«A Tehuel de la Torre lo desapareció el transodio»

El activista Ese Montenegro analiza el contexto de la desaparición y búsqueda de Tehuel de La Torre en Argentina y pone el foco en la violencia estructural que padecen las personas trans masculinas.

Por Ese Montenegro

Este domingo 11 de abril se cumple un mes desde que Tehuel de la Torre, un varón trans de 22 años del conurbano bonaerense, salió de su casa hacia una supuesta changa laboral -si “changa”, porque sabemos que el trabajo formal es otra cosa- y no regresó más. En la línea de investigación judicial hay dos detenidos: Luis Alberto Ramos, quien fuera la persona que le ofreció la supuesta changa y con quien se encontró Tehuel el día que desapareció y un recolector de chatarra -Oscar Alfredo Montes- amigo del primer imputado Ramos.

Por lo poco que se sabe de la causa, ambos imputados al momento se niegan a declarar y la investigación se guarda bajo “secreto de sumario” por lo que las organizaciones travestis, trans y no binaries que vienen demandando la aparición con vida, prácticamente no tienen datos o información certera de cómo se está tramitando la causa.

Las comunidades trans, no binaries y travestis podemos hacernos muchas preguntas y acercarnos a algunas respuestas y valoraciones de lo que hasta aquí la desaparición de Tehuel nos imponen.

La justicia jerarquiza a la familia sanguínea

Primero: Sin ánimos de cuestionar puntualmente a nadie -aunque si algunx se siente aludidx bienvenida la incomodidad- nuestras comunidades travas, trans y no binaries, tenemos una historia de construcción colectiva que claramente tensiona -ojalá hasta implosionarla- la lógica cis-heterosexual de hacer y pensar los vínculos. Especialmente, los vínculos sociales, políticos, simbólicos y materiales, que se asumen en la figura de “familia”.

Nosotrxs muchas veces somos excluidxs, marginadxs y violentadxs primero por nuestras familias cisheterosexuales cuando nos identificamos como personas trans, travestis o no binaries. Nosotrxs, empujadxs por esa primera exclusión de la familia cisheterosexual, hacemos comunidad y hacemos otros recorridos alrededor de lo que para nosotrxs significa y representa la familia. Pero esta construcción y experiencia, nunca logra el reconocimiento, por ejemplo, del Estado y sus instituciones. Por lo que, ante situaciones como la que hoy se encarnan en Tehuel por volver al ejemplo que nos interpela, la justicia jerarquiza a una familia sanguínea, por sobre cualquier otra experiencia vincular, aunque incluso esa familia pueda desconocer o negar el derecho identitario de la persona trans, travesti o no binarie involucrada.

Pero no solo el Estado jerarquiza esa conformación que se reduce a la familia sanguínea, también nuestras comunidades van y vienen en esta tensión, porque esa forma de construcción social e institucional -de carácter cisheterosexual- ha producido sentidos también en nosotrxs. No estamos exentos de esa contradicción, pero al menos, agregamos otras variables, experiencias y recorridos que lejos de impugnar a la familia, la transforman: Sí, nuestras familias también son otras personas TTTNB, lesbianas, maricas, bisexuales, etc. con lxs que hacemos vida y que deberían ser entendidas como tales, porque muchxs de nosotrxs, vivimos y existimos en/con estas comunidades y no en las otras que estatus legal ordena.

La falta de acceso al trabajo

Segundo: Otra pregunta que debe interpelarnos es sin dudas la que se vincula con el acceso al trabajo. No es por causa de esta pandemia que nos azota que las personas TTTNB no accedemos al trabajo formal, esta exclusión es estructural, histórica y política. Seguido a la acción de exclusión de nuestras familias sanguíneas, le continúa la exclusión de las instituciones educativas y este escaso acceso a la formación se traduce en una exclusión estructural al mundo del trabajo formal. Y si, hacemos hincapié en el trabajo formal, porque buena parte de nuestras comunidades mantienen su economía en base a trabajos informales, precarios y muchas veces criminalizados por las mismas políticas estatales. Porque somos comunidades con capacidades productivas, que nos reconocemos como trabajadorxs y tenemos una potencia que tiene mucho que aportar al mundo del trabajo, pero esa oportunidad nos es negada. So pretexto de falta de formación, so pretexto de que nuestras expresiones de género no cuadran con los binarios y cisexistas mandatos de “buena presencia”. Y también, porque buena parte de nosotrxs hemos sido criminalizadxs por nuestras identidades de género, es que contamos con antecedencia penal o contravencional por la persecución que las fuerzas de seguridad hicieron -y en muchos casos continúan haciendo- de nosotrxs cuando aparecemos en el espacio público. Antecedencia que se habilita como impedimento para el acceso al trabajo formal. No sólo nos criminalizaron, sino que, fundados en esa criminalización, nos excluyen del mundo del trabajo formal. Por eso es vital seguir exigiendo la aprobación de la Ley Nacional de Cupo e Inclusión Laboral para nuestra comunidad. Porque ahí donde el estado dañó -por acción u omisión-, debe reparar.

Tehuel no es un «caso» ni algo aislado

Tercero: La desaparición de Tehuel pone de relieve cuestiones que son estructurales -pero de las que casi nadie habla, salvo nuestras comunidades-, que no se reducen a “un caso” o “una causa” en particular. Son la base fundante de desigualdades estructurales que producen, como resultado evidente, que hoy llevemos un mes buscando a un varón trans. Que en las asambleas y en los medios de comunicación masiva se hable se “la escasa visibilidad de los hombres trans” vuelve a poner la mirada -y la carga que eso implica- sobre una comunidad a la que se le impone todo el tiempo el borramiento, como una disciplina que nos demanda rendir la cuenta de que hemos existido y resistido siempre a la crueldad cisheterosexual.

Toda vez, se nos exige “aparecer” (como el acto performativo de hacernos visibles ante la incapacidad de vernos de lxs demás) pero nunca se piensa y se habla de quienes y cómo cada vez, sistemáticamente, nos han invisibilizado, nos han desaparecido de sus relatos, de las luchas, de una comunidad con historia, de movimientos de varones trans siempre presentes y siempre menguados por el cisexismo y el transodio, incluso al interior de nuestras propias comunidades.

Por una reforma judicial transfeminista

Cuarto: Por su parte y no como nota al pie, sino como un tema que nos demanda una urgencia en la discusión, es evidente la imposibilidad de comprensión -en su complejidad y especificidad- que tiene este sistema judicial, de claro sesgo patriarcal, heterocentrado y cisnormativo, sobre nuestras experiencias y formas de desplegar la vida. Una justicia que aún no entiende -y por ende no atiende- cómo el sexismo (binario y heteronormado) distribuye privilegios y violencias entre varones y mujeres (cis), lejos se encuentra de comprender y aprehender nuestras realidades, generalmente disruptivas, con la lógica heterocisexual y que incluso, pagan un costo alto por romper con ese mandato social que todo lo organiza. Ejemplo de ello, es que tras años de lucha por el travesticidio de la activista Diana Sacayán -una de las impulsoras de las leyes de inclusión laboral en Argentina- la Sala I del Tribunal de Casación Nacional, en octubre pasado, quitara la figura de travesticidio como un crimen de odio específico a la identidad de género de nuestra compañera.

Cuando se dice que el sistema judicial requiere una reforma feminista, se debería decir que esa reforma demanda, además, una crítica profunda, sincera y reparatoria a un régimen que sólo es ordena/distribuye derechos y obligaciones a personas cisheterosexuales, dejándonos a quienes no respondemos a ese ordenamiento, solo el lugar de criminalidad e incomprensión. Quizás, pensarlo en una línea transfeminista, podría ser una variable más enriquecedora, pero que sin duda no debe dejar por fuera otras intersecciones que nos condicionan, además de los géneros, como son el racismo y el capacitismo estructural, nuestras diferencias de clase, etarias, geográficas, lingüísticas, comunicacionales, etc. Si no se reforma desde la interseccionalidad y con perspectiva de géneros, así con S y en plural, seguirá siendo solo injusticia en los hechos.

La desaparición de Tehuel nos interpela, nos angustia, nos llama a la crítica. La desaparición de Tehuel habla más de los silencios, borramientos y violencias que se producen histórica, política y estructuralmente en nuestra sociedad, que tienen como resultante a un varón trans desaparecido desde hace un mes y a una serie de prácticas específicas -como son el cisexismo y el transodio- que no se revisan, que no se nombran y que, mientras sigamos ocultándolas, seguirán produciendo las condiciones necesarias para otras desapariciones.

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