Jóvenes no binaries en Paraguay resisten desde el arte a un país conservador

Para algunes hay violencias físicas, para otres, un borramiento de su existencia. Así resisten las personas no binarias en Paraguay.

Por Juliana Quintana

Fotos: Jessie Insfrán

En la últimas semanas del 2020, el diario HOY publicó un artículo sobre Giovana Soria, cuyo video se había vuelto viral días atrás. En él, la reconocida tik toker salía del clóset no binarie con su familia y amigues. “¿Cómo es que algo que no lastima a nadie hace sentir tan mal?”, se preguntaba, “Me afecta demasiado cuando alguien me ofende y no entiende que ya pasé por esto en otros espacios. No da que le estén preguntando si quiero o no ser trans, hombre o mujer. Tengo que lidiar con la sociedad y además tengo que lidiar con ustedes”.  

Pero horas después, el portal -que forma parte de uno de los multimedios más grandes del país, propiedad del ex presidente y antiderechos Horacio Cartes- bajó la nota del periodista premiado Aizar Arar, y Paraguay se quedó sin la posibilidad de conocer la historia de Gio. 

Para algunes hay violencias físicas, para otres, un borramiento de su existencia. Ambas aparecen en el cotidiano de las personas no binarias, que fueron suprimidas de los libros, la historia y el lenguaje. Hay un ejercicio consciente por parte de los dispositivos de disciplinamiento social.

Lo opuesto a la naturaleza no es la cultura, lo opuesto a lo individual no es lo colectivo, lo opuesto al hombre no es la mujer. Así lo expresó Chancleta Tatá que es artista visual paraguaye no-binarie y está radicade en Buenos Aires.

“El pensamiento binario nos lleva a estancar espacios de construcción colectiva, nos boicotea constantemente el encontrar intereses comunes que nos unan, que faciliten la coordinación de acciones. Ser no binarie para mí también tiene que ver con ser un puente entre las cosas, necesitamos unirnos. También tiene que ver con un posicionamiento político de no querer contribuir más con el régimen hetero cis patriarcal especista, de renunciar a privilegios que tuve como chica cis, porque pienso que se basan en la opresión de otros seres y me niego a seguir siendo parte de eso”, opina.

Primero el sonido, después el significado. 

En palabras de Élian, asumir su identidad fue “un parto largo”. Cuando tenía 20 años comenzó a interesarse en el debate del lenguaje inclusivo. Internet siempre fue un escape, así descubrió que existían otras personas que se nombraban distinto. Ella ya se sentía no binaria antes de saber que existía un término que lo definiera. “Uso cualquier pronombre. Aunque para otres entiendo que es una urgencia y un derecho usar el que le corresponde, para mí, todavía, es una suerte de juego”, reflexiona.

Después de una búsqueda de un año y medio, leyó experiencias de otras personas trans que buscaban un nombre y descubrió que es todo un ritual. Algunes se pasean entre las tumbas en los cementerios, otres buscan en el diccionario y eligen al azar. El primer nombre que eligió fue Orlando, por la obra de Virginia Woolf. Pero sentía que no encajaba. “Me empecé a desesperar, hasta que un día me topé con este y fue demasiado perfecto. Fue emocionante, sentí mucha euforia. Elegir tu nombre es como bautizarte”, dice.

“El nombre es para los otros”, escribió en su poemario Tajo/Refugio, de la editorial Aike Biene antes de nombrarse Élian. “Ese libro lo escribió alguien que está buscando su identidad. Habla mucho del tiempo. Es como que estuviera estancada en una conjugación permanente. Como si te hubieran escondido algo trascendental. El tajo es una herida que no cierra, una herida que tarda en anochecer. Una herida profunda como para acurrucarse, abrigarse en ella  como un refugio. Una herida que al cicatrizar es un hogar. Creo que hay una reconciliación con mi cuerpo y conmigo misma”, refiere. 

Ternura no-binarie 

James tiene 26 años y recuerda claramente cómo se sintió al ver un episodio de Sailor Moon en el que los personajes de Haruko y Michiru se miraban a los ojos sentades en la ventana. En la traducción de la serie ellas eran narradas como primas, pero en el transcurso del programa, actuaban los roles de una pareja. “Es evidente que, a través de la indumentaria, en mi cabeza se instaló que había diferentes clases de mujeres y que todes referían a Haruko como varón. Entonces, yo pensaba que podría parecerme más a las amigas de mi mamá que tenían el cabello corto y que eran más masculinas». 

Desde noviembre viene trabajando en su proyecto Ternura no binarie, un foto-diario en la que plantea un espacio identitario propio. “La no-binariedad es un término paraguas. Yo siento que estoy oscilando hacia lo genderqueer, algo que quiere ser agénero. Pero plantear eso en una sociedad binaria es imposible. Intento hacer pedagogía en mis micro-ecosistemas sociales con las personas con las que me interesa tener un vínculo”, expresa. 

Elle cree que la gente está seteada para no sentir ternura. A James le gustaría que cuando alguien tuviera que nombrarle piense en momentos tiernos que tuvo en su vida. Muchas veces se pregunta: ¿será que puedo establecer eso en mi cotidiano o es carísimo? ¿cómo es la ternura en un momento en el que tocarnos no es una opción? “Las personas más dulces que conozco son no binares y trans, pasaron por lo más denso que te puedas imaginar. De todo eso podrido que existe en este plano real emergen estas identidades que están llenas de algo brillante y hermoso”, cuenta. 

“La cultura hetero es vigilante y castigadora”

El peso de la discriminación social, laboral, sanitaria y legal a la que están expuestes les no-binaries recae sobre los dispositivos de disciplinamiento de las instituciones una y otra vez. Desde acoso callejero hasta la necesidad de encontrarse en un permanente ocultamiento de la identidad para acceder a un trabajo o para que les atienda un médique. 

“Para el sistema, directamente no existimos. O sos hombre o mujer o no te atienden, no te contratan. Y eso que sé que tengo ‘pasabilidad’, o sea, que entiendo que es un privilegio disfrazarme de mujer y que me crean. Sé que mi cuerpo es lo suficientemente hegemónico para jugar el juego, para generar deseo si necesito hacerlo. Porque gran parte de mi valor para la sociedad al ser mujer es cuánto deseo genero. Cuánto. Cuánto excito. Cuánto me quieren coger”, dice Chancleta.

Cuando busca trabajo, a menudo lee en los clasificados ofertas de trabajo de empresas privadas que buscan secretaria. Requisito: “sexo” femenino. Teñirse el pelo, cambiar la foto del currículum, escribir una F. Algo parecido le ocurre a Élian que siente que tiene que sobrevivir dentro del clóset para seguir trabajando.

La importancia del lenguaje inclusivo 

Geo S. piensa que siempre va a haber problemas con respecto a la percepción de les demás. Pero no por eso hay que desistir en los esfuerzos por corregir el discurso en la interacción. “Hay gente que parece que tiene vergüenza de usar el lenguaje inclusivo. Yo creo que esa gente no les pertenece esa disconformidad. Es un proceso constructivo, incluso con les amigues, que se hable de esto, que se interrumpa, que se corrija. Dejar de pasar de largo porque esto en el día a día es lo que nos imposibilita simplemente ser”.

La reconfiguración del lenguaje es un aspecto en el que todes están de acuerdo. James explica que no se trata de una mirada privilegiada, blanca y anglosajona. “Yo lo que propongo es coexistir con las personas cis que tienen consentimiento hacia la alienación. Yo no estoy acá para molestar a nadie pero si tengo que soportar el peso de la existencia que sea como quiero; por lo menos eso. En este 1,63 que soy tengo que mandar por lo menos ahí”, enfatiza. 

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