Sólo los dioses no mueren

El camino de Maradona desde Villa Fiorito hasta donde llegó, fueron mundos dentro de mundos. Se lo calificó de soberbio, mataputo, puto, “cabeza”, mujeriego, machista violento.

Por Flavio Rapisardi

Solo los dioses no mueren. No por su “naturaleza”, sino porque sus nombres reflejan, significan y entraman algo más allá de elles mismes: voluntades, odios, amores e indiferencias. Maradona murió, por lo que por simple silogismo podemos deducir que no fue un Dios, sino un hombre, un varón para ser más exactos, que transitó todas las contradicciones no de una supuesta y abstracta naturaleza humana, sino la de quienes vivimos en este país, la punta de un continente castigado por propies y ajenes. Sin embargo su muerte noqueó a millones de personas, entre les que me incluyo. Y no porque me gustara el fútbol – además de ser de Independiente que tenemos la bien ganada  fama de pechos fríos soy un marica a la antigua que tuvo como primer regalo de su padre una pelota número cinco de cuero que se pudrió en el garaje- sino porque su nombre para mí significa, aún hoy, mucho. Al menos más y mejor de lo que escribió en un desagradable tuit una supuesta feminista que festejó su muerte aplaudida por otres desde un supuesto feminismo o identidad lgbtiq+.

El camino de Maradona desde Villa Fiorito hasta donde llegó, fueron mundos dentro de mundos. Se lo calificó de soberbio, mataputo, puto, “cabeza”, mujeriego, machista violento. Sobre la soberbia no me consta más que saber que no se sale de la abyección con la prédica de los “buenos modales” de les acomodades, de esa policía del decoro y las buenas costumbres parades a izquierda y derecha por igual.

Ser puto y mataputo son compatibles, se puede ser ambas cosas, pero al menos a mi no me interesa lo que hiciera con su sexualidad y nunca lo oí discriminar más que tantes otres que portan pañuelos verdes, banderas violetas y/o del arco iris. Es más, lo recuerdo con una remera que decía, en inglés, no hay lugar para la homofobia y el racismo. Ahora yo sí les creo a Verónica Ojeda y Rocío Oliva, aunque en un caso haya sido un “trascendido” y en el otro una denuncia con pruebas, y nada justifica la violencia de género que marcó el Diego en el cuerpo de al menos una de ellas. Huellas irredimibles e injustificables que se inscriben en una narración más larga, llena de idas y vueltas, de esas contradicciones que llevaron a Sören Kierkegaard a decir “Dirán que me contradigo, es porque tengo multitudes en mí”. Y eso tenía Maradona escrito en el cuerpo de pibe cagado de hambre que se llenó de mosca y se la vivió, bien o mal, cada cual sabrá.

Todavía recuerdo el reto de Mercedes Sosa a Diego cuando dijo que él quería caviar para sus hijas y la tucumana, con esa sabiduría de matriarca y decir sencillo, le aconsejó que no dijera eso porque todavía había en el país chiques con hambre y le recordó que en su infancia en el Jardín de la República su madre se quitaba comida de la boca para dársela a ella frente al hambre diario. Y Diego lo entendió, con humildad y un gesto de cariño, y puso todo su peso en jugársela contra el ALCA, en apoyar a los gobiernos populares a pesar de su frugal coqueteó con Menem allá por los 90, en retomar su pasado, su vida, su historicidad y hacerla relato de orgullo ¿Quién está libre de pecado? ¿Acaso las feministas y lgbtiq+ que festejaron al macrismo no son partícipes necesarios del plan de saqueo que llevó a la muerte a miles de compatriotas a pesar de lo valedero de reclamos como igualdad y aborto legal?

Yo hoy lloré al Diego con mi marido mirando la tele porque no tengo un contador de “purismo” ni la gorra de cobani y porque en él se enmarañaron como en todes nosotres la “doble conciencia” que no es doble moral, sino ese fenómeno de la precariedad de la vida que no hace todo relativo, pero ubica, complejiza, el parloteo fácil. Hoy me volví acordar de mi infancia de pibe proleta en Sarandí, de la pelota blanca número cinco, de cómo enfrenté desprecio no solo por ser puto, sino también ser pobre en casa con baño sin ducha ni calefón en el patio.

Diego Maradona no fue un Dios, pero su nombre entrama, nos guste o no, muchos antagonismos, no solo el de las “identidades” sexo genéricas, sino también el de la etnia y de la clase que también encarnó en el Nápoles al hacer campeones a les “terrones” napolitanes, les cabecitas negras en la jerga gorila, que les mostró a la fascista Liga Lombarda que tenían una historia de la que eran orgulloses. Maradona murió como todo ser humane, pero el telar que tejió su vida tiene varios colores que no resiste ningún “ojo de Dios” botón y exclusivo, sino que por el contrario, la complejidad de un tejido que lo va sobrevivir, siempre tan humanamente como el Dios vivo en el que yo creo.

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