Marina Vilte: coplera kolla, lesbiana no binaria y militante por los ddhh

“Soy Marina Vilte, nací en Purmamarca, de familia docente. Soy sobrina de Marina Leticia Vilte, gran sindicalista, detenida desaparecida por la última dictadura cívico militar eclesiástica".

Realización video y texto: Estefanía Cajeao

Fotos: Archivo personal de MV y archivo Presentes

Lesbiana no binaria, kolla, abogada y militante, Marina Vilte lleva en su nombre “la suerte o el privilegio de tener una familia muy comprometida socialmente”. Y lleva en sus manos el tiempo de quienes empujan los límites en comunidad: el tiempo que haga falta. El tiempo que pueda cantarse. 

Tiene 28 años, un tatuaje del pañuelo de las Madres y el andar seguro. Reconoce la luz y allí se ubica, junto a la ventana, cerca de las cajas. Establece rápidamente que el tiempo de la charla será lento y con movimientos suaves y directos se escuda de la cámara tomando la guastana (el palito con que se golpea la caja). 

«Mi mamá y mi tía me enseñaron el valor del orgullo kolla»

“Soy Marina Vilte, nací en Purmamarca, de familia docente. Tengo la suerte o el privilegio de tener una familia muy comprometida socialmente y también es todo un hilo, ¿no?, porque también me reivindico como parte del pueblo kolla”.

– ¿Cómo fue para vos el cruce entre los procesos de reconocerte como parte de un pueblo indígena y comenzar a afirmar políticamente tu identidad de género?

–Tuve la suerte de tener a mi madre como directora de la escuelita en la que iba a la primaria. Y en esa época recuerdo que era vergonzoso decirte que eras kolla. No se decía eso. Y creo que ella es una de las pocas docentes que trabajó la revalorización cultural en el alumnado. Tengo recuerdos de muy chiquita donde me decían “vos sos una kolla orgullosa”. 

Creo que no fue muy difícil salir del closet, como se dice, o “del armario”, porque creo que ellas –cuando me refiero a ellas son mis tías, mi madre- me allanaron mucho el camino. En definitiva era muy similar: podían tener resistencia en un momento, porque la tuvieron. Hoy, creo que son las tías y la madre más orgullosas de una lesbiana no binaria. Pero sí era lo mismo en el sentido en que ellas me enseñaron el valor del orgullo, son ellas las que dijeron “tenías que decir con orgullo quién sos, sos una kolla”. Y traspolado son dos grupos históricamente vulnerados: los pueblos originarios y nuestros orígenes ahí y por el otro también estaba viviendo mi identidad sexual.

–Para tu familia, además, ¿qué implicancias tiene la discusión sobre la identidad?

–Yo recuerdo haberme criado desde la panza en marchas de 24 de Marzo y reuniones cuando se organizaba acá Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos de Jujuy. Soy sobrina de Marina Leticia Vilte, gran sindicalista, detenida desaparecida por la última dictadura cívico militar eclesiástica. 

Marina en la marcha del 24 de Marzo de 2017 en Buenos Aires.

La familia de Marina es referencia en la lucha por los derechos humanos, e impulsó la creación del Encuentro de Copleros desde la necesidad de volver a encontrarse como pueblo en la recuperación de la democracia. 

–Hay testimonios de compañerxs detenidxs desaparecidxs que compartieron detención con tu tía, que cuentan que ella entró a la celda cantando coplas. ¿Qué presencia tiene en tu familia la copla y qué sentido más allá del canto y del Encuentro?

–Nací en noviembre del ‘92, eso significa que me gestaron en pleno carnaval, en medio de coplas. Pensamos en la copla como un medio que permite comunicar todas las sensaciones, desde la tristeza más profunda, la alegría más amplia, los desamores, los amores, las cuestiones político-partidarias. Te permite todo.  

“El Encuentro de Copleros nació en el 84,’ de la necesidad de continuar la resistencia, de reencontrarse después de esa etapa oscura, de poder volver a decirse las cosas. Y en ese sentido se juntó esa necesidad con una expresión genuina de nuestro pueblo”.

Marina recuerda que en los ‘90, cuando era una niña, veía llegar a la gente desde la Puna más profunda para participar en el Encuentro. “Traían su chivo al hombro y eso iba pasándolo al patio donde estaban los asadores”. La comida se traía y se repartía entre todxs para pasar después a las rondas de canto. 

“Después empezó a haber cada vez más gente y la comida empezó a faltar. Empezamos a gestionarla y hasta la fecha se hace así: unx dona damajuanas de vino, otrx limón, otrx pan, se va juntando y con eso se da el almuerzo, la bebida, se hace la chicha, entonces todo es fruto de la colaboración y la solidaridad”.

Marina cursó su carrera de abogacía en Buenos Aires. La vida en la capital la invitó a recorrer  sus primeras experiencias militantes LGBT+ de la mano de la organización “La Fulana”, a la que reivindica y recuerda con amor. A partir de una serie de conflictos territoriales y ambientales vinculados a comunidades indígenas de su provincia, volvió a Purmamarca con las herramientas de la academia y de la militancia.

–Cómo llevás la militancia LGBT+ hoy, en relación a los espacios comunitarios que habitás como el del Encuentro?

–La militancia LGBT estuvo muy vinculada a algo hegemónico también. Creo está bueno que cada lugar retome sus fortalezas. Es otra característica que marca nuestra etapa: se está hablando mucho de interseccionalidad.

Son distintas las necesidades y las formas de encarar la vida, las cosmovisiones de la vida son distintas. Acá nos arrasó un colonialismo que persiste cotidianamente en nuestro inconsciente y una busca sembrar espacios seguros donde vive. 

El Encuentro de Copleros por ejemplo, se llama así “Encuentro de Copleros”. Y el año pasado recibimos algunas críticas de compañeras feministas que nos cuestionaban por qué no se llama “Encuentro de Copleres”. Yo entiendo que son procesos, que se tienen que ir dando de consenso y que no tiene mucho sentido que sean impuestos.

Sí nos sirvieron estas críticas para pensar en que, si este Encuentro fue fundado y es sostenido mayormente por mujeres, cómo hacemos para realzar el protagonismo de las copleras. Por eso este año se está pensando en un nuevo afiche, para que las imágenes traduzcan el mayor protagonismo de las copleras. 

También hay copleres que nos visibilizamos como tal y creo que igualmente, aunque diga Encuentro de Copleros, para mí nunca fue un espacio inseguro. Creo que ahí también hay una línea que caracteriza a este encuentro, que no está para nada pegado a un indigenismo posmoderno, no se pone más el ojo en la vestimenta o la forma sino en la necesidad genuina del canto, en los valores comunitarios, en que cualquiera que quiera llegue. Si quiere compartir ese canto lo puede hacer.

 – Al principio decías que el Encuentro surgió de la necesidad de volver a decirse las cosas. ¿Qué cosas se dicen en las coplas que comparten y cómo se comparten? 

– Se arman distintas rondas, acorde a lo que cada unx siente y con quién quiere cantar, y se van gestando distintas rondas. Entonces, unx va caminando y hay algunos copleros que tienen más el perfil amoroso, otros más picantón y los contrapuntos que a veces tienen cosas machistas y todas esas cuestiones, que ya cada vez se escuchan menos igual, creo que estamos todxs en transición.  Y bueno en el último encuentro hubo también una ronda de copleras lesbianas.

Pandemia, mujeres indígenas y personas LGBT+

En su rol como abogada, Marina Vilte patrocina a comunidades indígenas. La pandemia la encontró entre ese trabajo y militancia, y la construcción colectiva en el Movimiento Ailén Chambi, una organización que se presenta a sí misma como “parte de la comunidades LGBT+, mujeres, collas, feministas y transfeministas”. Desde el Movimiento Ailén Chambi, activaron en 2020 las redes de ayuda necesarias para sobrellevar las dificultades acentuadas por la pandemia.

–¿Cómo es la situación de las comunidades indígenas que acompañás, y cómo fue este primer año de pandemia tanto en relación al trabajo con esas comunidades como con las personas LGBT+?

–Sobre las comunidades creo que hay toda una estigmatización,  una construcción que nuclea qué es lo originario, cómo es, cómo encuadra lo folclórico en lo originario, y qué le sirve al capitalismo de ese folclore “originario”.

La situación de nuestras comunidades hoy es muy crítica. Jujuy no respeta derechos básicos consagrados constitucionalmente, internacionalmente. Y como no se reglamentó el tema de la propiedad comunitaria, hay un vacío legal por más que la existencia de las comunidades se reconozca. Jujuy tiene un fallo muy importante en donde se obliga al estado provincial a titularizar esos terrenos y reconocer la propiedad comunitaria, pero hasta hoy no se ha cumplido. También se pretende tergiversar la consulta a las comunidades y su participación efectiva desde la autonomía comunitaria para ver su desarrollo en todo lo que sean procesos para intentos de exploración y/o explotación minera. 

Ahora, como organización, a nivel territorial estamos más bien en el centro urbano. Eso me ha hecho vivir esta pandemia desde la necesidad concreta, más marcada, en la comunidad LGBT+. Al menos la comunidad LGBT+ urbana.

No digo que las comunidades no tengan necesidades o que esta pandemia no haya reforzado esas necesidades, sino que ellxs saben sobrepasarlas hace cinco siglos. El avasallamiento de sus derechos constantemente. Y creo que ese modo de vida comunitario, tan distinto, hace que las necesidades y demandas sean distintas porque es la propia forma de vida la que permite al grupo comunitario el sustento diario. La organización de esos modos de vida lo permite. En cambio, en los centros urbanos se cortó el trabajo a reloj, se cortó la changa –nadie puede salir, nadie puede entrar-. La mayor parte de la comunidad LGBT está precarizada con trabajo informal…y obviamente el hambre va a estar ahí. Somos todas laburantes en la organización, pero juntamos lo que pudimos para ir paleando la necesidad hasta que llega la ayuda del Estado.

–¿Qué sería para vos hoy retomar las fortalezas de tu lugar?, ¿En qué están esas fortalezas?

–Mirá, yo que tengo un montón de herramientas, cuando vine desde Purmamarca a cursar primer año de la secundaria en San Salvador de Jujuy, el primer día nos teníamos que presentar, decir quiénes éramos. A mí me costó un montón decir que mi papá era agricultor y que había llegado a estudiar sólo hasta tercer grado (o, ni hablar de que tenía una meningitis de por vida producto de la pobreza). Me llamé al silencio y sólo mencioné que mi mamá era psicóloga. Y después tuve tanta culpa porque venía con toda la educación de mi familia encima, que al otro día dije que me había olvidado de contar que mi papá era agricultor. 

Si eso me pasa a mí, ¿cómo hacemos para que les chiques y adolescentes en la escuela tengan orgullo por su mamá tejedora, su abuela hilandera, su papá agricultor? Necesitamos una educación que vea de forma integral estos temas, de no sentir vergüenza por decir quiénes somos. Creo que es el primer camino para reforzar el deseo, los sueños, el autoestima. Reforzar el revisionismo interno para fortalecer de nuevo a las niñeces y a la adolescencia desde sus orígenes. 

Porque creo que, por lo menos hasta desde una vivencia personal puedo decirlo, no hay nada más empoderante que tener en claro tu identidad, ¿no? Y tenemos en Argentina una historia vinculada a eso terrible. Tenemos a Madres, Abuelas, tenemos pueblos originarios, tenemos la comunidad LGBT+. Todo eso forma parte de nuestra identidad

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