y La isla misteriosa de Julio Verne (un submarino y una isla donde sólo hay varones, unos maduros y sabios, otros jóvenes robustos, obedientes y más bien ignorantes). No tengo memoria de cuándo pretendí publicar por primera vez. En 1967 salieron mis traducciones anotadas de Mallarmé, a resultas de un editor de apellido Cícero, que recorría locamente las librerías de Buenos Aires buscando a alguien que estuviera traduciendo a Mallarmé. Yo lo hacía a ratos, para distraerme de los estudios de derecho.

¿En qué medida Las tres carabelas, reeditado en 2019, es un libro autobiográfico? ¿Cómo fue escribir sobre esos temas en un contexto donde no estaba tan “normalizado” como ahora?

– Todo libro es autobiográfico porque es un episodio escrito de la vida del escritor, el acto de escribir. No se trata de una autobiografía sino de una ficción y, como todas las ficciones, recoge vivencias y recuerdos personales que, al ficcionalizarse, pasan a ser ficticios. En cuanto a la normalización, nunca me interesó para nada trabajar pensando en lo que sería normal para ningún otro escritor. Se escribe desde la libertad, legislando para uno mismo.

La reivindicación de la libertad sexual se transformó en una consigna política con el origen del FLH. ¿Qué nos podés contar de su nacimiento?

– El FLH se fundó en mi casa de la calle La Rioja de Buenos Aires en 1971. Fue una iniciativa del dirigente gremial de correos Héctor Anabitarte y acudimos yo, Juan José Sebreli, Juan José Hernández y Manuel Puig. La mayor documentación la ha reunido Juan Pablo Queiroz.

¿Cómo era lidiar con la homofobia en espacios políticos en los cuales se buscaba inserción, como ciertos sectores de militancia peronista?

– El FLH permitió llevar el tema a los medios, aunque con pseudónimos o de modo anónimo. Los partidos políticos ignoraban el tema. Algunos compañeros intentaron participar en una manifestación peronista pero resultaron expulsados tras ser recibidos con estos versos: “No somos putos ni somos faloperos/ somos hermanos de FAR y Montoneros.” En mis trabajos como maestro de escuela, abogado y periodista nunca me vi perseguido o inhibido por homofobia.

“La aparición de jóvenes lectores me sorprende”

El redescubrimiento y puesta en valor de sus narraciones, entre el exilio y el paso del tiempo, es un trabajo fuertemente destacable desde la exégesis literaria, desde una arqueología cultural, por parte de sus editores. Su obra, poco recordada hasta hace algunos años, cobra nuevo impulso gracias al cuidado trabajo de Francisco Visconti y Mariano Blatt, sus editores.

Sin embargo, por qué no aclarar, un autor contemporáneo como Ioshua, reconoció más de una vez su influencia, citándolo tanto en entrevistas como en poemas hace algunos años: “Volver a leer Jonathan de Blas Matamoro. Conseguir cigarrillos. Ensuciar las zapatillas. Sonreírle a un pibe en la canchita.” escribe en el destacable poema “No pibe, no”, recopilado en Todas las obras acabadas (Nulú Bonsai, 2015). ¿Casualidad?

“La aparición de jóvenes lectores me sorprende pues no sé bien a qué cultura pertenecen, cuáles son sus intereses y demandas de lectura, si acaso que quieren saber algo del país que existió antes de la dictadura. Quizá vos pudieras decir mejor por qué te ha interesado leer mis libros. Sería interesante encuestar a algunos más” señala con cierta mezcla de humildad y contento. Ninguna casualidad: basta con recorrer sus páginas y sumergirse en una prosa única, cuidada, elegante y bellamente escrita. Su relevancia histórica, sí; pero su potencia literaria también.

Como autor, ¿cuál era tu postura respecto a la relación entre lo literario y la lucha por la liberación sexual en la época del FLH?

– El escritor puede militar donde quiera pero no someter su obra a ninguna obligación previa a la escritura misma. Personalmente, la militancia no me atrae. Es una categoría de índole militar.

Muchos de tus trabajos se publicaron en las colecciones del Centro Editor de América Latina. ¿Cómo era tu vínculo con ese proyecto editorial?

– Traté habitualmente con Boris Spivakov, que era el director. Mis contactos eran con los directores de colecciones, Luis Gregorich y Beatriz Sarlo. También trabajé en mi libro Olimpo, que fue el primero que prohibió la dictadura de Videla, con su dedicataria Osvaldo Luaces, asesinado por la represión. El libro fue publicado finalmente por Corregidor. Supe por un documental de Mempo Giardinelli que los militares quemaron 54 toneladas de libros del CEAL, entre ellos cinco míos. Era una editorial considerada de izquierda pero nunca se nos censuró ni se nos sugirió nada por razones ideológicas.

¿Cómo era la vida de la disidencia sexual en España? ¿Tuviste contacto con gente que generara espacios afines de lucha por los derechos de gays, lesbianas y bisexuales?

– Me tuve que ir por el texto del decreto de prohibición y porque mi pareja de entonces estuvo desaparecido una semana. Decidimos emigrar antes de que fuera demasiado tarde. En Madrid fui al primer desfile del Orgullo Gay y volví con mi cónyuge actual cuando se aprobó la ley del matrimonio homosexual

¿Qué te genera el redescubrimiento de tu obra en nuevas generaciones de lectores a través de De Parado, o través de autores más
jóvenes como el poeta Ioshua, quien te cita en uno de sus poemas?

-En lo personal, para mí resulta una gran gratificación porque hace 44 años que falto del país y buena parte de lo escrito en España allí no se conoce. Mis libros se defendieron solos, ya que no pude ocuparme de ellos, más allá de escribirlos.

– Habiendo hecho crítica literaria y musical, ensayo, novela, y manteniéndote activo, publicando durante tantos años hasta la actualidad, ¿sentís que tenés deudas, proyectos pendientes con la escritura en los que te gustaría incursionar?

– Me gusta seguir escribiendo y lo hago regularmente en artículos. De lo inédito no me gusta hablar. Prefiero ser leído por los demás

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