Las familias diversas de Paraguay batallan su visibilidad y derechos
El Estado paraguayo tiene un modelo de familia nuclear único que reproduce roles tradicionales de género
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Por Juliana Quintana
Foto: Alfredo Quiroz
Ser madre o padre LGBT en Paraguay es navegar en soledad. Hay que acostumbrarse a figurar como madre o padre soltere en los documentos y ver cómo discriminan a sus hijes por venir de una familia homoparental. En el país no existe un reconocimiento legal de las familias LGBT. Para personas de la diversidad sexual y de género no hay políticas orientadas a la crianza de les hijes, ni leyes de matrimonio igualitario, ni derechos reproductivos, de adopción o responsabilidad parental. Paraguay es uno de los pocos países de Latinoamérica que todavía no cuenta con una ley contra toda forma de discriminación. Por eso se crearon plataformas como «Nos queremos igual», a partir de una campaña que busca visibilizar a todas las familias.
La definición de familia que aprendemos en la escuela es la de papá y mamá cis-hetereosexuales, una descripción tradicional que no solo traza los límites de nuestra configuración social sino también de un conjunto de valores morales. Nos enseñaron que los divorcios rompen el hogar, que las adopciones traen problemas, que las infancias trans no existen y que las familias homoparentales son peligrosas para las crianzas. Pero ser familia no es sustantivo sino verbo, es una categoría laxa que está en constante transformación.
El Estado paraguayo tiene un modelo de familia nuclear único que reproduce roles tradicionales de género. Pero en nuestro país, las configuraciones familares son muy diversas y la complejidad de arreglos familiares cuestiona el modelo heterosexual. Históricamente, Paraguay cuenta con una larguísima generación de mujeres que migraron a España o Argentina para mantener a su familia, eso implica que cientxs de niñxs fueron (y todavía siguen siendo) criadxs por sus abuelxs. Así como mujeres bañadenses que trabajan fuera de sus barrios para cuidar a hijxs de otras familias.
A nivel país, tres de cada diez mujeres es jefa de hogar y el 30% de los hogares, tanto en la zona rural como en la urbana, están compuestos por familias extendidas. Así lo indica la Dirección General de Estadísticas, Encuestas y Censos. Pero hasta las palabras que se usan para describir la composición de los hogares discrimina. Los hogares nucleares son “completos”, cuando están presentes ambxs xadres o “incompletos”, cuando solo unx de lxs xadres integra la familia.
Muchas personas LGBT en el país recuerdan su infancia con una mezcla de sentimientos confusos: ser acosadxs desde temprano, discriminadxs por sus orientaciones sexuales o identidades de género, echadxs de sus casas u obligadxs a salir del clóset más de una vez. Pero también aparece la importancia de figuras de les xadres en la ayuda o empeoramiento de sus vidas.
“Ser lesbiana es tener a la sociedad en tu contra”
Malena se convirtió en mamá cuando tenía 19. Su familia la presionó para casarse con su entonces novio. Después de cuatro años juntxs y un segundo hijo decidió independizarse porque no se sentía a gusto siendo ama de casa. “Mi familia es muy conservadora y cree que las mujeres tienen que ser madres y nada más. Cuando me separé del papá de mis hijos les expliqué que no es la vida que yo quería. Me rechazaron. Me trataron como si yo no tuviera voz sobre cómo educar a mi hijo porque soy lesbiana. No querían que tuviera contacto con ellos”, relata Malena.
Como en ese entonces no trabajaba un día accedió a que el papá de sus hijos los inscribiera a un colegio que quedaba cerca de su casa. Pero nunca más volvieron. Malena tenía que suplicarle para que le permitiera verlos o para que él acceda a que pasen el fin de semana con ella. Por mucho tiempo, tuvo que ir hasta la casa de sus padres y quedarse a dormir ahí. A veces los veía 3 horas, otras veces no los llevaban. Estuvo así por un año y medio.
Su papá no le habla desde que se separó. Su mamá estuvo mucho tiempo disgustada, y aunque mejoró mucho su trato con ella, sigue sin aceptar que es lesbiana. Hubo un tiempo en el que se comenzó a asustar porque hacía dos meses no le dejaban ver a sus hijos y el papá no le respondía. Fue a ver a un abogado del estado para pedir la tramitación del divorcio y le dio un turno para dentro de un mes. Eso quedó en la nada. No se anima a avanzar con el divorcio porque tiene miedo de que le saquen los chicos para siempre.
“Cuando vienen a visitarme les muestro la forma en las que yo veo la vida pero ellos se van con su papá y reciben una educación machista. Yo no soy partícipe de su crianza. Es un complot entre todos, mi familia y él. Ahora ya no me hacen tanto quilombo pero influyen en su educación. Con la cuarentena es mucho peor porque yo estuve sin verles desde que empezó hasta más o menos dos meses después. Vinieron 3 o 4 veces nomás y ya son como seis meses de cuarentena”, comenta Male.
Para ella, tener hijos en esta sociedad es el error del mundo, y ser lesbiana es tener a la sociedad en contra tuya. “Sos una persona sola sin Estado, sin familia, sin nadie que te apoye más que un sector de amigos con los que tenés que luchar. Entre todas esas personas marginales estoy yo”, sostiene y confiesa que su miedo más grande es que sus hijos crezcan en el cuerpo de un macho que no respete a la diversidad.
“Tener un hijo es como que te pasaste”
Gabriel se mudó a Paraguay en 1995. Venía del seno de una familia muy religiosa en Buenos Aires. Viajaba seguido a Villarrica (a 161 kilómetros de Asunción) para dar clases de Psicología en una de las más grandes universidades de Medicina. La mayoría de los estudiantes eran extranjeros y se vivía un clima de libertad en la ciudad. Uno de los alumnos era Jorge, la actual pareja de Gabriel.
“Nosotros nos reuníamos a la noche en la casa de este amigo que era de Villarrica. Íbamos en silencio, ingresábamos con clave, era muy compleja la visibilidad. Teníamos miedo al escrache. Había gente que estaba muy catalogada de ser homosexual y para la dinámica de la gente de Villarrica se les perdonaba por la idiosincrasia pero yo era de Asunción y no quería pasar por eso. A los homosexuales se les decía ‘putos 108’”, recuerda Jorge.
Entre los viajes de Gabriel a Villarrica, Jorge se animó a invitarlo a salir y comenzaron a verse. Al cabo de un tiempo se mudaron a Asunción juntos y pasaron siete años hasta que se comenzaron a plantear la paternidad. “Sabíamos que iba a ser una cuestión muy difícil en Paraguay. Es algo que se nombra, pero de ahí a tener un hijo para muchos es como que te pasaste. Yo tenía mucho miedo en el sentido de ¿estamos haciendo bien?”, se preguntaba Jorge.
Gabriel trabajaba como educador en Fortaleza, un centro de atención de niñxs en situación de pobreza. Allí conoció a Tamara, una joven de 15 años que estaba embarazada de Rubén. Una vez que tuvo a su bebé, Tamara fue a vivir a una ONG que acompaña a trabajadoras sexuales adultas y a niñas y adolescentes víctimas de Explotación Sexual de Niños, Niñas y Adolescentes (ESNNA). Allí estuvo por dos años hasta que lxs echaron a ella y a su hijo. Gabriel le perdió el rastro pero supo que Tamara se había embarazado de nuevo, esta vez de Alegría.
Un año después, una enfermera del hospital en el que trabajaba Jorge le comentó que en Fortaleza había una chica que estaba esperando un bebé y que no sabía qué hacer con lxs dos niñxs. Entonces, Jorge conoce a Tamara. Hizo todo el preparto con Jorge y con Gabriel, además de talleres de acompañamiento psicológico. Así comenzó su vínculo con Tamara.
Tamara dejaba de lunes a sábado a lxs chicxs en Fortaleza, los sábados los retiraba, estaba en la calle con ellxs el sábado y domingo y el lunes los volvía a llevarlxs. “Y cuando ella lo dejaba en Fortaleza pasaba por mi oficina y hablábamos hasta que ella un día vino y nos dijo que no podía más con Rubén. Nos preguntó si podíamos quedarnos con él”, relata Gabriel.
Así fue como Rubén llegó a la casa de Jorge y Gabriel. Era un jueves lluvioso y venía sin posesiones más que una remera grande y un calzoncillo. “Nosotros le pusimos condiciones a su mamá: le dijimos que todos los sábados por la mañana ella debía ir a buscar a Alegría a Fortaleza y traerla a casa para que Rubén jugara con su hermanita porque nos parecía bueno que mantuviera contacto con ella”, cuenta Gabriel.
Hasta que un día Tamara les dijo que había conseguido un trabajo en Brasil y que se iría por un mes y que iba a dejar a Alegría en Fortaleza. Pero desapareció. “A nosotros se nos puso difícil con Rubén porque él se puso muy ansioso porque no venía, entonces empezó a hacer terapia, lo llevamos a que vea a su hermanita un día a Fortaleza y ahí nos dicen que Alegría no estaba más, que se la llevó una extraña”, expresa Jorge.
Tras varias averiguaciones la encontraron descalza en cateura (el vertedero de Asunción) con su abuela paterna. Lograron que su papá biológico firme un documento en el que no quería tener nada que ver con lxs hijxs. Tamara regresó luego de unos meses y gestionó la partida de nacimiento de Alegría. Con eso sacó la cédula sin padre.
“No hubo mucho tiempo para pensar, ella agarró sus cosas y se fue y nos quedamos con una bebé que tenía miles de problemas de salud. A los tres días la tuvimos que internar a Alegría con antibiótico, porque estaba enfermita. Nadie nos preguntaba nada, solo quién era el padre. Ahí comenzamos a incorporarla a nuestra vida. Con Tamara logramos que empezara a venir una vez al año para Navidad. Venía todos los años una vez, siempre estuvo muy presente”, comenta Jorge.
Figurar como madre soltera
Romina y Marisol se conocieron en un movimiento religioso, de mejores amigas pasaron a ser compañeras de vida y hoy están hace 14 años juntas. En el 2015 decidieron ser madres. Ese año surgió un espacio llamado Familianas a partir de la visita a Paraguay de la jueza y abogada chilena Karen Atala, que demandó al Estado chileno ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos por discriminación luego que la Corte Suprema chilena le negara la custodia de sus hijas por ser lesbiana y vivir con su pareja.
El activismo en Familianas por la inclusión de familias diversas era apoyado por Aireana y consistió en una serie de conversatorios, campamentos, espacios donde lxs hijxs pudieran conocerse y compartir. “La idea era tener un espacio de contención para madres lesbianas. Miles de inquietudes había, y entras esas historias estaba la nuestra que queríamos ser madres”, rememora Romina.
Un día, aprovecharon que Marisol tenía un congreso en Corrientes y averiguaron sobre la reproducción asistida. Romina escribió a las integrantes de Les Madres Argentina para que les hagan el nexo con algún médico e hicieron una cita. A partir de ese momento comenzaron a ahorrar. En diciembre de ese año Marisol quedó embarazada y su hija nació en agosto de 2016.
“Desde ese momento me pareció importante que mi familia entera supiera de nuestra relación. Mi mamá guardó el secreto por mucho tiempo porque yo no quería desestabilizar la familia en el pasado pero me pareció importante que ella creciera en una familia real. Y si me iban a rechazar lo mejor era saberlo lo antes posible”, narra Romina.
A la incertidumbre de cómo reaccionaría la familia de Romina se sumaba que ellas habían pagado un año antes un seguro médico que cubría todo lo relacionado al embarazo. Pero un día la ginecóloga, sin querer, aclaró en una orden de ecografía: «paciente con inseminación artificial», y cuando fueron a hacérsela el seguro les rechazó porque les dijeron que no cubrían ningún parto que tuviera que ver con la inseminación artificial.
“En ese momento, perdimos el seguro. Entonces, decidimos retirarnos: ya no nos iban a cubrir más ni la ecografía ni nada. O sea, todo ese año que pagamos quedó en la nada. Pero si la doctora no hubiese puesto esa observación no se hubieran enterado nunca. Logramos hacer una consulta con otro médico y, finalmente, Clarita nació en un hospital público donde yo no pude participar como me hubiera gustado”, se acuerda Romi.
El día del nacimiento de Clarita, a Marisol le obligaron a usar sus dos apellidos, y no le permitieron a Romi incluir ninguno suyo. Ellas lo recuerdan con mucha tristeza porque conocen las implicancias legales de no anotar a Clarita como hija de ambas.
“¿Y si a mi pareja le pasa algo y yo no pueda legalmente quedarme con mi hija? ¿y si nos separamos? ¿cómo vamos a luchar por la tenencia?”, expresa. Pero recuerda con ternura la decisión de ejercer la comaternidad con su compañera que le da fuerzas para ir enfrentando, de a uno, todos los desafíos que aparezcan.
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