Aborto legal en Argentina: Las comunidades LGBTIQ+ hemos estado ahí, disputando el sentido

Décadas de encuentros y desencuentros entre los movimientos feministas y los LGBTIQ+ dan cuenta de diálogos, no siempre cómodos, no siempre justos, no siempre encontrados, pero huno un pacto implícito.

Por Ese Montenegro*

Fotos: Constanza Lupi y Ariel Gutraich

Y un día, de tanto ir a la plaza. Me corrijo, a las plazas, a todas ellas, con nuestros pañuelos verdes anudando las injusticias a nuestros cuerpos; con nuestras banderas con los rostros y los nombres de lxs que lucharon antes y parafraseando a la poeta trava: “Para dar luz, se prendieron fuego…”; con nuestras consignas siempre reformuladas para que entremos todxs:

Logramos que fuera ley.

Décadas de luchas se filtran en nuestras lenguas, en nuestras palabras, también en estas sensaciones de cuerpos agotados, que festejamos ayer sabiendo que volveremos a luchar mañana.  Un pasado de revueltas escribe nuestras páginas, las felices y las otras, las que aún nos duelen, por las vidas que se nos fueron luchando y no hay victoria que nos las devuelvan.

Una historia que no empieza ni termina con el reconocimiento de un derecho transformado en ley. Una ley que, si revisamos esa historia, tiene sus antecedentes cercanos y se inscribe en toda una genealogía de luchas por nuestros derechos sexuales, reproductivos, no reproductivos, vinculares e identitarios, que excede por mucho el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Décadas de encuentros y desencuentros entre los movimientos feministas y los LGBTIQ+ dan cuenta de diálogos, no siempre cómodos, no siempre justos, no siempre encontrados, pero ahí, en las calles, en ese cuerpo a cuerpo colectivo hubo un pacto implícito: Los derechos sexuales, son derechos humanos y como tales se disputan y se defienden contra viento y (en) marea.

Muchas luchas detrás del aborto legal

Argentina tiene, innegablemente, una historia alrededor de estas luchas, que no se inauguran hoy con el aborto legal y sabemos, tampoco terminarán allí. Desde la vuelta de la democracia (Diciembre de 1983) a esta parte podemos trazar esos entramados: Divorcio Vincular, erogación de los edictos policiales, ley de Educación Sexual Integral, Ley de Matrimonio Igualitario, Ley de Salud Mental (primera en el mundo en prohibir la patologización por identidad u orientación sexual), Ley de Identidad de Género, Ley de fertilización médicamente asistida y ahora, aborto legal. Casi cuatro décadas de luchas, ponen de manifiesto que, entre muchas otras cuestiones, las comunidades LGBTIQ+ hemos estado ahí, disputando el sentido y la norma heterocisexual contra propixs y ajenxs, a veces con mayor o menor éxito, pero siempre ahí, haciendo el cuerpo colectivo.

Una de esas grandes batallas, que sigue vigente, tiene que ver específicamente con la desarticulación de la heterosexualidad como una norma y de la cisexualidad como un destino, incluso habiendo tejido las leyes antes enumeradas. Batalla que no sólo damos contra los sectores más reaccionarios y conservadores de las iglesias y los estados, aquí y en todo el mundo, sino también contra aquellos feminismos a los que más de una vez se le olvida cuestionar sus (im)propios privilegios.

A estos sectores aún les cuesta imaginar -y mucho más acompañar- una vida en la que siendo un varón trans -como quien escribe aquí-, te vincules sexual y afectivamente con varones cis o mujeres trans, a una década del reconocimiento del estado de nuestras prácticas sexo-afectivas -consagrado en el matrimonio igualitario- y casi una década del derecho a nuestra identidad construido en la Ley de Identidad de Género. Algo, incluso en nuestras trincheras, pareciera seguir queriéndonos imponer la cisheterosexualidad como única forma de (sobre)vida. Y digo “sobrevida” no azarosamente, porque sigue siendo fatalmente palpable el costo de nuestras desobediencias.

Las deudas del sistema de salud

Ejemplos abundan, incluso en estos lares: A casi ningún varón trans en Argentina, se le ofrece, por ejemplo, al momento de iniciar un tratamiento con testosterona, guarda (congelar) óvulos para en un futuro decidir sobre sus planes reproductivos, hecho que está garantizado en la Ley de Fertilización Médicamente Asistida y en la Ley de Identidad de Género al referir al derecho a la salud integral. Generalmente, los efectores de salud por donde accedemos a los tratamientos de reversión hormonal, no informan explícitamente que el empleo de testosterona sintética no tiene implicancia directa con la anticoncepción y que nuestra salud reproductiva y no reproductiva requiere un abordaje integral. Ni hablar de la escasa inversión e investigación alrededor de la interseccionalidad entre tratamientos hormonales y la salud sexual y (no) reproductiva. O de la aun escasa oferta en el sistema público y privado de salud para acceder a cirugías y/o tratamientos hormonales. O del eterno incumplimiento del obras sociales y prepagas alrededor de la Ley de Identidad de Género. Y podría seguir… Acceso al trabajo formal, a la educación, a la vivienda. Claro que la democracia aun nos debe todo y no solo ella, sino también muchos activismos que siguen olvidando/borrando nuestros aportes a esta historia.

Nada de lo que hicimos, lo hicimos en soledad

Una arenga que desde hace años nos acompaña en las calles pregona: “Y ahora que estamos juntxs. Y ahora que sí nos ven…” Cierro los ojos un rato, en esta madrugada que sabe a victoria y nos veo, nos veo claramente, luchando a la par. Veo a una interminable lista de varones trans, lesbianas, maricas, travestis, trans, personas no binarias, bisexuales, intersex, empujando los engranajes de una historia de luchas por nuestras autonomías. Autonomías que nuestra propia experiencia nos impide inscribirlas en las lógicas individualistas, meritocráticas, liberales del “hágalo usted mismx”. Porque nada de lo que fuimos y somos, lo hicimos en soledad. Y ese “ahora que sí nos ven”, sigue siendo un grito desesperado a amigxs y enemigxs, a aquellxs aun no imaginan nuestros vínculos afectivos, sexuales, nuestras prácticas eróticas, nuestras lenguas desviadas, siempre escurridizas, siempre complejas, eternas desertoras de cualquier normatividad y normalidad. Un grito de guerra que no pide permiso, sino que demanda nuestro lugar en esos relatos, que producen sentidos, por el derecho a la existencia y a la resistencia.

Hoy nos despertamos con un poco de margen en el pecho. Se oxigena mejor el cuerpo, que aun cansado, se reconoce parte de un entramado extenso y colectivo. Un pequeño intersticio se despliega en esa injusticia que hemos desterrado. El aborto es legal, seguro y gratuito para todxs. Nosotrxs, lxs eternxs fugitivxs de todo ropero hemos atravesado una puerta más. Ahora, que sigue siendo el tiempo de la revolución, como nos señaló Lohana en su imposible despedida, sabemos que la lucha continúa. Sabemos que tanto a la implementación de la ley, como a su monitoreo, le sigue un trabajo que las militancias y los activismos siempre hemos recogido. Seguir, siempre seguir, rompiendo con la cisheterosexualidad como único destino deseable. Nosotrxs, a lxs que hasta el cansancio nos intentaron convencer de que nuestra existencia era imposible, seguimos.   

*[1] Ese Montenegro, activista trans masculino. Formador docente en ESI, ilustrador y asesor de la Comisión de Mujeres y Diversidad de la Honorable Cámara de Diputadxs de la Nación. Autor del libro “Desandar el cisexismo en el camino a la legalización del aborto” (puntos suspensivos 2020)

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